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B00CMDZOCW EBOK Page 36

by Bolaño, Roberto

Pura inspiración

  Y nada de método.

  Y al día siguiente rodamos

  Hasta Pilpico y Llay Llay

  Y pasamos sin detenernos

  Por La Ligua y Los Vilos

  Y cruzamos el río Petorca

  Y el río

  Quilimari

  Y el Choapa hasta llegar

  A La Serena

  Y el río Elqui

  Y finalmente Copiapó

  Y el río Copiapó

  En donde nos detuvimos

  Para comer empanadas

  Frías.

  Y Pancho Ferri

  Volvió con las aventuras

  Intercontinentales

  Del Caraculo y del Jetachancho,

  Dos músicos de Valparaíso

  Perdidos

  En el barrio chino de Barcelona.

  Y el pobre Caraculo, dijo

  El vocalista,

  Estaba casado y tenía que

  Conseguir plata

  Para su mujer y sus hijos

  De la estirpe Caraculo,

  De tal forma que se puso a traficar

  Con heroína

  Y un poco de cocaína

  Y los viernes algo de éxtasis

  Para los súbditos de Venus.

  Y poco a poco, obstinadamente,

  Empezó a progresar.

  Y mientras el Jetachancho

  Acompañaba a Aldo Di Pietro,

  ¿Lo recuerdan?,

  En el Café Puerto Rico,

  El Caraculo veía crecer

  Su cuenta corriente

  Y su autoestima.

  ¿Y qué lección podíamos

  Sacar los Neochilenos

  De la vida criminal

  De aquellos dos sudamericanos

  Peregrinos?

  Ninguna, salvo que los límites

  Son tenues, los límites

  Son relativos: gráfilas

  De una realidad acuñada

  En el vacío.

  El horror de Pascal

  Mismamente.

  Ese horror geométrico

  Y oscuro

  Y frío

  Dijo Pancho Ferri

  Al volante de nuestro bólido,

  Siempre hacia el

  Norte, hasta

  Toco

  En donde descargamos

  La megafonía

  Y dos horas después

  Estábamos listos para actuar:

  Pancho Relámpago

  Y los Neochilenos.

  Un fracaso pequeño

  Como una nuez,

  Aunque algunos adolescentes

  Nos ayudaron

  A volver a meter en la camioneta

  Los instrumentos: niños

  De Toco

  Transparentes como

  Las figuras geométricas

  De Blaise Pascal.

  Y después de Toco, Quillagua,

  Hilaticos, Soledad, Ramaditas,

  Pintados y Humberstone,

  Actuando en salas de fiestas vacías

  Y burdeles reconvertidos

  En hospitales de Liliput,

  Algo muy raro, muy raro que tuvieran

  Electricidad, muy

  Raro que las paredes

  Fueran semisólidas, en fin,

  Locales que nos daban

  Un poco de miedo

  Y en donde los clientes

  Estaban encaprichados con

  El fist-fucking y el

  Feet-fucking,

  Y los gritos que salían

  De las ventanas y

  Recorrían el patio encementado

  Y las letrinas al aire libre,

  Entre almacenes llenos

  De herramientas oxidadas

  Y galpones que parecían

  Recoger toda la luz lunar,

  Nos ponían los pelos

  De punta.

  ¿Cómo puede existir

  Tanta maldad

  En un país tan nuevo,

  Tan poquita cosa?

  ¿Acaso es éste

  El Infierno de las Putas?

  Se preguntaba en voz alta

  Pancho Ferri.

  Y los Neochilenos no sabíamos

  Qué responder.

  Yo más bien reflexionaba

  Cómo podían progresar

  Esas variantes neoyorkinas del sexo

  En aquellos andurriales

  Provincianos.

  Y con los bolsillos pelados

  Seguimos subiendo:

  Mapocho, Negreiros, Santa

  Catalina, Tana,

  Cuya y

  Arica,

  En donde tuvimos

  Algo de reposo —e indignidades.

  Y tres noches de trabajo

  En el Camafeo de

  Don Luis Sánchez Morales, oficial

  Retirado.

  Un lugar lleno de mesitas redondas

  Y lamparitas barrigonas

  Pintadas a mano

  Por la mamá de don Luis,

  Supongo.

  Y la única cosa

  Verdaderamente divertida

  Que vimos en Arica

  Fue el sol de Arica:

  Un sol como una estela de

  Polvo.

  Un sol como arena

  O como cal

  Arrojada ladinamente

  Al aire inmóvil.

  El resto: rutina.

  Asesinos y conversos

  Mezclados en la misma discusión

  De sordos y de mudos,

  De imbéciles sueltos

  Por el Purgatorio.

  Y el abogado Vivanco,

  Un amigo de don Luis Sánchez,

  Preguntó qué mierdas queríamos decir

  Con esa huevada de los Neochilenos.

  Nuevos patriotas, dijo Pancho,

  Mientras se levantaba

  De la reunión

  Y se encerraba en el baño.

  Y el abogado Vivanco

  Volvió a enfundar la pistola

  En una sobaquera

  De cuero italiano,

  Un fino detalle de los chicos

  De Ordine Nuovo,

  Repujada con primor y pericia.

  Blanco como la luna

  Esa noche tuvimos que meter

  Entre todos

  A Pancho Ferri en la cama.

  Con cuarenta de fiebre

  Empezó a delirar:

  Ya no quería que nuestro grupo

  Se llamara Pancho Relámpago

  Y los Neochilenos,

  Sino Pancho Misterio

  Y los Neochilenos:

  El terror de Pascal.

  El terror de los vocalistas,

  El terror de los viajeros,

  Pero jamás el terror

  De los niños.

  Y un amanecer,

  Como una banda de ladrones,

  Salimos de Arica

  Y cruzamos la frontera

  De la República.

  Por nuestros semblantes

  Hubiérase dicho que cruzábamos

  La frontera de la Razón.

  Y el Perú legendario

  Se abrió ante nuestra camioneta

  Cubierta de polvo

  E inmundicias,

  Como una fruta sin cáscara,

  Como una fruta quimérica

  Expuesta a las inclemencias

  Y a las afrentas.

  Una fruta sin piel

  Como una adolescente desollada.

  Y Pancho Ferri, desde

  Entonces llamado Pancho

  Misterio, no salía

  De la fiebre,

  Musitando como un cura

  En la parte de atrás

  De la camioneta

  Los avatares –palabra india–

  Del Caraculo y del Jetachancho.

  Una vida delgada y dura

  Como soga y sopa de ahorcado,

  La del Jetachancho y su

  Afortunado hermano siamés:

  Una vida o un estudio

  De los caprichos del viento.

/>   Y los Neochilenos

  Actuaron en Tacna,

  En Mollendo y Arequipa,

  Bajo el patrocinio de la Sociedad

  Para el Fomento del Arte

  Y la Juventud.

  Sin vocalista, tarareando

  Nosotros mismos las canciones

  O haciendo mmm, mmm, mmmmh,

  Mientras Pancho se fundía

  En el fondo de la camioneta,

  Devorado por las quimeras

  Y por las adolescentes desolladas.

  Nadir y cenit de un anhelo

  Que el Caraculo supo intuir

  A través de las lunas

  De los narcotraficantes

  De Barcelona: un fulgor

  Engañoso,

  Un espacio diminuto y vacío

  Que nada significa,

  Que nada vale, y que

  Sin embargo se te ofrece

  Gratis.

  ¿Y si no estuviéramos

  En el Perú?, nos

  Preguntamos una noche

  Los Neochilenos.

  ¿Y si este espacio

  Inmenso

  Que nos instruye

  Y limita

  fuera una nave intergaláctica,

  Un objeto volador

  No identificado?

  ¿Y si la fiebre

  De Pancho Misterio

  Fuera nuestro combustible

  O nuestro aparato de navegación?

  Y después de trabajar

  Salíamos a caminar por

  Las calles del Perú:

  Entre patrullas militares, vendedores

  Ambulantes y desocupados,

  Oteando

  En las colinas

  Las hogueras de Sendero Luminoso,

  Pero nada vimos.

  La oscuridad que rodeaba los

  Núcleos urbanos

  Era total.

  Esto es como una estela

  Escapada de la Segunda

  Guerra Mundial

  Dijo Pancho acostado

  En el fondo de la camioneta.

  Dijo; filamentos

  De generales nazis como

  Reichenau o Model

  Evadidos en espíritu

  Y de forma involuntaria

  Hacia las Tierras Vírgenes

  De Latinoamérica:

  Un hinterland de espectros

  Y fantasmas.

  Nuestra casa

  Instalada en la geometría

  De los crímenes imposibles.

  Y por las noches solíamos

  Recorrer algunos cabaretuchos:

  Las putas quinceañeras

  Descendientes de aquellos bravos

  De la Guerra del Pacífico

  Gustaban escucharnos hablar

  Como ametralladoras.

  Pero sobre todo

  Les gustaba ver a Pancho

  Envuelto en varias y coloridas mantas

  Y con un gorro de lana

  Del altiplano

  Encasquetado hasta las cejas

  Aparecer y desaparecer

  Como el caballero

  Que siempre fue,

  Un tipo con suerte,

  El gran amante enfermo del sur de Chile,

  El padre de los Neochilenos

  Y la madre del Caraculo y el Jetachancho,

  Dos pobres músicos de Valparaíso,

  Como todo el mundo sabe.

  Y el amanecer solía encontrarnos

  En una mesa del fondo

  Hablando del kilo y medio de materia gris

  Del cerebro de una persona

  Adulta.

  Mensajes químicos, decía

  Pancho Misterio ardiendo de fiebre,

  Neuronas que se activan

  Y neuronas que se inhiben

  En las vastedades de un anhelo.

  Y las putitas decían

  Que un kilo y medio de materia

  Gris

  Era bastante, era suficiente, para qué

  Pedir más.

  Y a Pancho se le caían

  Las lágrimas cuando las escuchaba.

  Y luego llegó el diluvio

  Y la lluvia trajo el silencio

  Sobre las calles de Mollendo,

  Y sobre las colinas,

  Y sobre las calles del barrio

  De las putas,

  Y la lluvia era el único

  Interlocutor.

  Extraño fenómeno: los Neochilenos

  Dejamos de hablarnos

  Y cada uno por su lado

  Visitamos los basurales de

  La Filosofía, las arcas, los

  Colores americanos, el estilo inconfundible

  De Nacer y Renacer.

  Y una noche nuestra camioneta

  Enfiló hacia Lima, con Pancho

  Ferri al volante, como en

  Los viejos tiempos,

  Salvo que ahora una puta

  Lo acompañaba

  Una puta delgada y joven,

  De nombre Margarita,

  Una adolescente sin par,

  Habitante de la tormenta

  Permanente.

  Sombra delgada y ágil

  La ramada oscura

  Donde curar sus heridas

  Pancho pudiera.

  Y en Lima leímos a los poetas

  Peruanos:

  Vallejo, Martín Adán y Jorge Pimentel.

  Y Pancho Misterio salió

  Al escenario y fue convincente

  Y versátil.

  Y luego, aún temblorosos

  Y sudorosos

  Nos contó una novela

  llamada Kundalini

  De un viejo escritor chileno.

  Un tragado por el olvido.

  Un nec spes nec metus

  Dijimos los Neochilenos.

  Y Margarita.

  Y el fantasma,

  El hoyo doliente

  En que todo esfuerzo

  Se convierte,

  Escribió —parece ser—

  Una novela llamada Kundalini,

  Y Pancho apenas la recordaba,

  Hacía esfuerzos, sus palabras

  Hurgaban en una infancia atroz

  Llena de amnesia, de pruebas

  Ginmásticas y mentiras,

  Y así nos la fue contando,

  Fragmentada,

  El grito Kundalini.

  El nombre de una yegua turfista

  Y la muerte colectiva en el hipódromo.

  Un hipódromo que ya no existe.

  Un hueco anclado

  En un Chile inexistente

  Y feliz.

  Y aquella historia tuvo

  La virtud de iluminar

  Como un paisajista inglés

  Nuestro miedo y nuestros sueños

  Que marchaban de Este a Oeste

  Y de Oeste a Este,

  Mientras nosotros, los Neochilenos

  Reales

  Viajábamos de Sur

  A Norte.

  Y tan lentos

  Que parecía que no nos movíamos.

  Y Lima fue un instante

  De felicidad,

  Breve pero eficaz.

  ¿Y cuál es la relación, dijo Pancho,

  Entre Morfeo, dios

  Del sueño

  Y morfar, vulgo

  Comer?

  Sí, eso dijo,

  Abrazado por la cintura

  De la bella Margarita,

  Flaca y casi desnuda

  En un bar de Lince, una noche

  Leída y partida y

  Poseída

  Por los relámpagos

  De la quimera.

  Nuestra necesidad.

  Nuestra boca abierta

  Por la que entra

  La papa

  Y por la que salen

  Los sueños: estelas

  Fósiles

  Coloreadas con la paleta

  Del apocalipsis.

  Sobrevivientes, dijo Pancho

  Ferri.

  Latinoamericanos con suerte.

  Eso es todo.

/>   Y una noche antes de partir

  Vimos a Pancho

  Y a Margarita

  De pie en medio de un lodazal

  Infinito.

  Y entonces supimos

  Que los Neochilenos

  Estarían para siempre

  Gobernados

  Por el azar.

  La moneda

  Saltó como un insecto

  Metálico

  De entre sus dedos:

  Cara, al sur,

  Cruz, al norte,

  Y luego nos subimos todos

  A la camioneta

  Y la ciudad

  De las leyendas

  Y del miedo

  Quedó atrás.

  Un feliz día de enero

  Cruzamos

  Como hijos del Frío,

  Del Frío Inestable

  O del Ecce Homo,

  La frontera con Ecuador.

  Por entonces Pancho tenía

  28 o 29 años

  Y pronto moriría.

  Y 17 Margarita.

  Y ninguno de los Neochilenos

  Pasaba de los 22.

  THE NEOCHILEANS

  to Rodrigo Lira

  The trip began one happy day in November,

  But in a sense the trip was over

  When we started.

  All times coexist, said Pancho Ferri,

  The lead singer. Or they converge,

  Who knows.

  The prologue, however,

  Was simple:

  With a resigned gesture we boarded

  The van our manager

  Had given us in a fit

  Of madness

  And set off for the north,

  The north which magnetizes dreams

  And the seemingly

  Meaningless songs of the Neochileans,

  A north, how should I put it?

  Foretold in the white kerchief

  Sometimes covering

  My face

  Like a shroud.

  A white kerchief unsullied

  Or not

  On which were projected

  My nomadic nightmares

  And my sedentary nightmares.

  And Pancho Ferri

  Asked

  If we knew the story

  Of Caraculo

  And Jetachancho

  Grasping the steering wheel

  With both hands and

  Making the van tremble

  As we looked for the exit

  From Santiago,

  Making it tremble as if it were

  Caraculo’s

  Chest

  Carrying a weight unbearable

  For any human.

  And I remembered then that on the day

  Before our departure

  We’d been

  In the Parque Forestal

  Visiting the monument

  To Ruben Dario.

  Goodbye, Ruben, we said, drunk

  And stoned.

  Now those trivial acts

  Get confused

  With screams heralding

  Real dreams.

  But that’s how we Neochileans were,

  Pure inspiration

  And no method at all.

  And the next day we rolled

  On to Pilpico and Llay Llay

  And shot through

  La Ligua and Los Vilos

  Without stopping

  And crossed the Petorca River

  And the Quilimari

  River

  And the Choapa until we arrived

  At La Serena

  And the Elqui River

  And finally Copiapó

 

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