En busca de la memoria perfecta: Episodios en la historia de las técnicas de memorización (Spanish Edition)

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En busca de la memoria perfecta: Episodios en la historia de las técnicas de memorización (Spanish Edition) Page 2

by Luis Sebastián Pascual


  Quintiliano consideraba más valioso tener una buena memoria que saber memorizar. Por eso, refiriéndose a las técnicas de memorización, afirma:

  Verdad es que yo no quisiera negar que estos recursos indicados sean útiles para algunos casos…

  Pero más adelante añade:

  Pero si alguno me pregunta acerca de la única y de la que es el arte mayor de la memoria, mi respuesta es ésta: ejercicio y aplicación, aprender mucho de memoria, reflexionar mucho, y si puede hacerse cada día, es el recurso de más poderosa eficacia.

  Estatua dedicada a QUINTILIANO en su ciudad natal, Calahorra.

  Finaliza Quintiliano su texto dedicado a la memoria repasando algunos nombres famosos por sus hazañas memorísticas, desde el general Temístocles, de quien se decía que había aprendido perfectamente la lengua persa en solo un año, hasta el rey Ciro el Grande, que supuestamente conocía de memoria el nombre de todos y cada uno de sus soldados. Para el rétor romano todo esto no son más que cuentos, pero se lo toma con humor y busca la parte positiva: siempre habrá quien, intentando alcanzar dichas proezas, algo aprenda.

  […] se cuenta que Teodectes pudo repetir inmediatamente versos oídos una sola vez, aunque fuesen muchos. Corría el rumor de que también ahora hay quienes hiciesen algo semejante, pero jamás tuve ocasión de presenciarlo personalmente. Con todo, debe dársele crédito, aun con el objeto de que, quien llegare a creerlo, espere también conseguirlo.

  Rhetorica ad Herennium

  La obra conocida como Rhetorica ad Herennium (Retórica a Herenio) es un texto muy importante en la historia de la mnemotecnia, pues constituye el documento más antiguo conocido en el que se describen unas técnicas de memorización. Básicamente, todos los principios que sustentan la mnemotecnia actual ya aparecen descritos aquí. Véase, por ejemplo, este pasaje:

  Las cosas ordinarias se borran de la memoria con facilidad, mientras que las cosas destacadas y novedosas permanecen más tiempo en la mente. Nadie se sorprende ante la salida del sol, su recorrido y su ocaso porque ocurre todos los días. Pero se admiran de los eclipses de sol porque se dan pocas veces.

  Fechado entre los años 86 y 82 a. C., se trata de un manual de retórica de autor y título desconocido, pero como a lo largo del texto hay varias referencias a un tal Herenio, a quien va dedicada la obra, hoy se conoce comúnmente por el título ya descrito.

  Sin embargo, no siempre fue así: su historia, propia de una novela de misterio, merece ser contada.

  Durante el siglo I a. C. la república romana vive un periodo convulso. Por un lado están los optimate, apegados a la aristocracia y de tono conservador; por otro los populares, de corte más democrático y reformador.

  En lo que es conocida como la primera guerra civil de la república romana, Lucio Cornelio Sila, por la fuerza de sus legiones, acaba imponiendo su ley —favorable a los optimate— dando paso a una gran represión contra los vencidos.

  Nuestro autor, que ha redactado su obra por estas fechas, a través del contenido de algunos pasajes se intuye que es un personaje afín al bando de los vencidos, y tanto él como su trabajo seguramente sufrieron las consecuencias de esta represión.

  Así se entiende que la Rhetorica ad Herennium sea una obra desconocida en su propio tiempo. En efecto, autores romanos que vendrán después parecen desconocer este trabajo: en sus referencias encontraremos citas a libros de otros autores, incluso contemporáneos al nuestro, pero de la obra que nos ocupa no hay mención por ningún sitio. Como si no existiese.

  Habrán de transcurrir casi quinientos años para tener noticias. Y nos llegarán desde los lugares más insospechados.

  En el siglo IV parece que esta obra, atribuida a Cicerón, sobrevive por el norte de África y Oriente Próximo, pues la citan Prisciano —gramático que enseñó latín en Constantinopla—, Rufino de Aquilea y San Jerónimo, que la elogia dando por buena la autoría de Cicerón.

  Pero aún así habrá que volver a esperar unos quinientos años más para que la obra empiece a tomar relevancia. Lupus Servatus, un abad francés del siglo IX, parece conocerla, lo que apunta a que por entonces empezaba a difundirse en Europa.

  De hecho, hoy conservamos cuatro manuscritos del siglo IX que revelan un importante detalle: están incompletos. Al parecer, de esta obra tan solo se conocían fragmentos y a veces los copistas llenaban las partes faltantes de su propia mano —eso cuando no se equivocaban o «corregían» el original según su propio criterio— lo que lleva al hecho de que, al comparar los antiguos manuscritos, se aprecien importantes diferencias entre ellos.

  Del siglo X datan versiones que se debieron construir a partir de la unión de varios textos incompletos (o quizás es que se encontró una versión sin faltas). Se suele fechar en el siglo XII la aparición del primer texto completo, aunque a ciencia cierta no se sabe cuanto tiene de original y cuanto de «corregido».

  En ese momento la obra ya es famosa y cada vez lo será más: el hecho de que San Jerónimo hablase bien de ella y la atribuyese a una autoridad como Cicerón la convirtieron en el manual de referencia para los estudiantes de retórica, siendo uno de los textos más copiados de la Edad Media.

  Prueba de ello son los más de cuatrocientos manuscritos medievales que todavía se conservan hoy (en España hay ocho, de entre los siglos XII y XIV) y los numerosos comentarios y traducciones a lenguas vernáculas: ya en el siglo XIII encontramos versiones en italiano —por Guidotto de Bologna en 1266— y francés —por Jean d’Antoine en 1282—; la primera traducción al español corresponde al Marqués de Villena en el siglo XV (desgraciadamente, hoy figura en los catálogos de libros perdidos).

  Cuando en el siglo XIII Sto. Tomás de Aquino escribe sus cuatro reglas para «progresar en la memoria» (Suma teológica, II-IIae, c. 49) esta obra está en pleno auge: de sus páginas sobre la memoria toma el santo dos de sus reglas, citando la fuente —como es habitual en aquellos tiempos— como la Rhetorica de Tulio.

  La popularidad de la obra, con su capítulo sobre la memoria y el sello de validez que imprime una figura de la entidad de Sto. Tomás, harán que la mnemotecnia viva un periodo de cierto lustre que se refleja principalmente en los manuales para predicadores del siglo XIV.

  Primera página de la obra en un manuscrito italiano de mediados del siglo XV.

  Pero volvamos con nuestra protagonista.

  Todo auge va seguido de un declive y este se dará en el siglo XV.

  Primero. En 1416 se descubre una copia completa de las Institutio Oratoria de Quintiliano —que incluye también un valiosísimo capítulo sobre la memoria— y en 1421 el Orator de Cicerón, dos importantes tratados de retórica hasta entonces desconocidos que captarán la atención, dejando nuestro texto un poco en segundo plano.

  Segundo. Lorenzo Valla afirma en 1491 que la Rhetorica nova no pertenece a Cicerón, idea que corrobora poco después Raffaele Regio, restando prestigio a la obra hasta entonces atribuida al famoso rétor romano.

  Tercero. Empiezan a publicarse nuevos tratados de retórica que se implantarán en los centros docentes como manuales de referencia, sustituyendo a nuestra ya vetusta obra (aunque lo de nuevos a veces sea relativo, como veremos más adelante).

  Si a esto sumamos las nuevas ideas que a lo largo del siglo siguiente acabarán desmembrando el concepto clásico de retórica —por ejemplo, desaparecerá toda referencia a la memoria—, se comprende que nuestra obra vaya perdiendo vigencia hasta transformarse más en cosa del pasado que de actualidad.

  No obstante, en el siglo XVI todavía se le presta atención y es, curiosamente, cuando empiezan a publicarse las ediciones más cuidadas, buscando reconstruir el texto original a partir de los manuscritos que puedan estar menos adulterados.

  Portada de la edición de Josse BADE (Paris, 1528).

  Pero su época ya ha pasado y se acabará perdiendo todo interés por este trabajo.

  Bueno, no del todo.

  Tal ha sido la influencia que ejerció en tiempos pasados que ya forma parte del acervo cultural de la humanidad y periódicamente los investigadores vuelven la vista hacia este te
xto, imprescindible para comprender ciertos pasajes de la historia.

  Para todo auténtico estudioso de la mnemotecnia, su capítulo dedicado a la memoria sigue siendo lectura obligada.

  Por cierto, el Herenio a quien se dirige la obra se estima que pudo ser Cayo Herenio, tribuno que combatió junto a Quinto Sertorio en tierras de Hispania encontrando la muerte en la batalla de Valencia del año 75 a. C.

  El arte de «copiar y pegar»

  Antiguamente la retórica se dividía en cinco partes, estando una de ellas dedicada a la memoria. Así, investigar las viejas artes de la memoria requiere echar un vistazo a estos antiguos trabajos, donde es probable encontrar testimonios de alguna técnica de memorización.

  Uno de los autores españoles que siguiendo el esquema clásico incluyó un capítulo sobre la memoria en su obra retórica fue el protagonista de este episodio: Elio Antonio de Nebrija.

  Contemporáneo de los Reyes Católicos, Nebrija estuvo considerado en su época como uno de los más sabios maestros y a él debemos, por ejemplo, que nuestra lengua figure como la primera lengua moderna en contar con una gramática escrita.

  Sus últimos años transcurren en la Universidad de Alcalá de Henares bajo la protección del cardenal Cisneros, quien le solicita un manual de retórica que los estudiantes puedan utilizar como libro de texto.

  Parece ser que el encargo le llega a un Nebrija ya mayor —setenta años—, que no se ve con fuerzas para emprender semejante empresa. Pero, por otro lado, tampoco era cuestión de desairar a quien tan generosamente le había acogido:

  Siendo yo Retor me mandó Cisneros que lo tratase muy bien [a Nebrija] y le asentase de Cátedra sesenta mil maravedís y cien fanegas de pan; y que leyese lo que él quisiese, y si no quisiese leer que no leyese, y que esto no lo mandaba dar porque trabajase, sino por pagarle lo que le debía España.

  Nebrija, sintiéndose en deuda, opta finalmente por la siguiente solución: reúne las que considera las más destacadas obras de retórica (principalmente la Rhetorica ad Herennium —que sigue atribuyendo a Cicerón, aun cuando en la época ya era común la idea de que no era este su verdadero autor— y las Institutio Oratoria de Quintiliano) y tomando un fragmento de aquí, otro de allá, conforma el texto que dará lugar a su retórica (Artis rhetoricae compendiosa coaptatio ex Aristotele, Cicerone & Quintiliano, Alcalá, Arnao Guillén de Brocar, 1515).

  Lámina dedicada a NEBRIJA en «Retratos de los españoles ilustres» (Madrid, 1791).

  Vamos, lo que hoy día se conoce como «copiar y pegar».

  Hay que puntualizar, no obstante, que este tipo de obras eran habituales en la época y Nebrija parece tomarse en serio el trabajo de buscar y seleccionar lo más apropiado para formar su manual, añadiendo de vez en cuando alguna nota de su propia mano.

  No obstante, en lo que al capítulo de la memoria se refiere, ni una sola frase es suya: empieza copiando las primeras palabras de Quintiliano y, cuando este va a iniciar la descripción de las técnicas, corta para, a continuación, introducir íntegramente el texto del Herennium dedicado a la memoria. Simple y rápido.

  Para ser exactos, el texto de Quintiliano, a modo de introducción, supone la primera cuarta parte del capítulo (612 palabras) mientras que el grueso del texto, donde se describen las técnicas, corresponde al capítulo completo de la Rhetorica ad Herennium (1756 palabras). Respecto a sus fuentes, Nebrija tan sólo ha realizado tres cambios, siendo los dos primeros bastante insignificantes:

  1.- Elimina la última frase del capítulo de la Rhetorica ad Herennium, que en el texto original sirve de introducción a la siguiente parte del libro.

  2.- Añade la palabra igitur («también») al iniciar el texto de la Rhetorica ad Herennium, dando una cierta continuidad al fragmento de la obra de Quintiliano.

  3.- Omite los párrafos donde Quintiliano muestra sus dudas sobre la historia de Simónides. En cierto modo, al cuestionar la conocida aventura de Simónides, Quintiliano revela una actitud un tanto escéptica con las técnicas de memorización, ante lo cual Nebrija decide eliminar esta parte y evitar así posibles discusiones; o quizás, sencillamente, el asunto le pareció irrelevante y que la redacción quedaba mejor sin estas palabras.

  En resumen, si gustaba o no de esta materia, si incluye este capítulo por tradición o convicción, nunca lo sabremos. Lo bien cierto es que nada aporta: se ha limitado a «cumplir con el expediente» y en paz.

  Pero si traigo a colación la figura de Nebrija es porque también fue protagonista de una anécdota ocurrida, no en vida, sino en muerte del sabio maestro —durante su funeral, siendo precisos—.

  En aquellos tiempos pronunciar un discurso a través de la lectura de un texto o consultando notas era signo de gran incompetencia, pues todo orador que se preciase debía dominar unas técnicas de memorización que le permitiesen exponer sus discursos íntegramente de memoria, sin el auxilio de ningún escrito. Es más, todo buen orador debía llevar un amplio bagaje de asuntos en la memoria de modo que, en caso de necesidad, tuviera materia de donde echar mano para componer rápidamente un discurso.

  Pues bien, sucedió lo siguiente (cedo la palabra a Juan Huarte de San Juan quien, en su Examen de ingenios para las ciencias de 1575, escribe así):

  A propósito de lo que dijo Cicerón, que el buen orador ha de hablar de memoria y no por escrito, es de saber que el maestro Antonio de Librija había venido ya a tanta falta de memoria, por la vejez, que leía por un papel la lición de retórica a sus discípulos; y como era tan eminente en su facultad y tenía su intención bien probada, no miraba nadie en ello. Pero lo que no se pudo sufrir fue que, muriendo éste repentinamente de apoplejía, encomendó la Universidad de Alcalá el sermón de sus obsequias a un famoso predicador, el cual inventó y dispuso lo que habría de decir como mejor pudo. Pero fue el tiempo tan breve, que no hubo lugar de tomarlo de memoria; y así se fue al púlpito con el papel en la mano, y entró diciendo así: «Lo que este ilustre varón acostumbraba hacer, leyendo a sus discípulos, eso mesmo traigo yo determinado de hacer a su imitación, porque fue su muerte tan repentina y el mandarme que yo predicase en sus obsequias tan acelerado, que no ha habido lugar ni tiempo de estudiar lo que convenía decir, ni para recogerlo en la memoria. Lo que yo he podido trabajar esta noche traigo escrito en este papel: suplico a vuestras mercedes lo oigan con paciencia y me perdonen la poca memoria». Pareció tan mal al auditorio esta manera de predicar por escrito y con el papel en la mano, que todo fue sonreír y murmurar. Y, así, dijo muy bien Cicerón que se había de orar de memoria y no por escrito.

  Que Nebrija impartiese clase leyendo notas se podía disculpar por la edad y por respeto a quien era, pero nadie más gozaba de tal licencia. Cometer la falta de predicar «por escrito», más aún en el funeral de quien justamente ocupaba la cátedra de retórica, debió ser tema principal en los chismorreos de aquellos días.

  Por cierto, aunque en su cita Huarte de San Juan no da ningún nombre, el famoso predicador objeto de murmuraciones, si no me falla la información disponible, fue Pedro Ciruelo, también prestigioso maestro en la Universidad de Alcalá, ilustre teólogo, matemático… y muchas cosas más (sus conocimientos se extendían sobre tantos asuntos que dio origen al dicho popular «saber más que Ciruelo»).

  Ignoro si la experiencia vivida durante el funeral influyó de algún modo en el interés de Pedro Ciruelo por el arte de la memoria, pero el hecho cierto es que cuando unos años más tarde publica el libro Expositio libri missalis peregregia, en 1528, insertará en anexo un breve pero muy interesante manual de mnemotecnia con el título De arte memorandi, enfocado a la formación de predicadores, donde expone las técnicas de memorización al uso en la época.

  Detalle de la página donde Pedro CIRUELO inicia su exposición sobre el arte memorativa.

  El estudiante de griego

  No es ningún secreto que a lo largo de la historia las técnicas de memorización han sumado numerosos detractores.

  Unos de sus «enemigos» más interesantes fueron los humanistas del siglo XVI: las críticas no eran porque considerasen las técnicas i
neficaces, en absoluto, sino porque veían en ellas un malvado instrumento empleado para hacer pasar por conocimiento lo que no era más que simple memoria.

  Contaré una anécdota que ilustra este pensamiento perfectamente. Se trata de una aventura que vivió un destacado maestro aragonés de aquella época: Juan Lorenzo Palmireno.

  La figura de Palmireno está vinculada a la Universidad de Valencia y a la reforma de un anticuado sistema educativo al que no escatimó críticas y que trató de actualizar con arreglo a nuevos criterios humanistas. Por ejemplo, son conocidas sus obras de teatro donde mezclaba lenguaje vulgar con doctas frases en latín, introduciendo así a sus alumnos/actores en el dominio de la lengua de Cicerón.

  En el libro Segunda parte del latino de repente (Valencia: Pedro de Huete, 1573) hay un momento en que Palmireno repasa algunas ocasiones en las que han intentado poner a prueba sus conocimientos. Y escribe, pág. 98 (transcribo el texto adaptado a la ortografía actual):

  Acaecióme en Valencia llegar un mancebo, que en su rostro parecía de buen linaje: hízome un exordio en griego de los buenos que se puede hacer. Yo como teníamos mucha gente, que nos oía, y veía que en su exordio griego se gloriaba haber sido discípulo de Turnebo, Lambino, y Mureto, procuré lo posible de responderle con la misma copla en griego: y al fin sin mudar lenguaje, roguele que quedase en nuestra clase, porque yo tenía amigos, con quien procuraría le diesen cátedra. Respondióme los dos primeros renglones de la cartilla griega del Ave María.

 

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