by Maria Parra
Jacob se lanzó contra ellos para auxiliar a la muchacha y a puñetazo limpio, e infligidos con mucho gusto, fue apartando a sus compañeros hasta lograr separarlos de ella.
Unos y otros recibieron buenos golpes hasta que rendidos quedaron tendidos en mitad del camino.
— Nosotros… —intento decir Achim, buscando excusarse, hacer entender a Jacob cuanto estaban haciendo.
El muchacho se levantó y con un gesto, conteniendo su rabia, les ordenó callar. Su mirada ahora era de profunda pena.
Corrió hasta Blancanieves que se había hecho un ovillo y lloraba angustiada, aunque al menos sus gritos habían cesado.
Jacob, mirándola con profunda aflicción la rozó con delicadeza. Ella reacciono intentando apartar a su nuevo agresor pero al ver quien era, movida por un impulso irresistible, se lanzó a sus brazos aferrándose a él en busca de seguridad y consuelo.
El joven asombrado por el inesperado contacto la abrazó intentando apaciguarla mientras, azorado, notaba como la sangre se agolpaba en sus mejillas.
Después, la ayudó a incorporarse y con cariño la condujo de vuelta a la vivienda.
Al pasar junto a sus compañeros les lanzó una penetrante mirada que estos tradujeron sin problemas.
No quiero veros delante y no volváis a ponerla las manos encima o la próxima vez os echare y para siempre.
Blancanieves abrazada a él, como si se hallara en mitad del más basto océano y él fuera lo único que podía mantenerla a flote, caminaba lentamente con la cabeza reposando en su hombro. Seguía visiblemente inquieta pero sus lágrimas se habían secado.
Mientras, él intentaba aportarla seguridad y calma, aguardando con paciencia que se fuera reponiendo del susto.
Ya verás como pronto estarás bien, ya ha pasado todo.
Una vez solos, estando tan cerca de ella, su furia se fue dispersando, al cabo de un rato solo podía pensar en Blancanieves. En lo bonita que se veía bajo el fulgor de las estrellas, en lo valiente que había sido defendiéndose de los chicos, en lo que lamentaba que estuviera tan enferma y en cuanto deseaba que se mejorara y pudiera disfrutar de la vida.
Al llegar a la entrada de la casucha antes de abrir la puerta, Jacob viendo que parecía más sosegada la volvió hacia el cielo y soltando uno de sus brazos le señaló el firmamento.
Mira qué hermoso es.
Ella seguía en la misma posición, con la vista fija en el suelo pero él se atrevió a tomarla de la barbilla. La chica no rechazó su contacto y Jacob elevó su cara con suavidad para que pudiera contemplar las estrellas.
Mira, son casi tan bonitas como tú.
Por primera vez en muchos años, María Sophia observó silenciosa las titilantes luces en medio de aquel manto oscuro.
Permanecieron así un rato admirando la grandiosidad del cielo sobre sus cabezas.
Cuando entraron en la casa se encontraron al pequeño Wilhelm esperándoles lleno de ansiedad.
— Tas bien —clamó lleno de alborozo abrazándose a la cintura de la joven sin pensárselo.
Jacob la miró temiendo que reaccionara mal ante el nuevo contacto y se pusiera a gritar o apartara al chiquillo con brusquedad pero ella no puso pegas y hasta miró al niño como si le agradeciera su preocupación.
El muchacho no salía de su asombro.
Jacob le indicó que ya estaba todo bien y que se fuera a dormir tranquilo.
Wilhelm deseándoles felices sueños obedeció encantado de que su amiga hubiera regresado a casa.
Después Jacob la llevó hasta su rincón, pensando que allí se sentiría más segura. Al ir a sentarla comprobó nuevamente sorprendido como ella no estaba dispuesta a soltarle.
Así, como pudo, se acomodaron juntos y Blancanieves volvió a echar la cabeza sobre su hombro.
— Gracias —musito con timidez antes de cerrar los ojos.
Una vez más la había salvado.
El chico, con una sonrisa de oreja a oreja y notando como si su corazón fuera a estallar de felicidad, alcanzó como pudo el abrigo tirado en el suelo y la cubrió con él.
Jacob se quedó quieto disfrutando del contacto, de tenerla junto a él, entre sus brazos. Notaba su pausada respiración, sus largos cabellos negros como ala de cuervo rozándole las manos y el delicioso aroma que desprendía su piel.
Comprendió entonces que amaba a esa joven.
No sabía nada del amor, todo su mundo, desde hacía ya bastantes años, había sido el trabajo y cuidar de los niños que había ido tomando a su cargo. No sabía de cosas de mayores pero ahora estaba seguro de que lo que sentía, aquella maravillosa dicha que le hacía como flotar, era amor.
Apenas podía comunicarse con ella y no sabía que la había llevado a aquel extraño estado pero loca o no, la quería y haría cuanto pudiera por ella.
No durmió en el resto de la noche pero no le importo, era feliz y quería disfrutar de aquella silenciosa y tranquila alegría todo el tiempo que pudiera.
Pasó las horas contemplándola con los ojos brillantes de emoción, mas aquel tiempo le proporciono también la oportunidad de meditar acerca de sus compañeros. A pesar de todo lo que habían hecho no podía odiarles. A la mayoría los había criado, lo mejor que había podido como si fuera su padre y hasta la llegada de la muchacha no había tenido problemas de seriedad con ellos.
Pero entendía que se hacían mayores, que cada vez sus vidas eran más duras y que tal vez esas penalidades podían estar transformándoles negativamente.
Aun así, para él eran su familia e hicieran lo que hicieran siempre los querría. De modo, que se encontraba en una compleja situación, debía proteger a la joven de ellos pero sabía que no era capaz de echarlos y tampoco podía quedarse con Blancanieves a todas horas para guardarla.
Solo podía esperar que esta vez estuvieran realmente arrepentidos y la dejaran en paz. Les vigilaría todo lo posible pero poco más podía hacer.
Los cinco chicos no se atrevieron a volver a la cabaña. Llegaron hasta ella tiempo después que la pareja, doloridos, tristes, asustados y algunos avergonzados pero prefirieron quedarse fuera, por si acaso. Ya habían tenido bastantes problemas por aquella jornada.
Se tiraron en el suelo pegando la espalda a la destartalada fachada y se quedaron allí, acurrucados, sin hablar entre ellos y soportando los rigores de la noche.
Ninguno de ellos consiguió conciliar el sueño.
25
Nada más amanecer, aun más cansados, doloridos y hambrientos los cinco chicos se fueron a la mina. Querían evitar cruzarse con Jacob aunque eso significara no poder desayunar.
Antes o después se habrían de enfrentar a él pero en ese momento ninguno tenía ánimos.
Al llegar a la explotación minera vieron al anciano buhonero en su carro. Parecía dispuesto a irse a otro lado en busca de nuevos clientes.
Christian, sintiéndose invadido por la cólera al verle corrió hasta el carromato para tomar las riendas del caballo y evitar así que siguiera su camino tan campante. Sus compañeros le siguieron preocupados.
— Too es culpa tuya, viejo estúpido —le espetó iracundo— no conseguimos llevánosla porque tú mágico líquido no valía pa na, al poco se despertó y to se fue al carajo.
El anciano le lanzó una sardónica mirada por debajo de sus espesas cejas blancas y soltó una maliciosa risilla.
— Si tú en lugar de arañarla con la peineta la hiciste una caricia quien te tiene la culpa —le dijo riendo con más fuerza.
— Nos has engañao, devuélvenos las moneas —le reclamó más furioso tendiendo una mano hacia él.
El buhonero se carcajeó con mayor estrepito y tirando con fuerza de las riendas obligó al muchacho a soltarlas.
— Arre —le ordenó al caballo a voz en grito y se alejó en el carromato casi atropellando a los muchachos.
Estos arrastraron a Christian temiendo que el viejo brujo le pasara por encima.
— ¡La próxima vez puede que tengáis más suerte! —chilló el anciano a modo de despedida agitando divertido una de sus huesudas manos.
— ¡No habrá próxima
vez! —berreó a su vez Ludwig.
Las risotadas del buhonero resonaron en el aire.
— Maldito —rezongó Christian sintiendo el resquemor en su mano, el fuerte movimiento de la correa le había hecho una fea rozadura, y la rabia en su corazón le abrasaba.
— ¿No lo volveremos a intenta verda? —interrogo Ludwig preocupado y harto de todo aquello, prefería matarse en la mina pero estar bien entre ellos que acabar destruyendo su familia por dinero.
Christian no respondió y los demás, asustados aun por el viejo brujo, tampoco dijeron nada.
Al final de la jornada laboral se produjo el inevitable encuentro con Jacob.
Les estuvo esperando fuera de la caseta del capataz y al verles salir de la mina les salió al encuentro.
Los chicos temerosos se quedaron paralizados, aguardando una tremenda reprimenda o incluso que les comunicara que se largaran de la cabaña pero el rostro de Jacob era sereno, carente de cólera.
Cuando se encontraron estos intentaron explicarle pero el mudo joven alzó una mano indicándoles que no quería oírlo y le entregó a Karl una nota previamente escrita.
— Dice que poemos volve a casa siempre que no nos acerquemos a la chica y que si volvemos a intenta algo que ya no seremos hermanos —tradujo el muchacho aliviado al saber que al menos les medio perdonaba— No volverá a pasa —le aseguro a Jacob.
Eso espero.
El chico se dio la vuelta sin despedirse más que de Wilhelm, que no se enteraba bien de todo el asunto, y regresó al despacho.
Los mozalbetes volvieron a su destartalado hogar y como les demandó Jacob no se acercaron a Blancanieves para nada.
La chica les observó con temor al verles entrar pero el pequeño Wilhelm se fue junto a ella rápidamente y entre cenar y su parloteo constante acabó logrando que se olvidara de que seguiría compartiendo aquel humilde refugio con los chiquillos que habían intentado sacarla de allí por dos veces.
Aun así se alegró mucho cuando horas más tarde Jacob atravesó, eso si, con rapidez, el umbral de la puerta.
María Sophia le recibió con una sonrisa abierta que el joven correspondió, aliviado y visiblemente ruborizado. A pesar de la advertencia hecha a sus compañeros, según se acercaba la hora de volver a casa el nerviosismo y el temor se habían ido instalando en el corazón de Jacob, oprimiéndolo sin piedad. Temeroso de no encontrar a la jovencita allí.
Como ya se había convertido en costumbre, una placentera costumbre, el chico cenó compartiendo con ella las humildes viandas.
Al concluir, viéndola tan animada a pesar de lo sucedido la noche anterior aunque como siempre muda, casi como si al igual que él no pudiera hablar, quiso intentar sacarla un poco de la cabaña a dar un paseo. Le hubiera gustado poder pasear con ella a la luz del agradable sol pero con su interminable jornada laboral sin días de descanso aquella ilusión, al menos de momento, resultaba imposible de cumplir.
Lentamente, tragando saliva con esfuerzo, se aventuro a tomar su mano, temiendo ser rechazado.
Ella miró un instante sus manos entrelazadas, sorprendida pero no apartó su mano de inmediato.
— Tus manos están sucias —le dijo observando el polvo negro que parecía ya estar metido en cada poro.
Sin embargo, ya no había el asco de antes en su voz o sus bruscas reacciones. Seguía viendo la suciedad y la imperfección de aquel desgarbado mozalbete pero cada día aquellos defectos le parecían un poquito más tolerables.
Jacob notó como el calor ascendía por su rostro algo avergonzado y soltándose corrió a lavarse las manos en el cubo de agua.
Es el maldito polvillo de la mina, a pesar de pasarme la mayor parte del tiempo en el despacho siempre acabo negro.
Blancanieves le tendió el jabón que el chico aceptó volviendo a ruborizarse.
Tras frotarse bien, se las mostró.
¿Mejor?
Ella torció la cabeza ligeramente.
— Tendrá que valer —aceptó esbozando una media sonrisa.
Complacido Jacob se secó y sintiéndose de nuevo terriblemente nervioso le tomó la mano a Blancanieves.
Notando el ardor de su cara y el rápido palpitar de su corazón la condujo hacia la puerta y la abrió solo un poco.
Ella nerviosa tiró de él hacia atrás.
No temas, no pasa nada le dijo con la mirada.
Tirando de ella con suavidad la volvió a acercar a la puerta que abrió un poco más. Reticente María Sophia lo aceptó.
Y así fue poco a poco hasta abrir del todo la vieja puerta pero al querer sacarla fuera con delicadeza ya no hubo manera.
Estaba dispuesta a llegar hasta el umbral pero no daría un paso más.
Dándose cuenta y no queriendo obligarla a nada Jacob la sonrió y volviendo a su lado le señaló las estrellas.
Si aun no estaba preparada para pasear al menos podrían contemplar el cielo.
Al cabo de un rato se sentaron en mitad de la puerta, abrazados, hasta que ella se quedó dormida.
Aquella noche había conseguido un gran progreso.
Sin ella darse cuenta empezaba a perder el miedo al aire y cuanto había en el exterior.
A partir de entonces poco a poco Blancanieves iba cambiando, sin ella notarlo o plantearse a que se debían sus cambios.
Seguía pasando casi todo el día sola y las horas, más consciente ahora del tiempo empezaban a hacérsele largas. Seguía limpiando a conciencia toda la vivienda pero ya sin poner aquella frenética obsesión y sorprendiéndose a menudo pensando en cuando regresaría el mudo muchacho.
Por su parte Jacob ansiaba la llegada de la noche y procuraba pasar unas cuantas horas con ella aunque fuera tiempo que restara al descanso.
Y se sentía tan bien que pronto perdono a sus compañeros y más al comprobar que efectivamente la estaban dejando en paz.
Los chicos procuraban estar en la misma estancia que la jovencita el menor tiempo posible lo cual ambas partes agradecían.
26
Una noche Jacob apareció en la vivienda ocultando tras su espalda un sencillo ramo de flores silvestres, claro está, recogidas por el camino pensando que podrían gustarle a Blancanieves. Se las mostró, sintiendo como la sangre, para no variar, se le agolpaba en las mejillas. Y risueño se las tendió con una pequeña reverencia.
Ella las recibió algo aturdida. No conocía aquellas flores, en el castillo las estancias se decoraban con llamativas rosas, calas o gardenias, flores que se cultivaban con primor en los jardines de la propiedad familiar.
A la jovencita aquellas florecillas le parecieron curiosas y Jacob complacido al ver como ella las observaba sorprendida casi de sí misma, pues las encontraba bonitas en lugar de vulgares como pudiera haberse esperado, pasó el tiempo a su lado jugueteando con las flores mientras ambos estudiaban admirados su exquisita perfección.
De este modo el mudo chico comenzó a intentar animarla a hacer cosas. Entretenerla y así poder disfrutar más del tiempo que podían pasar juntos.
El señor Grimm que tenía una pequeña biblioteca le prestó algunos libros de naturaleza, arquitectura e historia. Grandes ejemplares con bellísimos grabados.
Ya que María Sophia no sabía leer y él sin voz no estaba en disposición de enseñarla, al menos podría disfrutar de las estampas.
No quería pedir a ninguno de los chicos que la instruyera, a pesar de haberles perdonado no le gustaba la idea de hacer algo que la obligara a pasar mucho tiempo junto a ellos. Además ninguno estaba lo suficientemente cualificado para enseñar a leer o escribir y aun si hubiera sido el caso, estaba seguro de que no habrían demostrado la paciencia necesaria para tratar con ella.
Así pues, a menudo Jacob llegaba a casa con algún volumen enorme y pasaba las horas mostrándole los dibujos que la chica contemplaba como si fuera una niña pequeña que, de pronto, comenzara a descubrir las maravillas del mundo.
De este modo, lentamente la iba mostrando pequeñas cosas con las cuales conseguía interesarla y alejarla cada vez más de sus miedos y ensoñaciones.
Cada día el príncipe de sus sueños iba que
dando más y más relegado. Cada día dedicaba menos tiempo a admirar la pequeña pintura soñando con la fantasía inculcada por su progenitora acerca de una vida como reina perfecta en el castillo perfecto junto a un príncipe perfecto que en realidad nunca había sabido ni que existía.
Las horas que tiempo atrás ocupaba en aquella obsesión ahora las dedicaba en observar curiosa por la ventana, mirando realmente, como nunca había hecho, admirando la vegetación, los animalillos yendo de un lado a otro y como el sol que tanto había temido daba vida a aquella foresta.
Aun tenía muchos miedos por superar, no era capaz de abrir las ventanas ni de salir de la cabaña cuando estaba sola pero junto al silencioso y desgarbado muchacho como le denominaba ella en su mente, si obtenía la fortaleza para ser más osada pues por algún motivo que aun no alcanzaba a comprender Jacob le aportaba seguridad y confianza en sí misma.
De la mano de Jacob, un día fue capaz de traspasar el umbral de la casa sintiendo miedo y angustia pero lo consiguió. Y la siguiente vez ya no sintió tanto temor y así hasta que fue capaz de caminar unos pasos fuera de la vivienda.
Tiempo después una noche, Blancanieves reunió el valor suficiente como para salir sola.
Respirando hondo, tratando de tranquilizarse, abrió la puerta y se enfrento al aire, a los ruidos de la noche, a la oscuridad y a todo lo desconocido que podía haber allí fuera.
Enfrentándose a sus demonios salió de la casa y se quedó allí, pegada a la pared aguardando a Jacob.
Quería que viera lo que podía hacer. Y sabiendo que pronto su amable rostro aparecería entre la penumbra, se sentía más valerosa.
Pensar en él, dibujar en su mente su imperfecto rostro le daba fuerzas.
Cuando Jacob surgió de entre los árboles que ocultaban al mundo la destartalada vivienda y la vio allí aguardándole, se quedó anonadado.
Has salido fuera tú sola.