Esto era algo que Ras no lograba comprender. Volvió a pedirle que aclarase el significado de sus palabras, y Boygur volvió a repetírselas. Insistió en que no estaba loco. Sabía que en esta Tierra particular y en este universo particular no había ninguna criatura como Tarzán de los Monos, John Clayton, lord Greystoke. No había «grandes monos» que utilizaran un lenguaje; los gorilas, los monos y los babuinos no hablaban; los gorilas no eran agresivos ni violaban a las hembras humanas; los leones vivían en la sabana o en los semidesiertos, y no infestaban la jungla; y no existía ninguna ciudad perdida con seres medio simiescos que descendieran de unos colonos de la vieja Atlántida.
Al menos, no en este universo. Pero había universos paralelos, mundos que existían en el mismo espacio ocupado por este mundo pero en «ángulo recto» con él. Y en uno de esos universos, quizá en más de uno, todos ligeramente diferentes entre sí, había una Tierra como la que Burroughs había descrito en sus libros. Esa Tierra era similar a la nuestra, salvo en aquellas diferencias, que no resultaban demasiado grandes. Burroughs sabía de su existencia porque poseía una llave psíquica con la que llegar hasta ella, y había oído la historia de Tarzán de labios del mismísimo Héroe en persona. Algunas veces las puertas que había entre los mundos quedaban abiertas, y entonces Tarzán y otros seres cruzaban por ellas y le narraban sus historias a Burroughs. Y Burroughs hacía que las historias transcurrieran en esta Tierra y en este universo para conseguir que le resultaran atractivas a la gente de la Tierra. Naturalmente, no decía nada sobre la existencia de los universos paralelos, y por eso Boygur había decidido crear su propio Héroe, modelado según el Héroe del Maestro. Y ahora Ras le comprendía, ¿verdad?
—No—dijo Ras—. No entiendo nada o casi nada de lo que dices.
Yusufu había oído la misma explicación de Boygur y ya se lo había contado a Ras, pero no logró hacer que las cosas quedaran más claras.
—Algún día lo entenderás —dijo Boygur—. Aún no has sido educado o, al menos, no en lo que ese mundo que se pretende civilizado llama educación. Pero ahora poseerás tu herencia, lo que es tuyo por derecho de nacimiento. Eres un lord inglés, un vizconde. En cuanto el mundo sepa de tu existencia, recuperarás el título de tu primo. Es una pena que tu primo vendiera el castillo de los antepasados y sus propiedades para pagar los impuestos. Si lo hubiera sabido a tiempo, yo los habría comprado y los habría conservado para ti. Pero, de todas formas, no creo que quisieras vivir en Inglaterra, ¿verdad que no? Preferirías vivir en una plantación de Africa, ¿verdad? Naturalmente, Africa ya no es lo que solía ser. Ahora ya queda poco espacio para un hombre blanco. Pero tú podrías construirte un imperio propio, quizá quedarte en este valle, convertirte en rey de los sharrikt..., son una raza perdida y viven en una ciudad perdida dentro de un valle desconocido..., o...
El anciano empezó a balbucear.
Ras pensó en lo que le había contado Yusufu. En alguna parte de aquel nebuloso país situado fuera de este valle, en una ciudad llamada Pretoria, en un país llamado Sudáfrica, habían vivido un hombre muy apuesto y una mujer muy hermosa. El hombre era el segundo hijo de un lord del norte de Inglaterra, y había venido a Sudáfrica para llevar una nueva vida después de una gran guerra. Su hermano mayor había heredado el título después de que el padre muriese.
Ivor Montaux-Tyger Thorsbight se había casado con la hija de un barón escocés, otra emigrada como él, y los dos tuvieron un hijo. Y el bebé había sido secuestrado por Boygur cuando sólo tenía un año porque cumplía todos los requisitos exigidos por él. Descendía de la nobleza inglesa, y tenía el cabello negro y los ojos grises.
El bebé fue traído al valle y entregado a los cuidados de una hembra de gorila que había perdido a su cría (porque Boygur la había matado), pero a la que se condicionó para que aceptara a una cría humana y cuidara de ella. Seis meses después, tras haber sufrido varias enfermedades, el bebé murió de neumonía
Los padres le lloraron durante mucho tiempo, incluso después de que la búsqueda del niño secuestrado hubiera sido abandonada. Un año y medio después tuvieron otro bebé, y también ‚éste les fue robado, pese a su intensa vigilancia.
—Mi hermano vivió porque le diste todos los cuidados posibles —dijo Ras, pensando en él—. Pero fue criado entre los gorilas y los gorilas no poseen lenguaje alguno, y por eso Jib acabó rebasando la edad en que era capaz de aprender un lenguaje.
—No lo supe hasta que ya era demasiado tarde—admitió Boygur—. Cuando ya no podía hacer nada al respecto descubrí que los niños deben aprender alguna especie de lenguaje a una edad temprana, o de lo contrario su cerebro y su sistema nervioso se vuelven rígidamente impenetrables en cuanto concierne al aprendizaje de una lengua.
—Y ésa fue la razón de que mi hermano se volviera tan estúpido como un gorila—dijo Ras—, y que llevara una vida tan enfermiza y miserable. Habría sido mejor para él que también hubiese muerto de neumonía
—Debes comprender que no lo hice a propósito—dijo Boygur—. Estaba animado por las mejores intenciones.
—Podía pronunciar tres o cuatro palabras—dijo Ras— Le enseñé a decir Uahss. Mi nombre. Uahss es lo más cerca que logró llegar nunca de pronunciarlo.
Sintió un nudo en la garganta y un dolor en el pecho y, de repente, descubrió que estaba llorando.
—Nadie lamenta más que yo el que no sea muy superior a un retrasado mental—dijo Boygur—. Pero un hombre debe aprender de la experiencia, y desde luego que tú no eres ningún retrasado mental, al contrario. Eres, literalmente, un superhombre.
En algún punto de aquella tierra nebulosa situada fuera de los acantilados había dos tumbas. En una se encontraba la madre que había muerto de dolor después de que le robaran a su tercer bebé. Los padres habían vuelto a Inglaterra, pues suponían que allí el bebé se encontraría más seguro, pero, pese a toda su vigilancia y sus precauciones, el bebé fue secuestrado y jamás volvieron a verlo. Un año después de la muerte de su esposa, el marido se arrojó de un bote en mitad del Canal de la Mancha.
Y ésa fue la razón por la que Boygur, sabiendo que un bebé humano no podía ser criado por simios y seguir siendo humano—al menos, no en este mundo—, utilizara a los enanos como sustitutos. Los enanos eran un grupo de acróbatas ambulantes acusados de robo y asesinato en Adis Abeba, Etiopía. Boygur había sobornado a las autoridades, y consiguió dejarles libres, pero los enanos tuvieron que prometerle que criarían al bebé en el valle del río situado en las montañas Mendebo de Etiopía. Debían fingir que eran monos. Naturalmente, el bebé no sabría ver ninguna diferencia entre ellos y los monos reales, ya que no sabía lo que era un auténtico ser humano. Después de que Ras hubiera cumplido los dieciocho años se les devolvería la libertad.
El pequeño Ras había sido un bebé afectuoso y de buen talante. Pero, al mismo tiempo, no le tenía miedo a nada y era agresivo, por lo que Boygur le llamó Ras Tyger: Ras porque ésa era la palabra amárica para decir Señor, y Tyger por el antepasado normando que había fundado la casa de Bettrick.
Ahora muchas cosas habían quedado ya explicadas, pero había muchas más que seguían sin estarlo. Ras no sabía por qué‚ Mariyam había llegado a confundirle tanto a él y a sí misma con sus razones para esto y aquello. Incluso era posible que Mariyam estuviera un poco loca, pero no había sido mala y le amaba mucho. Ras había amado a la enana de raza amárica tanto como amaba a Yusufu, el enano mitad swahili y mitad árabe.
La cabaña de la orilla del lago fue construida teniendo como modelo a la cabaña del padre y la madre de Tarzán en el primer libro. Ras tenía que preguntarse lo que significaban los dos esqueletos humanos y el esqueleto de la cría de gorila, así como también tenía que encontrar el cuchillo de caza, quedarse perplejo ante los libros de ilustraciones, y aprender por sí solo a leer el inglés, tal y como se suponía que había hecho Tarzán. Pero Ras había estado más interesado en utilizar el papel y los lápices para hacer dibujos como los que había en los libros. Yusufu se había visto obligado a enseñarle cómo leer, aunque lo había hecho allí donde no
podía ser visto ni oído por ninguno de los aparatos de espionaje usados por Boygur. Y más tarde Yusufu le enseñó a hablar el inglés, un inglés con acento swahili, porque el swahili era la lengua materna de Yusufu. Yusufu lo hizo solamente por llevarle la contraria a Boygur, aunque Boygur nunca llegó a enterarse de ello. Si hubiera llegado a descubrirlo habría matado a Yusufu.
También estaba el asunto del broche dorado dentro del que había la imagen de la mujer. Ras lo encontró en la cabaña y se lo colgó del cuello. Seis meses después el broche desapareció, muy posiblemente robado por un chimpancé‚ mientras Ras estaba nadando en el lago. La imagen del broche había sido un retrato de su auténtica madre.
En la cabaña había muchas cosas, pero la cabaña se incendió y cuanto contenía fue destruido.
—Los acontecimientos siguieron su propio camino —murmuró Boygur, como si estuviera pensando en la dirección que había deseado hacerle tomar a la realidad y la dirección que ésta había preferido tomar.
—¿Por qué mataste a mi madre?—quiso saber Ras—. ¿Por qué le disparaste una flecha wantso para hacerme pensar que eran ellos quienes la habían matado?
—¿Tu madre? —dijo Boygur, y parpadeó—. ¡Oh, te refieres a Mariyam! ¡Pero, hijo, era necesario! La mona que le sirvió de madre adoptiva al Héroe recibía una flecha en el corazón, una flecha disparada por un salvaje negro, y el Héroe se vengaba del asesino y de su tribu. Los wantso jamás habrían podido llegar lo bastante cerca de Mariyam como para causarle ningún daño. Hice que los wantso sintieran bien dentro el miedo a la Tierra de los Fantasmas antes de que nacieras para que así se mantuvieran alejados de la zona.
»Pero tenia que matar a Mariyam para que vengaras su muerte. Además, los wantso te estaban corrompiendo, te rebajaban. Sabía que te estabas acostando con las negras, y eso era algo que el Héroe jamás haría. Deseaba que muriesen y quería que cumplieras tu destino natural matándoles. Entonces, al menos esa parte del Libro sería realidad.
Ras sintió deseos de aplastar al anciano contra la pared, pero en vez de ello preguntó:
—¿Por qué los hombres de tu helicóptero mataron a todos los wantso? Ya casi había conseguido matar a todos sus hombres. Me tenían rodeado, pero habría matado a los pocos que aún quedaban. No hacía falta que mataras a las mujeres y a los niños.
—¡Eso fue culpa de aquellos dos idiotas!—dijo Boygur, irritado—.¡Pensaron que iban a matarte y por eso empezaron a disparar y después no fueron capaces de parar, o al menos eso es lo que contaron! Dijeron que sabían de mi odio hacia todos los wantso, por lo que no vieron nada malo en acabar con todos, en barrerlos. Les di una buena reprimenda por haberlo hecho sin órdenes mías, pero el daño ya estaba hecho.
—¿Y por qué intentaste matar a Eeva Rantanen?
—¡Porque no tenía que estar aquí! No quería que lo estropease todo. Acababa de traer a la chica que estabas destinado a conocer, a Jane Potter, una hermosa rubia de Baltimore, lo más adecuado para ti, muy cercana a la descripción que el Maestro daba de la compañera del Héroe. En unos pocos días habría hecho los arreglos precisos para que creyera haberse escapado y se encontrara contigo. Pero la chica no tenía fortaleza de carácter. En vez de intentar huir se puso histérica, empezó una huelga de hambre y trató de suicidarse.
—¿Dónde la conseguiste?
—Estaba en un safari en Kenya con su padre, quien, por cierto, es profesor. Pero no era ni viejo ni despistado. Claro que no se puede tener todo; hace falta acceder a ciertos compromisos... Me alegró mucho conseguir una chica que parecía hallarse muy cerca de cumplir con todos los requisitos.
Ras ignoraba de qué‚ estaba hablando, a no ser que se refiriese al hecho de que la muchacha raptada se parecía a la chica del Libro.
—Así que trepaste por la roca, ¿eh? —dijo Boygur—. ¿Quién podría haber creído que fuese posible hacer eso? Sin embargo, el Héroe lo habría hecho, así que, ¿por qué no tú? Lo cierto es que, después de todo, no he fracasado. Has hecho todo cuanto hizo el Héroe o, al menos, podrías hacerlo si te vieras obligado a ello. Lamento que nunca hayas tenido la oportunidad de luchar contra un león con sólo un cuchillo, hacer amistad con un elefante o matar a un gorila en un combate cuerpo a cuerpo. Pero eres joven...
Ras se puso en pie.
—Y tú eres viejo y has vivido más de lo que te correspondía —dijo—. Tendrías que haber muerto cuando naciste. Has matado al mayor de mis hermanos, o fuiste la causa de que muriera, y fuiste la causa de que mi otro hermano se convirtiera en un idiota y llevara una existencia de frío, enfermedad y miseria... ¡Oh, qué solitario y desgraciado debió ser! Y después le mataste. Hiciste que mis verdaderos padres muriesen de pena. Mataste a mi segunda madre, Mariyam, a quien yo amaba profundamente. Me hiciste matar a muchos wantso inocentes, y tus hombres mataron al resto. Me has robado lo que habría debido ser mi auténtica existencia con mis verdaderos padres. Me has convertido en algo modelado según una criatura que jamás existió. Ningún hombre habría podido ser más malvado que tú.
—¿De qué‚ estás hablando?—gritó Boygur—. ¡Te amo! ¡Siempre te he amado! ¡Créeme, sentía una gran pena por no poder ocupar el sitio de Yusufu y dirigir personalmente cada uno de tus pasos, para ocuparme de que no cometieras errores y te convirtieras en un hombre tan heroico como aquel sobre quien escribió el Maestro! ¡Te he convertido en un hombre que no tiene igual!
—Yusufu tenía razón—dijo Ras—. Hablar contigo no sirve de nada. Crees ser Dios.
Levantó a Boygur de un tirón, y cogió las cuerdas que le ataban los pies. Después, le llevó a rastras hasta el borde de la columna, mientras Boygur gritaba: «¡No! ¡No! ¡No!».
Cuando le tuvo allí, Ras cogió a Boygur y lo alzó por encima de su cabeza. Boygur dejó de gritar y dijo:
—¡Ras, tienes que entenderlo! ¡Hijo mío, hijo mío, deja que te lo explique!
—No eres ningún dios y yo no soy tu hijo—replicó Ras—. Me gustaría hacerte pagar por todo lo que has hecho, pero es imposible hacer que la gente pague por las maldades que ha cometido. Con los malvados no se puede hacer más que poner fin para siempre a sus maldades.
—¡No soy un malvado!—gritó Boygur—. ¡No lo soy! ¡No puedes conseguir que un sueño se convierta en realidad sin algunos sufrimientos y...!
—¡Cállate!—dijo Ras con un gruñido—. ¿Acaso pretendes seguir ensuciando el aire incluso mientras mueres?
Sus músculos ya se habían tensado para el impulso final, pero Ras esperó unos instantes más. Un águila pescadora de oscuro plumaje, con el pico tan afilado como una garra y ojos que parecían puntas de flecha, estaba deslizándose por el cielo hasta una meta situada justo debajo de él. Ras esperó, aunque no sabía por qué. Debía estar calculando inconscientemente la velocidad y el ángulo en que bajaba el águila y la velocidad con que caería el anciano, porque de repente, aun sin saber por qué había esperado y por qué actuaba ahora, lanzó al anciano por encima del parapeto. Boygur gritó. El águila chilló e intentó cambiar su rumbo, pero ya era demasiado tarde. El anciano, dejando en su estela un grito, como si ‚éste fuera un chorro de fuego que brotara de su boca, cayó sobre el águila y se agarró a ella. Tenía las manos atadas delante del cuerpo y, cuando extendió los brazos, pasó la cuerda por encima de la cabeza del águila y la atrajo hacia su pecho igual que si le estuviera haciendo el amor. El águila luchó contra él usando pico y garras; batía las alas como si pensara hacer que tanto ella como Boygur volaran a través del lago hasta llegar a la orilla y la salvación. Pero los dos cayeron velozmente entre un revoloteo de plumas, con el agudo grito de Boygur y el ronco chillido del águila mezclándose y haciéndose cada vez más débiles. Los dos cuerpos se convirtieron en uno, y un instante después ese único cuerpo se convirtió en un chapoteo en el agua, y, después de ese chapoteo, en unos círculos que se fueron ensanchando.
El pasaporte
El aeroplano se sacudió cuando sus flotadores golpearon las olas, y en unos segundos las sacudidas desaparecieron y el lago empezó a alejarse.
Ras estaba en un asi
ento junto a la ventanilla. El ala, situada justo delante de él, partía en dos las aguas de más abajo y proyectaba ante ella una sombra que cubría el centelleo del lago. El aeroplano giró y los rayos de sol saltaron del remolino de la hélice como un chacal sacudiéndose el agua después de haber nadado.
Debajo de ellos, haciéndose más pequeños a cada segundo que pasaba había cinco aviones, tres con flotadores y dos anfibios. Junto a la playa, ahora medio escondidas bajo los grandes árboles, se encontraban las tiendas de los que habían llegado en los aeroplanos. Sobre la playa había un helicóptero, y más abajo del valle un destello blanco revelaba otro aeroplano.
La gente había invadido su mundo igual que si el cielo hubiera dado la vuelta dejándoles caer dentro. Habia antropólogos, zoólogos, militares y funcionarios de Etiopía y Sudáfrica, periodistas de muchos países, agentes de editoriales, gente de la industria cinematográfica de los Estados Unidos, Inglaterra e Italia, así como otros que no habían revelado el motivo de su venida y que quizá no estuvieran impulsados por nada más que por la curiosidad.
Todo había sucedido tan deprisa, y de repente habían llegado tantos hombres y mujeres, todos hablando al mismo tiempo... Ras estaba confuso, pero la sensación no le disgustaba, y no permitió que ninguno de ellos le diera órdenes o le hiciera apresurarse. Aunque en realidad no comprendía sus razones para estar allí, sabía que la mayor parte de ellos le consideraban como un pedazo de madera al que tallar en una imagen que les daría acceso a cierto poder o espíritu que deseaban. O quizá lo que deseaban era montarse en él para llegar a sus propios objetivos, de la misma forma que Ras había cabalgado sobre aquel cocodrilo en el río. Si estaban pensando eso, pronto descubrirían que el pedazo de madera podía hacer que sus cuchillos se desviaran de formas muy raras, y los jinetes descubrirían que el cocodrilo se había convertido en una pitón enroscada alrededor de sus cuerpos.
Lord Tyger Page 39