The Poems of Octavio Paz

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The Poems of Octavio Paz Page 10

by Octavio Paz


  throw down the walls between man and man, join again what was separated,

  life and death are not opposite worlds, we are a single stem with two twin flowers, we must unearth the lost word, dream inward and dream outward,

  decipher the night’s tattoos and look face to face at the noon and tear off its mask,

  bathe in the solar light and eat the nocturnal fruit, spell out the writing of the star and of the river,

  remember what the blood, the tide, the earth, the body say, return to the point of departure,

  neither inside nor outside, neither up nor down, at the crossroads, where the roads begin,

  for light sings with a murmur of water, for water sings with a murmur of leaves,

  and the dawn is heavy with fruit, day and night, reconciled, flow like a calm river,

  day and night slowly caress like a man and woman in love,

  like an endless river, seasons and people flow under the arches of the centuries,

  toward there, the living center of the origin, beyond the end and the beginning.

  Mexico City, 1955

  * * * *

  de Semillas para un himno [1950–1954]

  * * * *

  El día abre la mano

  Tres nubes

  Y estas pocas palabras

  Fábula

  A Álvaro Mutis

  Edades de fuego y de aire

  Mocedades de agua

  Del verde al amarillo Del amarillo al rojo

  Del sueño a la vigilia Del deseo al acto

  Sólo había un paso que tú dabas sin esfuerzo

  Los insectos eran joyas animadas

  El calor reposaba al borde del estanque

  La lluvia era un sauce de pelo suelto

  En la palma de tu mano crecía un árbol

  Aquel árbol cantaba reía y profetizaba

  Sus vaticinios cubrían de alas el espacio

  Había milagros sencillos llamados pájaros

  Todo era de todos Todos eran todo

  Sólo había una palabra inmensa y sin revés

  Palabra como un sol

  Un día se rompió en fragmentos diminutos

  Son las palabras del lenguaje que hablamos

  Fragmentos que nunca se unirán

  Espejos rotos donde el mundo se mira destrozado

  * * * *

  Una mujer de movimientos de río

  De transparentes ademanes de agua

  Una muchacha de agua

  Donde leer lo que pasa y no regresa

  Un poco de agua donde los ojos beban

  Donde los labios de un solo sorbo beban

  El árbol la nube el relámpago

  Yo mismo y la muchacha

  * * * *

  Un día se pierde

  En el cielo hecho de prisa

  La luz no deja huellas en la nieve

  Un día se pierde

  Abrir y cerrar de puertas

  La semilla del sol se abre sin ruido

  Un día comienza

  La niebla asciende la colina

  Un hombre baja por el río

  Los dos se encuentran en tus ojos

  Y tú te pierdes en el día

  Cantando en el follaje de la luz

  Tañen campanas allá lejos

  Cada llamada es una ola

  Cada ola sepulta para siempre

  Un gesto una palabra la luz contra la nube

  Tú ríes y te peinas distraída

  Un día comienza a tus pies

  Pelo mano blancura no son nombres

  Para este pelo esta mano esta blancura

  Lo visible y palpable que está afuera

  Lo que está adentro y sin nombre

  A tientas se buscan en nosotros

  Siguen la marcha del lenguaje

  Cruzan el puente que les tiende esta imagen

  Como la luz entre los dedos se deslizan

  Como tú misma entre mis manos

  Como tu mano entre mis manos se entrelazan

  Un día comienza en mis palabras

  Luz que madura hasta ser cuerpo

  Hasta ser sombra de tu cuerpo luz de tu sombra

  Malla de calor piel de tu luz

  Un día comienza en tu boca

  El día que se pierde en nuestros ojos

  El día que se abre en nuestra noche

  Piedra nativa

  A Roger Munier

  La luz devasta las alturas

  Manadas de imperios en derrota

  El ojo retrocede cercado de reflejos

  Países vastos como el insomnio

  Pedregales de hueso

  Otoño sin confines

  Alza la sed sus invisibles surtidores

  Un último pirú predica en el desierto

  Cierra los ojos y oye cantar la luz:

  El mediodía anida en tu tímpano

  Cierra los ojos y ábrelos:

  No hay nadie ni siquiera tú mismo

  Lo que no es piedra es luz

  * * * *

  Aunque la nieve caiga en racimos maduros

  Nadie sacude ramas allá arriba

  El árbol de la luz no da frutos de nieve

  Aunque la nieve se disperse en polen

  No hay semillas de nieve

  No hay naranjas de nieve no hay claveles

  No hay cometas ni soles de nieve

  Aunque vuele en bandadas no hay pájaros de nieve

  En la palma del sol brilla un instante y cae

  Apenas tiene cuerpo apenas peso apenas nombre

  Y ya lo cubre todo con su cuerpo de nieve

  Con su peso de luz con su nombre sin sombra

  Refranes

  Una espiga es todo el trigo

  Una pluma es un pájaro vivo y cantando

  Un hombre de carne es un hombre de sueño

  La verdad no se parte

  El trueno proclama los hechos del relámpago

  Una mujer soñada encarna siempre en una forma amada

  El árbol dormido pronuncia verdes oráculos

  El agua habla sin cesar y nunca se repite

  En la balanza de unos párpados el sueño no pesa

  En la balanza de una lengua que delira

  Una lengua de mujer que dice sí a la vida

  El ave del paraíso abre las alas

  Piedras sueltas [1955]

  Lección de cosas

  1.

  Animación

  Sobre el estante,

  entre un músico Tang y un jarro de Oaxaca,

  incandescente y vivaz,

  con chispeantes ojos de papel de plata,

  nos mira ir y venir

  la pequeña calavera de azúcar.

  2.

  Máscara de Tláloc grabada en cuarzo transparente

  Aguas petrificadas.

  El viejo Tláloc duerme, dentro,

  soñando temporales.

  3.

  Lo mismo

  Tocado por la luz

  el cuarzo ya es cascada.

  Sobre sus aguas flota, niño, el dios.

  4.

  Dios que surge de una orquídea de barro

  Entre los pétalos de arcilla

  nace, sonriente,

  la flor humana.

  5.

  Diosa Azteca

  Los cuatro puntos cardinales

  regresan a tu ombligo.

  En tu vientre golpea el día, armado.

  6.

  Calendario

  Contra el agua, días de fuego.

  Contra el fuego, días de agua.

  7.

  Xochipilli

  En el árbol del día

  cuel
gan frutos de jade,

  fuego y sangre en la noche.

  8.

  Cruz con sol y luna pintados

  Entre los brazos de esta cruz

  anidaron dos pájaros:

  Adán, sol, y Eva, luna.

  9.

  Niño y trompo

  Cada vez que lo lanza

  cae, justo,

  en el centro del mundo.

  10.

  Objetos

  Viven a nuestro lado,

  los ignoramos, nos ignoran.

  Alguna vez conversan con nosotros.

  En Uxmal

  1.

  La piedra de los días

  El sol es tiempo;

  el tiempo, sol de piedra;

  la piedra, sangre.

  2.

  Mediodía

  La luz no parpadea,

  el tiempo se vacía de minutos,

  se ha detenido un pájaro en el aire.

  3.

  Más tarde

  Se despeña la luz,

  despiertan las columnas

  y, sin moverse, bailan.

  4.

  Pleno sol

  La hora es transparente:

  vemos, si es invisible el pájaro,

  el color de su canto.

  5.

  Relieves

  La lluvia, pie danzante y largo pelo,

  el tobillo mordido por el rayo,

  desciende acompañada de tambores:

  abre los ojos el maíz, y crece.

  6.

  Serpiente labrada sobre un muro

  El muro al sol respira, vibra, ondula,

  trozo de cielo vivo y tatuado:

  el hombre bebe sol, es agua, es tierra.

  Y sobre tanta vida la serpiente

  que lleva una cabeza entre las fauces:

  los dioses beben sangre, comen hombres.

  Piedras sueltas

  1.

  Flor

  El grito, el pico, el diente, los aullidos,

  la nada carnicera y su barullo,

  ante esta simple flor se desvanecen.

  2.

  Dama

  Todas las noches baja al pozo

  y a la mañana reaparece

  con un nuevo reptil entre los brazos.

  3.

  Biografía

  No lo que pudo ser:

  es lo que fue.

  Y lo que fue está muerto.

  4.

  Campanas en la noche

  Olas de sombra

  mojan mi pensamiento

  —y no lo apagan.

  5.

  Ante la puerta

  Voces, palabras, risas.

  Dudé, suspenso:

  la luna arriba, sola.

  6.

  Visión

  Me vi al cerrar los ojos:

  espacio, espacio

  donde estoy y no estoy.

  7.

  Disonancia

  Los insectos atareados,

  los caballos color de sol,

  los burros color de nube,

  las nubes, rocas enormes que no pesan,

  los montes como cielos desplomados,

  la manada de árboles bebiendo en el arroyo,

  todos están ahí, dichosos en su estar,

  frente a nosotros que no estamos,

  comidos por la rabia, por el odio,

  por el amor comidos, por la muerte.

  8.

  Analfabeto

  Alcé la cara al cielo,

  inmensa piedra de gastadas letras:

  nada me revelaron las estrellas.

  de La estación violenta [1948–1957]

  Himno entre ruinas

  donde espumoso el mar Siciliano . . .

  Góngora

  Coronado de sí el día extiende sus plumas.

  ¡Alto grito amarillo,

  caliente surtidor en el centro de un cielo

  imparcial y benéfico!

  Las apariencias son hermosas en esta su verdad momentánea.

  El mar trepa la costa,

  se afianza entre las peñas, araña deslumbrante;

  la herida cárdena del monte resplandece;

  un puñado de cabras es un rebaño de piedras;

  el sol pone su huevo de oro y se derrama sobre el mar.

  Todo es dios.

  ¡Estatua rota,

  columnas comidas por la luz,

  ruinas vivas en un mundo de muertos en vida!

  Cae la noche sobre Teotihuacan.

  En lo alto de la pirámide los muchachos fuman marihuana,

  suenan guitarras roncas.

  ¿Qué yerba, qué agua de vida ha de darnos la vida,

  dónde desenterrar la palabra,

  la proporción que rige al himno y al discurso,

  al baile, a la ciudad y a la balanza?

  El canto mexicano estalla en un carajo,

  estrella de colores que se apaga,

  piedra que nos cierra las puertas del contacto.

  Sabe la tierra a tierra envejecida.

  Los ojos ven, las manos tocan.

  Bastan aquí unas cuantas cosas:

  tuna, espinoso planeta coral,

  higos encapuchados,

  uvas con gusto a resurrección,

  almejas, virginidades ariscas,

  sal, queso, vino, pan solar.

  Desde lo alto de su morenía una isleña me mira,

  esbelta catedral vestida de luz.

  Torres de sal, contra los pinos verdes de la orilla

  surgen las velas blancas de las barcas.

  La luz crea templos en el mar.

  Nueva York, Londres, Moscú.

  La sombra cubre al llano con su yedra fantasma,

  con su vacilante vegetación de escalofrío,

  su vello ralo, su tropel de ratas.

  A trechos tirita un sol anémico.

  Acodado en montes que ayer fueron ciudades, Polifemo bosteza.

  Abajo, entre los hoyos, se arrastra un rebaño de hombres.

  (Bípedos domésticos, su carne

  —a pesar de recientes interdicciones religiosas—

  es muy gustada por las clases ricas.

  Hasta hace poco el vulgo los consideraba animales impuros.)

  Ver, tocar formas hermosas, diarias.

  Zumba la luz, dardos y alas.

  Huele a sangre la mancha de vino en el mantel.

  Como el coral sus ramas en el agua

  extiendo mis sentidos en la hora viva:

  el instante se cumple en una concordancia amarilla,

  ¡oh mediodía, espiga henchida de minutos,

  copa de eternidad!

  Mis pensamientos se bifurcan, serpean, se enredan,

  recomienzan,

  y al fin se inmovilizan, ríos que no desembocan,

  delta de sangre bajo un sol sin crepúsculo.

  ¿Y todo ha de parar en este chapoteo de aguas muertas?

  ¡Día, redondo día,

  luminosa naranja de veinticuatro gajos,

  todos atravesados por una misma y amarilla dulzura!

  La inteligencia al fin encarna,

  se reconcilian las dos mitades enemigas

  y la conciencia-espejo se licúa,

  vuelve a ser fuente, manantial de fábulas:

  Hombre, árbol de imágenes,

  palabras que son flores que son frutos que son actos.

  Nápoles, 1948

  Máscaras del alba

  A José Bianco

  Sobre el tablero de la plaza

  se demoran las últimas estrellas.

  Torres de luz y alfiles afilados

&n
bsp; cercan las monarquías espectrales.

  ¡Vano ajedrez, ayer combate de ángeles!

  Fulgor de agua estancada donde flotan

  pequeñas alegrías ya verdosas,

  la manzana podrida de un deseo,

  un rostro recomido por la luna,

  el minuto arrugado de una espera,

  todo lo que la vida no consume,

  los restos del festín de la impaciencia.

  Abre los ojos el agonizante.

  Esa brizna de luz que tras cortinas

  espía al que la expía entre estertores

  es la mirada que no mira y mira,

  el ojo en que espejean las imágenes

  antes de despeñarse, el precipicio

  cristalino, la tumba de diamante:

  es el espejo que devora espejos.

  Olivia, la ojizarca que pulsaba,

  las blancas manos entre cuerdas verdes,

  el arpa de cristal de la cascada,

  nada contra corriente hasta la orilla

  del despertar: la cama, el haz de ropas,

  las manchas hidrográficas del muro,

  ese cuerpo sin nombre que a su lado

  mastica profecías y rezongos

  y la abominación del cielo raso.

  Bosteza lo real sus naderías,

  se repite en horrores desventrados.

  El prisionero de sus pensamientos

  teje y desteje su tejido a ciegas,

  escarba sus heridas, deletrea

  las letras de su nombre, las dispersa,

  y ellas insisten en el mismo estrago:

  se engastan en su nombre desgastado.

  Va de sí mismo hacia sí mismo, vuelve,

  en el centro de sí se para y grita

 

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