Paranoia

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Paranoia Page 7

by Joseph Finder


  En los salones de descanso había pósteres a todo color, grandes y lustrosos, que mostraban a un grupo de hombres y mujeres de hombros cuadrados (asiáticos, negros, blancos) posando con aire triunfal sobre el planeta Tierra, debajo de las palabras ¡Bebe con responsabilidad! ¡Bebe con Austeridad! «El empleado medio en Trion consume cinco refrescos al día», ponía. «Si bebieran tan sólo un refresco menos, Trion podría ahorrar 2,4 millones al año.»

  Podías traer el coche para que te lo lavaran y revisaran; podías comprar entradas con descuento para películas, conciertos y partidos de béisbol; tenían un programa de regalos para recién nacidos («un regalo por hogar y por nacimiento»). Me di cuenta de que el ascensor del ala D no se detenía en el quinto piso.

  – Proyectos especiales -me explicó la mujer-. Acceso restringido.

  Traté de no demostrar ninguna clase de interés especial. Me pregunté si éstos eran los «trabajos secretos» que tanto interesaban a Nick Wyatt.

  Stephanie llegó por fin y me llevó al sexto piso del ala B. Tom estaba hablando por teléfono, pero me hizo señas de que pasara. En su despacho había fotos de sus hijos -cinco niños, según pude ver-, individualmente o en grupo, y dibujos que habían hecho, cosas así. Los libros del estante que tenía detrás eran los sospechosos habituales: ¿Quién se ha llevado mi queso?; Primero, rompe las reglas; Cómo ser presidente ejecutivo. Sus piernas eran pistones enloquecidos, y tenía la cara como si la hubieran restregado con Scotch-Brite.

  – Steph -dijo-, ¿puedes pedirle a Nora que venga?

  Minutos después, colgó con energía el teléfono, se incorporó de un salto y me estrechó la mano. Llevaba una alianza grande y brillante.

  – ¡Hola, Adam, bienvenido al equipo! -dijo-. ¡Me alegro de haberle contratado! Siéntese, siéntese.

  Eso hice.

  – Lo necesitamos, amigo mío. Lo necesitamos con urgencia. Estamos al límite de nuestras capacidades, de verdad que no llegamos. Cubrimos veintitrés productos, hemos perdido personal importante, y estamos al límite. La chica a la que usted reemplaza ha sido transferida. Va usted a unirse al equipo de Nora, para trabajar en la renovación de la línea Maestro, la cual, como verá, se encuentra en apuros. Hay problemas graves que es preciso solucionar, y… ¡mire, aquí está!

  Nora Sommers estaba de pie en el umbral, con una mano en el marco de la puerta, posando como una diva. Me alargó la otra mano con coquetería.

  – Hola, Adam. Bienvenido. Me alegro de que esté con nosotros.

  – Es un placer estar aquí.

  – No fue una contratación fácil, se lo digo con franqueza. Teníamos muchos candidatos, todos muy buenos. Pero es como dicen, los mejores siempre acaban destacando. ¿Qué, nos ponemos manos a la obra?

  Su voz, que tenía un timbre casi infantil, pareció volverse más profunda tan pronto como Tom Lundgren salió del despacho. Hablaba rápidamente, casi escupiendo las palabras.

  – Su cubículo está allá -dijo, golpeando el aire con el dedo índice-. Aquí usamos teléfonos web. Supongo que sabrá usted utilizarlos.

  – No se preocupe.

  – Ordenador, teléfono… todo debe estar listo. Para cualquier cosa, sólo llame a Mantenimiento. Muy bien, Adam, déjeme advertirle algo, aquí no vamos cogiditos de la mano. Se trata de un aprendizaje difícil, pero no dudamos de que usted estará a la altura. Acabamos de echarle al agua: ahora, nade o húndase.

  Me miró con aire retador.

  – Prefiero nadar -dije con una sonrisa.

  – Me alegro -dijo ella-. Me gusta su actitud.

  Capítulo 13

  Tenía un mal presentimiento acerca de Nora. Era el tipo de persona que me pondría un bloque de cemento en los pies, me metería atado en el maletero de un Cadillac y me echaría al fondo de East River. Hundirse o nadar. A mí me lo dices.

  Me dejó en mi nuevo cubículo para que terminara de leer los textos de orientación, para que aprendiera los nombres secretos de los proyectos. Todas las compañías de alta tecnología dan nombres secretos a sus productos; los de Trion eran tipos de tormenta: Tornado, Tifón, Tsunami, y así. El nombre secreto de Maestro era Vortex. La existencia de tantos nombres distintos era confusa, y encima tenía que tantear el terreno para Wyatt. A eso del mediodía, cuando ya comenzaba a tener hambre de verdad, un hombre de unos cuarenta años, bajo y fornido, con coleta, camisa hawaiana y gafas redondas de montura gruesa y negra, apareció en mi cubículo.

  – Debes de ser la última víctima -me dijo-. La carne fresca arrojada a la jaula del león.

  – Y vosotros sois todos muy amables -dije-. Adam Cassidy.

  – Lo sé. Noah Mordden. Ingeniero Distinguido en Trion. Es tu primer día, no sabes en quién confiar, de parte de quién ponerte. Quién quiere jugar contigo y quién quiere que te la pegues. Pues bien, estoy aquí para responder a todas tus preguntas. ¿Qué te parece si comemos en la cafetería de empleados?

  Un tío raro, pero me despertó la curiosidad. Mientras caminábamos hacía el ascensor, dijo:

  – Bueno, y te dieron el trabajo que nadie más quería, ¿no?

  – ¿Ah, sí?

  Genial.

  – Nora quería llenar el puesto con alguien de adentro, pero nadie quería trabajar para ella. Alana, la mujer a la que reemplazas, llegó a implorar que la sacaran de allí, así que la transfirieron a otra parte de la casa. El rumor es que Maestro está a punto de estallar. -Apenas alcanzaba a oírle; el tío susurraba mientras caminábamos hacia los ascensores-. Siempre se apresuran a cargarse lo que no funciona. Aquí, uno coge un resfriado y ya le están preparando el ataúd.

  Asentí.

  – El producto no aporta nada nuevo -dije.

  – Es una mierda. Tiene los días contados. Además, Trion está lanzando un teléfono móvil todo-en-uno que tiene exactamente el mismo sistema inalámbrico de mensajes de texto, así que ¿de qué servirá? Mátalo ya y no dejes que sufra. Y no ayuda que Nora sea una verdadera bruja.

  – ¿Lo es?

  – Si no te has dado cuenta a los diez segundos de haberla conocido, es que no eres tan inteligente como se dice. Pero no la subestimes: es cinturón negro en políticas empresariales, y además tiene sus lugartenientes, así que cuídate.

  – Gracias.

  – A Goddard le gustan los coches clásicos americanos, así que a ella también le gustan. Tiene un par de deportivos restaurados, pero no la he visto nunca conducirlos. La idea es que Jock Goddard sepa que ambos están cortados con el mismo patrón. Es hábil.

  El ascensor estaba lleno de empleados que bajaban a la cafetería de la tercera planta. Muchos de ellos llevaban camisas de golf o polos con el logo de Trion. El ascensor se detuvo en todas las plantas. Alguien que había detrás de mí bromeó: «Parece que hemos cogido el de cercanías.» Cada día, en cada ascensor empresarial del mundo, hay alguien que hace esa broma.

  La cafetería, o comedor de empleados, como lo llamaban, era inmensa, y vibraba con la electricidad de cientos, tal vez miles, de empleados de Trion. Era como el salón comedor de un lujoso centro comercial: una barra de sushi con dos chefs; un mostrador de pizzas gourmet del tipo escoja-su-salsa; una barra de burritos; comida china; carnes y hamburguesas; una impresionante barra de ensaladas; incluso un mostrador vegetariano.

  – Dios mío -dije.

  – Pan y circo para el pueblo -dijo Noah-. Juvenal. Mantén al campesino bien alimentado, y no notará su esclavitud.

  – Supongo que así es.

  – Vaca contenta da mejor leche.

  – Lo que sea, siempre que funcione -dije, mirando alrededor-. Y de austeridad más bien poca, ¿eh?

  – Ah. Dale una mirada a las máquinas de las salas de descanso: veinticinco centavos por un pollo satay con cacahuetes, pero un dólar por una barra de chocolate; Las bebidas y las sustancias con cafeína son gratis. El año pasado, el director de servicios financieros, un hombre llamado Paul Camilletti, trató de eliminar las fiestas de la cerveza semanales, pero entonces los directivos empezaron a gastar dinero de su bolsillo para comprar cerveza, y alguien hizo circular un correo electrónico qu
e presentaba argumentos financieros para mantener las fiestas. La cerveza cuesta X al año, mientras que contratar y formar nuevos empleados cuesta Y, así que, dado lo que cuesta estimular la moral y conservar a los empleados, el rendimiento de la inversión, bla bla bla, ya me entiendes. Camilletti, que vive para los números, acabó por ceder. De todas formas, su campaña de austeridad está a la orden del día.

  – En Wyatt pasaba igual -dije.

  – Incluso en vuelos internacionales se nos exige volar en clase turista. El mismo Camilletti se hospeda en Motel 6 cuando viaja dentro de Estados Unidos. Trion no tiene avión empresarial. Pero seamos claros, la esposa de Jock Goddard le regaló uno por su cumpleaños, así que no tenemos que sentir lástima por él.

  Pedí una hamburguesa y una Coca-Cola Light, y él pidió una especie de misteriosa fritura asiática. Todo era ridículamente barato. Con las bandejas en la mano, dimos una mirada alrededor, pero Mordden no encontró a nadie con quien quisiera sentarse, así que nos sentamos los dos solos. Yo tenía esa sensación de primer día de colegio, de cuando no conoces a nadie. Aquello me hizo pensar en el día que entré en Bartholomew Browning.

  – Goddard no se hospeda también en un Motel 6, ¿o sí?

  – Lo dudo mucho. Pero no es demasiado ostentoso con su dinero. No usa limusinas. Conduce su propio coche. De acuerdo, tiene una docena más o menos, todos coches antiguos que él mismo ha restaurado. Además, les regala a sus cincuenta ejecutivos principales el coche de lujo que escojan, y es gente que gana toneladas de dinero, es verdaderamente obsceno. Goddard es astuto: sabe que para poder conservar el talento extraordinario debe pagar bien.

  – ¿Qué me dices de vosotros, los Ingenieros Distinguidos?

  – Sí, yo mismo he ganado cantidades obscenas de dinero aquí. En teoría, podría mandar a todo el mundo a tomar por culo y aún así tener ahorros para mis hijos, si algún día llego a tenerlos.

  – Pero sigues trabajando.

  Suspiró.

  – Cuando descubrí mi mina de oro, unos pocos años después de comenzar, renuncié y me fui a navegar alrededor del mundo. Sólo cogí ropa y varias maletas muy pesadas con el canon occidental.

  – ¿El canon occidental?

  Sonrió.

  – Los grandes éxitos de la literatura occidental.

  – ¿Como Louis L'Amour?

  – Más bien como Heródoto, Tucídides, Sófocles, Shakespeare, Cervantes, Montaigne, Kafka, Freud, Dante, Milton, Burke…

  – Yo me dormí en esa clase, tío -dije.

  Sonrió de nuevo. Obviamente, yo le parecía un imbécil.

  – En fin -dijo-, una vez lo hube leído todo, me di cuenta de que soy constitucionalmente incapaz de no trabajar, y regresé a Trion. ¿Has leído el Discurso sobre la servidumbre voluntaria de Étienne de la Boétie?

  – ¿Entra en los finales?

  – El único poder que tienen los tiranos es el que ha sido cedido por sus víctimas.

  – Ése y el de repartir Coca-Cola gratis -dije, inclinando mi lata hacia él-. Así que eres ingeniero.

  Me dedicó una sonrisa bien educada que era más bien una mueca.

  – No ingeniero a secas, ten eso en cuenta, sino, como he dicho antes, Ingeniero Distinguido. Eso quiere decir que mi número de empleado es de los pequeños y que puedo hacer más o menos lo me que venga en gana. Si eso implica ser la espina en el costado de Nora Sommers, pues que así sea. Ahora, en cuanto al reparto de la sección de marketing de tu unidad, veamos, ya has conocido a Nora la Tóxica. Y a Tom Lundgren, vuestro exaltado vicepresidente. En su caso, no hay más que lo que ya has visto. Vive para la familia, la iglesia y el golf. Y Phil Bohjalian, viejo como Matusalén y, en materia tecnológica, tan puesto al día como él. Comenzó en Lockheed Martin cuando se llamaban de otra forma y los ordenadores eran del tamaño de una casa y funcionaban con tarjetas perforadas IBM. Tiene los días contados, eso es seguro. Y… ¡helo aquí, el mismísimo Elvis, aventurándose entre nosotros!

  Me di la vuelta hacia donde estaba mirando. De pie junto a la barra de ensaladas había un tipo de pelo blanco, hombros caídos y rostro arrugado, cejas blancas y pobladas, grandes orejas y una especie de expresión de duendecillo. Llevaba un suéter negro de cuello alto. A medida que la gente lo miraba y susurraba, tratando de fingir indiferencia o ser discreta, la energía del lugar cambió, comenzó a girar en ondas a su alrededor.

  Augustine Goddard, fundador de Trion y presidente ejecutivo, en carne y hueso. Parecía más viejo que en las fotos que yo había visto. Un tío mucho más joven y alto estaba de pie junto a él, diciéndole algo. El joven tenía unos cuarenta años, era delgado y parecía estar en forma, y tenía el pelo negro atravesado por líneas grises. Tenía cara de italiano y era apuesto como una estrella de cine, como un héroe de acción que estuviera madurando muy bien, pero con cicatrices profundas en las mejillas. Salvo por la piel picada, me recordó al joven Al Pacino, el de los primeros dos Padrinos. Llevaba un precioso traje gris carbón.

  – ¿Camilletti? -pregunté.

  – Camilletti el Degollador -dijo Mordden, hundiendo los palillos en la fritura-. Nuestro director financiero. El zar de la austeridad. Esos dos están juntos todo el tiempo -habló con la boca llena de comida-. ¿Ves su cara, esas cicatrices de acné vulgaris? Según dicen, ahí está escrito «come mierda y muérete» en Braille. En fin, Goddard cree que Camilletti es el segundo advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo, el hombre que va a poner los costes operacionales por los suelos, a incrementar los márgenes de beneficios, a lanzar las acciones de Trion de vuelta a la estratosfera. Hay quien dice que Camilletti es el doble de Jock Goddard, el Jock malo. Su Yago. El diablo en su hombro. Yo creo que es el poli malo que deja que Jock sea el poli bueno.

  Terminé mi hamburguesa. Me di cuenta de que él presidente ejecutivo y su director financiero hacían la fila y pagaban su comida. ¿No podían simplemente irse sin pagar? ¿O colarse al comienzo de la fila, por ejemplo?

  – Es muy Camilletti eso de comer en el comedor de los empleados -continuó Mordden-, para demostrar a las masas su compromiso con la reducción drástica de costes. Porque él no reduce los costes: los reduce drásticamente. En Trion no hay comedor ejecutivo. No hay chef personal para los ejecutivos. No hay comidas preparadas a domicilio, de eso nada. Comparte el pan con los campesinos. -Mordden bebió un sorbo de Dr. Pepper-. ¿Dónde estábamos con lo del programita teatral, mi «quién es quién» en el reparto? Ah, sí. Está Chad Pierson, el protegido de Nora, el chico de los rizos de oro, niño maravilla y lameculos profesional. Tiene un máster de Tuck, [4] pasó de Empresariales a Marketing de Productos en Trion, hace poco hizo un Curso Intensivo de Marketing y sin duda te considerará una amenaza que es preciso eliminar. Y luego está Audrey Bethune, la única mujer negra de la…

  De repente, Noah quedó en silencio y se metió más fritura en la boca. Vi a un joven rubio y guapo de mi edad que se deslizaba con rapidez hacia nuestra mesa, como un tiburón en el agua. Camisa azul de cuello abotonado, aspecto de pijo deportista. Uno de estos rubios que uno ve en las revistas, en anuncios de varias páginas, confraternizando con otros especímenes de la raza dominante, ya sea en cócteles o sobre el césped de su baronía.

  Noah Mordden se bebió un trago apresurado de su Dr. Pepper y se puso de pie. Tenía manchas marrones de fritura sobre la camisa Aloha.

  – Disculpa -dijo, incómodo-. Tengo una cita privada.

  Dejó los platos desparramados sobre la mesa y se largó en el momento justo en que el rubio llegaba con la mano abierta.

  – Hola, ¿qué tal? -dijo-. Chad Pierson.

  Quise estrecharle la mano, pero él hizo uno de esos movimientos hip-hop, uno de esos saludos soy-demasiado-guay-para-dar-la-mano-de-forma-normal. Parecía haberse hecho la manicura.

  – ¡He oído hablar tanto de ti!

  – Todo es mentira -dije-. Puro marketing, ya sabes.

  Se rió con complicidad.

  – Qué va, se supone que eres nuestro hombre. Voy a quedarme cerca de ti, a ver si aprendo algún truquillo.

  – Voy a necesitar toda la ayud
a posible. Me han dicho que es un caso de vida o muerte, y parece que estemos más cerca de la segunda.

  – ¿Así que Mordden te ha salido con su mierda de intelectual cínico?

  Sonreí de manera neutral.

  – Me ha dado su punto de vista.

  – Todo negativo. El tío piensa que está en no sé qué culebrón, un asunto maquiavélico. Bien, puede que él se lo crea, pero yo no le prestaría demasiada atención.

  Me di cuenta de que en el primer día de cole me había sentado con el chico menos popular, pero eso me animó a defender a Mordden.

  – Pues a mí me cae bien -dije.

  – Es ingeniero. Son todos raros. ¿Juegas a baloncesto?

  – Un poco, sí.

  – Cada martes y jueves a la hora de la comida hay un partidillo en el gimnasio, a ver si te animas. Además tal vez podamos tomarnos algo alguna vez, ir a un partido, algo así.

  – Me encantaría -dije.

  – ¿Ya te han hablado de los festivales de la cerveza de Juegos Empresariales?

  – Todavía no.

  – Supongo que no es el tipo de cosas que le gustan a Mordden. Da igual, es la hostia.

  Era hiperactivo, y movía el cuerpo de lado a lado, como un jugador de baloncesto, buscando un pasillo para entrar y clavarla.

  – Bueno, té a las dos, ¿no?

  – No me lo perdería por nada.

  – Guay. Me alegro de tenerte en el equipo. Vamos a destrozarlos, tú y yo.

  Sonrió de oreja a oreja.

  Capítulo 14

  Chad Piersort estaba de pie frente a la pizarra, tomando notas en una agenda de reuniones con rotuladores rojos y azules, cuando entré en Corvette. Era una sala de conferencias como todas las que había visto antes: la mesa grande (salvo que ésta era de color negro, estilo diseño de alta tecnología, en lugar de color caoba), la consola de altavoces Polycom en medio de la mesa como una viuda negra geométrica, una canasta de fruta y una neverita llena de hielo, refrescos y cartones de zumo.

  Chad me hizo un guiño cuando me senté frente a uno de los lados largos de la mesa. Ya había un par de personas más. Nora Sommers ocupaba la cabecera; llevaba unas gafas de lectura negras cuya cadena le rodeaba el cuello, y leía una carpeta y de vez en cuando le susurraba algo a Chad, su escriba. No pareció percatarse de mi presencia.

 

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