Book Read Free

Lord Tyger

Page 11

by Farmer, Phillip Jose


  Yusufu también estaba examinando esa línea rojiza.

  —No es tan grave. Supongo que en una semana se te habrás curado y puede que incluso en menos tiempo, porque tienes una salud increíble. Tienes la suerte de los jóvenes y los idiotas. Conocí a un hombre al que le cayó un rayo y sobrevivió, aunque se quedó algo atontado para siempre. Contigo, ¿quién va a darse cuenta de la diferencia?

  —Guarda tus insultos para ti, sucio enano cabezón—dijo Mariyam—. Yo le doy gracias a Igziyabher por no haberse llevado a mi hijo.

  —¿Dónde está el cuchillo?—dijo Ras.

  —¿Qué?

  —El cuchillo. No vi ningún cuchillo.

  Yusufu entró en la casa y salió con un reluciente cuchillo exactamente igual al que le había robado el chimpancé. Se lo entregó a Ras y dijo:

  —Toma. Lo encontramos cerca de ti.

  —¿De veras?—dijo Ras—. Es muy extraño que vosotros siempre encontréis cuchillos después de una tormenta, y que yo nunca encuentre ninguno.

  La flecha

  Ras no pensó en Wilida hasta el día siguiente. Su rostro le despertó unos momentos antes del amanecer. ¡Se había casado ayer!

  No podía hacer nada al respecto. Aunque era capaz de mover los brazos y las piernas, así como de ladear la cabeza y estará sentado durante un rato, se encontraba demasiado débil y falto de coordinación como para mantenerse en pie sin ayuda de Yusufu y Mariyam.

  Se enfureció. ¡Si no hubiera salido bajo la tormenta para desafiar a Igziyabher! Estaba claro que Igziyabher había decidido responder a su desafío. No cabía duda de que, si lo hubiera deseado, habría podido matarle en vez de quemarle un poco y dejarle paralizado.

  Ras tenía la esperanza de que su debilidad fuese temporal. ¿Y si duraba el resto de su vida?

  En vez de asustarse, sintió una ira aún mayor. Igziyabher le estaba castigando de una forma injusta y le privaba cruelmente de la oportunidad de quitarle Wilida a Bigagi. Cuando recuperase sus fuerzas, la apartaría de Bigagi y los wantso. La amaría tanto que Wilida no sentiría tristeza alguna por haber dejado a su pueblo, y sería feliz mientras vivieran. Juntos buscarían a la criatura de los cabellos amarillos, porque ése era un misterio que Ras no podía ignorar. Tanto daba que la encontrasen o no, después seguirían el río hasta su final para enfrentarse a Igziyabher. Una vez allí, Ras recibiría las respuestas a sus preguntas, y después él y Wilida volverían al bosque, y Ras construiría una casa cerca de ésta. Y todos serían felices.

  En primer lugar, tenía que volver a ser tan fuerte como antes de ser golpeado por el rayo. Para aquello hizo falta más tiempo del que había esperado. Pasaron dos semanas antes de que pudiera volver a correr con la rapidez de antes, trepar por un árbol igual que un chimpancé‚ lanzar un cuchillo con precisión, nadar hasta la columna que había en el centro del lago y volver nuevamente a toda velocidad, sin detenerse, y levantar a Janhoy por encima de su cabeza hasta la máxima distancia que le permitían sus brazos.

  —Y ahora vuelvo a marcharme—dijo Ras la mañana en que se cumplían catorce días desde que cayó el rayo—. Voy al final del río, al hogar de Igziyabher. Y, una vez allí, lo aclararemos todo.

  Pensaba que no era el momento adecuado para decir nada sobre Wilida.

  Mariyam gritó y dijo que estaba loco. El rayo le había cocido los sesos. Cuando Igziyabher se diera cuenta de hasta dónde llegaba su impertinencia, su falta de respeto, su..., sí, incluso su blasfemia, entonces le mataría. ¿Acaso había olvidado lo que le sucedió a quienes construyeron aquella torre desde la que asaltar el Cielo?

  —¡Igziyabher te castigará! —gritó Mariyam a su espalda, y un instante después su oscuro rostro de águila pescadora se asomó por encima de la barandilla—. ¡No puedes desobedecerle! ¡Recuerda el rayo! ¡Te ha herido con su cuchillo de fuego y te ha marcado! ¡La próxima vez morirás! ¡Mi bebé, mi hermoso y querido bebé, no debes morir!

  Ras alzó la vista al oírla gemir, y casi dejó de bajar por la cuerda. Sintió una gran angustia, como le sucedía siempre que Mariyam era sincera en su pena.

  El negro y arrugado rostro de Yusufu apareció junto al de ella, y su larga barba negra y gris colgó sobre la barandilla igual que el musgo en las ramas de los árboles del pantano.

  —Oh, hijo mío, normalmente tu madre parlotea igual que un mono idiota. ¡Pero ahora hay sabiduría en sus palabras! ¡No te marches de aquí para ir en busca de Igziyabher!

  —¿Por qué‚ no?—gritó Ras—. ¡No eres mi padre y tu esposa no es mi madre! ¡No soy hijo de monos!

  Llegó al suelo y soltó la cuerda, pero fue incapaz de marcharse.

  Parecían tan preocupados por él, tan temerosos... Y Ras les amaba aunque fueran unos mentirosos aún más grandes que los cazadores wantso.

  —¡No debes ir porque morirás! —gritó Yusufu—. ¡Además, aún no es el momento!

  Ras guardó silencio durante un momento y luego habló sin gritar, pero lo bastante alto como para ser oído.

  —¿El momento para qué? ¡Respóndeme a eso!

  —¡No es el momento!—gritó Mariyam—. ¡No es el momento, te lo digo yo! ¡Igziyabher lo ha afirmado!

  —¡Oh, Igziyabher!—gritó Ras—. ¡Ojalá se meta Su cabeza en Su culo y estornude!

  Lanzó una sonora carcajada y dijo:

  —¡Igziyabher! ¡Le encontraré y hablaré con Él! ¡Obtendré respuestas a mis preguntas!

  Mariyam gritó al ver que Ras se alejaba por entre los troncos, cada uno de los cuales era más grueso que la distancia que Ras podía cubrir tomando carrerilla y dando un buen salto. Sus gemidos se fueron haciendo más débiles, igual que si se cansaran de rebotar de un tronco a otro, y muy pronto quedaron ahogados por los árboles. Sus inmensas ramas se encontraban en lo alto y las lianas crecían de una rama a otra, y allí crecían también flores tan rojas como la ira de un leopardo y tan negras como un gorila protegiéndose de una tormenta debajo de un árbol, y tan cálidas, suaves y rosadas como lo que había entre los labios de la vagina de una virgen wantso. Grandes monos negros con las patillas plateadas y los ojos gris azulados como una nube de tormenta correteaban por las lianas.

  Gritaron llamando a Ras, pero él no les respondió. Un palo dio en el suelo a poca distancia de él, y Ras no miró hacia arriba. Sabía que quien lo había arrojado era el jefe de aquella plaga ambulante, el macho joven que tenía las cicatrices dejadas por las garras del leopardo en su cara y en su espalda. A Ras ya le habían dado demasiadas veces con palos, fruta podrida y, algunas veces, incluso con la pegajosa y maloliente mierda de mono, que tiene un color verde amarillento y parece medio hecha de agua. Apretó el paso mientras su atormentador aullaba, decepcionado.

  De la casa al comienzo del bosque había un kilómetro y medio. Después, el terreno iba cambiando de nivel durante unos doscientos metros para acabar encontrándose con el lago. La hierba, dura y algo espinosa, cubría la pendiente que bajaba del bosque hasta las cercanías del lago, tan alta que llegaba hasta la pantorrilla de Ras. Alguien o algo —Mariyam decía que Igziyabher— había colocado allí piedras redondas cuyo tamaño iba desde el puño de Ras hasta peñascos lo bastante grandes como para que Ras diera dos zancadas desde una punta a otra.

  Ras saltó a una de las piedras y se quedó inmóvil durante un rato, contemplando las aguas. Allí era donde había aprendido a nadar, a una edad tan temprana que no podía acordarse de ello. Las aguas eran tan frías que no podía quedarse mucho rato en ellas sin ponerse azul y sin que sus dientes castañetearan igual que los de un mono asustado. Después, cuando salía del agua, la manta del sol resultaba maravillosa, y su delicioso calor iba haciendo que su piel dejara de estar erizada como la de una gallina.

  Los riscos brotaban bruscamente del agua al norte del lago. Eran negros y parecían retorcerse sobre sí mismos, formando un agudo contraste con el blanco de las tres cataratas. La más cercana se encontraba a unos tres kilómetros de distancia. Ras había ido frecuentemente en su canoa hasta allí, acercándose tanto como le era posible a las rugientes aguas cubiertas de vapor, y había descubierto que el
risco estaba curvado en la base. Podía pasar por detrás de las cataratas y llevar el bote más allá de los remolinos y a través de la neblina que casi parecía lluvia. Y aquél era uno de sus lugares secretos favoritos.

  Bajó la vista hacia el agua, que allí tenía poca profundidad. Un pez iba y venía por entre las algas. El viejo Kimba tenía casi un metro de largo y unos enormes ojos saltones con un cuerno encima de cada ojo y otro que salía justo de su frente.

  —¡Kimba, hoy no debes jugar conmigo!—dijo Ras—. He querido pescarte durante muchos años y puede que algún día acabe cogiéndote. Pero no será hoy. ¡Tengo cosas más importantes que hacer, aunque al decir esto no pretendo herir tus sentimientos!

  A su izquierda los flamencos formaban una palpitante nube rosada, mitad sobre la orilla, mitad en el lago. Patos y pelícanos nadaban a unos pocos centenares de metros. Ras se preguntó si volvería a ver el lago alguna vez. Cuantas veces había venido corriendo hasta aquí, con Mariyam o Yusufu siguiéndole... Tenía la impresión de que en aquellos momentos estaba más cerca del seno del mundo.

  —Cada mañana he abierto a picotazos el huevo de la noche —murmuró—. Entonces sentía algo que no puedo expresar con palabras. Todo parecía tan lleno de gloria, vibrante de belleza y misterio... Ahora sigue siendo hermoso, y lo desconocido me llama con una voz que..., ¿que qué? Me llama, y debo averiguar qué‚ es. Pero no es igual que cuando me encontraba desnudo ante la gloria del todo y el mundo era una criatura viva.

  »Sin embargo, si todo hubiera seguido siendo como entonces, jamás habría sabido qué‚ se siente al estar dentro de una mujer.

  Recordó el día en que Yusufu y Mariyam le recibieron en la orilla cuando salió de nadar.

  —Oh, hijo, ya no eres un niño inocente. Debes cubrir tu desnudez—había dicho Mariyam, y le había entregado un taparrabo hecho con piel de leopardo.

  —Hace mucho que ha dejado de ser inocente—había gruñido Yusufu—. Le he visto con una hembra de gorila, ésa a la que llama Keyy, metiéndosela por detrás, como una bestia.

  Mariyam lanzó un chillido.

  —¡Oh, malvado! ¡Sodomía! ¡Estoy segura de que los ojos de Igziyabher no te estaban mirando cuando cometiste ese acto horrible! ¡De lo contrario te habría consumido igual que ese pato que tu padre estropeó el otro día, cuando estaba durmiendo la borrachera en vez de vigilar cómo iba asándose!

  Yusufu había intentado seguir manteniendo el ceño fruncido pero, cuando habló, en sus labios flotó una leve sonrisa.

  —Peor aún, le he visto con su amigo el chimpancé‚ ese travieso hijo de Satanás..., y se estaban enculando el uno al otro.

  El grito de Mariyam fue más potente que el de antes, y sus manos agitaron el taparrabo ante el rostro de Ras.

  —¡Eres un malvado, el hijo pervertido de un bujarrón con gonorrea! ¡Al menos el gorila era una hembra, pero ese chimpancé‚ es un macho! ¡Oh, Igziyabher!

  —Ya me estoy hartando de oír ese nombre—había dicho Ras—. ¿Acaso debo esperar hasta que el viejo mentiroso me mande a la hermosa mujer blanca que tú dices que me ha prometido? No puedo esperar. ¿Es que el leopardo debe conseguir permiso de Igziyabher antes de montar a su hembra?

  —Ponte el taparrabo—le había dicho secamente Yusufu—. Tienes un rabo enorme, como el de un elefante macho, y te está saliendo pelo tan deprisa como la hierba después de llover. Ahora eres un hombre y debes cubrir tu desnudez. De lo contrario, ofenderás a Igziyabher y harás que se enfade.

  Ras no había tenido ganas de recibir una paliza o seguir discutiendo, así que se había puesto el taparrabo y, aunque jamás lo había admitido ante sus padres, al hacerlo había sentido una cierta emoción. Aquello marcaba un día importante en su vida.

  Después‚ llevó el taparrabo sólo cuando le apetecía, lo cual no sucedía muy a menudo.

  Pero no pudo resistir la tentación de preguntarles por qué‚ debía llevar ropa mientras que ellos iban tan desnudos como si fueran monos, más todavía ya que no tenían pelo para cubrir su sexo.

  —Porque somos monos—le había dicho Yusufu.

  Fue entonces cuando a Ras se le ocurrió una idea que le dejó muy sorprendido. Sus padres no eran monos. No se parecían a los monos y hablaban. Ningún mono era capaz de hablar. Los únicos capaces de hablar eran él, sus padres y los wantso, que tampoco eran monos.

  Sus padres le estaban mintiendo. ¿Por qué‚? ¿O acaso creían realmente que eran monos? Los niños de los wantso creían descender de dos criaturas que Mutsungo hizo con barro y telarañas. Quizá fueran los descendientes de dos seres hechos con barro, pero Ras no lo creía así. Sus ojos fueron hacia el pilar de piedra negra que se alzaba en el centro del lago. La piedra era pulida en la base, pero no tanto como para que le resultara imposible trepar por ella si estaba lo bastante decidido a intentarlo. Aquel pilar era la única cosa fea y desagradable que había en todo el lago. Desde que pudo comprender las palabras sus padres le advirtieron que se mantuviera alejado de él. Era algo horrible y peligroso. Significaba la muerte segura para quien intentara trepar por él.

  —Fue construido por la primera gente, las primeras creaciones que Igziyabher hizo en este mundo—le había dicho Mariyam—. Construyeron una torre para llegar a los cielos. Por aquel entonces allí no había ningún lago; la tierra era tan seca como el sitio donde estás tú ahora. Aquella gente construyó una torre para llegar a los cielos Y cuando Igziyabher lo vio, dijo: «Si pueden hacer esto, ¿qué harán luego? Treparán desde la cima de la torre al Cielo y nos veremos expulsados de nuestro palacio del Cielo».

  —¿Nos?—dijo Ras—. ¿Qué‚ tiene que ver ese nos con Igziyabher?

  —Eso es lo que dice la historia, y la historia es cierta. No me interrumpas, niño—le había contestado Mariyam—. Así que Igziyabher se enfadó mucho y mandó un diluvio que ahogó a todos los constructores de la torre. Por eso está ahí el lago. Hubo un tiempo en que la tierra era seca, pero ahora es un valle lleno de agua. Y los cráneos de aquellos orgullosos constructores sobresalen por entre el barro y te miran cuando nadas por encima de ellos.

  Ras se estremeció y dijo:

  —Pero la columna... ¿Cómo es posible que alguien pueda construir una columna de roca sólida? Tú has hablado de una torre, ¿no?

  —Igziyabher convirtió la torre en roca sólida para que siguiera en pie eternamente y sirviera de advertencia a la gente, sobre todo a los chicos que hablan demasiado y tienen la cabeza hueca, avisándoles de que deben comportarse con humildad y temor ante Él.

  Ahora Ras estaba pensando en esa historia que le habían contado hacía tantos años pero que resonaba en sus oídos igual que si se la acabaran de narrar, y que había visto dentro de su cabeza como si acabara de suceder en ese mismo instante. Oyó el chop-chop-chop

  de las alas del Pájaro de Dios y alzó la vista. El Pájaro estaba saliendo de su nido oculto en la cima del pilar de roca, aquello que en tiempos fue una torre construida por los hombres que deseaban asaltar el Cielo.

  Un instante después el Pájaro empezó a cruzar el lago hacia él, y en un segundo Ras lo tuvo encima, y luego el Pájaro le dejó atrás, y su sombra revoloteó por encima del agua a unos metros de distancia. Ras entrecerró los ojos para protegerse del sol y se dio la vuelta para observarle. El Pájaro siguió a la misma altura hasta desaparecer detrás de los árboles. Ras calculó que había bajado en un sitio situado a unos cinco kilómetros de donde se encontraba.

  Durante un segundo pensó en volver a la orilla y correr a través del bosque para encontrarlo. ¿Qué estaba haciendo tan cerca? ¿Por qué había tomado tierra a tan poca distancia? O quizá no lo había hecho. Quizá estaba suspendido cerca del suelo, como hacía algunas veces, al parecer para que así el ángel de su vientre pudiera observar más de cerca aquello que le interesaba, fuera lo que fuese.

  Probablemente intentar acercarse al Pájaro ahora resultaría tan inútil como lo había sido siempre. Cada vez que Ras se había deslizado por entre la maleza para espiarlo el Pájaro había emprendido el vuelo antes de que pudiera llegar hasta él. Así pues, ¿por qué hacer otr
o intento?

  Además, ahora que el Pájaro andaba ocupado en su misteriosa misión, su nido había quedado desprotegido.

  Ras remó hacia la base de la columna y fue dando la vuelta. La roca era negra, lisa y reluciente cuando se la veía desde lejos, pero estando cerca de ella pudo ver que en la negrura había multitud de pequeños agujeros y señales. La superficie era como la coraza de un gigantesco escarabajo negro vista a través del cristal de aumento que Mariyam le había regalado al cumplir los doce años.

  Ras dio una y otra vuelta a la base del pilar. En la parte este, a unos dos metros por encima del agua, había un abultamiento en la roca. No era demasiado pronunciado, pero su parte superior formaba una cornisa inclinada. Había el espacio suficiente para que Ras se izara a ella si agarraba con mucha fuerza el reborde de piedra, y después le sería posible mantenerse de pie en la cornisa si pegaba el cuerpo a la columna. Lo había intentado muchas veces; la mayor parte de sus tentativas habían acabado en un resbalón y una caída de espaldas a las aguas del lago. Si no conseguía subir a la cornisa en el primer intento después le resultaba todavía más difícil, pues tenía las manos mojadas. Después de cada caída tenía que subir a la canoa sin volcarla, y tenía que esperar a que se le secaran las manos antes de dar un nuevo salto desde la tambaleante embarcación.

  Pero, una vez lograba poner pie en la cornisa, podía encontrar otros asideros, por pequeños que fueran. En una ocasión había logrado trepar casi quince metros antes de resbalar y caer. Esa vez, aunque se había retorcido para entrar en el agua verticalmente, con las manos por delante, había estado a punto de golpearse con el borde de la canoa.

  Yusufu y Mariyam se habían enterado de su caída. Ras jamás supo cómo lo habían logrado. No habían salido de la casa que se encontraba debajo del árbol y desde allí no podían verle, pero le dieron una feroz reprimenda por haber trepado a la columna, y Yusufu le azotó. Al parecer, Igziyabher se había encargado de notificárselo en Su misteriosa forma habitual.

 

‹ Prev