Sangre en la nieve
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— Pos le damos una parte —respondió Ludwig encogiéndose de hombros sin ver el problema— sin carreta no la podríamos lleva y si no la llevamos no habrá moneas, ni muchas ni pocas —le hizo ver con practicismo— ademá si necesitamos ayua pa atar a la chica él podrá echanos una mano —les hizo notar.
Christian resopló aceptando lo aplastante del argumento aunque sin seguir gustándole nada la idea de tener que meter en el plan a uno de los mineros.
— Pero aun si conseguimos la carreta ¿Qué hacemos con Jacob? No nos dejara ata a la chica —replicó Achim, convencido.
— Lo haríamos mientras duerme —comentó Ludwig.
— No sé yo… —susurró Achim— se pue desperta —advirtió.
— Naa… —negó Ludwig, con confianza— Jacob siempre que trabaja hasta tarde llega mueto y se quea como un tronco, no le despertaría ni que se le cayera el techo encima —aseguro convencido.
— Pue más valdrá por que como nos pille nos mata —afirmó Achim— y aun si no nos pilla, cuando al día siguiente vea que no ta la chica, seguro que nos despelleja vivos —adivino, disgustado ante aquella desagradable posibilidad.
— Le decimos que le dio un ataque de locura y que se fue ella sola —sugirió Ludwig, hallando respuestas a todo.
— No se lo creerá —rechazó Achim, escéptico.
— Pos qué más da que no se lo crea, se enfadara con nosotros, nos dará algún empujón y al fina se tendrá que aguanta y entonces agradecerá las moneas que hayamos conseguio —intervino Christian— no sé poque quie protege tanto a esa chica pero ya se le pasara —dijo gustándole bastante el plan y sobre todo la idea de conseguir el dinero y mejorar de vida.
Así pues, tras seguir comentando el tema un rato más, los cinco muchachos estuvieron de acuerdo en llevar a cabo el plan para devolver a la jovencita a sus adinerados progenitores, quisiera ella o no.
Perfilaron el plan decidiendo que a pesar de meter a Thomas en todo aquello intentarían proporcionarle la menor información posible. Christian temía que si algún otro minero sabía dónde estaba la muchacha pudieran intentar llevársela sin su conocimiento. Al fin y al cabo ellos pasaban fuera casi toda la jornada y aquella vivienda la podría forzar hasta un cervatillo, clara prueba de ello era la presencia de María Sophia allí. Por no tener ni disponían de un mísero cerrojo.
Estudiados todos los puntos se fueron a dormir excitados y resueltos a intentarlo a la noche siguiente.
Blancanieves había estado todo aquel tiempo a pocos metros de sus futuros y jóvenes raptores. Habían conspirado contra ella, tan tranquilos, como si en lugar de una persona fuera parte del mobiliario de la estancia, pero está sumida en sus ensueños no se percató de nada.
Cuando ya muy tarde Jacob llegó a la humilde vivienda, se introdujo sigiloso iluminando tenuemente su camino con el candil prestado por el señor Grimm, el suyo se lo llevaban los chicos al salir de la mina y se paró unos momentos junto a ella.
Se quedó mirándola obnubilado, dormida plácidamente en el suelo arrebujada en su abrigo.
Su pulso volvía a estar acelerado como parecía sucederle siempre que se encontraba con la jovencita a solas y un intenso rubor daba color a su cara. Mas estando solo no se preocupo por ello.
Quién diría que es una noble señorita, seguro que dormía en un lecho blando como las nubes.
Un lecho pensó después sobresaltado si se va a quedar con nosotros tendré que prepararle un lugar donde dormir algo más cómoda.
Decidió pues, que al día siguiente buscaría algún momento para prepararla un jergón. Por supuesto no sería comparable con el, sin duda mullido colchón, que le debía aguardar en el castillo de su familia pero al menos no tendría que seguir durmiendo sobre el duro suelo.
Agotado, se fue a dormir, ya había cenado en compañía del capataz, este siempre insistía en compartir su cena con el chico en agradecimiento por su sobre esfuerzo.
Buenas noches mi bella Blancanieves se despidió observándola con ojos encendidos.
19
Al despuntar el alba los chiquillos, más madrugadores de lo habitual salieron de sus jergones llenos de energía. Sin embargo, Jacob despertó remoloneando y somnoliento.
Los cinco confabuladores desayunaron a toda prisa y se marcharon a la mina sin aguardar a que Jacob diera cuenta de su modesta ración.
Este les despidió con la mano mientras luchaba por mantener los ojos abiertos.
Espero que el aire fresco me espabile, se dijo el joven.
—¿Le doy a la chica su desayuno? —preguntó el pequeño Wilhelm, que como siempre prefería ir a la mina cogido de su mano.
El muchacho esbozó una sonrisa afirmando con la cabeza y se quedó observando como el niño dejaba las modestas viandas, en el suelo, cerca de la aun durmiente Blancanieves.
Después, se levantó de la mesa y ambos salieron de la casa.
Entre salir tan pronto y llegar tan tarde ya no voy a poder verla nunca despierta, pensó entristecido Jacob mirándola con intensidad un instante desde la puerta antes de cerrar tras ellos.
Al llegar a la mina los cinco chiquillos pusieron en funcionamiento la primera parte de su plan. Debían conseguir la ayuda de Thomas, este poseía una carreta en propiedad. Y averiguar si el hombre conocía la localización del castillo donde vivían los von Erthal pero todo ello sin revelar sus verdaderas intenciones.
Christian, el más desconfiado se ocuparía de esa parte, temiendo que si dejaba que lo hiciera alguno de sus otros compañeros abrieran demasiado la boca y contaran algo que no debían.
Además, la noche anterior, logró convencer al resto, de mentir al minero sobre el motivo de solicitarle la carreta y de no pedir ayuda al hombre para atar a la chica. Ellos solos se las podrían apañar. Cuanto menos supiera Thomas mejor.
Así pues, Christian se las arregló para que le metieran ese día en la cuadrilla, de la que formaba parte el hombre. De este modo, podría pasar toda la jornada cerca de él, tener los oídos atentos e ir sonsacándole la información que requería.
Los otros cuatro chicos debían hacerse con unas cuerdas para poder amarrar bien a la jovencita. Las extraerían del almacén de materiales pero debían hacerlo con mucho cuidado. Si alguien les pillaba robando el capataz les echaría una tremenda bronca y les quitaría parte de su sueldo de ese mes como castigo.
Además, si el señor Grimm se enteraba también lo haría Jacob y entonces se imaginaria que algo tramaban y frustraría sus planes.
Todo se desarrollo sin problemas.
Christian pasó la jornada picando en las profundidades de la mina haciendo buenas migas con el minero, al que no le costaba nada parlotear de unos temas y otros.
Descubrió sin esfuerzo que efectivamente el hombretón conocía el camino al castillo, que resultaba estar más allá de las montañas. A bastantes horas en carreta.
Casi al final del día, viendo el momento propicio, Christian le pidió el transporte. Le contó que necesitaban ir al pueblo a por unas provisiones y herramientas y que solos y sin Jacob que ahora se pasaba hasta la noche allí trabajando, no podrían llevar todo a su cabaña. Y como laboraban todo el día pues solo podían ir a la aldea a por las cosas una vez terminada la jornada.
— ¿Pero no tan las tiendas cerras a esas horas? —le preguntó el minero enarcando una ceja.
— Sí, pero en el colmao como ya saben que vamos nos aguardan y nos abren —mintió Christian.
Thomas aceptó la explicación con un encogimiento de hombros y se ofreció gustoso a ayudarles, siempre y cuando él fuera con ellos. La carreta era muy valiosa para su familia, una rueda rota costaba mucho arreglarla y unos críos que no estaban acostumbrados a conducir podían sufrir un accidente.
El chico no puso pegas, ya imaginaba que no les dejaría la carreta sin más.
Al cabo de un rato se despedían, quedando en encontrarse a la caída del sol en un punto concreto del sendero. El minero se ofreció a recogerles en casa, afirmando que no le costaba nada subir hasta su vivienda y así ellos se ahorrarían la larga caminata hasta la aldea que estaba
seguro, no les apetecería nada realizar tras la agotadora jornada en la mina. Pero Christian, agradeciendo su ofrecimiento insistió en que se encontraran a medio camino alegando que como el sendero no pasaba cerca de la cabaña podía perderse sin tener su guía y no dar con ella pues se hallaba bastante oculta en la espesura del bosque.
— Como quieras —aceptó el hombre algo extrañado.
— Y si ve que tardamos algo en llega, espérenos —le pidió Christian cuando ya se separaban.
Su mejor oportunidad para llevarse a la chica sería antes de que regresara Jacob a la casucha pero a la vez para no tener una tremenda pelea con la joven debían aguardar a que esta se quedara dormida y no podían estar seguros de cuándo sucedería eso.
El hombretón le volvió a mirar con extrañeza.
— Tenemos que acostar antes a Wilhelm, es mu pequeño para anda por ahí tan tarde —mintió el muchacho pensando que así de paso justificaría su ausencia cuando se reunieran con el minero— y tenemos que limpia en casa y hace cosas de esas, no tenemos una madre que haga too eso por nosotros —comentó, aprovechando a dar pena al hombre.
— Ya claro…, vosotros tranquilos que yo os espero lo que haga falta —afirmó comprensivo Thomas, mostrándose al fin conforme con las respuestas del mozalbete.
Así pues, esa parte del plan estaba dispuesta.
Sonriendo complacido, Christian se fue en busca de sus compañeros conspiradores. Sabia, y se le borraba la sonrisa solo de pensar en ello, que cuando en la noche se reunieran con el minero habrían de desvelarle la verdad. Evidentemente, el hombre se llevaría un buen chasco al verles aparecer cargando con una chica maniatada. Y que para tranquilizarle y obtener su colaboración en sus verdaderos propósitos habrían de prometerle una parte de la recompensa, pero rezaba por que se conformara con una parte pequeña.
El muchacho agitó la cabeza alejando esos pensamientos. Mejor no adelantar acontecimiento ni lamentarse por un oro del que resultaría inevitable desprenderse si querían lograr su meta de alcanzar una vida mejor.
Los otros chicos tampoco tuvieron dificultades en hacerse con las cuerdas, eso sí deberían devolverlas a la mañana siguiente o alguien se acabaría percatando del hurto.
Los cinco se reunieron a la entrada de la mina, sonrientes y murmurando a media voz. Wilhelm que trabajaba en la superficie con los niños más pequeños se les unió al poco y los chicos enmudecieron al instante.
Jacob se reunió con el grupo unos momentos después para despedirse pues cuando llegara ya estarían dormidos o eso creía él.
Al poco, los muchachos enfilaron rumbo a la casucha mientras Jacob se volvía a la caseta a seguir trabajando con el señor Grimm.
Cuando los chicos llegaron a la destartalada cabaña, cada vez más excitados, dirigieron sus miradas directamente a Blancanieves, temerosos de pronto de que se hubiera esfumado en el aire.
Los cinco conspiradores suspiraron al unísono, aliviados, al comprobar que seguía allí, mitigándose de este modo su repentino miedo.
Después, dejaron las cuerdas en un rincón de la cocina como quien no quiere la cosa.
Cenaron sin mucho apetito, cosa rara en ellos, pero los nervios que pululaban en sus estómagos no les dejaban apenas tragar.
Se lanzaban miradas significativas los unos a los otros pero nadie decía palabra. Igualmente vigilaban de reojo a la joven que como casi siempre estaba inmersa en sus ensoñaciones.
Nunca habían prestado tanta atención a Blancanieves como aquella noche.
Como un buen niño, Wilhelm le entregó su ración a la muchacha que una vez más salió de su trance para tomarla y agradecerle la comida con una pequeña sonrisa.
— Que sueño —comentó al poco Karl con un exagerado bostezo— ¿No ties ya sueño Wilhelm? —interrogó al chiquillo.
— Algo —reconoció este frotándose disimuladamente los ojos— pero…
— Pero quies espera a Jacob ¿a que sí? —adivinó Achim.
El pequeño agitó la cabeza afirmativamente.
— Anda vámonos toos a soba —animó Christian levantándose de la mesa— es tarde y no pues quedate despierto hasta que llegue Jacob, será mu tarde y mañana toos tenemos que levantanos temprano pa ir a currar como gochos —rió dando un ligero empujón al niño incitándolo a caminar.
Así pues, los seis chiquillos se fueron al cuarto contiguo y se echaron a dormir.
Pero todos, menos el menor de ellos, que al poco de tocar la cabeza en el jergón se quedó dormido como un leño, solo fingían estarlo. Tan solo querían que el niño se sumiera en el sueño y aguardar un rato a que la chica hiciera otro tanto.
Cuando ya no soportaban más la espera los cinco se levantaron silenciosos y Karl asomó con cuidado la cabeza por la cocina a ver si María Sophia ya estaba durmiendo. Pero no, aun seguía despierta admirando el retrato de su esperado príncipe.
El muchacho resopló contrariado e indicó en quedos susurros a sus compinches que debían aguardar.
Se sentaron en los jergones y se quedaron mirando a las musarañas en la penumbra.
De cuando en cuando alguno de ellos miraba a ver si la chica estaba dormida pero paso una hora y otra y nada.
— Precisamente hoy esa maldita no se duerme —rezongó por lo bajo Hans.
Al tener que quedarse quietos aguardando, se iba apoderando de ellos la somnolencia notando sus parpados cada vez más pesados y cuando oyeron un crujido se sobresaltaron.
Era la puerta de entrada.
Christian miró a escondidas.
— Es Jacob —aviso alarmado, corriendo a su jergón.
— ¿Y ahora qué hacemos? —inquirió Achim, preocupado.
— Fingir que estamos sobaos y espera que Jacob se quee frito —respondió Christian, echándose al lado de su compañero cerrando los ojos como si estuviera profundamente dormido.
—¿Vamos a coge a la chica estando aquí Jacob? —interrogó Achim, cada vez más nervioso.
Pero no recibió contestación, sus compañeros ya aparentaban estar en el reino de los sueños y al oír a Jacob entrando ya al cuarto, él se echó presuroso y cerró los ojos intentando tranquilizarse.
Era ya noche cerrada cuando Jacob entró a hurtadillas en la cocina sumida en la oscuridad, en esta ocasión con cierta dificultad pues iba cargando en una mano con el farol y en la otra con un enorme atajo de helechos recogidos por el camino para preparar un jergón a la muchacha. Aun le restaba recoger otro tanto para tener el relleno suficiente para hacerla una confortable cama pero ya se ocuparía de ello al día siguiente.
A pocos pasos de ella se detuvo y observó silencioso y con los ojos brillantes a Blancanieves bajo el cálido resplandor que emitía el candil. Esta se había dormido tan solo unos momentos antes de su llegada.
Cuando el chico logró salir de su ensimismamiento dejó el montón de helechos en un rincón de la cocina donde no estorbara para luego arrastrarse hasta su jergón.
Se acostó con sus compañeros y a los pocos instantes dormía a pierna suelta.
Los chicos aguardaron un rato, hasta casi quedarse también ellos dormidos.
Después, medio espabilándose se levantaron con mucho cuidado vigilando a Jacob y se deslizaron hasta la cocina.
Con el candil para alumbrarse, con la llama muy baja para no despertar ni a la chica ni a sus dos inocentes compañeros, recogieron las cuerdas.
Se las repartieron y se aproximaron a la joven.
Con mucho tiento Karl apartó el abrigo de Jacob que como siempre a modo de manta, la protegía del frío.
Luego, aun más cuidadosos unos se ocuparon de atarla las piernas. Contenían la respiración mientras tomaban sus tobillos y pasaban la cuerda varias veces alrededor para luego anudarla.
Respiraron aliviados al observar su éxito. La jovencita seguía dormida.
Pero atarla las manos sería un problema. En realidad no podrían hacerlo. El cabestrillo de su brazo roto lo hacía imposible.
Resultaba asombroso pensar que dos días antes una chica flaca, desvalida y herida les hubiera podido pegar una tunda. Sin embargo, así
había sucedido.
— Pasad la cuerda por su pecho —susurró Ludwig como respuesta a las miradas confusas de Karl y Achim. Se habían fijado tan poco en ella que se les había olvidado lo del cabestrillo.
Pero para atarla de esa manera había que levantarla bastante y mientras lo hacían María Sophia comenzó a revolverse entre sueños.
Nerviosos, intentaron apresurar el trabajo, mas cuando estaban a punto de terminar ella despertó.
Notó, en la penumbra unas manos tocándola y eso fue más que suficiente como para comenzar a lanzar alaridos en uno de sus ataques de histeria.
— Tapadla la boca —urgió Christian, todo alterado, seguro de que Jacob ya se habría despertado.
— ¿Con qué? —preguntaron frenéticos varios de sus compañeros mientras intentaban terminar de atar la cuerda al tiempo que la muchacha hacía cuanto podía por desasirse de las ataduras que notaba aprisionándola. Ninguno de ellos pensaba arriesgarse a recibir un mordisco por intentar taparla la boca con la mano.
Christian mirando angustiado a los demás, de pronto agarró una de las mangas de Achim y tiró de ella hacia abajo con fuerza hasta desprenderla del resto de la camisa.
— ¿Pero qué haces? —saltó este anonadado, olvidándose de bajar la voz.
— Acallar a esta gritona —replicó Christian exaltado metiéndole a Blancanieves el trozo de tela en la boca.
Sin embargo, esto aun medio acallándola no hizo más que empeorar la situación pues la altero muchísimo más. Ahora tenía algo sucio y asqueroso en la boca, estaba atada y no sabía qué pasaba.
Gruñía con todas sus fuerzas al tiempo que se agitaba como una anguila mientras ellos intentaban terminar de amarrarla para cargarla fuera de la casa.
Pero entonces, unas manos agarraron a Ludwig y lo estrellaron contra la mesa. Los demás sorprendidos se giraron hacia él. Jacob se había despertado y ahora les miraba rabioso.