Night Journey

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Night Journey Page 3

by Maria Negroni


  No sé dónde escondemos el cuerpo. No sé cómo borramos las huellas. Sólo unas manchas de sangre persisten en el balcón. Raspamos y nada. ¿Qué haremos para que las visitas no vean? ¿Qué le diremos a Papá cuando venga? ¿Cómo ocultar este horrendo crimen? Una de mis hermanas llora. Otra habla de Orfeo y su cabeza bajando el río,

  cantando como oráculo.

  —Hemos sido tan necias —dice—. La soledad es el borde de todo corazón.

  Yo sigo fregando. Temo que no veremos más la luz.

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  The Father

  My sisters and I live in the attic of a bright and sun-filled house. Our father has come to visit. Our father and his dark face, he who was born on a ship and resembles happiness like a book cleaving to the inexpressible. We are honored to have him here: he does magic tricks, teases us with private jokes, tells stories that vary like the coast of Norway. But in a moment of distraction he slips and breaks his neck against the balcony. One of my sisters takes his head, now made of clay, and lovingly creates a work of art with it. She paints it.

  Sets it on a pedestal. I don’t know where we hide the body. I don’t know how we erase the marks.

  There are only a few bloodstains left on the balcony. We scrape and nothing happens. What to do, so that the visitors won’t see? What shall we tell Daddy when he comes? How to hide this

  atrocious crime? One of my sisters weeps. Another speaks of Orpheus and his head floating

  downriver, singing like an oracle.

  “We’ve been such fools,” she says. “Solitude is the edge of every heart.”

  I go on scrubbing. I fear we’ll never see the light again.

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  Diálogo con Gabriel I

  Gabriel, cuyo nombre proviene de la palabra

  sumeria GBR, nace del rocío cada mañana, es decir de la respiración de Dios. Su única labor, ciclópea, agotadora, consiste en cantar himnos de celebración.

  A diferencia de Metatrón, que parece vivir y no vive, Gabriel desgarra la noche por un instante de reconocimiento: no le pasa desapercibida la muerte.

  Su alma, doble, nos lleva de la mano y cambia el ruido por un canto y las flechas del movimiento por el batir ligero de las alas. Atempera como la experiencia y enseña penas triunfales, se pierde de sí en el aire y reaparece al amanecer cuando los lirios inmortales brotan, iluminan la tristeza del mundo.

  —No era capaz de leer lo que había escrito —le digo—. El poema era incesante, incomprensible.

  —Ah —se ríe Gabriel con fuerza—, no saber qué mensajes se envían al mundo. Eres una mujer vestida con la luz del sol.

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  Dialogue with Gabriel I

  Gabriel, whose name comes from the Sumerian

  word GBR, is born each morning from the dew, that is, from God’s breathing. His only task, cyclopean, exhausting, consists of singing hymns of celebration.

  Unlike Metatron, who feigns life without living, Gabriel rakes the night for an instant of recognition: death does not pass him by unnoticed. His soul, twofold, takes us by the hand and exchanges noise for a chant and the arrows of movement for the slight flapping of wings. He tempers like experience and teaches triumphal sorrows, loses himself in air and reappears at dawn when immortal lilies bloom, illuminating the world’s suffering.

  “I couldn’t read what I had written,” I tell him. “The poem was incessant, absurd.”

  “Ah,” laughs Gabriel forcefully, “not knowing what messages you send the world. You are a

  woman dressed in the sun’s light.”

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  Lido

  (a Visconti)

  La noche es rosada, el momento supremo en que se instala. Desde el borde, un poco más oscuro, que separa el mar del cielo, una piccola barca viene hacia mí mientras el muelle del Hôtel des Bains se mece en forma distraída. O a lo mejor soy yo la que se mueve hacia el centro del océano, yo la que espera del encuentro la corrección de algo. Concentrarse.

  La imagen no durará y una fotografía no probaría nada, ni siquiera la existencia de este mar de hule.

  ¿Qué vacío sostiene este paisaje? ¿Qué antinoche esta noche? El crepúsculo es el movimiento. Yo y la piccola barca, la excusa. Sólo quedará la bruma (o el recuerdo de la bruma), el eterno viaje sin objeto hacia una máscara siniestra. Ese gesto. Tadzio.

  Todo de película. Ya casi no se ve. Sin que yo lo notara, la barca ha desaparecido. Algo de mí se ha ido también, uno de mis rostros. Déjalo ir.

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  Lido

  (to Visconti)

  The night is rosy, the supreme moment at which it takes possession. From the somewhat darker border, which separates the sea from the sky, a piccolo boat approaches while the dock of the Hôtel des Bains rocks absentmindedly. Or perhaps I am what is moving toward the center of the ocean, the one who expects this encounter to correct something. To concentrate. The image will not last and a photograph wouldn’t prove anything, not even the

  existence of this oilcloth sea. What vacuum sustains this landscape? What antinight this night? Twilight is movement. I and the piccolo boat, the pretext. Only fog will remain (or the memory of fog), the eternal aimless journey toward a sinister mask. That gesture.

  Tadzio. Just like a movie. Already hard to see.

  Unnoticed, the little boat has disappeared. Something of me has gone too, one of my faces. Let it go.

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  La visita

  Cierto candor a la intemperie. La endecha controlada de la niña dulce, la dócil de sí —atuendo varonil, partidos de fútbol con Papá. Ciertas cosas fueron cedidas por las buenas. Mamá ha venido a visitarme.

  Ya dije que la saga familiar me aburre (pero me atormenta). Nos aprestamos a tomar el té. Mamá sabía cantar las muertes más tristes. Hubo —en algún tiempo— una devoción. Tenía un vestido a lunares.

  Abro el cajón de los cubiertos y aparecen cucarachas por doquier. Bajo las servilletas, en la alacena, sobre la mesa, en el piso: una verdadera invasión. Aterrada, busco la mirada de Mamá. Desde el lugar de los ojos, dos cucarachas rubias, enormes, me sonríen.

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  The Visit

  A certain candor, unconcealed. The little darling’s stifled whine, self-induced docility—tomboy gear, at soccer games with Daddy. Giving up without a fight. Mom has come to visit. I’ve already explained that the family saga bores (but

  torments) me. We prepare for tea. Mom knew

  how to sing the saddest deaths. There was—

  once—devotion. She wore a polkadot dress. I

  open the silverware drawer and cockroaches

  appear all over. Under the napkins, in the pantry, on the table, on the floor: a real invasion.

  Terrified, I look at her. From her eye sockets two blonde cockroaches, colossal, smile at me.

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  La guía telefónica

  Ese mar de plata hacia el que voy es un deseo viejísimo, tan viejo que no tiene nombre, como el asombro minucioso de existir. Sé que voy a caminar por la playa, que va a invadirme una ansiedad serena, como la de quien pide ser colmado, que voy a poseer, tal vez, lo que no tengo. (El viaje es la presencia de la ausencia.) Debo apurarme. Aún estoy en casa y el tren parte a las nueve.

  Termino de vestirme, cierro las maletas, abro la guía telefónica y busco allí la dirección de dos personas: Hildegard de Bingen y Meister Eckhart. (Tengo una cita con ellos, al llegar.) Entre indecisa y nerviosa, como quien sigue intuiciones que son memorias, me dirijo a Retiro. En el diario que llevo bajo el brazo, hay una foto del cuadro Los amantes de Magritte y tres enormes palabras blancas: CAGE/ BENEATH/ CLOTH.

  —Partículas rotas de luz —pienso—. Hambre del hambre.

  ¿Tendrá que ver conmigo esta ceguera?

  En ese instante, me doy cuenta que olvidé la campera. Y el libro que pensaba leer. Y no sé qué más. No puedo viajar así. Imposible. Necesito tiempo. Planificar mejor. Partiré cuando llegue el verano nuevamente, lo prometo, no perderé la humildad. (Oh, la noche pasa de largo. Algo se protege —con fu
ria— de la dicha.)

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  The Telephone Book

  The silver sea I am approaching is an old desire, so old it is nameless, like the detailed astonishment of life. I know I am going to walk along the beach, that a tranquil anxiety will invade me, like that of someone longing for repletion, that I am, perhaps, going to possess what I do not have. (The voyage is the presence of absence.) I must hurry. I’m still at home and the train leaves at nine.

  I finish dressing, close the suitcases, open the telephone book, and look for two addresses: Hildegard of Bingen and Meister Eckhart. (I have an appointment with them, when I get there.) Half doubtful and half jittery, prompted by memory, I head for Retiro Station. In the newspaper under my arm, there is a photo of Magritte’s The Lovers and three huge white words: CAGE/BENEATH/CLOTH.

  “Broken particles of light,” I think. Hunger of hunger.

  What does this blindness have to do with me?

  At that instant, I realize I have forgotten my jacket. And the book I meant to read. And I don’t know what else. I can’t travel like this. I need time. To plan ahead. I will leave when summer comes again, I promise, I will not misplace humility. (Oh, the night passing by. Something protects itself—ferociously—against joy.)

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  El mapa del Tiempo

  La enamorada del río se pasea en la cubierta de una ciudad que fluye. Premeditada y abstracta, como un romance de calles, tan parecida a la danza o a castillos ardiendo, la tristeza. Siempre quise ver y ser vista en la zozobra. Me gustó extraviarme en jardines eléctricos. El corazón hace lo suyo, se ensancha, trepa las escaleras de Platón, a veces lo ciega la codicia de crear.

  —¿Por qué estás triste? —pregunta una mujer de ojos claros y me señala algo. Es un globo terráqueo que puede desplegarse. Lo levanto y lo miro. Lo hago girar. Abro el mundo que empieza a

  transcurrir, a fluir sobre la gran pantalla de lo inexplicable. A deshacerse en mis manos como un canto inspirado, un archipiélago de silencios.

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  The Map of Time

  The woman in love with the river strolls the deck of a flowing city. Premeditated and abstract, like a ballad of streets, so like dancing or burning castles, sorrow. I always wanted to see and be seen foundering. I like to lose myself in electric gardens. The heart does what it will, expands, climbs Plato’s stairs, is sometimes blinded by the greed to create.

  “Why are you sad?” asks a clear-eyed woman,

  pointing to something. It is a globe that unfurls. I pick it up and examine it. Set it spinning. I open the world that begins to take place, to flow over the large screen of the inexplicable. To come apart in my hands like an inspired song, an

  archipelago of silences.

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  Napoleón II

  Una vez que pronuncio la frase «escribir es cosa de condenados», me transformo en mosca. Un hombre gigante, un coloso, quiere matarme. Yo también quiero matarlo. Le arrojo cuchillos pero éstos, por su tamaño exiguo, parecen plumas, apenas lo rozan. Por fin, le clavo un tenedor en la yugular. Las exequias serán fastuosas: he ordenado que se construya un sepulcro exquisito, acorde a su rango. Yo misma presido el cortejo, un séquito de príncipes nos sigue. Desde la carroza que va adelante, miro la cureña donde va El. Después, me veo desde el féretro: la parte inferior de mi rostro, sin afeitar, el rostro de un hombre avejentado. Casi una pestilencia cruza el aire.

  Vuelvo a mirar desde mí: ah París París, ahora que el coloso ha muerto, Yo soy el propietario de todo. (Los carruajes de mármol hacen ruido sobre los empedrados.) Me sobresalto al ver que el féretro se ha convertido en estatua. El Emperador va semisentado y lleva el sombrero tricornio. Una mujer se asoma detrás de El y me hace muecas de complicidad. Yo pretendo no ver, nadie debe verla, estoy muy intranquilo.

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  Napoleon II

  Once I pronounce the phrase “writing is a bitch,” I become a fly. An enormous man, a colossus, wants to kill me. And I him. I try throwing knives, but puny as feathers, they barely graze him. Finally, I plunge a fork into his jugular. His funeral will be opulent: I’ve ordered an exquisite sepulcher built, befitting his rank. I myself head the procession, a retinue of princes following. From the carriage at its head, I watch the hearse that transports Him. Later, I see myself from the coffin: the lower part of my face, unshaven, the face of a man old before his time. Something like a plague breezes by. I look with my own eyes again: Ah Paris, Paris, now that the colossus has died, I own everything. (The marble carriages resound over the pavements.) I am startled to see that the coffin has become a statue. The Emperor is half-reclining and wears the tricorn. A woman appears behind Him and winks at me,

  complicitly. I pretend not to see her, no one should see her, I am very uneasy.

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  Los amantes

  Un palacio perdido en un bosque tropical, pasillos que giran en círculos, calor de cigarras. Ella, los ojos dilatados, transparentes, un número en la mano izquierda, un chal blanco que esconde una paloma.

  Busca el furor, una historia que no dilapide el sufrimiento, que compense su único apuro: vivir. Sólo así tendrá sentido la lucha con el mundo. El, riesgoso y pálido, la observa de soslayo. Se queda mirando la paloma tiesa. De pie, distante, ella espera, quiere oír, extraer de esta pausa ciertos datos (de dónde viene, quién es), aguzar la memoria de lo que aún no existió.

  Por un instante, el amor es perfecto: son dos pájaros moviéndose hacia adentro de sí mismos, ocultándose mutuamente el destino, compitiendo a ver quién es más real. Pero en los gestos de él algo, de pronto, se demora. La sombra de una sombra lo atraviesa. Con cautela creciente, ella se va acercando. (Ya no es más que una figura lívida.) Entra un sol acuoso. Amanece el viento. Ah, la quietud siempre triunfa. La cuerda de ambos muñecos ha dejado de girar.

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  The Lovers

  A palace lost in a tropical jungle, corridors running in circles, cicada heat. She, her eyes wide, transparent, a number on her left hand, a white shawl hiding a dove. She is after furor, a story that won’t squander suffering, that will satisfy her only urgency: to live. Only thus will her struggle with the world make sense. He, risky and pale, casts sidelong glances at her. Gazes at the motionless dove. On foot, remote, she waits, wants to hear, to extract certain facts from this pause (where he’s from, who he is), to refine the memory of what has not yet existed. For an instant, their love is perfect: they are two birds moving inward, mutually concealing their destiny, competing to see who is more real. But in his gestures, suddenly, something slows down. The shadow of a shadow runs him through. With

  growing caution, she approaches (no more than a bloodless figure now). A watery sun enters. Wind dawns. Ah, stillness always triumphs. The spring inside the two dolls has wound down.

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  Los ojos de Dios

  Estoy en el jardín que rodea mi casa. Sé que el ruido que hago al caminar —crujido nítido sobre hojas secas— no me está destinado; también, que no saber es parte de un diseño. Se oye un ruido cargado de sombras y mortalidad. Aparece un hombre

  luminoso. (Mi oscuridad lo ilumina.)

  —Te he visto en otro sueño —le digo—. ¿Por qué no me amaste entonces?

  Como si quisiera probar algo, el jardín crepita y devuelve los pliegues de esa voz.

  —Eras muy joven —dice—. Sólo el corazón puede bajar abrupto hacia la piedra. Escribir en el espacio mudo entre palabras. ¿Conoces la calamidad? ¿Los siete lados de la luz? ¿Las esferas de estrellas fijas?

  Escucha: la casa no existe. Sólo el jardín, el muro, los tapices. Objetos que tal vez puedas amar hasta volverlos, también, invisibles.

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  The Eyes of God

  I am in the garden that encircles my house. I know that the noise of my footsteps—an unmistakable rustling over dry leaves—is not meant for me; also, that I am not meant to know. At a sound charged with shadows and mortality a luminous man

  appears. (My darkness highlights him.)

  “I saw you in
another dream,” I say. “Why didn’t you love me then?”

  As if trying to prove something, the garden

  crackles and echoes the pleats of that voice.

  “You were too young,” he answers. “Only the

  heart can plunge toward stone. Write in the mute gap between words. What do you know of ruin?

  The seven facets of light? The spheres of the fixed stars? Listen: this house does not exist. Only the garden, the wall, the tapestries. Perhaps you will learn how to love them, too, into invisibility.”

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  El caballo blanco

  Del antiguo furor no quedaban sino algunos

  edificios con ventanas tapiadas, unas cuantas cofradías de seres obstinados, un puñado de

  adivinos. Así era nuestra isla. Decidimos dar un paseo por el borde y nos zambullimos en el collar de agua, ese canal que rodea a la ciudad y nos llega hasta el pecho. La isla es pequeña. Sus tardes apacibles, de satén. Sus puentes, de luz. Por eso, cuando vemos a ese caballo blanco de largas

  crines alzar las patas en el agua como encabritado o jugando, no sabemos qué hacer. El caballo

  traerá la noche y borrará las curvas de la isla. Oh no, no otra vez. La pregunta, abrupta como un sable: ¿Todavía existimos? ¿No ha cesado el

  aburrido vaivén desde y hacia lo que parece real?

  ¿Algo empieza a construir cosas? ¿A refugiarse de sí en la conciencia? No, otra vez no. Morir no es vivir. No puede ser lo mismo. Nos damos vuelta, dejando el caballo atrás, como un ultimatum.

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  The White Horse

  Of the old furor nothing remained but occasional buildings with walled-up windows, a few secret societies of the obstinate, a handful of seers. That was our island. We decided to walk around it and dived into the necklace of water, that canal that surrounds the city and reaches up to our chests.

 

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