by Maria Parra
Jacob se volvió preguntándole entre signos que la sucedía.
— El retrato, he perdido el retrato —le explicó sintiendo como el pánico la invadía y comenzaba a temblar. Mucho más asustada de lo que había estado dentro de la mina.
El joven viéndola tan alterada de pronto, temiendo que sufriera uno de aquellos extraños ataques que creía habían quedado atrás, la apartó un poco, conduciéndola a un lugar más discreto para luego intentar averiguar bien que la sucedía.
— He perdido el retrato —repitió Blancanieves mientras las lágrimas comenzaban a escaparse de sus parpados.
Jacob le indicó que debía de haberse roto el lazo y caído en alguno de los túneles.
— Entonces ve por él —le rogó ella, temblorosa.
¿Por qué te importa tanto? No es más que la pintura de un niño, ese príncipe no ha hecho nada por ti, soy yo quien te ha cuidado y ayudado. Ahora estás conmigo ¿aun no lo has olvidado? pensó sintiendo una punzada de dolor.
El chico le explicó por signos que sería muy difícil encontrar algo tan pequeño en aquel lugar, estaba demasiado oscuro y podía haber quedado oculto tras alguna piedra.
Pero ella siguió insistiendo.
— Por favor, tráemelo —le suplicó sin dejar de sollozar.
Preocupado por su estado a pesar del disgusto que sentía hacia aquel objeto, aquella imagen, aquel príncipe que estaba claro que seguía grabado en el corazón de su amada, cedió a su deseo aun sabiendo que era muy probable que no lo hallara.
La pidió que se calmara, que se lo traería.
— Gracias —susurro Blancanieves enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano.
Su pulso descendía progresivamente.
Le hubiera abrazado pero temió que alguien les descubriera.
Jacob, viéndola un poco mejor la pidió que regresara a la caseta e informara al señor Grimm de cuantos datos habían obtenido en la mina. El chico la había incitado a escuchar atenta cuando los mineros le decían tal o cual cosa sobre el trabajo y así ella, con su voz de chico, por supuesto, que cada vez le salía mejor, podría trasmitírselo al capataz sin necesitar hacerlo por escrito como se veía obligado a hacer siempre el muchacho.
Blancanieves, respiró profundamente y afirmó con la cabeza.
Se encaminó pues a la caseta mucho más tranquila, convencida de que Jacob encontraría el retrato y en un rato volvería a estar en sus manos.
Entre tanto, el joven resignado y sintiéndose un poco herido se interno de nuevo en los túneles de la mina.
La muchacha trasmitió el completo informe al señor Grimm explicándole que Jacob seguía en la mina comprobando una cosa, por supuesto no podía decir lo que hacía realmente.
El hombre se sintió satisfecho con el informe y viendo como Philipp empezaba a tomar nuevas atribuciones. Después le indicó que podía seguir con sus deberes y él siguió a lo suyo.
Bastante rato después, uno de los mineros irrumpió en el despacho sumamente alterado. Acababa de producirse un derrumbe en uno de los túneles inferiores.
El señor Grimm salió corriendo a reunirse con los demás hombres en la mina para ver donde había sucedido exactamente y si había quedado algún hombre atrapado.
El corazón de Blancanieves dio un vuelco al oír al excitado minero.
— Jacob —susurro al darse cuenta de que aun no había regresado.
Por favor todo poderoso, que no esté aun allí abajo, rogó en silencio sintiendo como el terror se adueñaba nuevamente de ella.
Reaccionando fue tras el capataz y se introdujo entre la maraña de hombretones que salían por la bocamina entre toses.
Angustiada se puso a gritar el nombre del muchacho buscando entre los mineros y preguntando a unos y otros si lo habían visto, pero allí no estaba y nadie parecía haberle visto salir.
— ¡Philipp! —llamó a gritos Achim luchando por llegar a ella.
Cuando logró alcanzarla, la llevó junto a Hans, Ludwig y el pequeño Wilhelm que se habían reunido momentos antes.
— Jacob estaba en los túneles —lloró María Sophia.
— Karl tampoco ha salio —le informó con pesar Ludwig— y tampoco se ha visto al resto de su cuadrilla.
Wilhelm se abrazó a la muchacha sollozando en silencio temiendo por ellos. Los demás chicos se quedaron en silencio con el rostro demudado. Sabían que estas cosas podían pasar y por desgracia pasaban demasiado a menudo. De momento, solo podían esperar.
Tras un angustioso rato el señor Grimm, pálido y con sus cuidadas ropas cenicientas por el polvo, regresando de los tuneles acompañado por los mineros más veteranos hizo callar al preocupado grupo de hombres y chicos para darles más datos de lo sucedido.
Como los chiquillos habían supuesto parte de la galería en que la cuadrilla de Karl estaba trabajando, uno de los más inseguros, había sufrido un derrumbe dejando atrapados a seis hombres entre los que suponían debía encontrarse Jacob pues no le habían localizado por el resto de la mina. Aun no podían saber el estado de los hombres, si seguían con vida mas mantendrían la esperanza hasta poder despejar la zona de escombros.
Blancanieves se echó a llorar, si cabe, más desconsolada. Jacob había quedado atrapado por su culpa por ir a buscarle el pequeño retrato de ese príncipe con el que tanto había soñado pero nunca conoció en persona y ahora por culpa de su estupidez podía perder a la única persona que realmente la hacía feliz.
En aquellas terribles circunstancias comprendió al fin algo en lo que consciente o inconscientemente había evitado pensar, en que le amaba. Había aceptado sus muestras de afecto aquellos meses pero sin meditar el por que lo hacía o que sentía por aquel jovencito que tan desagradable e imperfecto le pareció al principio.
36
Como sucedía siempre en estas trágicas ocasiones, el señor Grimm pidió voluntarios para bajar al túnel afectado y comenzar los duros y peligrosos trabajos de desescombro. Podía suceder que al intentar llegar a los mineros encerrados, la inestabilidad de la galeria aumentara y se produjeran nuevos derrumbes que afectaran a los que habían ido a rescatar al primer grupo.
A pesar de los riesgos siempre se ofrecían multitud de mineros dispuestos a ayudar a sus compañeros en apuros y esta vez no sería menos.
Los chiquillos, incluido el pequeño Wilhelm gritaron a pleno pulmón ofreciéndose y luchando entre la maraña de hombretones para llegar hasta el capataz.
También Philipp se ofreció. Ahora ya no pensaba en el miedo que le producía aquel oscuro hoyo que se acababa de tragar a Jacob, tan solo en que estaba allí abajo atrapado por su culpa, tal vez muerto y que debía ir a buscarle. Perderle a él la asustaba más que mil tétricas minas.
Los muchachos se quedaron asombrados al ver como se ofrecía.
— No, tú queate aquí cuidando a Wilhelm —le intento disuadir Ludwig— es mu peligroso —le indicó.
— Quiero ir —replicó Blancanieves, decidida— vosotros vais a bajar y no pienso quedarme aquí, fue todo culpa mía —lloró con rabia.
Bajaría dijeran lo que dijeran.
Los chicos intercambiaron miradas preocupadas, sabían que Jacob nunca permitiría que ella se adentrara en la mina en una situación tan peligrosa.
— Si te dejamos ir Jacob nos mata —le explicó Achim intentando hacerla entrar en razón.
— Me da igual —renegó cabezota.
Y adelantándose se acercó más al capataz.
— Yo voy —le dijo al hombre con una seguridad inusitada.
El señor Grimm le observó atónito, no tenía experiencia, no era realmente un minero pero al mirarle a los ojos, descubrió su resolución pero también su dolor y sabiendo que existía una relación sentimental entre los dos jóvenes, consintió.
— Puedes venir —aceptó él— pero mantente cerca de tus demás compañeros —le susurró indicando con la cabeza a Hans, Achim y Ludwig, sabiendo que los chiquillos estaban bien preparados y podrían cuidar de Philipp.
— Gracias —musitó agradecida.
Así pues a los muchachos no les quedó otra que aceptar la
decisión del capataz.
— Si luego Jacob se enfada con nosotros al menos ya tenemos excusa, no fue decisión nuestra dejala ir —señaló Hans.
Se formó rápidamente el grupo de rescate. Los chicos se despidieron de Wilhelm que por mucho que quisiera ir a salvar a su padre adoptivo era demasiado pequeño para acompañarles.
Después, con los buenos deseos de los hombres que se quedaban en la superficie rezando por ellos y por cuantos estaban atrapados, se internaron en la mina con el equipamiento necesario.
Entre tanto, en las profundidades de la montaña los mineros atrapados se encontraban bastante ocupados.
El derrumbe pilló a todos por sorpresa pero por fortuna nadie había muerto. Si bien, Karl quedó atrapado bajo una enorme piedra que le oprimía el pecho dificultándole la respiración.
Ahora el resto de compañeros, entre los que se encontraba Jacob, intentaban con ayuda de su fuerza y de las herramientas que tenían a mano, quitarle aquella piedra de encima antes de que le aplastara la cavidad torácica.
Del bolsillo de Jacob colgaba el lazo del pequeño retrato del príncipe niño. Al final tras mucho rebuscar, justo cuando ya iba a abandonar la búsqueda por inútil, había encontrado el colgante de Blancanieves en el túnel donde Karl y su cuadrilla picaban.
Solo unos momentos después una de las paredes cedió dejándoles atrapados.
Era la primera vez que se encontraba en semejante situación pero no estaba asustado. No tenia tiempo de sentir miedo como les sucedía al resto de hombres, todos sabían que sus compañeros del exterior estarían haciendo todo lo posible por sacarles de allí lo antes posible. Igualmente, todos sabían, por experiencias pasadas, que unas veces conseguían llegar a tiempo hasta los mineros encerrados y otras veces no. Y que si no lo conseguían, aun habiendo salido ilesos del derrumbe podían perecer por falta de oxigeno.
Pero aquel no era momento de pensar en lo que pudiera pasarles dentro de unas horas, lo único importante era ayudar a Karl. Su camarada les necesitaba y ahí estarían todos con él hasta el final.
Mientras el grupo empujaba con todas sus fuerzas y Karl, apretando los dientes, resistía los dolores que aumentaban ante las maniobras de sus compañeros, Jacob pensaba en su amada.
Tenemos que salir de aquí, tengo que volver con ella.
Los hombres hicieron varios intentos por liberar a Karl pero la roca era demasiado pesada para ellos y sus tentativas le estaban causando más daño que bien.
— Chico, tendremos que espera a que vengan los demás a echanos una mano —le dijo uno de los mineros— no poemos solos pero no te apures, pronto tarán aquí —le aseguro intentando animarlo.
Karl, pálido como un muerto afirmó con la cabeza intentando hacerse el valiente.
Jacob permanecía junto a él dándole su silencioso apoyo.
— Al fina hizo bien Christian en largase —balbuceó Karl, con ironía, medio sonriendo, cada vez le costaba más respirar.
Tranquilo hermano, pronto te quitaremos esto de encima y estarás como nuevo en dos días.
Cuando el grupo de rescate llegó al lugar del derrumbe, echaron un vistazo a la estabilidad de la zona. Hecho esto, se pusieron manos a la obra. El tiempo corría y cuanto más tardaran en crear un acceso más dramática sería la escena que se encontraran al otro lado y ninguno de ellos deseaba tener que dar a esposas o madres la noticia de la muerte de un ser querido.
Antes de ponerse a picar y desescombrar gritaron llamando a los hombres por si por fortuna el muro de piedras que les separaba de los demás mineros no era muy grueso, pero no hubo suerte.
El señor Grimm que tomó un pico dispuesto a trabajar como el que más en aquel momento de necesidad, fue asignando a cada cual una labor. Unos picarían mientras otros echarían la tierra y rocas en los capazos que cargando a la espalda subirían hasta el exterior. A Philipp le ordenó sostener uno de los candiles y posicionar los otros en zonas donde les ayudaran a ver mejor lo que hacían.
Tan enclenque como era no hubiera hecho otra cosa que estorbar si le hubiera puesto a picar o a cargar con los escombros pero se imaginaba que el muchacho protestaría si le decía simplemente que se sentara en algún rincón y aguardara a que los demás hicieran el trabajo, así pues le encomendó esa sencilla tarea para tenerlo callado.
Aun así la chica abrió la boca para protestar, de pronto, se sentía capaz de rebelarse contra quien fuera, la embargaba una fuerza que jamás había experimentado.
— Haz lo que te dice el capata —la cortó Hans adivinando sus intenciones.
— Pero yo quiero ayudar, ahí dentro esta Jacob —protestó tozuda.
— Y así ayudas —le indicó el chico.
— Venga obedece, ya verás como pronto les sacamos a toos —intervino Achim.
A regañadientes cedió y se ocupo de iluminar con el candil donde los demás iban picando.
Al poco se dieron cuenta de que la tarea no sería nada fácil y les llevaría varias horas a pesar de esforzarse al máximo y tampoco había espacio suficiente como para que pudieran llamar a más mineros de la superficie para ayudarles.
Cuando Blancanieves vio a alguno de sus compañeros muy fatigado aprovecho a volver a insistir en lo de hacer una tarea que la hiciera sentirse más útil. Tal vez así no la agobiaría la culpabilidad por ser la causante de que Jacob estuviera allí atrapado.
Achim tras soportar un rato sus quejas consintió en dejarla llevar su capazo de mimbre.
— Adelante pero procura no llena mucho el cesto o no podrás luego con él —le indicó el chico tomando el farol, se ocuparía un rato de dar luz a los demás— no nos servirás de na si te partes la espalda por intenta carga de más —rezongó agotado— y luego ten mucho cuidao al subi y deja que los mineros de arriba te ayuden a tira la carga a la escombrera —finalizó rogando por qué no la pasara nada.
Ella agradeció los múltiples consejos y se puso a recoger los escombros con una de las palas como había visto hacer a los hombres, intentando no entorpecer el trabajo de los que seguían picando, hasta llenar su capazo hasta la mitad.
Enseguida descubrió por si misma lo pesados que eran aquellos cestos y eso que el suyo iba más ligero, al menos para una delicada constitución como la suya pero aun así sudorosa y apretando los dientes iba acarreando a la espalda la carga.
Puedo aguantar, se decía notando correr el sudor por su frente mientras caminaba sola por los túneles sin portar candil alguno que iluminara su camino, eran todos necesarios abajo, puedo hacerlo por Jacob.
Pensar en él ahuyentaba todos sus miedos, era su brillante luz entre las aterradoras tinieblas.
Tras un largo rato, milagrosamente y sumamente agotada, logró alcanzar la superficie donde los mineros que esperaban noticias corrieron a ayudarla mientras la bombardeaban con incesantes preguntas.
Les informo de lo poco que sabía, que era exactamente lo mismo que ya les habían contado los otros mineros que subieron a tirar escombros antes que ella. Se reunió unos breves instantes con el pequeño Wilhelm y al poco se volvió a internar en la mina rumbo a la galería del derrumbe, esta vez llevando con ella una lámpara que la facilito considerablemente el camino de vuelta.
Los chiquillos suspiraron aliviados al verla de regreso de una pieza.
Antes de que Philipp emprendiera un segundo viaje cargando con nuevos cascotes el señor Grimm ordenó a todos dejar lo que estuvieran haciendo y acercarse.
Acababan de lograr crear una pequeña abertura hasta el otro lado. Jubilosos todos pudieron vislumbrar la cara de uno de los mineros apresados.
La muchacha se abrió camino entre el grupo esperando ver el querido rostro de Jacob y se decepciono y asustó a parte iguales al no encontrarle.
— ¿Estáis todos bien? —se interesó el capataz.
— Tos menos Karl que ha quedao apresao bajo una roca que no poemos move y… —dijo bajando ahora un poco la voz— el chico ta cada vez peo —señaló.
Una nube de murmullos de preocupación se elevó.
— ¿Y Jacob? ¿Está ahí? —interrogó ansiosa Blancanieves.
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p; — Sí, chico ta con Karl —le tranquilizó el minero.
Ella suspiró aliviada y dejó que los demás la fueran arrastrando hacia atrás.
El agujero que habían creado aun era muy pequeño para permitir el paso de un hombre, ni siquiera un chico, de modo que se pusieron a la tarea de agrandarlo desde los dos lados.
Al llegar como al doble del tamaño hubieron de detenerse pues aquel improvisado muro amenazaba con moverse y destruir el angosto túnel que ahora al menos permitía la comunicación y el paso del aire.
— Necesitamos a uno de los chicos para pasar al otro lado —señaló el señor Grimm.
Ningún adulto podría atravesar aquel estrecho paso pero los chicos más jóvenes tal vez si pudieran.
— Iré yo —se ofreció presurosa Blancanieves.
— No, podría pasate algo —le advirtió Ludwig tomándola del brazo— Yo iré se ofreció el chico.
Pero el capataz ya estudiaba la constitución de los cuatro chicos y aunque Hans, Ludwig y Achim eran más jóvenes que la muchacha, ella por ser mujer tenía una estructura más fina y la espalda más estrecha.
— Ven aquí Philipp —llamó el hombre considerando que era el que tenía mayores posibilidades de lograr atravesar el conducto.
Los chiquillos resoplaron impotentes, no podían contradecir al encargado pero sabían que si a la chica le pasaba algo ellos estarían acabados. Jacob se encargaría de cortarles en pedacitos.
La única forma de detener aquello era decir que Philipp en realidad era una chica pero entonces se armaría una aun más gorda y aquel tampoco era momento de crear semejante escándalo. Así pues, lo único que les quedaba era rogar por que todo saliera bien.
— Vas a llevarte esta bolsa contigo —le informó el señor Grimm a Blancanieves— hay comida para los hombres y unas medicinas para el muchacho herido, Jacob sabrá usarlas. Una vez que pases intentaremos desde los dos lados agrandar el agujero pero por si fallara y se volviera a derrumbar todo que al menos tengan lo necesario para resistir unos días si hace falta —le fue explicando— Si sucediera eso te verías atrapado en el otro lado ¿lo comprendes? —le indicó apoyando una de sus manos en el hombro de la muchacha.