Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition)

Home > Other > Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition) > Page 29
Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition) Page 29

by John Barlow


  –Es su primera ofensa. Y ha admitido que se dejó una parte del dinero en el maletero del coche, ¿no es cierto…?

  John ve cómo el sommelier se acerca con el vino.

  –¡Ah, Albariño! –dice, inspeccionando la etiqueta y luego viendo cómo sirven un poco en la copa de ella.

  –¿Qué es lo que pasó realmente en la habitación del hotel? –pregunta ella, y luego prueba el vino.

  Su mirada se agranda mientras espera a que les sirvan las copas y que se vaya el sommelier.

  –Donna amenazó a los ucranianos. Les dijo que iría a la policía. Creía que le habían pagado con billetes falsos. Pero no lo habían hecho. No sabían nada del asunto. Fue Fuller el que le pagó con los falsos.

  –Está acusado, ¿no?

  –Sí. Pero ¿qué podía hacer Freddy en aquella habitación del hotel? Fedir empieza a abofetearla, para darle una lección. Pero Freddy está solo ante los ucranianos. Y son unos tipos peligrosos. Y fuertes.

  –¿Así que se quedó mirando sin hacer nada?

  –Fedir llegó a violarla. Al final, Freddy no pudo soportarlo. Lo apartó de ella de un empujón y lo convenció de que se fuesen a tomar una copa. Se aseguró de que Donna estaba bien, y luego salió detrás de los ucranianos para que no sospechasen nada. A ella le dijo que se marchase en taxi a algún lugar seguro.

  –¿Entonces se siente culpable de no haberla protegido?

  –Sí, pero lo cierto es que lo hizo.

  –Y ella murió de todas formas –dice Connie–. Por lo menos han capturado a la persona que cometió el asesinato.

  –¿Craig? Sí, ha confesado. Se puso a llorar como un niño, por lo que parece.

  –He oído que va a alegar muerte accidental.

  Él saborea el vino.

  –¿Y eso? ¿Te interesas ahora por el derecho penal británico?

  –¿Derecho? –dice ella, agitando el vino de color amarillo dorado en la copa, y luego olfateándolo delicadamente–. El derecho es algo importante.

  Ella bebe, retiene el vino en la boca durante un segundo, y luego lo traga.

  –¿Y el coche?

  –Le echaron la culpa de los billetes a los ucranianos, que desaparecieron como por arte de magia. Por cierto, creo que no deberíamos hablar más de este asunto.

  –De acuerdo.

  Ella bebe más vino. Se toma su tiempo para disfrutar del sabor de su tierra.

  –¿Tienes hambre? –pregunta él mientras un camarero se acerca con los menús–. Es que yo me muero de hambre.

  –¿Sabes algo de Den? –pregunta ella, con la mirada en el menú.

  –No. Me temo que las cosas se han acabado. Terminado.

  –Yo sí.

  –¿Qué?

  –Gracias a un amigo común.

  –¿Quién?

  –¿Importa eso? Tiene un nuevo empleo, en Manchester.

  –¿En la policía?

  –Sí. Me dijo: dile a John que le deseo todo lo mejor.

  ¿Todo lo mejor?

  –¿Te dejó un número de teléfono?

  Ella niega con la cabeza.

  –¿Ya has decidido qué es lo que vas a tomar?

  Connie pide vieira en salsa tártara. Él elige lo mismo.

  Todo lo mejor.

  Tres semanas en Francia y sólo ha pensado en esto: Den y él en un yate, eternamente. Libertad. Lo único que quería. Ahora es demasiado tarde. ¿Creía realmente que Den iba a quedarse, sabiendo lo que sabía?

  Todo lo mejor. Atentamente. Denise.

  *

  Veinte minutos más tarde, ella tiene el ceño ligeramente fruncido. Ya se han llevado el primer plato y van por la segunda botella de Albariño.

  –John, hay algo de lo que tenemos que hablar. Algo relacionado con el negocio.

  Se mueve inquieta en la silla, todavía con el ceño fruncido.

  –¿El negocio? Mi negocio era la falsificación de moneda, como sabes. Últimamente mi único negocio ha sido tratar de que no me detuviesen por ello. Y mientras tanto perdí a Den.

  Se sirve un poco más de vino.

  –Ese es el único negocio que he tenido, a decir verdad.

  –No me refería a ese asunto. Quería decir el concesionario.

  –¿Qué quieres decir?

  Ella bebe lo que le queda de la copa y deja que él se la vuelva a llenar, y luego bebe un poco.

  –¿Has visto el testamento de tu padre?

  –¡Todavía está vivo! De todas maneras, no ha hecho testamento, por lo que sé.

  –Pero hace tiempo llegó a un trato.

  –¿Sí?

  –Con Javier.

  –¿Quién es…?

  –Era. Javier era el cuñado de tu abuelo y de tu tío abuelo Alfonso. Ya sabes: Javier, el de Toledo.

  –Ni idea.

  –¿Seguro que tu padre no te ha hablado de Javier? Compartía negocio con Ramón, el tercer hijo de Mercedes Eugenia, que era tu… Creo que la prima de tu tío abuelo de Santiago. Ya sabes, ella…

  –Connie, no conozco a esa gente. He oído hablar de tío Alfonso, pero ¿y los otros?

  –Bueno, lo cierto es que Javier le entregó a tu padre 300,000 pesetas en 1963, un montón de dinero en aquel tiempo, y que fue increíblemente difícil de sacar de España, porque lo pasaron de contrando…

  –¿Contrabando?

  –Sí, lo sacaron de contrabando. Tu padre lo invirtió en nombre de Javier.

  Ella se detiene, como si el silencio fuese la mejor forma de expresar lo que sigue.

  –No me digas que…

  –Iban al cincuenta por ciento. Ese fue el trato al que llegaron.

  –¿Vehículos Tony Ray es de Javier?

  –La mitad.

  –Vaya, estupendo.

  Todavía tienen bastante vino en sus copas, pero él sirve más, con lo que vacía la botella y atrae la atención de varios comensales en las mesas próximas.

  –Un momento –dice él, acercando con cuidado la copa a los labios y aligerando el contenido considerablemente–. Javier debe de estar muerto, ¿no?

  –Pues sí. Su hijo también se llamaba Alfonso. ¿Has oído hablar de él?

  El niega con la cabeza, y luego sigue bebiendo más vino.

  –Se fue a vivir a Madrid y se casó con María Garrido…

  –Basta con la lección de genealogía. ¿Quién posee la mitad de mi negocio? ¿Ese tipo, Alfonso?

  –Murió el año pasado.

  Se produce una pausa.

  –Sólo tuvo una hija –dice ella susurrando, en una voz que se desvanece hasta casi extinguirse–. Una hijastra.

  Inclina la cabeza y fija la mirada en la mantelería blanca recién planchada, en parte por vergüenza, y en parte por respeto a su padre fallecido.

  Mierda.

  Está a punto de vaciar su vaso cuando oye una voz familiar.

  –Hola, Connie.

  Henry Moran está allí, observándolos a los dos.

  –John –dice Moran, que lleva una corbata plateada que realza el azul zafiro de su traje, tan bien vestido y juvenil como siempre.

  –¿Comes aquí?

  Moran se piensa la respuesta.

  –Sí, pero también tengo que hablar contigo, John, por lo del concesionario, en nombre de mi cliente.

  –¿Qué?

  Moran, siempre parco en palabras, deja pasar la pregunta.

  –¿Qué? –dice John nuevamente, irritado por el comportamiento de Moran.

  Connie suspira.

  –Su cliente soy yo.

  –Tenemos que ponernos de acuerdo en unas cuantas cosas sobre el futuro del negocio –añade Moran–. Nos vemos en mi despacho en un par de horas. ¿Os va bien a los dos?

  Connie asiente, y John hace lo que puede para no quedarse boquiabierto.

  –Buen provecho –dice Moran, y se da la vuelta para irse.

  –¿Henry? ¿Desde hace cuánto tiempo sabes lo del cincuenta por ciento de Connie?

  Moran se detiene.

  –Lo sé desde hace años –dice, girando sobre los tacones–. Tu padre pensaba que a Joe no le importaría mucho lo de su parti
cipación en el concesionario, y tú no estabas. Luego, cuando te pusiste al frente del negocio, pues bueno, ya no era asunto mío, ¿no?

  Tras una ligerísima sonrisa, consulta el reloj.

  –Otra cosa, Henry. ¿Sabías que Den había estado liada con Steve Baron antes de conocerme?

  –Sí. Fui su asesor durante su divorcio.

  –¿Y no creíste conveniente decírmelo?

  Moran finge estar harto.

  –Tú no eres uno de mis clientes, John.

  Tras eso se da la vuelta y se dirige a una mesa en el otro extremo del restaurante, donde le espera sentada una mujer increíblemente joven.

  –Verás –dice John, viendo a Moran marcharse–. Una de las últimas cosas que me contó mi padre antes de que tuviese el ataque. Me preguntó si podíamos echarle una mano a una vieja amiga de la familia de España. Su hija necesitaba un cambio. Pensaba que una temporada en Inglaterra le sentaría bien.

  –Probablemente iba a decirte la verdad.

  –No. Conociendo a mi padre, probablemente no.

  La llegada del rape con fois-gras produce un breve paréntesis en la conversación.

  –Entonces –dice él, mientras miran primero sus platos y luego se miran el uno al otro–, ¿qué vamos a hacer?

  –¿Qué me dices de mantener abierto el local, y así vemos cómo va?

  –¡Pero es que detesto el negocio de los coches!

  –¿Lo dice el dueño del concesionario de coches de ocasión del año en West Yorkshire?

  –¡Pues claro! Nunca tuve que preocuparme de cuánto dinero ganaba.

  Hace tamborilear los dedos sobre la mesa, pensando durante un momento.

  –Si volviésemos a abrir, ¿qué harías? ¿Seguirías preparando el café? ¿O te dedicarías a las ventas hasta que sepamos que va a pasar con Freddy. Podría necesitar a alguien permanentemente, si abrimos. ¿Es eso en lo que estás pensando?

  –¿Me estás pidiendo que trabaje para ti?

  –¿Por qué no?

  –¡Porque el local me pertenece! –dice ruborizándose–. Bueno, la mitad.

  Ella alza el cuchillo y luego vuelve a ponerlo en la mesa.

  –Otra cosa. He estado trabajando allí las últimas tres semanas, mientras tú estabas fuera.

  –Creo haberte dicho que no abrieses.

  Ella se enfurruña.

  –He vendido siete coches y he ganado trece mil libras. Mira. Yo no detesto vender coches. Me gusta. Y mucho. Hay posibilidades. Ganabas dinero incluso cuando no lo intentabas. Un poco de disciplina haría que fuese un negocio de verdad.

  –¿Disciplina? No me gusta la idea.

  –Bueno, a no ser que quieras tener problemas con tu socia, vas a tener que empezar a ganar dinero a partir de ahora. Dinero de verdad. ¿Quién tiene un negocio y no quiere ganar dinero?

  Entonces a él le viene a la mente.

  –La Escuela de Negocios de Madrid.

  Ella se finge la inocente.

  –¿Qué?

  –No te enviaron aquí, ¿verdad? Viniste para vigilarme, para asegurarte de que tu herencia no corría peligro. Comprobar que el maldito concesionario te iba a dar beneficios.

  –No me enviaron, en serio –dice, pero su sentimiento de culpa no está matizado de vergüenza, sino de pena–. Me invitaron a venir.

  –¿Qué?

  –Creía que necesitabas a alguien que te echase una mano. Nos llamó cuando abriste el negocio.

  Se produce una pausa.

  Entonces se da cuenta.

  –¿Mi padre?

  Ella asiente.

  –Dijo que estabas haciendo que el negocio fuese legal. Que podrías necesitar ayuda. Yo no pude venir antes –dice sonriendo–. Pero ahora estoy aquí. Bienvenido al negocio, John.

  –Vamos –dice, agarrando el cuchillo–. A comer.

  FIN

  AGRADECIMIENTOS

  Los lugares que aparecen en la novela se basan en otros que visité con mi padre Stephen Barlow en otoño de 2010, incluida la avenida Hope. Así que, ¡gracias, papá! También le estoy muy agradecido a dos detectives de policía por sus valiosos consejos, tanto sobre asuntos de procedimiento como, en general, sobre delitos y delincuentes: los inspectores Perce Bosworth y Martin Hepworth. Finalmente, ni JD ni KG quisieron que sus nombres apareciesen en el libro (las iniciales son ficticias), pero gracias por hablarme con franqueza sobre lo que habéis hecho y, en el caso de JD, ¡el motivo por el que te detuvieron!

  NOTA DEL TRADUCTOR

  La traducción más habitual de la palabra inglesa street es calle. Sin embargo, en el caso de Hope Road, se ha empleado la traducción avenida, por varios motivos.

  COPYRIGHT

  Hope Road © 2011 John Barlow

  Traducción (Avenida Hope) © 2012 José Ramón Varela Pérez

  Diseño de la cubierta: Sidonie Beresford-Browne

  Fotografía de la cubierta: Alejandro Rivera @ istockphoto

  Este libro es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o bien han sido empleados simplemente para añadir autenticidad a la obra. Cualquier parecido con hechos, lugares, o personas reales es puramente accidental. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o por cualquier medio, tanto electrónico como mecánico, sin el permiso por escrito de John Barlow.

  SOBRE EL AUTOR

  John Barlow nació en 1967 en West Yorkshire, Inglaterra. Al terminar sus estudios decidió dedicarse a la música, tocando el piano y el órgano en bares y clubs. Luego se licenció en literatura inglesa en la universidad de Cambridge, para luego hacer un doctorado en la Universidad de Hull.

  Fue profesor de lengua inglesa durante varios años, pero en 2004, el año en que debutó como novelista publicando su libro de relatos Eating Mammals, se fue a vivir a España para dedicarse escribir a tiempo completo. En la actualidad reside en la ciudad gallega de A Coruña, con su mujer y sus dos hijos.

  Además de sus propios libros, trabaja escribiendo por encargo y como periodista. Ha publicado en el Washington Post, Slate.com, Penthouse y en la revista Departures, entre otros. En estos momentos, es articulista en la galardonada revista española de gastronomía Gourmetour.

  Más información:

  http:// www.johnbarlow.net

  OTROS LIBROS DE JOHN BARLOW

  En Inglés:

  ISLANDERS novela para lectores jóvenes y adultos España | US | UK

  WHAT EVER HAPPENED TO JERRY PICCO? novela negra España | US | UK

  INTOXICATED novela histórica

  EATING MAMMALS 3 novelas cortas, Ganador, Premio Discovery del Paris Review España | US | UK

  En Español:

  UN AÑO EN GALICIA (libro de viaje gastronómico)

  Fecha de publicación: 14 diciembre, 2012

  Ver extracto a continuación

  UN AÑO EN GALICIA (Extracto)

  Con gran humor... refrescantemente honesto - New York Times

  Una aventura deliciosa - Los Angeles Times

  Traducción del inglés de Bárbara Álvarez Fernández

  Título original: Everything but the Squeal, publicado en versión inglesa por Farrar, Straus & Giroux (E.E.U.U. y Canadá), Summersdale (Reino Unido), Wakefield Press (Nueva Zelanda y Australia) y Franouren (Gallego)

  Esta versión electrónica en español publicada por Storm Books

  Copyright © John Barlow 2012

  Traducción: Bárbara Álvarez Fernández 2012

  Portada: Stuart Bache 2012

  Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, traducida o apropiada de ninguna forma y por ningún medio (incluido electrónico, mecánico u otro, como puede ser fotocopia, grabación o cualquier otro sistema de almacenamiento o reproducción de información) sin el permiso del autor.

  ÍNDICE

  1. Del cerdo, hasta los andares

  2. ¿Por qué cerdo?

  3. La exaltación del chorizo

  4. El castillo y la encantadora

  5. ¿Por qué generalizar
?

  6. Día grande en Laza

  7. Al este del edén

  8. ¿Por qué comida?

  9. O Gato negro

  10. Encuentros con gallegos ilustres I

  11. La Orden del Cocido

  12. Con un pie en la Edad de Hierro

  13. El jamón virgen de Atilano

  14. Ay, el mercado...

  15. Cuatro paradas en Negueira

  16. El rabo del Orejas

  17. Encuentros con gallegos ilustres II

  18. Rumbo al sur en busca de Tetotes

  19. Costillas de lujo

  20. Apocalipsis entonces

  21. La ciudad previamente conocida como La Coruña

  22. Miolada moderna

  23. Encuentros con gallegos ilustres III

  24. Manolo y el diablillo de la sangre

  25. Último bocado

  Capítulo 1

  Del cerdo, hasta los andares

  Es enero y estamos en España, pero no en la España que la mayoría de la gente conoce. La lluvia es incesante, hace un frío que pela y el viento sopla como si el motor de un avión estuviese tocando la gaita. Conducimos despacio, rodeando un amplio valle que se extiende en la distancia; un mosaico de exuberantes pastos verdes que, si fuesen más verdes, ya no parecerían naturales. Sobre nosotros, el cielo plomizo está encapotado de nubes que se mueven sin descanso y nos escupen y rugen cuando miramos hacia delante. Con ese sentimiento familiar de ahogo, caemos en la cuenta de que por esta parte de la carretera ya habíamos pasado antes. No sabemos dónde estamos, el tiempo pasa y tenemos hambre.

  Y entonces, casi por casualidad, lo encontramos. Nos detenemos a un lado de la calzada y, sentados, miramos hacia el valle a través de la ventana. Las casas agrícolas construidas en piedra brotan entre los campos cubiertos de hierba, pero a estas horas, el mediodía de un día lluvioso, no hay nadie a la vista. Y la comida es justo el motivo por el que estamos aquí. Salgo corriendo del coche y me afano en desplegar el carrito del niño. Una ráfaga de viento pasa silbando y me da de pleno en la cara. A propósito. Estamos en Galicia, y ya es hora de comer.

 

‹ Prev