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The Case of the Three Kings / El caso de los Reyes Magos

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by Alidis Vicente


  Iba a empezar afuera pero decidí que no era buena idea. No sabía qué tipo de enemigos o animales salían antes del amanecer. No tenía intenciones de ser el desayuno de alguno. Así es que empecé mi investigación en la sala. Iluminé las paredes, tomando una foto mental de cómo lucía todo. Las fotografías en repisas, los libros en el librero, la cucaracha gigante en la pared enfrente de mí. Espera . . . ¡¿la cucaracha gigante en la pared enfrente de mí?! Me congelé. En serio, estaba atrapada en mis pasos. No era por miedo, claramente, no podría temerle a un insecto insignificante. Pero la cosa era inmensa. Digo, gigantesca. Jamás había visto algo así. Me dije que la cucaracha mutante me tendría más miedo a mí que yo a ella, pero eso no duró mucho porque se me brincó encima. Corrí para salvar mi vida. Lo único que podía oír era el aleteo de sus alas detrás de mí, como si yo fuera una ardilla huyendo de un águila. Seguramente grité porque Mamita entró corriendo a la cocina.

  —¿Qué pasa, Flaca?

  —¡La cucaracha! ¡La cucaracha! —grité sin parar de correr.

  Mamita encendió la luz de la cocina y vio a mi depredador en la pared. Se rio. ¡Se rio! Luego le pegó con el bastón. Cuando cayó al piso, la volvió a aplastar. No vas a creer lo que pasó después. ¡La cucaracha SALIÓ de su concha! Literalmente salió y empezó a alejarse con un asqueroso cuerpo blanco. Mamita la aplastó una vez más y barrió todos los pedazos.

  Me quedé en una esquina de la cocina, horrorizada. En ese momento probablemente estaba más pálida que ninguna otra vez (y ya soy bastante pálida). Mi mano me cubría la boca, trataba de contener el vómito que se elevaba en la profundidad de mi estómago. No tenía palabras para mi bisabuela. La observé, no estaba segura qué decir. Era una guerrera. Una intrépida heroína en el cuerpo de una anciana. Jamás había sabido de quién yo había heredado todas esas destrezas hasta entonces.

  Así es que le dije lo que le diría un héroe a otro héroe. —Gracias.

  —De nada. Vuelve a la cama.

  Hice lo que me dijo. De regreso a mi cuarto, la escuché cantar la vieja canción, “La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar . . . ”

  ¿Se estaba riendo de mí? ¿Cantaba de una cucaracha que ya no podía caminar? Para acabarla, volví a un cuarto donde todos dormían tan profundamente que ni siquiera me escucharon gritar por mi vida. Me podrían haber atacado lagartijas o un gallo salvaje me podría haber picoteado y nadie se habría enterado. Abrí el zíper del mosquitero y me metí a mi esquina de la cama. No saldría de allí el resto del día, excepto para comer e ir al baño, y sólo si eso era absolutamente necesario.

  CAPÍTULO 5

  Moscos vs. mocos

  Habían pasado dos días desde mi encuentro con el insecto asesino. Después de eso volví a sufrir otro ataque, esta vez por una gallina violenta que creyó que le estaba robando su pollito. También encontré, a través de una forma difícil, que el papel sanitario fácilmente tapa los inodoros en la casa de Mamita. Otro momento vergonzoso del que no daré más detalles. Encima de todo eso, estaba un poco entusiasmada porque hoy celebraríamos el Día de Reyes, y eso quería decir que estaríamos de vuelta en casa en dos días. ¡Seguro que sí! Al mismo tiempo, estaba débil. Me sentía vacía, sin energía . . . como si las docenas de picaduras que me cubrían el cuerpo me hubieran chupado las destrezas para luchar en contra del crimen. Hasta cuando me vi en el espejo vi una niña distinta. Tenía ojeras por lo poquito que había dormido en esta “vacación”. Mi largo cabello estaba recogido en un moño, para que no me sofocara el calor. (De hecho, jamás me arreglo el cabello.) Y parecía que mi cara se había llenado de un montón de espinillas, por todas las picaduras de los insectos. Los insectos en la isla seguramente eran inmunes al repelente. Lo extraño era que Mamita no tenía picaduras de insecto. Ni una sola, y ni siquiera usaba mosquitero en su cama. Tal vez las sabandijas en su casa vieron lo que le hizo a la cucaracha y no querían tener el mismo fin. La verdad era que yo ya no quería estar en su casa. No quería celebrar ningún día festivo o recibir regalos. Sólo quería regresar a casa, en donde todo tenía sentido, donde podría sintonizar el Canal del Crimen en paz, donde podría ser yo.

  La tarde antes del Día de Reyes había llegado, y muchos de los miembros de la familia de mi madre empezaron a arribar a la casa de Mamita para preparar las festividades de la tarde. Habría una gran cena familiar, música y baile, y finalmente los niños llenarían cajas de zapatos con grama para los camellos. Muchos de los adultos entraron a la casa y fueron a abrazarme y comentaron lo grande que estaba. Jamás había conocido a estas personas, pero mis padres dijeron que visité Puerto Rico cuando era una bebé. Me quedé parada incómodamente y dejé que me abrazaran mientras mi mamá me daba una mirada que decía, “Pórtate bien”. La Bruja, convenientemente, se había desaparecido. Se había estado juntando con uno de nuestros 200 primos que vivían detrás de la casa de Mamita.

  Empezaba a retroceder poco a poco a mi cama con el mosquitero, cuando escuché que un grupo de niños en la sala hablaba sobre los regalos que esperaban recibir de los reyes. Despertó la curiosidad en parte de mi detective interior. Tomé mi libreta y decidí entrar en la conversación, sólo para conseguir información de trasfondo. Los niños parecían tener mi edad. No tenía idea de nuestro parentesco, y aunque ellos trataran de explicármelo, probablemente habría tenido dificultad en imaginarme ese árbol familiar gigantesco hecho de gente que no conocía. Mamita tenía trece hijos en total. Yo no tenía ningún interés en empezar a descifrar el código familiar. Posiblemente lo haría más tarde en mi carrera de detective.

  Me senté en el sofá y empecé a hacerle preguntas a una niña llamada Mari. Era linda pero frágil. Tenía el mismo color de ojos que Mamita y el cabello rubio. —Bueno, Mari, ¿qué hacen aquí en el Día de Reyes?

  —Tú sabes, comida, música, ponemos grama. Las cosas de siempre —respondió. Qué maravilla, era muy buena para dar detalles, ¿verdad?

  —De hecho, no sé qué se hace, qué es lo mismo de siempre —confesé—. Nunca he celebrado el Día de Reyes.

  Los demás niños en la sala intercambiaron miradas de asombro.

  —¿No celebras el Día de Reyes allá afuera? Pues nosotros, los puertorriqueños, lo celebramos. Es un día festivo importante. Algunos consideran que es más grande que la Navidad —dijo un niño llamado Joel.

  Me imaginé que él era un surfista. Llevaba unos lentes bien suaves encima de la cabeza y una playera tipo surfista. Pero, ¿qué quería decir “nosotros los puertorriqueños”? ¿No me incluía en ese grupo? ¿Yo no era puertorriqueña simplemente porque no celebraba el Día de Reyes? Entre más respuestas recibía para mis preguntas, más preguntas tenía. Empecé a escribir mis pensamientos en la libreta, pero la comezón en mis piernas era muy fuerte. No la podía ignorar. Si me rascaba las picaduras, se me podrían infectar. Así es que me empecé a pegar en las piernas para deshacerme de la sensación insoportable.

  —¿Qué haces? ¿Qué te pasó en las piernas? —preguntó otro niño llamado Rubén.

  El sabelotodo podría ser un problema. Reconozco a un travieso inmediatamente. Regla 1 en el trabajo detectivesco: confía en tu instinto. Mi instinto me indicaba que el susodicho Rubén era malas noticias.

  —Moquitos —dije.

  Rubén empezó a reírse. Es decir, a reírse como loco. —¡Moquitos! ¡Los moquitos la atacaron!

  El resto del grupo en el sofá empezó a reír. ¿Fue algo que dije?

  —¿Qué es tan chistoso? —pregunté.

  —Moquitos son los que salen de tu nariz. Mosssquitos son los insectos —dijo Rubén.

  ¿En serio? Me comí una pequeña “s” en la palabra y había pasado de haber sido picada por un chupasangre volador a ser picada por mocos.

  Rubén se burló se mí. —Ten cuidado esta noche, Flaca. Cuídate de los moquitos. ¡Son lo peor!

  En todo mi alrededor había caras riendo, dedos que me apuntaban como si fuera un payaso. Me enojé. Estaba súper enfogonada, a punto de estallar de furiosa. Me levanté, salí hecha una furia por la puerta de tela metálica de enfrente y c
aminé a la orilla de la carretera que daba hacia el pastizal lleno de vacas. Grité tan fuerte como pude y tanto como mis pulmones me lo permitieron. Me sentí tan bien después que lo volví a hacer. Luego me di cuenta que me observaban un montón de vacas que probablemente pensaban que era una loca. Me vi los pies y noté que no tenía zapatos, como los demás niños que había visto caminando cuando recién llegamos a la casa de Mamita. Casi me parecía a ellos. Pero no era como ellos. No era NADA como NINGUNA persona de aquí, y eso era bueno. El fiasco entero con esos niños allá adentro me recordó quién era y quién sería siempre. La Detective Flaca estaba de vuelta y ¡con más resolución que nunca antes! Se lo demostraría. Iba a desenmascarar a los Reyes Magos por lo que eran: una farsa. ¡Un día festivo repleto de regalos que sobraban de la Navidad! Yo sería quien reiría al final en la mañana.

  Me senté en la banca en el balcón frente a la casa de Mamita y planeé mi revancha en la libreta de detective. Necesitaría todos los artefactos más nuevos y algunas de mis herramientas más antiguas y fiables. Cada parte del equipo que traje en este viaje era esencial. No había tiempo que perder. Mamita salió al patio en medio de mi preparación.

  —¿Escribes una carta? —preguntó.

  —No —dije.

  —Ven conmigo. Quiero mostrarte algo.

  —Estoy un poco ocupada ahora.

  Mamita no se movió. Se quedó allí parada con los ojos quemándome a través del papel. Llevaba una canasta de paja tejida en las manos.

  —¿Estás tratando de leer lo que estoy escribiendo? —pregunté.

  —No sé leer. Aunque quisiera, no me interesa. Estoy esperando que vengas conmigo, y no me estoy haciendo más joven.

  Normalmente le respondería con alguna insolencia, pero tenía la sensación de que Mamita no iba a desistir. Me levanté, me puse la libreta bajo el brazo y la seguí. Me llevó alrededor de la casa y bajamos por una colina a lo que parecía ser una selva. Estaba rodeada de vegetación y podía sentir pequeñas picaduras formándose encima de las picaduras hinchadas que ya tenía. ¿Por qué todos me querían torturar?

  Mamita se detuvo enfrente de una hilera de plantas con una cosa blanca en ellas y me entregó la canasta.

  —¿Para qué es esto? —pregunté.

  —Hablas demasiado. Empieza a cosechar el algodón.

  ¿Algodón? Vi la planta blanca con más cuidado. Estiré los dedos y toqué el material suave. Tenía razón ¡era algodón! No sabía que el algodón venía de una planta. Siempre pensé que venía de una farmacia. Mamita siguió caminando por la hilera de matas y empezó a cosechar distintas habichuelas, entregándomelas para que las pusiera en la canasta. Supuse que las usaríamos en el banquete de esa noche.

  Las hojas de los árboles a nuestro alrededor crujían, y mi ropa flotaba con el viento. Eché una mirada hacia Mamita. Sus ojos azules estaban cerrados y tenía la cabeza empinada con el viento, sonriendo. Decidí hacer lo mismo que ella. Sentí que se movían los árboles, escuché animales que no podía ver y vi la luminosidad del sol a través de mis párpados. Luego todo fue interrumpido por dos gallinas que se perseguían una a la otra, corriendo entre Mamita y yo. Ambas nos miramos y nos reímos.

  —¿No te gusta estar aquí, Flaca? —preguntó mi bisabuela.

  Me encogí de hombros.

  —¿Eso es un sí?

  Asentí. La señora me había dicho que hablaba demasiado. Así es que ahora no iba a hablar.

  —Sabes que no eres tan linda como tu hermana, ¿verdad?

  Fantástico, otra persona que quería recordarme lo bella que era la Bruja y todo el “potencial” que yo tendría si vistiera con ropa más femenina o si sonreía más. Ahora yo estaba tirando las habichuelas a la canasta con enfado.

  —No eres tan linda, pero eres más inteligente.

  La vi de reojo. Ahora ya tenía mi atención. Por fin alguien se había fijado en mi inteligencia.

  —Eres muy inteligente, pero no te ciegues con ello. Crees que no tienes lugar aquí. Pero si estás aquí es porque sí lo tienes. He vivido aquí toda mi vida. Todos mis hijos nacieron en esta casa. Y tú, tú eres la nieta de mi primogénito. Si no fuera por esta tierra, estas plantas, esta isla, no estarías aquí hoy. No lo olvides.

  Asentí y sonreí.

  —Sé que no me estás escuchando ahorita, pero algún día lo vas a entender —me dijo.

  Terminamos de cosechar habichuelas y cogí unos mangós y carambolas camino a casa. Le ayudé con la canasta de regreso a casa y luego me fui a mi malla mosquitera. Me caía bien Mamita. Me caía muy bien. Podría tener razón, pero su discurso no había cambiado nada. El Caso de los Reyes Magos seguía bien abierto.

  CAPÍTULO 6

  Atrapemos a los reyes

  Justo antes de que se metiera el sol, todos los niños en la familia de mi madre sacaron sus cajas y las llenaron con grama del jardín de enfrente de la casa. Los adultos también estaban afuera, mirando a los niños y hablando. La Bruja había salido de su cueva y se estaba riendo de mí mientras que simultáneamente recogíamos grama y yo trataba de espantar los insectos voladores que al parecer sólo me estaban atacando a mí.

  Mi padre no me dejaba en paz, me tomó millones de fotos llenando la caja con grama. Me rogó que sonriera y lo único que me sacó fueron unos ojos en blanco. Mi madre me sonreía y saludaba desde la orilla. Parecían estar feliz al verme interactuar con mis primos. No tenían ni idea que tramaba algo. Por la noche, pondría mi caja debajo de la cama con un vaso de agua. Cuando todos estuvieran durmiendo, me quedaría despierta para mantener la vigilancia. Espiaría a esos “reyes” quienesquiera que fueran, y los atraparía con las manos en la masa. Qué descaro, ¡reciclar regalos de Navidad! Los desenmascaría frente a esos niños burlones y les aguaría la fiesta de su precioso Día de Reyes. ¡Ja!

  Pasaron horas, digo HORAS, antes de que todos se fueran. Estaban muy ocupados con la rutina que ya conocía: comer, bailar, bochinchar, repetir. Era un festival gigante en las casas de toda la isla. Algunos pueblos hasta hicieron desfiles. Debo admitirlo, la comida estaba bien rica. Súper rica. Y tomé mucho refresco. Hasta tomé café después del postre a escondidas. Necesitaba la cafeína si me iba a quedar despierta toda la noche.

  Cuando se fue la multitud, seguí con mi plan. Dejé que mis padres me miraran poner la grama y agua debajo de mi cama, y sí, tomaron más fotos. Más tarde usaría esa cámara para tomar fotos de la importante visita que todos esperaban. Sin evidencia concreta no podría demostrar nada.

  Como había batallado tanto para dormir en la casa de Mamita, no tendría ningún problema en quedarme despierta hasta que escuchara a la Bruja roncando y a Mamita moviéndose en su recámara. Ésa sería la señal. Cuando escuchara eso, despacio y con mucha cautela abriría el zíper del mosquitero y acomodaría las almohadas debajo de las sábanas, en caso de que mis padres se despertaran para ir al baño. Si se enteraran que no estaba en cama, se arruinaría mi investigación. De puntillas me acerqué al equipo de detective. Los espejuelos de mi abuelo, aka mis lupas: listo. Pava: puesta. Set de huellas digitales: en mano. Cinta policial: bajo el brazo. Cámara de Papá: colgando de mi hombro. Linterna tipo policía: bien y súper brillante. Era hora de hacer la vigilancia.

  Me posicioné detrás de un gabinete en la cocina. La recámara de huéspedes estaba justo al otro lado. Los visitantes jamás me verían allí. Los atraparía justo cuando entraran a mi recámara, les tomaría una foto y los interrogaría en la sala. Llegaría al origen de este día festivo en un santiamén. Quería saber su propósito, por qué hacían lo que hacían y qué estaban tratando de demostrar al robar y/o volver a regalar los regalos de Navidad. Mis ojos estaban bien abiertos. Mis oídos estaban en el nivel más alto de sensibilidad. Estaba lista. Miré el reloj en el horno. 12:34. Llegarían en cualquier minuto. Cualquier minuto. Pero el reloj se estaba haciendo más y más borroso. Su luz ya no estaba brillando tanto como antes. Seguramente se le estaba acabando la carga de las pilas.

  Lo que escuché después fue el canto del gallo. ¿Cómo era posible? Apenas eran las 12:34. Tenía la espalda adolorida. Sen
tí una punzada que me subió por el cuello mientras miraba el reloj. ¡Eran las 5:45! ¡¿Cómo es que se pasaron cinco horas?! No había forma de que me hubiera quedado dormida. Era una detective profesional. Los detectives expertos no se quedaban dormidos durante los turnos de noche. Seguramente me sabotearon. De alguna forma, me habían observado y expuesto a un tipo de gas soporífico.

  Me levanté de un salto y me metí al cuarto sigilosamente. Usé mi linterna para mirar debajo de la cama. El vaso estaba vacío y le caja de grama estaba medio vacía. También había regalos debajo de mi cama. Iluminé el piso con la linterna para asegurarme de no tropezar con nada en el rastro mientras buscaba más pistas, y ¡BINGO! Había un rastro de grama que empezaba en mi cama. Lo seguí. Salía de mi cama y pasaba por la sala hasta llegar a la puerta principal.

  Inmediatamente, me puse en acción. Usé la cinta policial para cerrar el paso al rastro de grama en la sala. Necesitaba estudiarlo con cuidado. Mi set de huellas digitales me serían muy útiles. Lo usé para espolvorear el mango de la puerta de la entrada. Tendría que hacer un set completo de las huellas digitales de todas las personas de la casa en cuanto amaneciera. Tenía que descartar a todos los sospechosos.

  Estaba buscando huellas en la mitad del sueldo de la sala cuando escuché una voz detrás de mí. ¿Habían regresado? Rápidamente volteé y empecé a tomar fotos.

  —¡¿Qué está pasando?! —dijo una voz conocida.

  Paré de tomar fotos y con la linterna iluminé al culpable.

  —¿Flaca? ¿Eres tú? ¿Qué estás haciendo?

 

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