Sangre en la nieve

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Sangre en la nieve Page 10

by Maria Parra

Esta caliente y parece medianamente limpia, pensó ella.

  Blancanieves no sonrió, ni pronunció palabra alguna, simplemente se comporto de igual modo que lo hacía ante sus sirvientas cuando cumplían alguna de sus necesidades. En su momento, su progenitora no le enseñó el significado del agradecimiento o la deferencia, tan solo que ciertas personas estaban para servir a otras, a personas como ella, más perfecta y por tanto superior. Y su madrastra no logró, después suavizar aquel frío y hasta degradante comportamiento suyo con la servidumbre.

  Jacob, no era su sirviente pero la muchacha no parecía darse cuenta de ese importante detalle.

  El joven al verla pasear la mano por el agua pensó que ahora parecía más dispuesta y que al fin se asearía y podría ver cómo era en realidad.

  Le hizo notar donde estaba el jabón, el paño para lavarse, la tela para luego secarse y las prendas masculinas para vestir después.

  Hecho esto, marchó sonriente al otro cuarto donde seguían roncando los demás chiquillos. Esperaría allí a que concluyera su baño y de paso vigilaría por si alguno se despertaba y pretendía ir a la cocina. Donde nadie debía entrar hasta que ella estuviera lista.

  Blancanieves se quitó del cuello la miniatura de su prometido y la deposito con reverencia sobre el suelo tras limpiar concienzudamente con el paño esa pequeña zona del mismo, no quería que nada lo ensuciara.

  Luego se desprendió con mucha dificultad del corpiño, el cual mantenía unidos los desgarrados restos del vestido. Con un solo brazo era ardua tarea desatarse los cordones y mas sin tener practica, pues también en el vestir siempre tuvo la ayuda de las sirvientas del castillo.

  Al conseguir quitarse las prendas volvió a mirar su cuerpo, aquella visión que había intentado rehuir durante los días pasados ahora se mostraba impactante ante ella.

  Toda esa suciedad la hizo llorar de nuevo.

  Con los ojos empañados y ansiosa por recuperar la blancura de su piel, tomó el jabón y el paño para luego introducirse en el barreño.

  Se acomodo, sentada como pudo sobre las piedras que se le clavaban en la carne e inicio la difícil tarea de limpieza por su cara.

  Con el trapo mojado se restregó el rostro para luego aplicarse el jabón cerrando los ojos de los que seguían escapando lágrimas de angustia.

  — Debo recuperar mi belleza y perfección o mi príncipe no vendrá —se decía en susurros mientras volvía a pasarse el paño para quitarse la capa de jabón.

  El paño, salió realmente ennegrecido pero la joven, a pesar de no poder verse, se dijo convencida que aun debía quedar mucha porquería en su cara y volvió a frotársela con tanta fuerza que las lágrimas que ahora surcaban sus mejillas cada vez más enrojecidas eran de dolor y no de pena.

  Pero Blancanieves siguió un buen rato restregando con insistencia hasta que mirando su cuerpo sumergido pasó a atacar la suciedad de sus piernas.

  Se incorporo, con esfuerzo, para poder frotarse mejor y como hizo antes se pasó el paño mojado y el jabón. El agua del barreño se volvía cada vez más oscura hasta quedar negra.

  La eliminación de la suciedad, dejó al descubierto los arañazos que iban cicatrizando por si solos y los muchos morados causados por su accidentada caída por el terraplén. Sin embargo, para ella aquellos traumatismos eran porquería que seguía sin desprenderse de su piel y así continuo restregándose las piernas con tremenda fuerza. Cuanto más se afanaba en purgar la suciedad más morada se tornaba la piel y más creía ella que era mugre repugnante.

  Así obsesiva se frotaba mientras balbuceaba incoherencias sobre su belleza perdida y su príncipe soñado.

  Pasó un largo rato, cuando Jacob se decidió a asomar la cabeza por la cocina, muy pronto se despertarían los demás y le parecía que había transcurrido tiempo de sobra para darse un baño.

  Con timidez apareció en la estancia.

  De inmediato vislumbró que Blancanieves seguía en el barreño y además de pie.

  Cerró los ojos de inmediato, llevándose presuroso una mano para tapárselos aun más mientras los colores le subían a la cara notando arder de un modo sofocante sus mejillas.

  Si hubiera tenido voz se habría deshecho en disculpas una y mil veces pero sin ella solo pudo escuchar mientras a tientas intentaba regresar al otro cuarto. Pero al oírla se detuvo.

  La muchacha seguía sollozando angustiada mientras se increpaba a si misma luchando por deshacerse de una suciedad que ya no estaba.

  A pesar de la vergüenza y de que una parte de él le reprendía por pensar en hacerlo, Jacob se quitó la mano de los ojos y los abrió.

  Se quedó horrorizado al ver como María Sophia se frotaba enloquecida. Parecía querer despellejarse viva y si seguía así mucho más, lo conseguiría. Su cara estaba roja como la grana y su cuerpo variaba entre tonos carmesís, morados y casi negros.

  Olvidándose de la desnudez de la joven, pensando tan solo en que debía detenerla o se acabaría haciendo un daño grave, corrió resuelto hasta ella y le arrebato el paño de la mano.

  Esta atónita, tan imbuida estaba en su frenética limpieza que no había captado su presencia, chilló e intento forcejear con él queriendo recuperar el paño y así continuar con su delirante purificación. Pero Jacob a pesar de ser dos años menor era mucho más fuerte y se desprendió de Blancanieves con facilidad.

  Se apresuro a tomar la tela y la cubrió con ella a pesar de sus quejas incomprensibles y sus vanos intentos de golpearle.

  La obligó a salir del barreño y ya fuera la chica pareció enloquecer más.

  — ¡No, aun no estoy limpia! —aullaba con insistencia entre llantos.

  El chico cada vez más turbado pero decidido a impedirla que se autolesionara la forzó a sentarse y la atrajo hacia sí, abrazándola e intentando calmarla acariciando su húmedo pelo negro.

  Ella intento liberarse de su abrazo pero tras unos instantes más de resistencia pareció rendirse agotada y dolorida y se cayó sin dejar de llorar.

  Parecía que al fin todo había pasado.

  Jacob dejó escapar un suspiro de alivio. Su corazón latía acelerado y sus manos temblaban sin control, no sabía si fruto de los nervios o de otra cosa, mientras trataba de contener la desconcertante emoción que le invadía.

  Notó entonces algo que se le clavaba en el trasero y con una mano rebusco aquello que le estaba molestando.

  Miró desconcertado un pequeño retrato con un opulento marco dorado y un lazo negro de raso.

  Entonces, Blancanieves volvió a estallar al ver su más preciado tesoro en las sucias manos del desconocido y para ella, deforme muchacho.

  Entre nuevos gritos le arrancó la miniatura de la mano, se lo colgó en un segundo del cuello para después propinar a Jacob empujones con todas sus fuerzas mientras le insultaba.

  El muchacho asustado por la reacción se apartó con premura y se incorporo para intentar volver a calmarla. No entendía ninguno de sus extraños comportamientos pero aquel menos que ninguno. Solo era una pintura y tan solo la estaba mirando, no se la iba a quitar.

  — ¿Qué demonios pasa? ¿A que tanto ruido? —interrogó Achim apareciendo por la cocina restregándose los ojos somnoliento.

  Jacob se quedó mirándole sorprendido. Tras Achim iban apareciendo los demás mozalbetes, igual de dormidos.

  El muchacho no sabía cómo explicarles lo sucedido, ni él lo entendía.

  — ¿Qué le pasa ahora a esa loca? —farfulló Hans dejándose caer sobre una de las sillas, esperando que alguno de sus casi hermanos, más despierto que él, fuera tan amable de acercarle el desayuno, pero sin dedicarle a la chica ni una mirada.

  — Eres muy chillona —recriminó Christian secamente dirigiéndose a Blancanieves pero como Hans tampoco miraba para ella, prefería centrar su vista en lo que se estaba zampando— malo es que tés tuturu pero al menos podías ser una chalaa silenciosa —señaló.

  Jacob se volvió entonces hacia la muchacha, temiendo que los descarados comentarios de los chiquillos provocaran un nuevo ataque de gritos, pero ella ya estaba arrebujada en su habitual rincón junto a la pared, bie
n envuelta en la tela y meciéndose con la vista fija en el suelo, murmurando por lo bajo en trance.

  Pobrecilla, pensó, sin poder evitar sentir pena por Blancanieves a pesar de los golpes y los insultos que le acababa de prodigar.

  ¿Por qué hará estas cosas? ¿Y quién será ese niño que parece importarle tantísimo? ¿Tal vez su hermano pequeño?

  Ella ya estaba sumida en su trance y él se quedó parado, plantado en mitad de la cocina mirándola fijamente. La irritación de la cara comenzaba a disminuir aflorando poco a poco su palidez natural.

  Es preciosa, se dijo de pronto Jacob. Y un destello ilumino su mirada, casi sin respiración.

  Al cabo de un rato, un leve tirón a su camisa le despertó de su ensueño. Wilhelm le miraba desde abajo.

  — Es hora de ir a la mina —le recordó tendiéndole su manita.

  Los demás ya habían salido por la puerta sin prestar atención a la chica y pegándole un berrido a Jacob que él ni oyó.

  El muchacho reaccionando, le sonrió con dulzura. En un instante se hizo con algo para desayunar, con tanto viaje y cuanto había sucedido a continuación, se le había olvidado alimentarse.

  Después le dejó su ración a María Sophia sin acercarse mucho a ella y por último tomando la mano del niño salió de la vivienda mirando por última vez a la jovencita que permanecía en algún lugar muy, muy lejano.

  Espero que este mejor cuando regresemos.

  15

  Cuando el grupo volvió a la cabaña al finalizar su jornada en la explotación minera, Blancanieves seguía sumida en su trance, en el mismo lugar de antes pero iba cubierta con las prendas proporcionadas por Jacob.

  Una sonrisa curvó los labios del muchacho al verla.

  Ahora tiene mucho mejor aspecto… y con esas ropas se ve tan… tan bonita. Volvió a notar el pulso acelerado.

  Aquella noche Jacob prefirió dejarla tranquila, solo se acerco a ella un instante para entregarla algo de comida que María Sophia cogió al poco y prácticamente devoro. No intento comunicarse con ella, hacerla preguntas aunque por supuesto sentía mucha curiosidad y deseaba averiguar de dónde venía y que la había pasado, para así intentar ayudarla, o buscar sacarla de aquel rincón al que siempre se retiraba.

  Después del violento episodio de la mañana considero mejor darla un respiro, y esperar a ver qué pasaba.

  Por su parte, los demás chiquillos, ignoraron por completo la presencia de la chica. Y como ella no armó ruido y Jacob no les hizo trabajar de traductores, se acabaron olvidando por completo de que estaba allí, pegada a la pared de la cocina, y tras concluir su sencilla cena todos se fueron a dormir al otro cuarto.

  Mientras María Sophia permanecía acurrucada en la cocina de aquella casucha en mitad del bosque, soñando con el regreso de un idealizado príncipe y luchando contra sus temores y obsesiones, el galeno encargado de curar sus extraños males llegaba a la pequeña villa adquirida por los von Erthal para servir de residencia y sanatorio privado a su hija.

  El hombre descendió del carruaje con el enfado grabado en el ceño. Las contraventanas estaban cerradas.

  — Deje bien claro que debía entrar abundante luz en la vivienda —gruñó por lo bajo, contrariado—, el responsable de esto recibirá una severa reprimenda y como descubra otras negligencias, un despido o varios si es necesario —sentencio.

  Le disgustaba sobremanera que no se cumplieran sus órdenes al pie de la letra, él era el experto y por tanto, la servidumbre debía ejecutar sus mandatos sin discusión.

  Pero al tocar a la puerta nadie le abrió.

  Al cabo de unos instantes volvió a golpear, cada vez más furioso e impaciente.

  No hubo respuesta.

  El individuo, sin entender que estaba sucediendo aporreo una vez más con tanta fuerza que parecía estar dispuesto a echar la puerta abajo.

  Aquello resultaba incomprensible, dio al servicio todas las instrucciones pertinentes y perfectamente detalladas. Su joven paciente debería estar allí desde hacia días pero nadie abría y no se oía movimiento alguno en el interior.

  Queriendo confirmar que la casa estaba vacía, pues a todas luces eso parecía, se fue hasta las ventanas e intento forzar las contraventanas, pero estas habían sido cerradas desde dentro y resultaba imposible abrirlas.

  Las sirvientas, antes de dejar la vivienda realizaron concienzudamente su último servicio, cerrando la villa a cal y canto. A menos que se tuviera la llave de la entrada o que uno estuviera dispuesto a derribar la puerta a hachazos no existía forma humana de acceder al interior.

  Desistiendo de sus intentos por acceder al interior de la villa y absolutamente contrariado, el galeno se subió de nuevo al carruaje indicando un nuevo destino al cochero, el castillo de los von Erthal.

  Averiguaría que estaba pasando allí. Si el noble matrimonio había cambiado de parecer con respecto al tratamiento de su hija, al menos deberían haber tenido la deferencia de comunicárselo, su tiempo era muy valioso y no podía derrocharlo en ir de acá para allá.

  Los von Erthal recibieron al galeno llenos de nerviosismo y anhelando recibir buenas nuevas sobre el estado de María Sophia pero no estaban preparados para la desconcertante información que el individuo traía consigo ni para la terrible realidad que se descubriría a continuación ante ellos.

  La Condesa comenzó a sollozar sin poder contenerse, abrumada por la situación, aun en presencia del recién llegado.

  — Pero… como… —balbuceo su esposo, estupefacto, sentándose pues comenzaban a temblarle las piernas e intentando mantener la compostura ante el galeno.

  Este les había descrito, en términos formales pero que dejaban entrever disgusto y censura, su llegada a la vivienda, asumiendo que esta se hallaba vacía por mandato del matrimonio.

  El galeno suavizo el gesto al observar la reacción del matrimonio.

  — No entiendo —consiguió decir el condestable— mi hija partió hace ya cinco días, vino a buscarla un sirviente, él nos dijo que venía por mandato suyo —explicó.

  — Eso es cierto —admitió el galeno— Indique a Otto que viniera al castillo para recoger a su hija y conducirla a la villa donde seria acomodada y se iría adaptando hasta mi llegada —explicó.

  — ¿Y entonces? ¿Qué sucedió? —interrogó el padre de Blancanieves— ¿Dónde está ese individuo? ¿Y donde esta mi hija? —reclamó demandando una explicación.

  — Lo desconozco —reconoció el galeno.

  Los dos hombres hablaron durante un rato más. El galeno le proporciono los datos tanto del sirviente como de las doncellas que se suponía debían atender a la muchacha, sin poder, claro está, asegurar al condestable que siguieran en esos domicilios. Y no pudiendo hacer más por el matrimonio ni por la desaparecida Blancanieves se despidió ofreciéndose a volver a tratar a la joven, cuando fuera hallada si así sucedía. Y haciéndoles notar como comentario experto, que no hizo más que aumentar la preocupación de los von Erthar, que si era encontrada muy posiblemente su estado mental sería notablemente peor, cualquier suceso traumático podía agudizar sus obsesiones, provocando mayores desvaríos.

  Dejando a los señores del castillo sumidos en la mayor de las angustias el galeno regreso al carruaje, ordenando al cochero retornar a su vivienda particular.

  Y con el galeno que tanto dolor había llevado sin pretenderlo a aquel noble hogar se iba también el hombre que hubiera podido aportar mayor información sobre el paradero de su hija y sobre lo sucedido tras partir de allí cinco días atrás.

  El cochero.

  El mismo, que días antes condujo al guardián de María Sophia hasta el castillo para luego trasportar a este y a la chiquilla rumbo a la villa, era el hombre que ahora llevaba al galeno.

  En aquella zona disponían de pocos carruajes y solo aquel cochero se ocupaba de los trayectos que incluían el bosque. Eran sendas difíciles y pocos, en ese oficio, las dominaban lo suficiente como para arriesgarse a meter en la espesura su valioso carruaje y sus caballos que además de caros, eran de patas delicadas.

  Pero el condestable, cuando con todo el temple
que pudo reunir acompaño al galeno hasta el carruaje, no reconoció al cochero, en su momento no había prestado atención al individuo y una vez más ignoraba su presencia.

  Y el cochero, como nadie le había comentado ni preguntado sobre el asunto y no era hombre curioso, arreo a los corceles y marchó del castillo sin saber que podía haber ayudado a los von Erthal y que la muchacha que él daba por sentado que había sido encontrada al poco de escaparse por la foresta, seguía desaparecida.

  El padre de María Sophia corrió a la alcoba de su esposa buscando su apoyo y dispuesto a consolarla cuanto pudiera.

  — Escribiré una misiva pidiendo a mi amigo el capitán Maximiliam que venga lo antes posible —le dijo a la afligida Condesa.

  Por sus numerosas misiones diplomáticas, el condestable que siempre debía ir adecuadamente escoltado, tenía estrecha amistad con varios cargos militares y ahora estaba dispuesto a hacer uso de todos sus contactos para conseguir hallar a su querida y enferma hijita.

  — Él y sus hombres nos ayudaran y si fuera necesario recurriré al mismo rey —declaró abrazando a su mujer— la encontraremos pronto y ya verás cómo estará sana y salva.

  — Ruego al señor por que así sea —balbuceo la Condesa entre sollozos.

  El capitán Maximiliam se persono con premura en el castillo de su estimado amigo, preocupado por su ominosa y misteriosa epístola.

  En cuanto el matrimonio le informo de su reciente desgracia no dudó, como había imaginado el condestable, en ofrecerse a buscar con sus mejores hombres a la muchacha extraviada.

  Con los datos proporcionados por el galeno, a los von Erthal, el militar acompañado por su tropa, comenzó la investigación dirigiéndose al domicilio del sirviente que recogió a Blancanieves del castillo.

  En realidad era la casa de la hermana de este, la cual vivía allí con su esposo e hijos y permitía al hombre quedarse con ellos en las épocas que se hallaba sin trabajo.

 

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