by Maria Parra
Se entregaría gustoso a su cuidado con tal de volver a ver sus ojos brillantes, su dulce sonrisa o sus pequeñas y aterciopeladas manos.
Exhaló un suspiro notando como un nudo se formaba en su garganta por la congoja, cuando de pronto el caballo se encabrito asustado.
Un jabalí se había cruzado por el camino y el equino instintivamente se puso en alerta.
Jacob volviendo a la realidad intento serenar al animal mientras el jabalí gruñendo y tan asustado como el jamelgo intentaba desesperado llegar al otro lado y ocultarse en la espesura.
Pero aquellos gruñidos perturbaron aun más al caballo que echó a correr enloquecido.
El muchacho intentaba frenar al animal sin éxito, el carro iba muy deprisa, demasiado para un vehículo tan sencillo.
Preocupado por el cuerpo de Blancanieves, mientras seguía tirando de las riendas con todas sus fuerzas volvió la mirada a la parte de atrás donde el cuerpo daba botes bajo la manta de un modo espantoso.
Como el chico tenía la cabeza vuelta no pudo ver a tiempo la pronunciada curva del camino que tenían frente a ellos. Y apenas se dio cuenta de nada cuando el animal no pudo, enervado como se hallaba, girar correctamente provocando que el carro volcara.
Jacob notó como caía de pronto mientras el agudo relinchar del caballo llenaba el aire.
Todo se tornó negro a su alrededor.
Tras unos instantes recupero la consciencia y frotándose la cabeza consiguió salir del carromato que se hallaba ahora volcado de lado en mitad del camino.
De improviso, consciente de lo sucedido liberó con premura al caballo de las correas que desesperado luchaba por volver a ponerse en pie, para después correr hasta Blancanieves.
Había caído del carro y su cuerpo yacía ahora sobre la tierra, medio cubierta por la manta.
Se lanzó precipitadamente hacia ella, la cara estaba destapada y volvió a echarse a llorar desconsolado al contemplar una vez más su pasmosa belleza. La apartó con suavidad la tierra de la cara, aun seguía cálida, mientras sus lágrimas se estrellaban contra la manta.
Perdóname Blancanieves, debería haber estado más atento al camino. Te colocare a un lado y pondré la carreta bien. Luego seguiremos nuestro viaje.
Entonces la tomó con cuidado en brazos.
La cabeza de la muchacha cayó a un lado y de su boca salió un pedazo de manzana.
El trozo de la drogada fruta se le había atragantado, quedando atorado en mitad de la garganta impidiéndola respirar bien y el efecto somnífero paralizó su organismo haciéndola parecer muerta pero el accidente y el bruco movimiento habían logrado desencajar el pedazo de manzana.
Y ahora ante sus asombrados ojos Blancanieves comenzaba a recuperar el sentido.
Jacob no podía creerlo, estaba viva.
La miró con ternura a través de nuevas lágrimas que empañaban sus ojos, esta vez de júbilo. Luego, la deposito con delicadeza en el suelo y movido por un irrefrenable impulso, con el corazón desbocado la beso en los labios.
Ella aturdida, sin saber ni donde estaba ni que había sucedido no se resistió al gesto de cariño de Jacob disfrutando de la dulce sensación que le produjo aquel beso. El primer beso que le daban en su vida. Y no había sido su perfecto príncipe sino un simple muchacho.
Al cabo de unos instantes el mudo joven se apartó algo abrumado y muerto de vergüenza se enderezó un poco, totalmente ruborizado.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó ella aprovechado la separación mientras observaba a su alrededor comenzando a sentir un ataque de angustia.
Estaban fuera y no veía la cabaña. Se estaba asustando.
María Sophia necesitando algo a lo que aferrarse que la hiciera sentirse mejor se abrazó a él como había hecho cuando los chicos la atacaron la anterior vez.
Jacob sonrió complacido atrayéndola un poco más hacia si, ansiando volver a besarla.
Una vez más no se pudo contener y volvió a besar sus rojos labios.
Blancanieves notó el dulzor del nuevo y cálido contacto propagándose por su cuerpo como una suave marea, al tiempo que sus nervios comenzaban a apaciguarse cual océano que tras una fragorosa tempestad regresara a la calma.
Un poco después, Jacob recuperando la compostura y sin saber como se había obrado aquel milagro pero sin importarle lo más mínimo, la ayudó a levantarse e intentó explicarla con signos lo que la había pasado.
Durante el transcurso de aquellos meses, la chica había conseguido ir aprendiendo el significado de algunos de esos gestos suyos y comenzando a recordar lo sucedido en la casa acabó comprendiendo.
Se quedó aun más confusa, sin saber como reaccionar ante aquel nuevo atentado.
El chico recuperándose un poco de la increíble alegría y volviendo al mundo real le pidió a la jovencita que le soltara unos momentos para poder poner el carro bien y volver a atar al equino que más tranquilo deambulaba por la zona rumiando la hierba.
Blancanieves le soltó a regañadientes, pero lo hizo.
Y mientras Jacob se peleaba por poner el carromato en su posición correcta sin romper ninguna rueda y sin verse atrapado por el peso, era un trabajo para al menos un par de hombres y él debía hacerlo solo, la muchacha observaba algo aprensiva en derredor.
Cuando el joven logró colocar correctamente el carro y volver a atar el caballo se giró hacia ella con una brillante sonrisa, al tiempo que jadeando a causa del esfuerzo se secaba el sudor de la frente con la manga de la camisa.
Ya está.
Observó el miedo en los hermosos ojos de su amada y le hizo gestos indicándola que no pasaba nada.
Ya ves, siempre tienes miedo a estar fuera y aquí estas, sana y salva.
Jacob le ofreció las manos, risueño. Ella las tomó y juguetón tiró de la chica para luego abrazarla.
La jovencita aceptó el contacto, le daba seguridad tenerle tan cerca pero más que pensar en sus gestos de cariño pensaba en que deseaba volver a la cabaña.
— Vámonos ya —le pidió.
Jacob afirmó con la cabeza y recuperando la compostura, la ayudó a subir al pescante.
Ya tomaba las riendas e iba a ordenar al caballo marchar de vuelta cuando el chico se dio cuenta de algo.
Cuando la creía muerta la conducía junto a su familia, ahora que estaba de nuevo viva y en el exterior tal vez quisiera volver con ellos. Estaban a medio camino, si ella quería podían proseguir hacia el castillo.
Se explicó lo mejor que pudo a través de los signos.
Volver con padre y la condesa pensó ella confusa.
— No —negó al poco moviendo la cabeza y encogiéndose un poco en el asiento, nerviosa— No quiero ir allí, llévame a la cabaña. Debó estar allí —murmuró apartando la mirada y fijándola en un punto indefinido del camino.
Durante aquellos meses había mejorado notablemente pero sus ensoñaciones y la imagen de aquel príncipe al rescate no se habían esfumado del todo de su mente. Y tampoco podía olvidar al hombre terrible y como su padre la entregó a él.
Mas a pesar de su enfermedad, no ignoraba que no había sido rescatada por su príncipe soñado, sino por aquel imperfecto muchacho que la había vuelto a salvar por tercera vez.
En realidad Jacob no había podido hacer nada por ella y su recuperación tan solo fue obra de la casualidad, siempre que se crea en las casualidades, pero para ella era su humilde, imperfecto y algo sucio salvador, pero salvador, al fin y al cabo.
Y ello le hacía verle aun un poquito más agradable.
Mientras regresaban a la vivienda la chica tan silenciosa como su acompañante se tocaba los labios recordando aquellos besos.
Jacob la lanzaba miradas furtivas cada poco, con el rostro resplandeciente y el corazón dando brincos de alegría.
Cuando atravesaron el umbral de la casucha, los chiquillos se quedaron estupefactos al ver a Blancanieves vivita y coleando, esperaban ver al ejército dispuesto a apresarles no a la muchacha que creían muerta.
El pequeño Wilhelm se lanzó a abrazarla lleno de júbilo y sin hacerse preguntas.
Los demás
sin embargo, se hacían muchas.
— ¿Cómo?
— ¿Qué es eto?
— ¿Ta viva realmente?
Y así incrédulos asaltaban a Jacob con mil preguntas.
El muchacho animó a María Sophia a sentarse y descansar un poco mientras disfrutaba de la compañía del niño.
Luego intentó resolver los interrogantes de sus compañeros que realmente no podía responder. No sabía que había pasado, solo que milagrosamente había vuelto a la vida y que seguía eligiendo vivir allí, con ellos, con él.
Los chicos suspiraron aliviados al comprender que habían salvado el pellejo. No estaba muerta y por tanto nadie iría a por ellos para ahorcarles. Pensaron en Christian y en cómo podrían encontrarle para avisarle de que ya no necesitaba huir pues no había cometido realmente un asesinato. Pero no tenían ni idea de donde podría encontrarse en esos momentos.
Jacob, aun estando tan alegre les recordó lo sucedido indicándoles que le debían algo a la joven.
Ellos comprendiendo, agacharon la cabeza avergonzados y acercándose a Blancanieves le pidieron disculpas por no tener el valor de impedir que la hicieran daño. Prometiendo que jamás volverían a hacer nada contra ella. Ahora sí que habían aprendido la lección y bien aprendida.
Jacob pasó el resto del día sin separarse un momento de la muchacha. Los chicos incómodos optaron por irse a dar un paseo y al caer la noche tan solo un par de horas después cenaron y se fueron a dormir.
Esa noche pudieron descansar como nunca, aunque sintiendo la ausencia de su compañero Christian.
Sin embargo, Jacob se mantuvo en vela. No quería cerrar los ojos por si todo resultaba ser un sueño, temía al despertar encontrar a Blancanieves de nuevo muerta.
La jovencita, en cambio, agotada por las emociones se quedó enseguida dormida.
Mientras la observaba embelesado, acariciando con suavidad sus cabellos de ébano, sintiéndose flotar pensaba en cuanto la quería y en que esperaba no volver a perderla nunca más.
Pero llegó la mañana y con ella, el momento de volver a su rutina habitual. Los chicos debían ir a la mina.
Jacob la estrechó entre sus brazos resistiéndose a separarse de la muchacha pero sabía que no podía quedarse, su jornal era necesario y más ahora que Christian no estaba.
María Sophia aceptó sus gestos de cariño y le vio partir sintiendo un extraño desasosiego en su interior al separarse. Una tristeza que no la había asaltado hasta el momento.
32
En cuanto el capataz vio aparecer a Jacob, preocupado le interrogó intentando averiguar si lo que fuera que le había apartado a él y a los demás muchachos, de la mina el día anterior se había resuelto sin problemas.
El chico, agradeciendo profundamente su interés y devolviendo el carro le aseguro que ya estaba todo bien. Por supuesto, no desvelo nada, tan solo le explicó que Christian se había marchado y no sabían si volvería.
El señor Grimm lamentó perder a un buen trabajador pero se alegró de ver a su pupilo con el ánimo restablecido.
Sin embargo, Jacob pasó la jornada luchando por alejar la imagen de Blancanieves que se colaba en su cabeza para poder concentrarse en su labor. Pero no obtuvo ni el más mínimo éxito en su empresa, no hacía más que pensar en ella en todo momento.
Le preocupaba haberla dejado sola y la echaba tremendamente de menos.
El señor Grimm notó sus constantes despistes pero se los pasó por alto deduciendo que serian causados por lo que le hubiera sucedido, esperando que pronto volviera a ser el de siempre.
A Jacob las horas se le hicieron increíblemente largas. No podía esperar a que llegara el momento de regresar junto a la jovencita. Y cuando salió del despacho, libre al fin, casi corría hacia la cabaña de las ganas que tenía de volver a verla, como si llevaran años separados en lugar de unas horas.
Al alcanzar la vivienda y verla fuera aguardándole, retomando la costumbre que hasta el suceso de la noche anterior habían seguido, se lanzó a abrazarla fervoroso.
No puedo volver a separarme tanto tiempo de ella se dijo convencido mientras la retenía entre sus brazos.
Blancanieves aceptó el abrazo al tiempo que se dibujaba una dulce sonrisa en su hermoso semblante.
Luego, el chico la besó lentamente, como si tuvieran todo el tiempo del mundo por delante. Nuevamente María Sophia aceptó su cálida demostración de afecto.
Cuando sus labios se separaron, con cierta reticencia por ambas partes y Jacob recupero la compostura, cruzaron juntos el umbral de la casa y cenaron. Los demás hacía rato que dormían.
Mientras el muchacho mordisqueaba las humildes viandas sin dejar de admirarla pensaba el modo de evitar una nueva y larga separación. Ya no podía conformarse con disfrutar de su compañía un rato cada noche. Quería más y habría de hallar el modo de conseguirlo.
Aquella noche apenas pegó ojo pero al amanecer ya tenía claro cómo actuar. La dificultad estribaría en conseguir convencer a Blancanieves.
Él no podía abandonar su trabajo, seguían sin tener dinero suficiente ahorrado para irse en busca de un futuro mejor, así pues lo que haría sería llevarse a la joven a la mina.
Por supuesto, en la mina no se permitían chicas y no podía olvidar que tal vez el ejército siguiera buscándola, de modo que habría de hacerla pasar por un muchacho. Ya vestía ropas masculinas pero necesitaría algunos cambios más para que diera el pego.
Jacob, no pensaba hacerla trabajar en la explotación minera, claro está, pero podría convencer al capataz para que la dejara ayudarle en la oficina, colocando papeles, llevando recados y cosas semejantes. Además, al llevarla con él podría conseguir que el señor Grimm le diera algunas lecciones básicas de lectura y escritura. Luego él la ayudaría a perfeccionarse.
Pero sabía que para su amada lo más complejo sería estar en espacios abiertos, salir de la cabaña aunque lo iba tolerando, le costaba un considerable esfuerzo, alejarse de su refugio tanto e ir a un lugar extraño donde estaría rodeada de desconocidos no la haría mucha gracia.
Cuando los chicos se levantaron Blancanieves aun continuaba entre los agradables brazos de Morfeo y Jacob aprovechó a escribirles una nota detallando su plan para convertirla en un joven minero.
— ¿Por qué quies llevátela a la mina? —inquirió desconcertado Karl al leer el mensaje.
— ¿No creerás que si la dejas sola la vamos a hace daño o algo? —saltó luego Ludwig— Hemos aprendió la lección requeté bien —aseguró.
Jacob negó con la cabeza y como pudo les confeso algo cohibido sus sentimientos hacia la chica y como se sentía incapaz de separarse de ella.
Estos no entendían eso del amor pero hacía tiempo que les había quedado claro que su compañero estaba embobado con Blancanieves.
Los chiquillos se mostraron reticentes.
— No sé yo si conseguirías convencela de sali pero aun así ¿Qué pasa si descubrieran que en realidad es una chica? —interrogó Achim.
— Pues que la echarían y a nosotros nos harían muchas preguntas que a ve como contestábamos —respondió Ludwig.
Jacob insistió en que nadie se enteraría, estaría siempre con ella y se aseguraría de que nadie notara nada raro. Además, puesto que en las minas solo trabajaban hombres nadie ni se plantearía que pudiera haber una chica disfrazada entre ellos.
Los muchachos rezongaron un rato pero Jacob les recordó que se lo debían por todo lo que él les había perdonado, así pues, suspirando resignados y esperando no meterse en ningún otro lio, aceptaron ayudarle, tanto a convencer a Blancanieves como a encubrir su verdadera identidad.
Obtenido el apoyo de sus compañeros Jacob despertó a la muchacha con dulzura. Sonriente la ofreció el humilde desayuno mientras con gestos la indicaba que quería comentarla una cosa y de ahí que la hiciera madrugar.
Ella medio entendió y se les quedó a todos mirando intrigada. Entonces los chicos pasaron a explicarla lo que Jacob quería hacer.
— ¿Yo ir a la mina como si fuera un chico? —interrogo María Sophia desconcertada tras la expl
icación de los traductores que tampoco se supieron explicar muy bien.
Jacob la tomó de la mano y esbozó una sonrisa, animoso.
— ¿Quieres que trabaje en ese sitio? —volvió a preguntar confusa.
Ella no había trabajado en su vida, ninguna señorita de su posición se veía en tal necesidad y la confundía tremendamente aquella absurda petición.
El muchacho lanzó una significativa mirada a los demás mozalbetes para que detallaran mejor su idea.
— Solo tarías con él en la caseta del capata, entre papelajos y eso, eso no es trabaja —aclaró Achim.
Blancanieves pareció quedarse algo más tranquila y volvió a mirar a los ojos a Jacob.
— Pero ese sitio está lejos ¿verdad? Y ahí fuera —dijo señalando con un cabeceo una de las ventanas de la cocina.
El chico la apretó un poco más la mano.
Yo estaré contigo y sé que puedes superar tu miedo le dijo con una mirada cargada de amor.
Ella entendió y suspiró aceptando el complejo desafío.
— Pero soy una doncella —observó viendo imposible que aun si ella aceptaba enfrentarse a su miedo al exterior la gente se creyera que era un varón.
Jacob en respuesta la dio un fugaz beso en la mejilla y soltándola la mano se levantó y fue hasta un cajón del que tomó algo.
Al regresar junto al grupo, con una sonrisa segura, mostró unas tijeras.
Con el pelo corto ya no parecerás una chica.
Blancanieves adivino sus intenciones y alarmada se llevó las manos a su hermosa melena negra.
— ¿Mi pelo? —preguntó angustiada.
Los cabellos eran todo un signo de feminidad. Su madre la había cuidado el pelo con primor y ella siguió con aquella costumbre tras perderla. Toda perfecta princesa debía tener una hermosa melena.