Martita, I Remember You/Martita, te recuerdo

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Martita, I Remember You/Martita, te recuerdo Page 10

by Sandra Cisneros


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  En el trabajo, a veces llevo el almuerzo en una bolsa y me lo como en el parque de enfrente, en el jardín de esculturas del instituto de arte. Es bonito allí. Una fuente, algunas bancas de piedra, mucho verde. Tranquilo cuando hace buen tiempo y, lo mejor de todo, es gratis. Me estaba comiendo el sándwich cuando un gorrión revoloteó cerca de mi zapato, dio brinquitos bajo un arbusto y comenzó a disfrutar de un baño de polvo. Una pequeña pelusa de plumas revoloteando en una gran nube de tierra. Es solo tu espíritu tan ancho como el cielo, como si mil gorriones abrieran las alas dentro de tu corazón.

  * * *

  Sentí una arcada en el estómago y pensé que me iba a enfermar. Pero lo que salió de mí fue una serie de aullidos, como un animal atropellado por un carro. Un guardia de seguridad corrió hacia mí y me preguntó si me sentía bien. Le dije que tenía padecimientos femeninos, lo cual no era mentira.

  * * *

  Ya no digo que soy escritora, pero encuentro consuelo en los libros, en la lectura. Antes, se trataba de cómo me veían los demás. Ahora solo quiero verme bien ante mí misma. Eso es igual de importante, ¿no? Si no es que más.

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  Trabajo para la compañía de gas de la avenida Michigan, el trabajo que tenía en los veranos para pagar la universidad. Más vale que hagas algo práctico, me dijo mi padre. Porque yo estaba tan cansada de ser pobre, tan asustada de serlo. Ir al trabajo con ropa que siempre te delata. Vivir aterrada del correo. Los problemas de dinero siempre mordiéndote los talones, aun cuando crees que los has aventajado. Pero te persiguen, ¿no? Toda mi vida tratando de ir un poco a la delantera. A mi padre le rompía el alma verme pobre. Me la rompía a mí que él me viera así.

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  ¿Me gusta mi trabajo? No, no me gusta. Por supuesto que no. Me gusta comer pan tostado con mantequilla con el café. Me gusta leer libros. Es un trabajo que paga bien. Algo en qué confiar, como el hombre con quien vivo.

  * * *

  La gente me mira y solo ve a una mujer que trabaja en una oficina. Y es como si tu cuerpo ya no fuera un ancla o una campana de hierro. Es todo. Solo alguien que contesta el teléfono. Nadie me pregunta, ¿qué estás leyendo? ¿El libro de los abrazos de Eduardo Galeano? ¿Maud Martha de Gwendolyn Brooks? ¿La Flor de Lis de Elena Poniatowska? ¿Las Helénicas de Jenofonte?

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  No. Me gusta sentarme bajo un árbol. Me gusta ir al lago y ver el agua y hacer de cuenta que es la Promenade des Anglais, y que ese edificio blanco detrás de mí, digamos que es el Hôtel Negresco. El lago Michigan cambiando de color cada temporada como una aguamarina que solía llevar en la mano izquierda, tercer dedo. Pero el lago queda muy lejos de donde vivo. Cuesta llegar hasta allá. Todo en este mundo cuesta. Marta, ¿sabías que te hacían pagar cinco francos para sentarte en una banca de la Promenade des Anglais?

  * * *

  Es un trayecto largo en autobús para llegar a la orilla del lago y luego una caminata por el parque, esperando que nadie me moleste. Y para cuando llego ahí estoy exhausta, pero allí está, chapaleando, chapaleando, chapaleando. Nada más que agua y más agua. La ciudad es hermosa si puedes ir a la orilla del lago todos los días. Hay que ser rico para hacer eso sin agotarte. Cualquier ciudad es hermosa si eres rico.

  * * *

  Me parece curioso cómo los ricos siempre tienen más luz y cielo y un pasto bonito. Como cuando apenas te las estás arreglando para sobrevivir, no hay tiempo para cuidar de esas pequeñas cosas que representan una felicidad tan grande, ¿no es cierto?

  * * *

  Yo y Richard juntamos nuestros ahorros y nos los gastamos en tabla roca y fórmica y azulejos y tablones de 2×4 para nuestro edificio. Le decimos “nuestro” aunque no lo hemos pagado. Alacena, apartamento, edificio de tres pisos. Si no nos gusta algo, no hay ningún casero con quien quejarse más que con nosotros mismos. Ambos con el cabello tieso de polvo y los dedos manchados de naranja del barniz. Nos lo tomamos en serio. Hasta que alzamos la cabeza y nos damos un buen vistazo. Entonces solo nos reímos.

  * * *

  Richard dice:

  * * *

  —Corina, ¿por qué no la dejas en paz? La alacena estaba bien como estaba, del color de la Coca-Cola.

  * * *

  Pero yo digo que es del color de las cucarachas. Tengo una puerta del armario pelada y limpia como una almendra. Es un trabajo lento, pero no me doy por vencida, tal vez porque Richard cree que lo haré. Tampoco me vuelvo loca. Solo sigo, dale que dale, raspando un poquito todos los días después del trabajo cuando no me siento demasiado cansada, y todos los sábados sin falta. Bueno, no queda mucho tiempo para ir al lago.

  * * *

  Nuestro edificio está junto a la autopista, por eso lo conseguimos tan barato. Al principio no puedes dormir con todo ese ruido que pasa zumbando, pero después de un rato te acostumbras. A veces hago de cuenta que ese zumbido es el sonido que hace una concha, el sonido del mar cuando toma aliento y luego lo deja salir. Uno se puede acostumbrar a cualquier cosa, supongo.

  * * *

  A veces pienso en ti en momentos curiosos, Marta. Como cuando le enseño a la más pequeña a cepillarse el pelo o me pinto las uñas de los pies en el porche de atrás, y les pinto las uñas de los pies también a mis niñas. Supongo que debe ser así para ti también. Que debe ser cuando ambas pensamos la una en la otra, un tira y afloja como la marea.

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  Perderme en un libro, Martita. En 88 a. C Mitríades, el rey del Ponto Euxino, estaba en guerra con Roma. Qué bonito, ¿verdad? ¿Sabías que al mar Negro lo llamaban el Euxino en aquel entonces?

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  Vivir en un libro por un rato. Un cuento. Un poema. Me pregunto cómo un poema puede decir tanto tan hermosamente. Antes me entristecía ser testigo de tanta belleza sola, porque Richard está demasiado cansado como para notar ese tipo de cosas. Pero me he acostumbrado a disfrutar de las cosas a solas.

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  Esta mañana, releyendo tus cartas y tomando el café en la cocina, sentada bajo ese recuadro de luz del sol que se filtra por la cortina de encaje formando un diseño agraciado, solo estar sentada allí, mirando las paredes, sin pensar en nada en particular. Solo poder estar allí sentada, una sensación calentita y agradable en este recuadro lindo de luz, y no tener que ir al trabajo hoy, y sin que nadie me llame, y la casa al fin callada, mi Richard y nuestras preciosas hijas cómodas y seguras en la biblioteca. Y, a lo lejos, el sonido de la autopista que pasa zumbando como el mar y darte cuenta de repente…la felicidad.

  * * *

  A veces, cuando miro los árboles en el invierno, como sus ramas desnudas emiten una luz violeta. O el aroma de una baguette. O el diseño marroquí de una perilla antigua. O como una ventana se abre hacia afuera en lugar de hacia arriba. Me recuerdan esos días en que viví a tu lado, Martita. Aunque no se lo digo a nadie, lo pienso. Sin arrepentirme. Ya no nos escribimos, pero aún pienso en ti, Marta. Un recuerdo, un souvenir, una añoranza. Martita, te recuerdo.

  No me olvides.

  Te abrazo.

  Tu Puffina

  Agradecimientos

  Mi Martita se basa en todas las mujeres que me rescataron durante mis años como nube y a partir de entonces, tal como Corina son todas esas mujeres cuyas vidas han afectado la mía. No sé por qué algunas vidas resuenan tan inefablemente en mí que me obligan a sentarme y contemplar las motas de polvo. Cada una es una nota que rezumba más allá del rango del oído humano, pero cuya reverberación enriquece mi ser.

  Me puedo cortar el pelo yo sola, pero dependo de mi familia de Macondo para ayudarme con la parte trasera. Gracias a Ruth Behar, Macarena Hernández, Reggie Scott Young y especialmente a Liliana Valenzuela. Lili, es alegría pura ver el título devuelto a su encarnación original y escuchar a Martita hablar como ella lo hace en mi imaginación.

  En San Miguel de Allende, thank you a Charlie Hall por el generoso don del tiempo durante una época austera. Toda la plata de Taxco a la esterlina María Belén Nilson Nazar por pulir
con su paño de joyera las voces porteñas.

  De nuevo y siempre, debo agradecer a mi hermana Jasna Karaula Krasni en Sarajevo por la inspiración y, sobre todo, el cariño.

  Por ocuparse de los detalles de la vida para que yo pudiera seguir escribiendo, quedo en deuda con Yvette Marie de Chávez, Ernesto Hilario Espinoza y Eunice Misraim Chávez Muñoz.

  Agradezco a los profesionales del equipo de Vintage Books que laboraron para producir este libro. Mi editora LuAnn Walther y su equipo de Vintage: Ellie Pritchett, Zuleima Ugalde, Perry De La Vega, Kayla Overbey, Indira Pupo, Nicholas Alguire, Laura Martínez Espinel, Hayley Jozwiak, James Meader, Alex Dos Santos y Annie Locke. Gracias al equipo de Penguin Random House Audio, al productor ejecutivo Aaron Blank y a su asistente Denise Lee, y al ingeniero de estudio Gabriel Heiser del Estudio San Miguel, así como a los actores que colaboraron en la grabación de audio.

  Cristóbal Pera, de espíritu noble y generoso, brindó su atención editorial a mi Martita en español más allá del deber. Cristóbal, es mi buena fortuna haberte conocido.

  Jaya Dayal compartió conmigo su sueño del tigre de Bengala y, cuando le pregunté que si me regalaba su sueño, ella generosamente me lo dio. Gracias por dejarme usarlo en esta historia.

  Hay espíritus guías en mi mundo conocidos como duendes, magos, naguales, brujos, aluxes, chaneques y agentes literarios. Tengo la suerte de tener a dos: Susan Bergholz y Stuart Bernstein. Stuart, estamos en marcha en nuestro mágico camino. Adelante con ganas. Susan, cambiaste el mundo editorial a través de la obra de tu vida, pero yo soy la más afortunada gracias a este empeño. Mil y una gracias.

  El talentoso educador Jerry Weston Mathis viajó desde el otro lado a través de un sueño para sugerir que Martita se represente como una obra de teatro. Por esta sugerencia y por reconocer mis dotes en el período inicial de mi carrera mucho antes que yo, tienes mi gratitud.

  Quizá nadie creyó tan tenazmente en esta historia como Dennis Mathis, incluso cuando esta estuvo estacionada en la entrada de carros montada sobre bloques de concreto durante años. Gracias, Dennis, por el puente eléctrico. Eres el mejor mecánico de historias que conozco y mi querido, querido amigo.

  Finalmente, debo agradecer a mi editora de muchos años, Robin Desser. Tengo posiblemente tantas páginas de notas editoriales tuyas como tengo páginas de esta historia. Gracias por tu cariño y tu labor en beneficio de Martita. Por sobre todas las cosas, te agradezco tu fe constante en mí. Espero con ansias nuestra próxima aventura literaria. Hasta entonces, celebremos.

  A mis antepasados, a la luna llena, a la luz que siempre me vigila, gracias.

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