Hollywood Station

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Hollywood Station Page 37

by Joseph Wambaugh


  – Exactamente correcto, sí -dijo Cosmo.

  – De agcuerdo, vamos a hacerlo así, Cosmo -dijo Dmitri-. Me debes once mil y cinco cientos más los diamantes. ¡Olvido el dinero que me debes! Traes a Ilya aquí arriba y me das todos los diamantes, y así quedamos en paz. Mañana, cuando engcuentras a la adicta, te quedas para ti noventa y tres mil dólares. Tu parte, mi parte. No podría ser más generoso ni con mi propio hermano, Cosmo.

  Dmitri miró al georgiano para que le diera su conformidad, el tipo asintió sin palabras, queriendo decir que Dmitri era muy razonable y muy generoso.

  No había nada que hacer. Cosmo era el vivo retrato de la desesperación. Miraba fijamente los fajos de billetes de la mesa de Dmitri; entonces el ruso abrió el primer cajón y guardó el primer fajo. Cuando fue a coger el segundo, Cosmo creyó salirse de su cuerpo, y se vio sacando la Beretta de debajo de la chaqueta.

  – ¡Dmitri! -gritó el georgiano acercándose con una pistola pequeña que Cosmo no vio.

  Dmitri gritó en ruso y abrió el segundo cajón para sacar su pistola.

  – Ya hemos esperado bastante -dijo Andi a los otros policías y a Andrei, el encargado-, voy a llamar a la puerta de Dmitri.

  La interrumpió un disparo, seguido de dos más y otros cinco después. Los dos investigadores y los tres policías de uniforme corrieron escaleras arriba. Andi estaba sacando el arma cuando Fausto y Budgie le tomaron la delantera y se agacharon con una rodilla en tierra, apuntando con la pistola a la puerta del despacho de Dmitri. El Oráculo corrió al otro lado de la puerta y, con su viejo revólver de seis pulgadas en la mano, reforzó la posición de todos los cañones, altos y bajos, que se desplegaban en diagonal apuntando a la puerta.

  Dentro del despacho, a Cosmo Betrossian le dolía el brazo izquierdo más que todo lo que había sufrido esa noche por culpa de Farley Ramsdale y el perro asesino. Tenía una herida profunda en el bíceps de una bala que le había rozado el hueso antes de salir por el otro lado, y le quemaba como fuego líquido.

  El georgiano yacía sobre la mesa de Dmitri sangrando a borbotones por una herida en el cuello. Pero los tiros del pecho eran aún más devastadores.

  Dmitri estaba recostado en su asiento con un agujero en la frente, que en realidad era el tiro de gracia que Cosmo le había dado después de dejarlo moribundo, cuando Dmitri le hirió en el brazo.

  El volumen atronador de la pista de baile, situada debajo del despacho de Dmitri, había amortiguado los ruidos de la zona del propietario y todo el mundo seguía bailando. De vez en cuando, Ilya miraba al otro lado de la pista preguntándose por qué Cosmo no volvía.

  Cosmo esperaba no desmayarse antes de llegar abajo, al lado de Ilya, con los fajos de billetes debajo de la camisa pegados a la piel. El dinero le daba bienestar. Iba a guardar el arma otra vez en la cintura de los pantalones, pero pensó que quizá algún empleado de la cocina hubiera oído los disparos. Así pues, lo empuñó ante sí con la mano buena y abrió la puerta.

  En un recinto tan cerrado, a Fausto le sonó como las armas automáticas que había oído en Vietnam. Más tarde, Budgie dijo que a ella le había sonado como una gran explosión. Ella no distinguió el sonido de cada arma que se disparó.

  Cosmo Betrossian disparó exactamente un tiro, que dio en la pared por encima de sus cabezas. Él, a su vez, fue el objeto de dieciocho disparos, de los que nueve fallaron, seguramente cuando ya se doblaba y se caía. Los cinco policías le dispararon al menos dos tiros, y Fausto y Budgie fueron quienes hicieron más dianas.

  Fue el primer tiroteo de Andi McCrea y, durante la investigación del FID, declaró que en realidad le había parecido una secuencia en cámara lenta. Vio, o creyó ver, casquillos de bala ardientes y vacíos de varias pistolas volando por el aire, y algunos le dieron en la cara.

  El Oráculo dijo que había sido la primera vez en cuarenta y seis años que disparaba el arma fuera de la sala de tiro de la policía.

  El comentario más interesante fue el de Budgie. Dijo que en un recinto cerrado tan pequeño, todas las detonaciones y el humo de los disparos habían tenido un efecto curioso: al abrir ella la boca y respirar el aire, el chicle se le llenó de arenilla.

  El caos que siguió a continuación fue peor que el de la noche del navajazo en el patio. Los clientes oyeron los disparos en el pasillo de arriba. Budgie y Fausto bajaron rápidamente a detener al encargado y a cualquiera que pudiera saber lo que había ocurrido arriba para provocar semejante tiroteo. El Oráculo hizo varias llamadas de emergencia por el transmisor.

  Cuando llegó Viktor Chernenko, una riada de gente salía del local y corría a los coches. Había tal caos en el aparcamiento que los coches del fondo no se podían mover. Los faros se encendían y se apagaban y sonaban bocinazos por todas partes. Viktor se abrió paso embistiendo entre los histéricos clientes que salían y subió las escaleras de dos en dos.

  – ¡Uno de estos rusos puede ser el que estoy buscando! -dijo al llegar al lugar de la carnicería-. ¡Y puede que sea el que disparó a Farley Ramsdale!

  El Oráculo estaba pálido, el estómago le ardía como nunca.

  – Un ayudante de camarero nos ha dicho que el propietario es el de la silla. El de encima de la mesa es un camarero. El tipo al que disparamos… -señaló hacia el cuerpo destrozado de la esquina, nada más pasar el umbral-. No sé quién es. Él mató a los otros dos.

  – ¿Tienen guantes de goma? -preguntó Viktor. El Oráculo negó con un gesto de la cabeza-. ¡Al diablo! -exclamó entonces; sacó a Cosmo la billetera del bolsillo de atrás y echó a correr con ella escaleras abajo, con las manos manchadas de sangre de Cosmo.

  Cuando llegó a la acera de enfrente oyó el ululato de una sirena: se acercaban coches patrulla por todas partes.

  – ¡Venga conmigo! -gritó Viktor a Wesley Drubb, que acababa de salir del coche mientras Nate aparcaba en doble fila.

  Wesley lo siguió al aparcamiento, donde Viktor se dedicó a mirar el interior de los coches uno a uno enfocando con la linterna, a medida que giraban e intentaban salir por el embudo del sendero. En la mayoría iban parejas u hombres solos. Menos del diez por ciento eran mujeres solas al volante, pero todas y cada una tuvieron que soportar la luz de la linterna de Viktor directamente en la cara.

  Empezaba a pensar que se había equivocado cuando llegó a la última fila de coches y vio una rubia alta de grandes pechos al volante de un viejo Cadillac. Se volvió a Wesley y, alumbrando el carnet de Cosmo con la linterna, le enseñó el nombre que estaba escrito. Después alumbró el Cadillac.

  – Por favor, pase esa matrícula por el ordenador. ¡Dese muy deprisa!

  Viktor se metió la placa en el bolsillo de la chaqueta, se acercó a la ventanilla del conductor y llamó al cristal con la linterna escondiendo la pistola, con la otra mano, justo por debajo del borde de la ventanilla. Y sonrió.

  – ¿Sí, agente? -dijo la mujer, sonriendo también, tras bajar la ventanilla.

  – Su nombre, por favor -dijo Viktor.

  – Ilya Roskova -dijo ella-. ¿Hay algún problema? -dijo, y miró a ver si la fila de coches se movía, pero no se movía.

  – Es posible -dijo Viktor-. ¿Este coche es suyo?

  – No, me lo presta una amiga, una vecina. Soy tan tonta que no sé cómo se apellida.

  – ¿Me permite ver la licencia del coche?

  – ¿Miro en la guantera? -preguntó Ilya.

  – Por descuento -dijo Viktor enfocándole la mano derecha con el haz de luz, así como el interior de la guantera. Levantó un poco el arma, también.

  – No -dijo ella-, no veo papeles aquí.

  – Entonces, ¿este coche es de una mujer?

  – Sí -dijo Ilya-, pero no de esta mujer que está aquí delante de usted en el tráfico -añadió con una sonrisa más amplia, un poco coqueta.

  – Cosmo Betrossian. El mismo nombre que el del carnet de conducir -murmuró Wesley, que acababa de volver corriendo con Hollywood Nate.

  – Entonces, ¿usted conoce a la propietaria de este coche? -dijo Viktor a Ilya.

  – Sí -respondió Ilya con cautela-. Se llama Nad
ia.

  – ¿Conoce a Cosmo Betrossian?

  – No, creo que no -dijo Ilya.

  – Por favor, madame Roskova -dijo Viktor en ruso, levantando el arma hasta la cara de Ilya-, salga del coche con las manos donde yo pueda verlas a todas horas.

  – Llamaré inmediatamente a mi abogado -dijo ella, mientras Wesley le esposaba las manos a la espalda-. ¡Estoy completamente llena de ultraje!

  Cuando la llevaban a la comisaría Hollywood, Nate dijo a su compañero:

  – Bueno, Wesley, ¿qué te parece ahora la delincuencia menor de este distrito?

  Capítulo 20

  A la una de la madrugada, Ilya Roskova estaba sentada en la sala de la brigada de investigación, mucho más llena de gente en esos momentos que a cualquier otra hora del día. Además de los agentes del FID, estaban el capitán de área y el comandante de la brigada de investigación; todo el mundo había dejado la cama por el caso. Y en El Gulag y alrededores había más coches y agentes del LAPD que clientes en la happy hour.

  Lo que se sabía hasta el momento era que los diamantes hallados en la mesa de despacho del Gulag, bajo el cuerpo del camarero georgiano, encajaban con la descripción de Sammy Tanampi que figuraba en el inventario de la joyería. El número de serie de la Beretta del nueve con la que Cosmo Betrossian había matado a Dmitri y al georgiano resultó ser la que le habían quitado al guardia de seguridad superviviente en el atraco al cajero automático.

  A Viktor Chernenko, el hombre que había dado en el clavo instintivamente desde el comienzo, se le comunicó que se preparase para hablar con la prensa junto al capitán a última hora de la mañana, después de dormir unas pocas horas, que tanta falta le hacían. Viktor predijo que el informe de balística demostraría que la bala que mató a Farley Ramsdale había sido disparada con la misma Beretta, y que Farley Ramsdale debía de haber sido cómplice del atraco y debía de haberse peleado con Cosmo Betrossian.

  Había una persona en la sala de la brigada, vigilada por Budgie Polk, que sabía si Viktor había vuelto a acertar, pero no dijo nada. Ilya tenía una muñeca esposada a la silla y respondía «niet!» a todas las preguntas que le hacían, incluida la pregunta sobre si entendía los derechos constitucionales que la asistían. Todos esperaban a que Viktor tuviera un momento para entrevistarla en su propia lengua.

  Andi McCrea y todos los oficiales que habían participado en el «tiroteo con agente» iban pasando de uno en uno por el interrogatorio del FID, que se efectuaba en los diversos despachos de la comisaría. Andi fue la primera en terminar y, cuando volvió a la bulliciosa sala de investigación, puso la cinta de vídeo, que habían requisado, además de otras pruebas recogidas en la mesa del despacho de Dmitri.

  Miró la cinta, y Brant Hinkle también, por encima de su hombro; ambos asintieron con satisfacción. El navajazo al estudiante se veía vívidamente. La identidad del asaltante era inconfundible.

  – Se declarará culpable a cambio de una reducción de condena en cuanto su abogado vea esto -dijo Andi.

  Guardó la cinta de vídeo para archivarla y miró a Ilya Roskova, que seguía sentada en la silla fulminando con la mirada a su estoica custodia, Budgie Polk.

  – ¿Le has sacado algo de información? -preguntó Andi a Viktor en un aparte.

  – Nada, Andrea. No abre la boca, sólo para pedir tabaco. Y quiere ir al baño todo el tiempo. Iba a pedirle a la agente Polk que la acompañara.

  Andi la miraba con insistencia, sobre todo la parte inferior de su cuerpo, embutido en una falda cinturón roja que se ceñía como la licra.

  – Déjeme que la acompañe yo -dijo Andi-. ¿Dónde está su bolso?

  – Allí -dijo Viktor señalando-, encima de la mesa.

  – ¿Tiene tabaco en el bolso?

  – Sí, lo he registrado a conciencia.

  Andi se acercó a la mesa y recogió el bolso; después se acercó a Ilya Roskova.

  – ¿Quiere que la acompañemos al baño?

  – Sí -dijo Ilya.

  – ¿Y un cigarrillo después, quizá? -dijo Andi.

  – Sí.

  – Quítale las esposas, Budgie -dijo Andi.

  Budgie le quitó las esposas y la prisionera se levantó, se masajeó la muñeca un momento y se preparó para ser acompañada por las agentes.

  – Sí -dijo Andi, que abrió el bolso mientras andaban-, veo que tiene tabaco en… -De pronto, el bolso se le resbaló de las manos y fue a parar al suelo. Ilya la miró, pero Andi se limitó a sonreír-. Lo siento -dijo, pero no se molestó en recogerlo.

  Ilya se agachó furiosa, Andi avanzó, le puso una mano en el hombro y la obligó a acuclillarse completamente mientras que con la otra mano recogía el bolso.

  – Tenga, permítame que la ayude, señora Roskova.

  Ilya, al ser obligada a mantener la postura acuclillada unos segundos, puso cara de pez y… un diamante cayó al suelo. Luego otro. Después un anillo con una piedra de cuatro quilates engastada golpeó el suelo y rodó por la sala hasta detenerse en un pie de Viktor. Los diamantes salían disparados del «sitio seguro» donde había prometido a Cosmo que los escondería.

  – Le dejaremos ir al urinario y la vigilaremos entre tanto -dijo Andi tomándola por el brazo y ayudándola a levantarse-. Viktor, es mejor que se ponga guantes para recoger las pruebas.

  – ¡Zorra! -dijo Ilya mientras las dos mujeres se la llevaban hacia la puerta, una por cada brazo.

  – Puede usar nuestro bidé -dijo Budgie-. Es como el que tengo en casa y se llama lavabo. Se sube usted encima, pero pondremos el tapón.

  – Creo que ahora hablará con usted -dijo Brant Hinkle a Viktor.

  – ¿Cómo lo sabía Andrea? -preguntó Viktor, maravillado.

  – Se dio cuenta enseguida, y me lo dijo. No se le notaba marca de pantis ni de tanga. Supuso que Roskova querría deshacerse de ellos en el primer momento de intimidad que tuviera.

  – Pero, ¿y el truco? ¿Obligarla a agacharse así? ¿Cómo conocía ese truco?

  – Viktor, hay algunas cosas que ni a usted ni a mí nos enseñaron en la escuela de investigación, pero que las mujeres saben -dijo Brant Hinkle.

  Cuando Andi y Budgie volvieron con el alijo de diamantes, Budgie dijo:

  – Cuánto me alegro de no haber tenido que retirar las pruebas. No me atrevo a limpiar ni las cañerías de mi casa por miedo a las arañas y otros bichitos.

  Tarde, al día siguiente, después de cinco horas de sueño en el catre y un cambio de vestuario que Maria, su mujer, le llevó a comisaría, Viktor Chernenko terminó la investigación supervisando un minucioso registro del coche y el apartamento de Cosmo Betrossian, así como de la casa de Farley Ramsdale.

  Encontraron la pistola Lorcin 380 de Cosmo y la Raven que Ilya llevaba en el atraco al cajero automático. En casa de Farley hallaron correo robado, una pipa de cristal para fumar meta y la basura y desechos habituales de las casas de los adictos a la metanfetamina. Había un par de prendas de vestir femeninas, pero al parecer, la compañera de Farley Ramsdale había desaparecido.

  Viktor y dos investigadores más preguntaron en todas las casas de ambos lados de la calle, pero no sacaron nada en limpio. El vecino de al lado, un chino de edad avanzada, dijo de forma poco inteligible que nunca había hablado con Farley y que no había visto a ninguna mujer en esa casa. La vecina del otro lado era una rumana de ochenta y dos años, y dijo que sólo veía al hombre y a la mujer cuando volvían a casa, tarde por la noche, pero que veía tan mal de noche que luego no los reconocía a la luz del día.

  El resto de las pesquisas entre los residentes de la manzana, casi todos mayores, fue igualmente infructuoso. Incluso cuando les enseñaron una vieja foto de Olive, del archivo policial, nadie pudo decir que la conociera. Al parecer, era una persona que podía vivir y morir en las calles de Hollywood pasando completamente desapercibida.

  Tras leer la crónica de los periódicos sobre Farley Ramsdale y la carnicería del Gulag, Gregori Apramian, muy asustado, llamó a la comisaría Hollywood a primera hora de la tarde ofreciendo información, después de lo cual, el desguace fue declarado escenario de u
n crimen y fue precintado y registrado por criminalistas e investigadores del centro.

  Gregori estaba ante su oficina, al lado de un dóberman debidamente atado que, a pesar de la escayola que llevaba en la pata trasera, enseñaba los dientes, dispuesto a atacar, y asustaba mortalmente a todos los policías que se acercaban a menos de diez metros.

  Lo que Gregori declaró, y de lo que se tomó nota en el informe policial fue: «Sólo prometo a Cosmo traer el Mazda aquí con la grúa aquélla noche. No sé nada de ningún atraco. Quizá Cosmo trae aquí a ese tipo, Farley, para destruye el Mazda. Eso es lo que pienso. Van a quemar el Mazda para ocultar los atracos. Pero pasa alguna cosa, pelean y hacen daño a mi Odar. Y Cosmo dispara a Farley. No conozco a Farley. No conozco a la mujer rusa detenida. Sólo conozco a Cosmo porque vamos a la misma iglesia armenia a veces. Quiero ser amigo de emigrante compatriota y ser, ¿cómo dicen ustedes?, un orgulloso para los Estados Unidos».

  Al final del largo día, Viktor Chernenko puso la cinta del interrogatorio de Ilya Roskova para que la escuchara el teniente de investigación y los dos capitanes, el de la comisaría y el del distrito. Ilya dejó de decir «niet» después de excretar los diamantes en el suelo de la sala de la brigada. Después, voluntariamente, se había sacado el resto en el cuarto de baño de la comisaría y los habían guardado y archivado convenientemente.

  A Ilya se le habían leído los derechos también en ruso y declaró que lo entendía. El interrogatorio fue largo y tedioso, ella justificó su función en ambos atracos declarando que se encontraba en poder de Cosmo Betrossian, alegó que la maltrataba psicológicamente y que la tenía atemorizada.

  Uno de los capitanes miró la hora y Viktor adelantó la cinta hasta el momento en que aparecían las últimas piezas del rompecabezas, que todavía faltaban: Olive y el dinero del cajero automático.

  «Olive estaba allí cuando Farley hizo chantaje a Cosmo -decía la voz de Ilya-, cuando amenazó mucho con ir a hablar a la policía de la carta robada. Pero Olive es, cómo se dice, imbécil. Tiene el cerebro deshecho por las drogas. Me asombra que tiene todavía bastante cerebro para encontrar el dinero que Cosmo robó en el cajero. Me asombra mucho que roba el dinero y desaparece así como así.»«¿Le parece posible que Cosmo le ocultara alguna cosa? -decía la voz de Viktor-. ¿Es posible que Cosmo escondiera el dinero en un sitio porque no quería compartirlo con usted?».

 

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