by Octavio Paz
Mariposa de obsidiana
Mataron a mis hermanos, a mis hijos, a mis tíos. A la orilla del lago de Texcoco me eché a llorar. Del Peñón subían remolinos de salitre. Me cogieron suavemente y me depositaron en el atrio de la Catedral. Me hice tan pequeña y tan gris que muchos me confundieron con un montoncito de polvo. Sí, yo misma, la madre del pedernal y de la estrella, yo, encinta del rayo, soy ahora la pluma azul que abandona el pájaro en la zarza. Bailaba, los pechos en alto y girando, girando, girando hasta quedarme quieta; entonces empezaba a echar hojas, flores, frutos. En mi vientre latía el águila. Yo era la montaña que engendra cuando sueña, la casa del fuego, la olla primordial donde el hombre se cuece y se hace hombre. En la noche de las palabras degolladas mis hermanas y yo, cogidas de la mano, saltamos y cantamos alrededor de la I, única torre en pie del alfabeto arrasado. Aún recuerdo mis canciones:
Canta en la verde espesura
la luz de garganta dorada,
la luz, la luz decapitada.
Nos dijeron: una vereda derecha nunca conduce al invierno. Y ahora las manos me tiemblan, las palabras me cuelgan de la boca. Dame una sillita y un poco de sol.
En otros tiempos cada hora nacía del vaho de mi aliento, bailaba un instante sobre la punta de mi puñal y desaparecía por la puerta resplandeciente de mi espejito. Yo era el mediodía tatuado y la medianoche desnuda, el pequeño insecto de jade que canta entre las yerbas del amanecer y el cenzontle de barro que convoca a los muertos. Me bañaba en la cascada solar, me bañaba en mí misma, anegada en mi propio resplandor. Yo era el pedernal que rasga la cerrazón nocturna y abre las puertas del chubasco. En el cielo del Sur planté jardines de fuego, jardines de sangre. Sus ramas de coral todavía rozan la frente de los enamorados. Allá el amor es el encuentro en mitad del espacio de dos aerolitos y no esa obstinación de piedras frotándose para arrancarse un beso que chisporrotea.
Cada noche es un párpado que no acaban de atravesar las espinas. Y el día no acaba nunca, no acaba nunca de contarse a sí mismo, roto en monedas de cobre. Estoy cansada de tantas cuentas de piedra desparramadas en el polvo. Estoy cansada de este solitario trunco. Dichoso el alacrán madre, que devora a sus hijos. Dichosa la araña. Dichosa la serpiente, que muda de camisa. Dichosa el agua que se bebe a sí misma. ¿Cuándo acabarán de devorarme estas imágenes? ¿Cuándo acabaré de caer en esos ojos desiertos?
Estoy sola y caída, grano de maíz desprendido de la mazorca del tiempo. Siémbrame entre los fusilados. Naceré del ojo del capitán. Lluéveme, asoléame. Mi cuerpo arado por el tuyo ha de volverse un campo donde se siembra uno y se cosecha ciento. Espérame al otro lado del año: me encontrarás como un relámpago tendido a la orilla del otoño. Toca mis pechos de yerba. Besa mi vientre, piedra de sacrificios. En mi ombligo el remolino se aquieta: yo soy el centro fijo que mueve la danza. Arde, cae en mí: soy la fosa de cal viva que cura los huesos de su pesadumbre. Muere en mis labios. Nace en mis ojos. De mi cuerpo brotan imágenes: bebe en esas aguas y recuerda lo que olvidaste al nacer. Yo soy la herida que no cicatriza, la pequeña piedra solar: si me rozas, el mundo se incendia.
Toma mi collar de lágrimas. Te espero en ese lado del tiempo en donde la luz inaugura un reinado dichoso: el pacto de los gemelos enemigos, el agua que escapa entre los dedos y el hielo, petrificado como un rey en su orgullo. Allí abrirás mi cuerpo en dos, para leer las letras de tu destino.
La higuera
En Mixcoac, pueblo de labios quemados, sólo la higuera señalaba los cambios del año. La higuera, seis meses vestida de un sonoro vestido verde y los otros seis carbonizada ruina del sol de verano.
Encerrado en cuatro muros (al norte, el cristal del no saber, paisaje por inventar; al sur, la memoria cuarteada; al este, el espejo; al oeste, la cal y el canto del silencio) escribía mensajes sin respuesta, destruidos apenas firmados. Adolescencia feroz: el hombre que quiere ser, y que ya no cabe en ese cuerpo demasiado estrecho, estrangula al niño que somos. (Todavía, al cabo de los años, el que voy a ser, y que no será nunca, entra a saco en el que fui, arrasa mi estar, lo deshabita, malbarata riquezas, comercia con la Muerte.) Pero en ese tiempo la higuera llegaba hasta mi encierro y tocaba insistente los vidrios de la ventana, llamándome. Yo salía y penetraba en su centro: sopor visitado de pájaros, vibraciones de élitros, entrañas de fruto goteando plenitud.
En los días de calma la higuera era una petrificada carabela de jade, balanceándose imperceptiblemente, atada al muro negro, salpicado de verde por la marea de la primavera. Pero si soplaba el viento de marzo, se abría paso entre la luz y las nubes, hinchadas las verdes velas. Yo me trepaba a su punta y mi cabeza sobresalía entre las grandes hojas, picoteada de pájaros, coronada de vaticinios.
¡Leer mi destino en las líneas de la palma de una hoja de higuera! Te prometo luchas y un gran combate solitario contra un ser sin cuerpo. Te prometo una tarde de toros y una cornada y una ovación. Te prometo el coro de los amigos, la caída del tirano y el derrumbe del horizonte. Te prometo el destierro y el desierto, la sed y el rayo que parte en dos la roca: te prometo el chorro de agua. Te prometo la llaga y los labios, un cuerpo y una visión. Te prometo una flotilla navegando por un río turquesa, banderas y un pueblo libre a la orilla. Te prometo unos ojos inmensos, bajo cuya luz has de tenderte, árbol fatigado. Te prometo el hacha y el arado, la espiga y el canto, te prometo grandes nubes, canteras para el ojo, y un mundo por hacer.
Hoy la higuera golpea en mi puerta y me convida. ¿Debo coger el hacha o salir a bailar con esa loca?
Dama huasteca
Ronda por las orillas, desnuda, saludable, recién salida del baño, recién nacida de la noche. En su pecho arden joyas arrancadas al verano. Cubre su sexo la yerba lacia, la yerba azul, casi negra, que crece en los bordes del volcán. En su vientre un águila despliega sus alas, dos banderas enemigas se enlazan, reposa el agua. Viene de lejos, del país húmedo. Pocos la han visto. Diré su secreto: de día, es una piedra al lado del camino; de noche, un río que fluye al costado del hombre.
Hacia el poema
(Puntos de partida)
I
Palabras, ganancias de un cuarto de hora arrancado al árbol calcinado del lenguaje, entre los buenos días y las buenas noches, puertas de entrada y salida y entrada de un corredor que va de ningunaparte a ningunlado.
Damos vueltas y vueltas en el vientre animal, en el vientre mineral, en el vientre temporal. Encontrar la salida: el poema.
Obstinación de ese rostro donde se quiebran mis miradas. Frente armada, invicta ante un paisaje en ruinas, tras el asalto al secreto. Melancolía de volcán.
La benévola jeta de piedra de cartón del Jefe, del Conductor, fetiche del siglo; los yo, tú, él, tejedores de telarañas, pronombres armados de uñas; las divinidades sin rostro, abstractas. Él y nosotros, Nosotros y Él: nadie y ninguno. Dios padre se venga en todos estos ídolos.
El instante se congela, blancura compacta que ciega y no responde y se desvanece, témpano empujado por corrientes circulares. Ha de volver.
Arrancar las máscaras de la fantasía, clavar una pica en el centro sensible: provocar la erupción.
Cortar el cordón umbilical, matar bien a la Madre: crimen que el poeta moderno cometió por todos, en nombre de todos. Toca al nuevo poeta descubrir a la Mujer.
Hablar por hablar, arrancar sones a la desesperada, escribir al dictado lo que dice el vuelo de la mosca, ennegrecer. El tiempo se abre en dos: hora del salto mortal.
II
Palabras, frases, sílabas, astros que giran alrededor de un centro fijo. Dos cuerpos, muchos seres que se encuentran en una palabra. El papel se cubre de letras indelebles, que nadie dijo, que nadie dictó, que han caído allí y arden y queman y se apagan. Así pues, existe la poesía, el amor existe. Y si yo no existo, existes tú.
Por todas partes los solitarios forzados empiezan a crear las palabras del nuevo diálogo.
El chorro de agua. La bocanada de salud. Una muchacha reclinada sobre su pasado. El vino, el fuego, la guitarra, la sobremesa
. Un muro de terciopelo rojo en una plaza de pueblo. Las aclamaciones, la caballería reluciente entrando a la ciudad, el pueblo en vilo: ¡himnos! La irrupción de lo blanco, de lo verde, de lo llameante. Lo demasiado fácil, lo que se escribe solo: la poesía.
El poema prepara un orden amoroso. Preveo un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre de su poder, la otra libre de su esclavitud, y amores implacables rayando el espacio negro. Todo ha de ceder a esas águilas incandescentes.
Por las almenas de tu frente el canto alborea. La justicia poética incendia campos de oprobio: no hay sitio para la nostalgia, el yo, el nombre propio.
Todo poema se cumple a expensas del poeta.
Mediodía futuro, árbol inmenso de follaje invisible. En las plazas cantan los hombres y las mujeres el canto solar, surtidor de transparencias. Me cubre la marejada amarilla: nada mío ha de hablar por mi boca.
Cuando la Historia duerme, habla en sueños: en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. Cuando la Historia despierta, la imagen se hace acto, acontece el poema: la poesía entra en acción.
Merece lo que sueñas.
Poems
[1948–1957]
from Seeds for a Hymn [1950–1954]
* * * *
The day opens its hand
Three clouds
And these few words
Fable
for Álvaro Mutis
Ages of fire and of air
Youth of water
From green to yellow From yellow to red
From dream to watching From desire to the act
It was only one step and you took it so lightly
Insects were living jewels
The heat rested by the side of the pond
Rain was a willow with unpinned hair
A tree grew in the palm of your hand
And that tree sang laughed and prophesied
Its divinations filled the air with wings
There were simple miracles called birds
Everything was everyone’s Everyone was everything
There was only one huge word with no other side to it
A word like a sun
One day it broke into tiny pieces
They’re the words of the language we now speak
Pieces that will never come together
Broken mirrors where the word sees itself shattered
* * * *
A woman who moves like a river
With transparent gestures of water
A girl of water
Where one reads what has happened and what won’t come back
A little water where eyes drink
Where lips in one long sip drink
The tree the cloud the lightning flash
I myself and the girl
* * * *
A day is lost
In a sky of hurrying
The light leaves no footprints in the snow
A day is lost
Doors open and close
The seed of the sun soundlessly opens
A day begins
The mist climbs the hill
A man goes down to the river
They both meet in your eyes
And you are lost in the day
Singing in the foliage of light
Bells sound in the distance
Each toll is a wave
Each wave forever buries
A gesture a word the light against the clouds
You laugh and comb your hair distracted
A day begins at your feet
Hair hand whiteness are not the words
For this hair this hand this whiteness
The visible and the tangible that are outside
Of what is inside and without a word
They search within us tentatively
Following the course of language
They cross the bridge this image hangs
Like the light that slips through your fingers
Like you yourself between my hands
Like your hand in my hands entwined
A day begins with my words
The light that ripens into a body
Into the shadow of your body the light of your shadow
Mesh of heat skin of your light
A day begins with your mouth
The day that is lost in our eyes
The day that opens in our night
Native Stone
for Roger Munier
Light is laying waste the heavens
Droves of dominions in stampede
The eye retreats surrounded by mirrors
Landscapes enormous as insomnia
Stony ground of bone
Limitless autumn
Thirst lifts its invisible fountains
One last peppertree preaches in the desert
Close your eyes and hear the light singing:
Noon nests in your inner ear
Close your eyes and open them:
There is nobody not even yourself
Whatever is not stone is light
[MR]
* * * *
Though the snow falls in ripe bunches
No one up there shakes the branches
The tree of light produces no fruit of snow
Though the snow scatters like pollen
There are no seeds of snow
There are no oranges of snow no carnations
There are no comets no suns of snow
Though it falls in flocks there are no birds of snow
A moment glistens in the palm of the sun and falls
It barely has a body barely weight barely a name
It covers everything with its body of snow
With its shadowless name with its weight of light
Proverbs
One sheaf of wheat is the whole wheat field
One feather is a bird alive and singing
A man of flesh is a man of dream
Truth is indivisible
One clap of thunder proclaims the acts of lightning
One dreaming woman gives us the form of love forever
The sleeping tree speaks all green oracles
Water talks ceaseless never repeating a word
Judged against certain eyelids, sleep is nothing
Judged by a mouth, a tongue that is crying out
The tongue of a woman saying Yes to life
The bird of paradise opening his wings
[MR]
Loose Stones [1955]
Object Lesson
1.
Animation
On top of the bookcase,
between the T’ang musician and the pitcher from Oaxaca,
incandescent, lively,
with glittering eyes of silver paper,
it watches us come and go:
the little sugar skull.
2.
Mask of Tláloc carved in transparent quartz
Petrified water.
Old Tláloc sleeps inside,
dreaming storms.
3.
The same
Touched by the light,
the quartz is a cascade.
On its waters floats a child, the god.
4.
God that rises from a clay orchid
Born, smiling
from the clay petals:
the human flower.
5.
Aztec god
The four cardinal points
return to your navel.
In your womb the day throbs, armed.
6.
Calendar
Against the water, days of fire.
Against the fire, days of
water.
7.
Xochipilli
Jade fruits hang
from the tree of day,
fire and blood at night.
8.
Cross with painted sun and moon
Between the arms of this cross