by Maria Parra
— Funcionara —dijo Christian, escueto.
Los demás le miraron confusos.
— Compraremos la peineta y esa misma noche la sacaremos de la casa —afirmó el chico en un susurro.
— ¿Y aun si de verda funciona ese líquio, con qué dinero pagaremos al viejo? —inquirió Achim al cabo de unos instantes— Jacob no querrá danos dinero para compra una peineta aun sin que sepa pa lo que es.
— Cierto —admitió Christian— a pesar de que él se ha gastao nuestro dinero en hacela un regalo —comentó sarcástico— No le peiremos permiso, simplemente cogeremos el dinero —les informó tan tranquilo.
Todos sabían donde guardaba Jacob los ahorros familiares pero a ninguno se le había pasado nunca por la cabeza tomar monedas de ese saco sin su consentimiento.
Al llegar a la cabaña todo se desarrollo como normalmente. Entraron y encontraron a Blancanieves en su rincón admirando al príncipe niño del retrato. Ella les miró un instante y al poco regresó a su ensueño.
Ellos por su parte se pusieron a cenar, pero en esta ocasión se mostraron más silenciosos de lo habitual, todos menos Wilhelm, el cual había cogido algo de confianza con la chica y en lugar de darla su ración y volver a la mesa con los demás se sentaba a su lado y comenzaba a parlotear compartiendo con ella las anécdotas de su día en la mina.
En aquel tiempo, había descubierto que a falta de Jacob, la muchacha era una buena oyente. Desconocía si realmente le escuchaba pues nunca despegaba los labios y la mayor parte del tiempo ni le miraba pero al menos no le mandaba callar, cosa que a menudo hacían sus demás casi hermanos.
Al terminar la cena, los chicos se llevaron al pequeño al otro cuarto y todos se echaron a dormir. Todos menos Christian que se auto asignó la tarea de tomar el dinero. Aunque en realidad los otros cuatro conspiradores daban vueltas en sus jergones, intranquilos, temiendo que su compañero pudiera ser descubierto por Jacob.
Debían esperar a que el mudo joven llegara a la casa con la paga de todos. Cuando la hubiera guardado en el escondrijo bajo una de las tablas de la cocina y este y la chica ya estuvieran dormidos, entonces podrían tomar algunas monedas sin que se enterara.
Cuando Jacob regresó a la destartalada vivienda, cargando con algo de dificultad con un paquete marrón y el candil, saludó con una alegre sonrisa a Blancanieves, ignorante de lo que comenzaban a tramar sus compañeros.
El chico nervioso, con el pulso a mil por hora y deseando entregarle la sorpresa se dirigió al rincón desde el cual María Sophia le observaba y tras dejar la lámpara en el suelo le tendió el paquete marrón con manos sudorosas.
Le hizo un gesto indicándola que era para ella.
Blancanieves le miró aturdida, extrañada de aquel regalo totalmente inesperado. Dudó unos instantes pero al final, curiosa y pareciéndole que el paquete no estaba demasiado manchado o polvoriento, lo tomó.
Lo posó en el suelo y comenzó a abrirlo, descubriendo los platos de madera.
La muchacha cogió el de más arriba, observándolo atenta. No eran de metal como los platos del castillo pero se veían muy limpios y hubo de reconocer para sus adentros que aquel veteado de la madera y el brillo procedente del barniz les dotaba de una considerable belleza.
Mientras, Jacob la observaba expectante como tantas veces la había mirado la Condesa buscando complacerla con algún presente.
¿Te gusta?
Blancanieves le miró y luego sonrió.
Jacob, con el corazón desbocado mostró una sonrisa de oreja a oreja visiblemente ruborizado.
— Cena —dijo ella, ignorante de su turbación, tendiéndole el plato que había examinado con minuciosidad. Obviamente les daba su aprobación.
Más feliz que nunca, el chico cenó a su lado compartiendo su ración con ella, los dos en silencio estrenando aquellos platos.
El buhonero tenía razón pensó Jacob, ha merecido la pena el gasto.
Cuando terminaron se echaron a descansar.
Tiempo después Christian apareció en la cocina. Con sigilo, casi de puntillas pasó cerca de la durmiente pareja.
Ya ni siquiera duerme con nosotros pensó el muchacho asaltado una vez más por los celos.
Recordando a lo que iba, y que debía hacerlo con rapidez fue hasta el escondrijo del dinero.
Con mucho cuidado para no hacer ruido levantó la tabla del suelo y rebusco con la mano hasta dar con la bolsa de los ahorros.
Cuando la palpó la extrajo del escondite y la abrió.
El viejo no les indicó el precio de la peineta y ninguno de ellos cayó en la cuenta de preguntarlo de modo que ahora se percataba de que no tenía idea de cuántas monedas debía tomar.
Inquieto, no podía tirarse allí toda la noche, sacó cinco monedas.
Debería ser más que suficiente, se dijo el chico.
Guardó las monedas en su bolsillo y presuroso colocó todo en su sitio regresando al otro cuarto donde los demás le aguardaban despiertos.
— ¿Las tienes? —susurraron al unisonó.
— Claro y ahora echaos a dormi, tontos —les regañó por lo bajo Christian temiendo que por su culpa se despertara Jacob.
Los chicos se acostaron aparentemente más tranquilos pero ninguno de ellos logró pegar ojo.
A la mañana siguiente, los cinco chiquillos se levantaron los primeros y se fueron sin aguardar siquiera a desayunar. Tomaron su ración y se la fueron comiendo por el sendero.
Querían realizar su transacción lejos de la vista de Jacob, de la curiosidad de Wilhelm y de cuantos mineros fuera posible. Mejor si nadie les veía con el anciano brujo.
— Estupendo, veo que habéis traído el pago —les felicitó el buhonero sonriente nada más verles llegar.
— ¿Cómo sabe que traemos dinero? —interrogo Achim inquieto— a lo mejo solo venimos a decirle que no poemos compra la peineta.
El hombrecillo se carcajeó y tendió la mano hacia Christian.
Este sacó las cinco monedas y las deposito en sus ajadas manos.
— Valdrá como primer pago —dijo el viejo cerrando la mano como si fuera una trampa que saltara en torno a su presa.
— ¿Cómo que cómo prime pago? —increpó Christian, atónito, tampoco estaba dispuesto a dejarse timar por ese anciano truhan.
— Pues claro, luego tendréis que compartir el resto conmigo, al fin y al cabo me necesitáis —respondió este tranquilo dándoles la espalda mientras volvía a localizar entre la tonelada de mercancía la cajita con la peineta.
Los chicos intercambiaron miradas confusas.
— ¿Comparti qué resto? —preguntó Karl haciéndose el tonto.
El hombrecillo soltó una chirriante risotada en respuesta. A los muchachos les recorrió un escalofrió.
Ese viejo o realmente era un brujo o estaba aun más loco que Blancanieves.
— ¿Y por que ta tan seguro de que le necesitamos? —inquirió a su vez Christian— cinco moneas son más que suficiente por ese trozo de madera —alegó rotundo.
— Bueno, eso debo determinarlo yo, al fin y al cabo soy el buhonero —rió el anciano— no creo que unos chiquillos mineros sepan mucho de comercio y más cuando son objetos tan singulares —indicó mostrándoles de nuevo el interior de la caja.
Cerró de nuevo la cajita y se la tendió a Christian con cierta brusquedad.
— Os aguardare en el camino —les indicó en cuanto el chico tomó la caja volviéndose al carromato con aire de estar muy ocupado.
— ¿Qué nos aguardara? —inquirió Ludwig sin entender a que venía aquello, la mitad de las cosas que decía el buhonero no parecían tener sentido.
— ¿En el camino a dónde y pa qué? —bombardeo por su parte Hans.
— Se te ha olvidado preguntarme ¿Cuándo? —rió el anciano.
Giró la cabeza para mirarles con aquellos ojillos agudos y brillantes.
— ¿Acaso pensabais cargarla en brazos todo el trayecto? Dudo que Thomas se creyera de nuevo esa burda mentira y más después de que le dejarais tirado en el sendero aguardándoos durante horas —soltó estallando en estertoreas
risotadas— Allí os aguardare —reiteró— Ah… y no necesitareis realizar ninguna visita furtiva al almacén —añadió como si se hubiera acordado de pronto y se fue a atender a un alegre minero que se acercaba ansioso por deshacerse de su paga.
Los chiquillos palidecieron mirándose los unos a los otros.
— ¿Cómo ha podio sabe too eso? —interrogo en un susurro Achim, tragando con dificultad.
Todos se preguntaban lo mismo pero ninguno podía dar más respuesta que la que ninguno osó pronunciar.
Es un brujo.
24
Los cinco jóvenes conspiradores pasaron el día intranquilos, y algo distraídos. Recibieron más de una reprimenda por parte de sus compañeros mineros, aquel no era oficio para andar despistado. Así pues, respiraron aliviados al concluir la jornada.
Según se acercaba la hora de llegar a la cabaña e iniciar su nuevo plan parecían ir tomando más seguridad, sobre todo Christian. A cada momento más convencido de que hacían lo mejor para todos, incluso para Jacob aunque este no se diera cuenta, y que ahora sí tendrían éxito.
— Esta vez no esperaremos —comenzó el chico, en un susurro según marchaban por el sendero— en cuanto lleguemos a casa le enseñamos la peineta y al ir a ponésela la arañamos y esperemos que se duerma como nos ha asegurao ese brujo.
— ¿No esperamos a cena y a que se duerma Wilhelm? —preguntó Ludwig.
— No, no pienso arriesgame a que nos pille Jacob por espera a que el crio se quee frito —negó Christian, tajante.
— Ya pero… —comenzó Hans mas hubo de callarse cuando el niño se acerco a ellos alegremente.
Al alcanzar la vivienda Christian, sin perder un instante, se encaminó directo a Blancanieves.
— Esto es pa ti —le espetó mirándola con frialdad, tendiéndole la pequeña caja.
La muchacha le contempló llena de extrañeza. Luego clavó los ojos en la caja.
Parecía limpia.
Tras unos momentos de indecisión, la tomó con ciertas reservas y la abrió descubriendo en su interior la pequeña peineta de madera.
— Qué bonito —comentó Wilhelm pegado a ella observando curioso el objeto, aunque no sabía que era.
— Es pa el pelo —volvió a hablar el muchacho tomando la peineta.
Hizo un rápido movimiento como si fuera a ponérsela en los cabellos pero en realidad la arañó la mejilla con las púas.
Ella gimió llevándose de inmediato las manos a la herida mirándole con los ojos desorbitados, comenzando a asustarse.
— Lo siento —mintió Christian, sin gota de sentimiento dejando caer al suelo la peineta.
Los cinco jóvenes la observaban expectantes conteniendo la respiración a ver si pasaba algo o si en cambio descubrían que el buhonero les había engañado.
— No es na —quiso tranquilizar Wilhelm a la muchacha, con dulzura— yo he tenio raspones y heridas mucho más gordas y aquí me ties —sonrió desenfadado.
De pronto, Blancanieves se sintió desfallecer. Los párpados le pesaban una barbaridad y rápidamente cayó en las redes de un profundo sopor. Un instante después se desplomó quedando tendida en el suelo cuan larga era.
Sorprendido, el chiquillo se arrodillo a su lado alarmado.
— ¿Qué te pasa? ¿Qué tiees? —le preguntaba mientras se escapaban un par de lágrimas de sus asustados ojos y la agitaba sin que ella reaccionara— ¿Qué la pasa? —les interrogó entonces a los demás que, pálidos, seguían observando a la joven.
— ¿Sigue viva, verdad? —murmuró Achim temeroso, notando lo blanca que se veía de repente e ignorando, como el resto, al chiquillo.
— Pues claro que ta viva —rezongó Christian reaccionando e intentando mostrarse firme ante los demás— Hans coge a Wilhelm y apártalo de ella —ordenó a este— los demás cogeremos a la chica y nos la llevaremos —decidió.
Todos se pusieron en movimiento repitiéndose a sí mismos que no pasaba nada y que la jovencita estaba perfectamente, que solo dormía.
— ¿Qué hacéis? ¿A dónde la lleváis? —gritaba el niño, atemorizado forcejeando con Hans.
— Al final deberíamos habenos traio una cuerda pa atar al renacuajo este —se quejó Hans mientras se esforzaba por retener al escurridizo chiquillo.
— Suéltame —chillaba Wilhelm a pleno pulmón, sin entender que les pasaba de repente a sus hermanos ni por qué le impedían acercarse a la muchacha.
Jacob queriendo protegerle y evitarle un disgusto al niño no le contó nada acerca de cómo sus compañeros habían intentado obligar a María Sophia a regresar con sus padres con la esperanza de obtener una suculenta recompensa.
Cuando ya tenían a Blancanieves cogida, agarrándola unos por los pies y otros por los brazos, el pequeño consiguió zafarse de Hans y salió disparado de la casa internándose en la oscuridad del bosque.
— Maldita sea —gruñó Hans— ahora ira a busca a Jacob y se nos caerá el pelo —lamentó.
— Pues deberías haber pensao en eso antes de dejale escapa —replicó Christian, irritado.
— Se me escurrió —intentó defenderse él en tono quejumbroso.
— No me importan tus escusas —afirmó Christian— si queremos consegui la recompensa dejemos de perde tiempo y vayámonos ya. Wilhelm tardara un rato en llega a la mina, si es que no se pierde por el camino y en pode avisa a Jacob y en que ambos regresen aun más. Así que si no nos queamos aquí como alelaos poemos conseguilo —aseguro incitando a sus compañeros.
Los otros cuatro muchachos estaban cada vez más nerviosos pero asintieron y salieron de la cabaña cargando con el cuerpo de Blancanieves.
— Trae el candil —le pidió Ludwig a Hans, cuando ya habían cruzado el umbral de la puerta, él era el único que no iba cargando con la chica.
Ya era noche cerrada y aunque las estrellas aportaban algo de luz no les vendría mal el brillo de la lámpara.
Al poco Hans regresó junto al grupo aportando una iluminación más adecuada.
Después, llegando hasta el sendero que conducía al pueblo se fueron cargando con la durmiente jovencita.
— ¿El viejo nos tará aguardando en el mismo sitio en que nos esperaba Thomas? —inquirió Karl entre resoplidos.
— Eso espero —respondió Achim intentando seguir el paso de los demás.
En pleno desarrollo de su plan descubrían sorprendidos que a pesar de ser chicos fuertes para su edad cargar con un peso muerto como Blancanieves no era cosa fácil.
— Ya podía habérsele ocurrio trae el carromato más cerca —se quejó Hans resollando.
Tras un trecho de pesada e incómoda marcha los chiquillos decidieron hacer una breve parada.
Dejaron a la chica en el suelo mientras ellos recuperaban energías y desentumecían sus músculos.
— Seguro que solo ta dormia ¿verdad? —volvió a preguntar Achim, agachándose y observando a María Sophia con preocupación.
— No seas pesao, ta bien —reiteró Christian, aquella fatigosa caminata y sus quejumbrosos compañeros estaban logrando crisparle los nervios.
— Mira que si no ta dormia… —comenzó Achim pero no le dio tiempo a finalizar la frase.
Dio un brinco hacia atrás, sobresaltado.
— Se ha movió —alertó a los demás.
— Que dices, te lo habrás imaginao —gruñó Christian— el viejo dijo que dormiría profundamente —les recordó.
— Pero no dijo cuánto tiempo —intervino Karl con voz trémula señalando a la muchacha.
Entonces todos pudieron ver como Blancanieves empezaba a removerse como si estuviera comenzando a despertar del antinatural sueño.
Mientras los cinco jóvenes raptores, en mitad del sendero, observaban asustados y confusos, como a su víctima comenzaba a desaparecerle los efectos del brebaje del viejo brujo, Jacob y Wilhelm estaban muy cerca del grupo.
El pequeño tras escapar de la cabaña corrió más rápido que el viento hacia la mina en busca de la ayuda del mudo joven mas inesperadamente se dio de bruces con él no mucho después de haber comenzado la carrera. No había
recorrido ni la mitad del trecho.
El señor Grimm por ser final de mes había permitido a Jacob salir más pronto del trabajo y el chico ya estaba volviendo a la vivienda.
Wilhelm, atribulado y sin resuello le contó lo sucedido, del modo en que él lo había vivido pues no entendía cuanto había pasado. Solo sabía que algo le pasaba a su nueva amiga y que los demás le habían impedido acercarse a ella.
Jacob de inmediato comprendió cuanto acaecía, aunque no sabía bien que le habían hecho a la chica. Furioso y profundamente decepcionado con sus compañeros corrió con el chiquillo de vuelta a la casa.
Cuando alcanzaron su destartalado hogar, como presuponía lo encontraron totalmente vacío. El mudo joven imagino que a esas alturas el grupillo de raptores junto con su víctima ya estarías en el sendero así pues le pidió al niño que se quedara allí y le aguardara, para luego lanzarse a la carrera por el bosque dispuesto a alcanzarles.
Corrió lleno de rabia a través de la espesura sintiendo como el frío aire de la noche le azotaba el rostro.
Al llegar hasta el sendero se detuvo en seco resollando. Miró en derredor, notando como las gotas de sudor corrían por su frente, pero no había rastro de ellos mas de repente llegaron a sus oídos unos angustiosos gritos. Jacob los reconoció de inmediato, era la voz de Blancanieves y sonaba bastante cerca.
Así pues, reemprendió su furiosa carrera siguiendo los alaridos.
Poco después llegó hasta el grupo.
María Sophia había revivido del todo y al encontrarse de pronto en el exterior y apresada por los chicos, pues no sabiendo que hacer desesperados intentaban mantenerla inmóvil, maldiciendo todos para sus adentros no haber llevado las cuerdas, luchaba contra ellos intentando liberarse.
Y si maniatada y herida había sido una contendiente difícil, ahora sana y sin ataduras, lo era mucho más.
El plan de los jóvenes conspiradores se había venido abajo estrepitosamente.