The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa
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—Di: “Si yo fuera gente” —el león le dijo.
Luego el águila se quitó una pluma del ala y se la dio al muchacho: —Si quieres volverte águila, di: “Si yo fuera águila”. Serás águila.
La hormiga se rompió uno de los cuernitos de su cabeza: —Si quieres ser hormiga, di: “Si yo fuera hormiga.” Serás hormiga.
El muchacho les dio las gracias a los animales y los dejó para que aprovecharan su comida. Siguió su camino y, de pronto, vio a un grupo de hombres con cara de pocos amigos cabalgando hacia él. Llevaban los cinturones cargados de pistolas y espadas afiladas. Sabía que se trataba de una gavilla de ladrones.
Al principio el muchacho pensó dar vuelta y echarse a correr. Pero si los ladrones lo veían, lo alcanzarían rápidos en sus caballos. Luego recordó los regalos que los animales le habían dado. Dijo: —Si yo fuera hormiga.
El muchacho se convirtió en hormiga chiquitita y los ladrones siguieron de largo sin siquiera verlo. Cuando se pensó a salvo de los ladrones, dijo: —Si yo fuera gente. —Volvió a ser muchacho.
Pero tocó la casualidad que uno de los ladrones volvió a ver hacia atrás por el camino. Vio al muchacho y levantó el grito. Todos corrieron hacia el muchacho en sus caballos. Al instante, el muchacho sacó la pluma del águila: —Si yo fuera águila —dijo. Y se volvió águila. Levantó el vuelo y se escapó de los ladrones.
Arriba y todavía más arriba voló el muchacho, más y más lejos viajó, hasta que vio un castillo en lo alto de una montaña. Era el castillo de un gigante y este gigante tenía encerrada allí a una princesa.
El muchacho bajó en espiral y se posó en el muro del castillo. Vio a la princesa en el jardín tejiendo con hilos de oro y plata. Bajó un árbol ahí cerca dormitaba el gigante.
El muchacho bajó volando y se sentó en una rama un poco arriba de la princesa. Cuando la princesa levantó la vista y lo vio, dijo: —Gigante, mira la bella águila en el árbol. Atrápamela.
—Déjame dormir —masculló el gigante—. ¿Para qué quieres esa ave?
—La quiero poner en una jaula —dijo la princesa—. Después de todo, si me vas a tener presa aquí para siempre, lo menos que puedes hacer es dejarme tener una mascota.
—Niña simplona —gruñó el gigante. Pero agarró el águila y la puso en una jaula. Durante todo el día la joven tuvo la jaula colgada a su lado mientras tejía. Habló con el ave. Le decía lo triste y solita que se sentía en el castillo del gigante.
—Al anochecer, la princesa llevó la jaula a su dormitorio en el castillo y la puso junto a la ventana. El gigante cerró la puerta y la atrancó, y la princesa se acostó a dormir. El muchacho pensó: “Éste es el momento para salir de la jaula”. Dijo: —Si yo fuera hormiga, —y se volvió hormiga. Salió entre la barras de la jaula y bajó al piso. “Ahora revelo a la princesa quién realmente soy” pensó. Dijo: —Si yo fuera gente, —y recuperó su forma natural.
El muchacho movió la cama de la princesa y ella abrió los ojos. Se alarmó cuando lo vio y gritó. El muchacho oyó las pisadas fuertes del gigante acercarse por el corredor. Dijo rápido: —Si yo fuera hormiga. —Subió corriendo la pared y volvió a meterse en la jaula. Dijo: —Si yo fuera águila. —Puso la cabeza bajo un ala como si durmiera.
—¿Por qué gritaste? —preguntó el gigante mientras abría la puerta.
La princesa había visto al muchacho convertirse en hormiga y luego en águila. Sabía que debía ser amigo e inventó un cuento para decir al gigante: —Casi estaba dormida y tuve un sueño terrible —le dijo—. Soñé que el ejército de mi padre llegaba aquí y te mataba. Grité dormida y me desperté.
El gigante se rió. —El ejército de tu padre nunca va a hacerme daño —fanfarroneó.
—Por supuesto que no —dijo la princesa—. Tú eres tan poderoso. Nada del mundo te puede lastimar. Dime, gigante, ¿qué es el secreto de tu poder?
El pecho del gigante se hinchó con orgullo: —El secreto de mi poder es algo muy sencillo. Pero el mundo está lleno de tontos. Nunca lo van a descubrir. Está escondido dentro de un huevo que tiene la cáscara con manchas. El huevo está dentro de una paloma blanca y la paloma está en la barriga de un oso negro que vive en un valle verdoso lejos, lejos de aquí. —El gigante se rió a carcajadas—. Lo único que alguien tendría que hacer sería estrellar el huevo contra mi frente y yo quedaría con la fuerza de un hombre cualquiera.
—Pero nadie va a descubrir el secreto, ¿verdad? —dijo la princesa.
El gigante bramó: —¡Nunca! —Y regresó riendo a su habitación.
Pero el muchacho lo había oído todo. El próximo día, cuando la jaula estaba colgada del árbol en el jardín y el gigante dormía en la sombra, el muchacho dijo: —Si yo fuera hormiga. —Salió de la jaula y corrió a la rama. Dijo: —Si yo fuera águila. —Se fue volando sobre el muro del castillo.
—¡Ay, no! —gritó la princesa —Se me escapó el águila. —Pero el gigante ni siquiera abrió los ojos.
El muchacho voló y voló hasta que se le cansaron tanto las alas que apenas si las podía mover. Al fin, vio un valle verde allá a lo lejos.
Cuando voló sobre el valle vio un gran oso negro vagando por las arboledas y maleza. Al parecer, nadie vivía en el valle, pero en el valle próximo, al este, el muchacho vio una casita.
Aterrizó cerca de la casa. Dijo: —Si yo fuera gente. —Luego fue a la casa y pidió posada por la noche. La gente de la casa era buena y le dio licencia para dormir en la cuadra. Lo invitaron a sentarse a comer con ellos.
Mientras cenaban, el muchacho les preguntó cómo se ganaban la vida en ese valle. Ellos le dijeron: —Tenemos un rebaño de ovejas.
—¿Quién cuida las ovejas? —el muchacho preguntó.
—Nuestra hija las lleva a pastar por la mañana, y las vuelve a casa al final del día.
—Mañana yo llevo las ovejas a pastar, para pagarles su bondad.
El hombre dijo que estaría bien, pero previno al muchacho de no llevar las ovejas al valle más al oeste: —Un oso feroz vive en ese valle. Ni nos atrevemos a entrar allí.
A la mañana siguiente, el muchacho sacó a las ovejas del corral y se fue valle arriba. Cuando regresó por la tarde, trajo a las ovejas gordas y contentas, pero él parecía exhausto. Cenó unos cuantos bocados y luego se tambaleó a la cuadra para dormir, no sin antes decirle a la gente que volvería a cuidar las ovejas el próximo día.
La mujer le dijo a su marido: —¿A dónde habrá llevado las ovejas que vienen tan fuertes? ¿Y qué supones que lo haya cansado tanto?
—¿Quién sabe? —el hombre respondió. Y luego le dijo a la hija: —Sigue al muchacho mañana para ver a dónde va y qué hace.
Así que a la otra mañana, cuando el muchacho llevó las ovejas valle arriba, la muchacha lo siguió. Vio que tan pronto se perdía de vista la casa, viraba el rebaño hacia el oeste y lo llevaba al valle prohibido.
Observó desde detrás de una mata y vio que las ovejas comenzaron a pastar contentas la hierba rica. Luego la muchacha vio que un oso negro salía del matorral y corría hacia el rebaño. De repente, el muchacho se convirtió en león y corrió al encuentro del oso. El oso y el león lucharon todo el día, hasta que al fin los dos se desplomaron rendidos al suelo, sin siquiera poder moverse.
El oso se volvió hacia el león y dijo: —Si yo tuviera un planchón de hielo en que revolcarme, me levantaría y te rompería en mil pedazos.
El león repuso: —Si yo tuviera un sorbo de vino dulce y un beso de una doncella, me levantaría y te rompería en dos mil pedazos.
Al fin, el oso regresó pesadamente al matorral y el león volvió a ser muchacho y se encaminó a casa con el rebaño.
Aquella noche, la muchacha contó lo que había visto y oído. Su padre le dijo: —Mañana, sigue al muchacho otra vez. Lleva una copa y un frasco de vino dulce.
A la mañana siguiente, la muchacha volvió a seguir al muchacho hasta el valle. Pronto apareció el oso y el muchacho se convirtió en león. Pasaron el día peleando hasta tumbarse agotados al suelo.
—Si yo tuviera un planchón de hi
elo en que revolcarme — rugió el oso—, me levantaría y te rompería en mil pedazos.
—Si yo tuviera un sorbo de vino dulce y un beso de una doncella —dijo el león—, me levantaría y te rompería en dos mil pedazos.
La muchacha corrió de su escondite. Llenó la copa de vino y sostuvo la cabeza del león en su regazo mientras le daba de beber. Luego, agachó la cabeza y le dio un beso.
El león se levantó de un salto y lanzó un zarpazo al oso. La panza del oso se abrió y de ella salió disparada una paloma blanca que se fue volando.
Al instante el león se volvió águila y dio caza a la paloma. Cuando el águila atrapó la paloma, un huevo le cayó, dando en el regazo de la muchacha. Ella alzó la mano con el huevo y el águila se precipitó para arrebatárselo de los dedos y partió volando.
El muchacho regresó volando al castillo del gigante. Llegó a la mañana siguiente y vio que la princesa tejía en el jardín. Como de costumbre, el gigante dormitaba bajo el árbol.
El muchacho bajó volando y se posó en una rama. —Mira, gigante —dijo la princesa—. Mi águila ha regresado.
—No me molestes —masculló el gigante—. ¿No ves que estoy dormido?
Así que el muchacho bajó hasta el suelo. Dijo: —Si yo fuera gente. —Luego el muchacho le dio el huevo a la princesa. Ella corrió al gigante y estrelló el huevo contra su frente.
El gigante se levantó de un salto, pero ya había comenzado a achicarse. Su pelo comenzó a encanecerse y su piel a arrugarse. Se convirtió en viejecito.
El muchacho tomó las llaves del cinturón del viejo y liberó a la princesa. Ella quería que la acompañara al palacio de su padre, pero el plan del muchacho era otro.
Regresó volando al valle donde la buena gente tenía sus ovejas. Se casó con la muchacha que lo había ayudado a vencer al oso feroz. Vivieron felices por muchos años y nunca volvió a convertirse en león, ni en águila, ni tampoco en hormiguita, hasta cuando ya era viejo, viejo. Entonces lo hacía para hacer reír a sus nietos.
WHAT AM I THINKING?
There was once a very good priest who served at the church in a poor village. He was a small man and so everyone just called him Padre Chiquito. The people loved Padre Chiquito for his kindness and wisdom and for his gift of making people feel at peace with themselves.
There was another man in the village who was loved by everyone, but for a different reason. He could make the people laugh. There wasn’t a hair on that man’s head, so everyone called him Pelón, the bald one. His bald head was full of songs and verses, and especially riddles. He could come up with a riddle about almost anything, but no one else could ever ask a riddle that would stump Pelón.
Pelón was the one who swept out the church and kept the building in good repair for Padre Chiquito. And when the worries of the poor villagers weighed too heavily on the good priest, Pelón managed to keep Padre Chiquito smiling with his jokes and riddles.
One Sunday, just as Padre Chiquito was about to begin the Mass, a carriage pulled up in front of the church, and who should step down but the governor of the province. The governor was a very greedy and cruel man, and there was no telling what trouble he might bring to the village.
The governor strode to the front row of the church and took a seat, and the Mass began. As soon as Padre Chiquito began speaking, the people were calmed. He gave the most beautiful sermon they had ever heard. Their hearts filled with pride in their good priest. And so, when it was time for the collection, the people dug deep into their pockets and brought out every last penny they could afford.
The governor watched this, and thought, Look at these people. When my tax collectors come around they say, ‘We’re poor farmers. We have nothing to offer.’ But here they are giving their money with both hands to this priest! And the governor began plotting how he could get rid of the priest.
When the Mass had ended and the people had returned peacefully to their homes, the governor approached Padre Chiquito, shaking his head in concern. “I don’t know, Padre,” he said. “I’m not at all sure you’re wise enough to serve the people of this village. I’m going to give you a test. I will give you three questions and three days in which to answer them. If you can come to my palace three days from today with the correct answers, you may stay here in this village. But if you fail, I’ll have you removed and I’ll put in your place a priest of my choosing.”
Padre Chiquito had no choice but to agree. So the governor looked about him, trying to come up with a hard question. Under a tree on the other side of the street he saw a dog turn around several times in the grass and then lie down.
“This is the first question,” said the governor. “How many circles does a dog make before it lies down?”
The priest repeated the question to himself, “How many circles does a dog make before it lies down?” How could he give one answer to that question? It would probably be a different number each time the dog lies down.
The governor saw the worried look come over the priest’s face, and he smiled to himself. He had already thought of the next question. “Here is the second question,” he continued. “How deep is the sea?”
How deep is the sea? thought Padre Chiquito. How should I know that? I’m a priest, not a man of science.
The governor smiled broadly. His third question was the best of all. He asked the priest, “What am I thinking?”
The priest shuddered within himself as he repeated the question, “What am I thinking?” That was an impossible question to answer!
Then the governor turned on his heel and walked out of the church, leaving Padre Chiquito in despair over the difficulty of answering those questions in three lifetimes, let alone in three days.
A short while later, when Pelón arrived to sweep out the church, he saw how worried the priest looked. When he learned the reason, he said, “Don’t worry, Padre Chiquito. Lend me one of your robes and your little burro to ride to the governor’s palace. I’ll go and answer those questions for you.”
Padre Chiquito didn’t really think anyone could answer the questions, but he saw no better solution, so three days later Pelón dressed himself in one of the priest’s robes and pulled the hood up over his head. He mounted the priest’s burro and went trotting off to the governor’s palace.
The governor had invited all his rich friends to watch him make a fool of the good priest. Pelón entered the hall and stood humbly before the crowd of wealthy people. “Are you ready, Padre?” asked the Governor. Pelón nodded his head.
Then the governor stated his first question, “How many circles does a dog make before it lies down?”
“How many circles does a dog make before it lies down?” repeated Pelón. “That’s obvious, Your Excellency. As many as it wants to.”
The governor’s rich friends declared that was a good answer. But the governor wasn’t impressed. He knew that was the easiest question of all.
He stated his second question. “How deep is the sea?”
“How deep is the sea?” Pelón repeated, smiling. “Exactly one stone’s throw.”
“One stone’s throw?” laughed the governor. “You think the sea is no deeper than that?” But then he realized the answer was right. If you throw a stone into the sea, it goes exactly to the bottom and no farther. The rich friends nodded to one another in approval.
Well, thought the governor, this priest is more clever than I expected. But still he felt confident. He had one more question, one that was impossible to answer. “What am I thinking?”
“What are you thinking, Your Excellency? That’s the easiest question of all. You think I’m Padre Chiquito, but I’m not. I’m Pelón, the priest’s helper!” And he threw back the hood and showed everyone his bald head.
Everyone laughed with delight. And the governor had to swallow his pride and join in the laughter himself. He invited Pelón to stay and eat with him and his friends, and then sent the faithful servant home with the news that Padre Chiquito could stay and serve the good people of the village for the re
st of his life. And that is exactly what he did.
¿QUÉ ESTOY PENSANDO?
Había una vez un buen padre que oficiaba en la iglesia de un pueblo humilde. Era un hombre bajo y todo el mundo le decía Padre Chiquito. La gente amaba al Padre Chiquito por su bondad, su sabiduría y por su don de hacer que todos se sintieran tranquilos.
Había otro hombre en el pueblo que todo el mundo quería, pero por otro motivo. Sabía hacer reír a la gente. No había ni un solo pelo en la cabeza del hombre, por lo que todos le decían Pelón. Esa cabeza calva estaba llena de cancioncitas y versos, pero más que nada, adivinanzas. Sabía salir con una adivinanza sobre cualquier cosa, y nadie le podía decir una adivinanza que no acertara.
Era Pelón quien barría la iglesia y mantenía el edificio en buenas condiciones para el Padre Chiquito. Y cuando los problemas de los pobres poblanos abrumaban al buen sacerdote, Pelón lograba hacerlo sonreír con sus chistes y adivinanzas.
Un domingo, justamente cuando el Padre Chiquito estaba por comenzar la misa, un carruaje se detuvo delante de la iglesia y quién bajó de él más que el gobernador de la provincia. Este gobernador era muy altivo y avaro y no se sabía qué mal podría causar al pueblo.
El gobernador caminó hasta la primera fila de la iglesia y se sentó y la misa comenzó. Tan pronto como el Padre Chiquito comenzó a hablar, la gente se tranquilizó. Pronunció la homilía más bella que hubieran oído nunca. Se hincharon de orgullo por su buen cura. Así que cuando llegó el momento para dar el donativo metieron las manos en los bolsillos y sacaron todos los centavitos que tenían.
El gobernador se fijó en esto y pensó: “Mira esta gente. Cuando mis recolectores de impuestos vienen por aquí, dicen, Somos labradores pobres. No tenemos nada que dar. Pero dan dinero a manos llenas a este padre.” Y el gobernador se puso a tramar cómo deshacerse del cura.
Cuando terminó la misa y la gente regresó tranquilamente a casa, el gobernador se acercó al padre, moviendo la cabeza preocupado. —No sé, padre —dijo—. No estoy convencido de que usted sea bastante sabio para servir a la gente de este pueblo. Le voy a poner una prueba. Le doy tres preguntas y el plazo de tres días para encontrar las respuestas. Si usted puede venir a mi palacio después de tres días y contestar bien, puede continuar aquí en este pueblo. Pero si no lo hace, lo voy a despedir y pongo en su lugar al sacerdote de mi preferencia.