Paranoia

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Paranoia Page 38

by Joseph Finder


  Regresamos a la habitación y jugueteamos un rato más en la cama, y luego nos pusimos a hablar. Me propuse no hablar de procedimientos de seguridad ni de tarjetas de acceso. Ella quería que habláramos de la muerte y el funeral de mi padre, y aunque el tema me deprimiera un poco, hablé un buen rato de él. A eso de las once nos fuimos, con reticencia: la cita había terminado.

  Creo que ambos queríamos que siguiera y siguiera, pero también queríamos volver a casa, a nuestros propios nidos, y trabajar un poco, volver a la mina y compensar con trabajo esta espléndida noche que habíamos pasado lejos de las obligaciones.

  Mientras regresábamos me sorprendí contemplando el camino, los árboles veteados por el sol y el hecho de que acababa de pasar la noche con la mujer más hermosa y graciosa y sexy que jamás había conocido.

  ¿Dónde diablos me había metido?

  Capítulo 82

  A mediodía estaba de vuelta en casa, e inmediatamente llamé a Seth.

  – Necesitaré más dinero, tío -dijo.

  Ya le había dado varios miles de dólares de mi cuenta de Wyatt (o de donde viniera ese dinero). Me sorprendió que ya se lo hubiera gastado.

  – No quería perder el tiempo con cosas baratas -dijo-. He conseguido equipos profesionales.

  – Supongo que era necesario -dije-, aunque vayamos a usarlos una sola vez.

  – ¿Quieres que consiga uniformes?

  – Sí.

  – ¿Y las tarjetas?

  – Estoy en ello -dije.

  – ¿Estás nervioso?

  Dudé un instante, pensé en mentir para subirle la moral, pero no pude.

  – Mucho -dije.

  No quería ni pensar en lo que podía ocurrir si las cosas salían mal. Un terreno de primera categoría en medio de mi cerebro estaba ya ocupado por las preocupaciones, obsesionado por volver una y otra vez sobre el plan que se me había ocurrido tras la cita con el jefe de Seth.

  Y sin embargo, había otra zona de mi cerebro que simplemente quería fugarse y soñar despierta. Quería pensar en Alana. Pensé en la ironía de la situación entera: la manera en que este calculado plan de seducción me había llevado por un camino inesperado, y la manera en que me sentía recompensado, injustamente, por mi traición.

  Oscilaba entre la sensación de mera maldad, de culpa por lo que le estaba haciendo, y la abrumadora sensación de cariño por ella, algo que nunca había sentido. Recordaba pequeños detalles una y otra vez: su manera de cepillarse los dientes, llevándose agua a la boca con la mano en lugar de usar un vaso; la grácil concavidad de su espalda que luego se transformaba en la hendidura del culo, la manera increíblemente sexy que tenía de ponerse pintalabios… Pensaba en su voz aterciopelada, su risa loca, su sentido del humor, su dulzura.

  Y pensaba -y esto era de lejos lo más extraño- en nuestro futuro, lo cual normalmente le resulta espantoso a un tío que no ha cumplido los treinta, pero por alguna razón no era ése el caso. No quería perder a esta mujer. Me sentía como si me hubiera detenido en un supermercado para comprar una caja de cervezas y un número de lotería y me hubiera tocado la lotería.

  Y por eso no quería que Alana se enterara jamás de lo que estaba haciendo. Eso me aterrorizaba. Esa idea oscura y terrible resurgía en mi cabeza e interrumpía mi tonta fantasía como uno de esos payasos de resorte que vuelven a levantarse cada vez que uno les da un martillazo en la cabeza.

  En la cinta a color de mi fantasía se había deslizado un cuadro en blanco y negro: ahí estaba yo, sentado en el coche en el aparcamiento a oscuras, copiando en un CD los contenidos del portátil, presionando las llaves de Alana contra la cera, copiando su tarjeta de acceso.

  Entonces le daba un martillazo al payaso malvado, y ahí estábamos Alana y yo, en el día de nuestra boda. Alana caminaba hacia el altar, hermosa y recatada, acompañada por su padre, un tipo de pelo canoso y mandíbula cuadrada vestido con traje de calle.

  La ceremonia la lleva a cabo Jock Goddard como juez civil. Toda la familia de Alana ha venido, su madre se parece a Diane Keaton en El padre de la novia, su hermana no es tan bella como Alana pero es una chica dulce, y todos están encantados -recordad que esto es una fantasía- de que Alana se case conmigo.

  Nuestra primera casa, una casa de verdad y no un piso, en algún pueblo arbolado del medio oeste; me imaginaba la casa magnífica en que vive la familia de Steve Martin en El padre de la novia. Después de todo, ambos somos ejecutivos ricos y poderosos. Bajo el umbral la levanto en brazos, sin ningún esfuerzo, y ella se burla de lo cursi y lo tópico que soy, y luego, para inaugurar la casa, nos acostamos en todas las habitaciones, incluyendo el baño y el armario de la ropa blanca. Alquilamos películas y las vemos en la cama mientras comemos comida china en cajas de cartón con palillos de madera, y cada cierto tiempo la miro sin que se dé cuenta y no puedo creer que de verdad esté casado con esta nena increíble.

  Los matones de Mecham me habían devuelto mis ordenadores. Afortunadamente, porque iba a necesitarlos.

  Metí el CD con toda la información que había copiado del portátil de Alana. Buena parte eran correos electrónicos que se referían al inmenso potencial de marketing de Aurora, a la forma en que Trion estaba preparado para adueñarse del «espacio», como se decía en jerga tecnológica. Hablaban de los inmensos incrementos en velocidad informática que Aurora permitía prever, y de cómo ese chip realmente cambiaría el mundo.

  Uno de los documentos más interesantes era la programación de la presentación en público de Aurora. Sería el miércoles, dentro de tres días, en el Centro de Visitantes de las oficinas principales de Trion, un auditorio modernista y descomunal. Los correos electrónicos, las llamadas y los faxes se enviarían a la prensa sólo el día antes. Evidentemente aquello sería un evento público de grandes proporciones. Imprimí el programa.

  Pero lo que más me intrigó fue el plano de la planta y los procedimientos de seguridad que todos los miembros del equipo Aurora recibían.

  Abrí uno de los cajones de basura del mueble de la cocina. Envueltos en bolsas de basura estaban varios objetos que yo había guardado en bolsas con cierre de plástico. Uno era el CD de Ani DiFranco que había dejado en casa con la esperanza de que Alana lo cogiera, como en efecto sucedió. Otro era la copa que había usado cuando estuvo aquí.

  Meacham me había dado un equipo de huellas digitales Sirchie; Contenía pequeñas ampollas de polvo para huellas, celo transparente de levantado de huellas y una brocha de fibra de vidrio. Me puse un par de guantes de látex y cubrí tanto el CD como la copa con un poco del polvo de grafito.

  La mejor huella, de lejos, estaba en el CD. La levanté cuidadosamente con un trozo de celo y la puse en un estuche de plástico esterilizado.

  Enseguida redacté un correo para Nick Wyatt.

  Lo dirigí, por supuesto, a «Arthur».

  Lunes por la tarde/Martes por la mañana completaré misión y obtendré muestras. Martes a primera hora entregaré en lugar y hora que usted escoja. Tras completar misión cesará todo contacto.

  Quería transmitir el grado preciso de resentimiento. No quería que sospecharan nada.

  Pero ¿acaso se presentaría Wyatt en persona?

  Supongo que era ésa la pregunta del millón. No era crucial que se presentara, pero yo deseaba que así fuera. No había manera de forzarlo a que estuviera allí; de hecho, insistir demasiado en ello probablemente acabaría por disuadirlo. Pero para este momento ya conocía la psicología de Wyatt lo suficiente como para saber que no confiaría el asunto a nadie más.

  Veréis, yo iba a darle a Nick Wyatt exactamente lo que quería.

  Iba a darle el prototipo mismo del chip Aurora, que robaría, con la ayuda de Seth, de la quinta planta del ala D.

  Tenía que darle el objeto real, el verdadero prototipo del Aurora. Por diversas razones, no podía darle uno falso. Wyatt, como ingeniero que era, sabría inmediatamente si se trataba o no del aparato genuino.

  Pero la razón principal era ésta: por razones de seguridad, según lo había averiguado por los correos electrónicos de Camilletti y los archivos de A
lana, el prototipo Aurora llevaba una marca de identificación microimpresa, un número de serie y el logo de Trion grabado con láser y visible sólo con microscopio.

  Por eso quería que Wyatt estuviera en posesión del chip robado. Del objeto genuino.

  Porque tan pronto como Wyatt -o Meacham, si ése era el caso- estuviera en posesión del chip robado, caería en la trampa. Yo lo habría notificado al FBI con la antelación necesaria para que coordinaran un equipo SWAT, pero sin darles nombres ni lugares ni nada hasta el último minuto. Yo controlaría completamente el proceso.

  Howard Shapiro, el jefe de Seth, había hecho la llamada por mí. «Olvídese de tratar con el jefe de Departamento de la Fiscalía General», me había dicho. «Para algo tan dudoso como esto, se irá a Washington, y eso tardaría siglos. Olvídelo. Iremos directamente al FBI: son los únicos capaces de jugar con nuestras reglas.»

  Sin dar nombres, cerró un trato con el FBI. Si todo salía bien, y yo les entregaba a Nick Wyatt, me darían libertad bajo fianza y nada más.

  Pues bien, yo les entregaría a Wyatt. Pero lo haría a mi manera.

  Capítulo 83

  El lunes, llegué a trabajar a primera hora de la mañana, preguntándome si sería mi último día en Trion.

  Por supuesto que si todo salía bien, aquél sería tan sólo un día más, un accidente pasajero en una larga y exitosa carrera.

  Pero las posibilidades de que todo saliera bien con este plan increíblemente complejo eran pocas, y yo lo sabía.

  El domingo había clonado un par de copias de la tarjeta de acceso de Alana usando los datos que había capturado de su tarjeta y una pequeña máquina que Meacham me había dado llamada ProxProgrammer.

  Además había encontrado entre los archivos de Alana un plan de la quinta planta del ala D. Casi la mitad de la planta estaba marcada con sombreado y etiquetada con la leyenda «Centro de Alta Seguridad C».

  El Centro de Alta Seguridad C era el lugar donde estaban probando el prototipo.

  Desafortunadamente, yo no tenía la menor idea de lo que había dentro del centro de alta seguridad, ni sabía en qué lugar de esa zona se conservaba el prototipo. Después de entrar, tendría que arreglármelas sobre la marcha.

  Pasé por casa de mi padre para coger mis guantes de trabajo súper resistentes, los que utilizaba cuando trabajaba limpiando ventanas con Seth. Esperaba encontrarme con Antwoine, pero el hombre debía de haber salido a dar una vuelta. Mientras estaba allí tuve la curiosa sensación de que me estaban observando, pero la deseché y la consideré simple ansiedad.

  El resto del domingo me dediqué a investigar en la página web de Trion. Era en verdad sorprendente la cantidad de información disponible para los empleados, desde planos del edificio hasta procedimientos de seguridad, e incluso el inventario de los equipos de seguridad instalados en la quinta planta del ala D. A través de Meacham había conseguido la frecuencia de radio que los guardias de seguridad de Trion usaban para sus radioteléfonos.

  No sabía todo lo que necesitaba saber acerca de los procedimientos de seguridad -ni mucho menos- pero sí que llegué a averiguar ciertas cosas importantes que me confirmaban lo que Alana me había dicho durante la cena en el hostal.

  Había sólo dos vías de entrada y salida a la quinta planta, ambas vigiladas. Para pasar por las primeras puertas, había que poner la tarjeta frente al lector; pero luego había que presentarse ante un guardia que vigilaba desde detrás de una ventana a prueba de balas y comparaba el nombre y la fotografía con los datos de su ordenador antes de abrir la puerta de entrada a la planta principal.

  Y ni siquiera entonces estaba uno cerca del Centro de Alta Seguridad C. Antes de llegar a la entrada del área de alta seguridad había que pasar por pasillos equipados con cámaras de circuito cerrado. Luego se entraba a otra zona, equipada no sólo con cámaras sino con detectores de movimiento. En esta entrada no había vigilantes, pero para abrir la puerta era necesario activar un sensor biométrico.

  De manera que llegar donde estaba el prototipo Aurora iba a ser grotescamente difícil, por no decir imposible. Pensé que no lograría siquiera pasar el primer punto de control; no podía usar la tarjeta de Alana, como era obvio: nadie me confundiría con ella. Pero una vez entrara en la quinta planta, su tarjeta podía serme útil de otras formas.

  El sensor biométrico era aún más complicado. Trion estaba en la vanguardia en la mayoría de tecnologías, y el reconocimiento biométrico -escáner de huellas digitales, lector de manos, identificación de geometría facial, identificación de voz, escáner de iris y de retina- era el éxito del momento en el negocio de la seguridad. Todos los sistemas tienen sus puntos fuertes y sus puntos débiles, pero el escáner de huellas es generalmente considerado el mejor: fiable, no muy quisquilloso ni delicado, poco proclive a rechazar o aceptar por error.

  Sobre la pared, fuera del Centro de Alta Seguridad C, había un escáner de huellas Identix.

  A última hora de la tarde llamé desde mi teléfono móvil al director asistente del centro de comandancia de seguridad encargado del ala D.

  – Hola, George -dije-. Soy Ken Romero, de Network Design, los del equipo de cableado.

  Ken Romero era un nombre de verdad, en caso de que George decidiera buscarme en los directorios.

  – ¿En qué puedo ayudarle? -dijo el tío.

  – Es sólo una llamada de cortesía. Bob quería que os avisara de que haremos un desvío y una actualización del cableado de fibra en la D cinco. Eso será mañana por la mañana.

  – Ajá -dijo. Como si dijera: ¿Y a mí qué me cuentas?

  – No sé por qué les parece que necesitan fibra L-1000 o un servidor Ultra Dense, pero oye, no es dinero de mi bolsillo, ¿sabes lo que te digo? Supongo que tendrán unas aplicaciones cojonudas, banda ancha y lo que tú quieras, y…

  – ¿En qué puedo ayudarle, señor…?

  – Romero. En fin, creo que los tíos de la quinta no querían distracciones durante el día, y han pedido que se hiciera a primera hora de la mañana. No pasa nada, pero queríamos que estuvierais prevenidos, claro, porque los trabajos harán saltar los detectores de acceso y de movimiento y todo eso, como entre las cuatro y las cinco de la madrugada.

  El director asistente de seguridad parecía aliviado de que no le tocara hacer nada.

  – ¿Se refiere a la planta entera? Joder, no puedo cerrar la planta entera sin…

  – No, no, no -dije-. Si tenemos suerte mis chicos harán dos o tres cableados, si vieras las pausas que se toman. No, la idea es hacerlo por áreas, a ver, áreas veintidós A y B, me parece. Sólo las secciones internas. En fin, que los tableros se os van a encender como luces de Navidad, ¿sabes lo que te digo?, y probablemente os vais a volver locos, pero quería avisaros…

  George soltó un fuerte suspiro.

  – Bueno, si sólo es veintidós A y B… supongo que ésos los puedo desactivar…

  – Lo que te vaya mejor. Es decir, no es cuestión de que os volváis locos por esto.

  – Le daré tres horas si es necesario.

  – No creo que necesitemos tres horas, pero mejor que sobre y no que falte, ¿sabes lo que te quiero decir? De todas formas, gracias por la ayuda, tío.

  Capítulo 84

  Aquel día, a eso de las siete de la tarde, salí como de costumbre del edificio de Trion y me fui a casa. Esa noche no dormí muy bien.

  Poco antes de las cuatro de la madrugada, regresé y aparqué en la calle y no en el parking para que mi reentrada no quedara registrada.

  Diez minutos después llegaba una furgoneta: j. j. rankenberg & cía. herramientas, equipos y químicos para limpieza profesional de ventanas desde 1963. Seth conducía en un uniforme azul con una insignia de J. J. Rankenberg en el bolsillo izquierdo.

  – Hola, vaquero -dijo.

  – ¿J. J. te ha dejado todo esto?

  – El viejo está muerto -dijo Seth. Estaba fumando, y eso me dio la medida de su nerviosismo-. Tuve que tratar con Junior.

  Me entregó un mono azul y me lo puse sobre el polo y los pantalones de dril, lo cual no fue fácil en la vieja f
urgoneta Isuzu. Hedía a gasolina derramada.

  – Yo creía que Junior te detestaba.

  Seth levantó la mano izquierda y se frotó el pulgar y el índice: todo por la pasta.

  – Alquiler de corto plazo para un trabajito en la compañía del padre de mi novia.

  – Tú no tienes novia.

  – Lo único que le importaba era no tener que registrar el ingreso. Qué, tío, ¿nos vamos de marcha?

  – Tú dale a «enviar».

  Señalé la entrada de servicio del ala D y Seth llevó la furgoneta. El vigilante nocturno de la cabina miró una hoja de papel, encontró el nombre de la compañía en la lista de admisiones.

  Seth aparcó la furgoneta en el muelle de carga del nivel inferior y sacamos las bolsas de nailon llenas de herramientas, las escobillas de goma Ettore y los cubos verdes, las extensiones de cuatro metros, las botellas de plástico llenas de limpiacristales color amarillo orina, las cuerdas y los ganchos y la silla y las poleas Jumar. Había olvidado cuánta basura necesitaba este trabajo.

  Le di al gran botón redondo de acero que había junto a la puerta de acero del parking y un par de segundos después la puerta comenzó a abrirse. Un guardia de seguridad panzón, demacrado y bigotudo se acercó con una carpeta con sujetapapeles.

  – ¿Necesitáis ayuda? -dijo, aunque en el fondo no quería ayudar a nadie.

  – No, todo bien -dije-. ¿Nos puede mostrar cómo se llega al ascensor de carga?

  – Ahora mismo -dijo. Se quedó ahí, con su carpeta (no parecía escribir nada en ella, simplemente la sostenía para que supiéramos quién mandaba), viendo cómo forcejeábamos con nuestros equipos-. ¿De verdad limpiáis ventanas de noche? -dijo mientras nos acompañaba al ascensor.

 

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