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Letters from Heaven / Cartas del cielo

Page 7

by Lydia Gil


  —Pues, quería preguntarle, bueno … quizás, si pudiera ayudar con la clase de los chiquitos —le digo—, como trabajo.

  Siento un poco de vergüenza al decirlo.

  —¡Qué buena idea, Celeste! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡Claro que sí! Puedes ser mi ayudante con los chiquitos a cambio de tomar tus clases.

  —¿De veras? —le digo, sorprendida.

  —Pero tienes que pedirle permiso a tu mamá. Dile que me envíe una nota diciendo que está de acuerdo con este arreglo.

  —¡Por supuesto! Y muchas gracias. No sabe cuánto significa para mí.

  —Gracias a ti por proponérmelo, Celeste. Me da mucho gusto poder ayudar.

  Abuela tenía razón. “A la mayoría de la gente le gusta ayudar”.

  9

  FLAN

  Mi querida Celeste,

  Se me está acabando el tiempo pero no quiero dejarte con un recuerdo salado o agrio, sino con uno dulce. En la vida probarás muchos platos, algunos ricos y otros no tanto. Algunos serán tan picantes que te harán llorar del ardor y otros tan exquisitos que recordarás su dulzura para siempre. Así ha sido mi vida: dulce, amarga, a veces perfectamente sazonada, otras demasiado salada o completamente insípida. Pero cuando pienso en ti y en tu mamá, los recuerdos que me llegan son todos dulces. Así quiero despedirme de ti, para que cuando pienses en mí, sea un recuerdo dulce el que te quede.

  Aquí te copio mi receta del flan que tanto te gusta. Cuidado al hacer el caramelo: Cuando el azúcar comienza a derretirse hay que trabajar rápido y con atención porque si no, o se te quema el caramelo o te quemas tú. Y no lo apures. Todo lo bueno, toma tiempo. Cuando esté listo el flan, déjalo enfriar toda la noche. Al otro día, antes de sentarte a comer, ponle un mantel a la mesa y una florecita en un florero. Saca una servilleta de tela y un plato de loza. Y siéntate entonces a disfrutarlo con calma. Cuando te lleves esa primera cucharada a la boca, bañada en caramelo, cierra los ojos y aspira el aroma. En ese instante, yo estaré a tu lado.

  No estés triste, mi cielo querido. Recuérdame con amor … ¡y sabor!

  Tu abuela que te adora,

  Rosa

  Las manos me tiemblan al leer las últimas líneas. Sé que lo que tengo entre ellas es la última carta de mi abuela. Pienso que lo que me queda de ella es sólo un puñado de recetas. Pienso que tampoco llegaré a saber cómo le hizo para enviarme las cartas después de haberse ido. Pienso que por más que practique, la comida nunca me va a quedar como la de ella. De repente me parece oír su voz susurrándome al oído: “Recuérdame con amor … ¡y sabor!” ¡Por eso me había enviado las recetas! El café, los cangrejitos, el congrí, la Ropa vieja … habían sido como hechizos, para que cada vez que preparara la comida, Abuela pudiera estar de nuevo conmigo.

  Cuando Mami llega del trabajo le muestro la carta. Ella se pone triste y yo la dejo llorar. Pero al rato se me ocurre una gran idea, algo que a mi abuela le hubiese encantado.

  —Mami, Abuela nos pide que la recordemos con sabor, ¿verdad?

  Ella asiente, pero no dice nada.

  —¡Ya entiendo! —le digo, entuasiasmada—. Piensa en las recetas que me envió … ¿Qué tienen en común?

  —Que eran tus favoritas… .

  —¿Y qué más?

  —No sé, ¿que son de Cuba?

  —Sí, pero no sólo eso … Si las juntas, ¡tenemos una cena! Mira, Aperitivo: cangrejitos. Plato principal: Ropa vieja. Acompañamientos: congrí y mariquitas. Postre: flan. ¿No te das cuenta? Abuela quería que hiciéramos una cena … ¡para recordarla!

  Las lágrimas de Mami desaparecen y veo la magia de mi abuela en función.

  —¡Es una idea fantástica! —me dice—. Hagámosla este mismo fin de semana.

  —Pondremos la mesa bien elegante: con un mantel fino, flores y velas, como le gustaba a ella —le digo—.¡Y con música de fondo!

  —Invita a tus amiguitas, cielo.

  —¡Y a Lisa y a doña Esperanza! —le digo—. Quiero que sea una verdadera celebración.

  Flan

  1 taza de azúcar

  1 huevo entero

  5 yemas de huevo

  1 lata de 12 onzas de leche evaporada

  1 lata de 14 onzas de leche condensada

  1 cucharada de vainilla

  • Precalienta el horno a 350 grados.

  • Para hacer el caramelo, ¡sigue mi consejo y busca a un adulto para que te ayude con esta primera parte! Vierte el azúcar en una cacerola gruesa —o directamente en un molde redondo de metal donde hornearás el flan— y cocina a fuego medio-alto, sin revolver. Una vez se haya disuelto el azúcar, sube la temperatura a mediana-alta hasta que el caramelo oscurezca. Retíralo de la estufa y viértelo inmediatamente en el molde para hornear, haciéndolo girar para que el caramelo cubra todos los lados del molde. Déjalo enfriar.

  • Separa las yemas de 5 huevos, guardando las claras para otro uso. De nuevo, un adulto te puede ayudar con esta parte.

  • En un recipiente aparte, mezcla el huevo entero con las 5 yemas. Puedes usar un batidor de mano o eléctrico, pero siempre asegurándote de no batir demasiado.

  • Añádele la leche evaporada a los huevos, mezclando, y luego añade la leche condensada, incorporando todo bien. Agrega la vainilla, revolviendo la mezcla. Vierte la mezcla en el molde preparado con el caramelo y cubre ligeramente con papel de aluminio.

  • Coloca el flan sobre otro molde más grande y agrégale agua hasta que alcance hasta la mitad del molde del flan, para hornear en baño de María. (Es una buena idea colocar ambos moldes en el horno antes de añadir el agua y entonces usar una jarra con agua para preparar el baño de María, así no se derrama de camino al horno.)

  • Hornéalo en el horno precalentado durante 45 minutos. Apaga el horno, quítale el papel de aluminio y deja que el flan termine de cocinar durante 15 minutos más.

  • Con cuidado, saca el flan del baño de María y del horno, y deja que se enfríe. Después de una hora, pon el flan en el refrigerador y déjalo enfriar completamente durante un par de horas o, preferiblemente, durante la noche entera.

  • Cuando esté listo para servir, corre un cuchillo alrededor del borde del flan. (¡Va a estar pegado, así que mejor le pides a un adulto que te ayude con esto!) Busca un plato grande con borde para que no se derrame el caramelo. Coloca el flan sobre el plato invirtiéndolos con cuidado, hasta que caiga el flan.

  10

  CENA EN FAMILIA

  La mesa está puesta con velas, claveles rojos y un mantel amarillo. Cada servilleta está decorada con una ramita de romero, como solía hacer la abuela para las cenas especiales.

  “Una buena mesa necesita color y olor, aun antes de que llegue la comida”, decía. “Hay que escogerlo todo con atención: no escojas flores que tengan un perfume fuerte para que no compita con la comida. Por eso, los claveles son perfectos: dan color y no mucho olor. Para verdor, añade algunas hierbas: la albahaca, el romero y el tomillo del jardín servirán de complemento a casi cualquier plato. Recuerda: todo tiene su función”.

  Hay una bandeja con cangrejitos bien pequeñitos y, al lado, una barra de pan caliente envuelta en una servilleta blanca de té. Doña Esperanza está en la cocina friendo los plátanos. El congrí y la Ropa vieja están en el horno para mantenerlos calientitos hasta que estemos listas para cenar. Mami trae una ensalada de lechuga y tomate al comedor. Se ve hermosa en su vestido azul, como el color del océano. Lisa corta un capullito de clavel y con un imperdible de bebé se lo prende a Mami del vestido.

  Karen y Silvia llegan con una canasta de frutas: una piña rodeada de peras, manzanas y mangós. Mami les da un abrazo y coloca la canasta sobre la mesa. Ahora sí que nuestra mesa parece una pintura. Un verdadero banquete.

  Nos sentamos todas a la mesa: Mami a la cabeza, Lisa y doña Esperanza a un lado y Karen y Silvia al otro. Yo traigo una silla de la cocina y me siento entre mis amigas, dejando el otro extremo de la mesa libre para Abuela, porque yo sé que ella está aquí con nosotras.

  —No me digas que esperas que se aparezca tu abue … �
��dice Silvia, pero Karen le mete un codazo no muy sutil.

  —No —le digo—. Sólo quería dejarle un lugar especial, porque sé que ella nos está mirando.

  —Menos mal —dice Silvia—, porque primero las cartas y luego un fantasma que viene a cenar, ¡me vas a matar del miedo!

  —Pues a mí nunca me dieron miedo las cartas —le digo—. Al contrario, me hicieron sentir mejor. Aunque todavía me pregunto cómo lo hizo, pero me temo que nunca lo voy a averiguar.

  —Yo te lo puedo decir —dice doña Esperanza.

  Todas la miramos, asombradas.

  —Tu abuela me dejó un paquete de cartas selladas dirigidas a ti unos meses antes de morir. Me dijo que te las enviara después que se fuera, cada cinco días, para que cada semana te llegara una nueva. Ella creía que así podría ayudarte a sentirte menos triste.

  Me quedo con la boca abierta. Jamás hubiera sospechado que era doña Esperanza quien las enviaba. Pero ahora todo tiene sentido: la frecuencia de las cartas, la ida al supermercado a comprar los ingredientes, la ilusión de que una de ellas incluyera la receta de Ropa vieja … De algún modo me siento agradecida de que no me lo hubiera dicho antes.

  —Gracias, abuelita —digo bien bajito—. Tu plan funcionó.

  La bandeja de cangrejitos pasa de mano en mano y en unos minutos está vacía. Doña Esperanza nos cuenta de la vez que mi abuela y ella se fueron de compras y el carro se les dañó de regreso.

  —Como ustedes sabrán, en esos días no había teléfonos celulares, así que tuvimos que caminar ¡y estábamos lejos! —dice—. Y a Rosa se le ocurre que podemos pedir pon. ¡Imagínense a dos viejas pidiendo que se pare un carro extraño para llevarnos!

  Lisa, que se acababa de llevar el vaso de limonada a la boca, estalla de risa rociando la mesa. Todas nos reímos del cuento de doña Esperanza, de las carcajadas de Lisa y de los recuerdos de mi abuela. Mami y Lisa empiezan otro cuento sobre Abuela, y Silvia pretende que su cangrejito va a morder a Karen, y se retuercen de la risa. Sin que nadie se dé cuenta, yo cierro los ojos tratando de grabar este momento en mi mente para así guardarlo para siempre: el sonido de la risa, el olor a romero, la textura del mantel, el color de las flores, el sabor de la guayaba y el queso fundidos y, sobretodo, la presencia de Abuela. Quiero recordarlo todo, con amor ¡y sabor!

 

 

 


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