TRES: tres representa la idea de la plenitud o totalidad, como en los tríos de pasado/presente/futuro y mente/cuerpo/espíritu. Los pitagóricos consideraban al tres el primer número «completo», ya que, igual que tres guijarros puestos en fila, posee un comienzo, un medio y un final. El tres indica talento, energía, natural artístico, sentido del humor y facilidad para el trato social. Los Treses suelen ser gente con suerte, de trato fácil, ricos y con mucho éxito, pero también pueden ser personas dispersas, que se ofenden con facilidad y superficiales.
CUATRO: Como una mesa que reposa firmemente sobre sus cuatro patas, el cuatro indica estabilidad y firmeza. Los Cuatros disfrutan con el trabajo duro. Son prácticos, fiables y con los pies en el suelo; prefieren la lógica y la razón a los vuelos de la fantasía. Son buenos organizadores y consiguen que las cosas se hagan. Como el ciclo de las estaciones, también resultan predecibles. Pueden ser tozudos, recelosos, excesivamente prácticos y con tendencia a tener arrebatos de mal genio. Cualquier conflicto posible con los Doses se duplica en los Cuatros.
CINCO: El cinco es el número de la inestabilidad y el desequilibrio. Indica cambio e incertidumbre. Los Cincos se sienten atraídos por muchas cosas a la vez, pero no se centran en ninguna. Son aventureros, están llenos de energía y siempre dispuestos a arriesgarse. Les encanta viajar y conocer gente nueva, pero puede que no permanezcan mucho tiempo en un mismo lugar. Los Cincos pueden ser engreídos, irresponsables, irascibles e impacientes.
SEIS: El seis representa la armonía, la amistad y la vida familiar. Los Seises son leales, fiables y amorosos. Tienen facilidad para adaptarse. Se les dan muy bien la enseñanza y las artes, mientras que los negocios no suelen ser lo suyo. A veces tienen tendencia al chismorreo y a la complacencia. Los pitagóricos consideraban el seis el número perfecto, ya que es divisible tanto por dos como por tres y contiene la suma y el producto de los tres primeros dígitos (1 + 2 + 3 = 6, 1 x 2 x 3 = 6).
SIETE: Perceptivos, comprensivos y brillantes, a los Sietes les gusta el trabajo duro y los retos. Suelen ser serios, estudiosos y les interesan todas las cosas misteriosas. Para ellos, la originalidad y la imaginación son más importantes que el dinero y las posesiones materiales. Los Sietes pueden ser también pesimistas, sarcásticos e inseguros. El siete se considera a veces un número místico o mágico, debido a que se asocia con los bíblicos siete días de la Creación, y con los siete cuerpos celestes de la antigua astronomía (el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Saturno y Júpiter).
OCHO: El ocho indica la posibilidad de gran éxito en los negocios, las finanzas y la política. Los Ocho son prácticos, ambiciosos, comprometidos y trabajadores. Pero también pueden ser celosos, codiciosos, dominantes y sedientos de poder. Se dice que el ocho es el número más impredecible de todos, y puede indicar tanto el éxito máximo como el fracaso más rotundo; ambas posibilidades están presentes desde el principio.
NUEVE: Representa totalidad y logro en el grado más alto, ya que es el número «completo» (el tres) expresado tres veces (3x3 = 9). Los Nueves dedican su vida al servicio al prójimo, a menudo como maestros, científicos y humanistas. De fuertes convicciones, trabajan incansablemente y sirven de inspiración para los demás. Sin embargo, también pueden ser arrogantes y engreídos cuando las cosas no salen como ellos esperan.
Según estas interpretaciones, podemos decir que Nicholas Flamel (4, 4, 9) es una persona muy trabajadora y práctica. Para resolver un problema, lo ataca por el lado más práctico. Es emocionalmente estable, pero puede ocultar algo de rabia y un cierto recelo; sin embargo, la cara que muestra al mundo es la de un hombre amable, generoso y preocupado por sus semejantes. Por último, podemos añadir unos cuantos retoques finales a su retrato si volvemos a considerar la composición numérica inicial para ver si hay dígitos que aparecen con más frecuencia que otros. En este caso, los números 3 y 1 son los que más se repiten, lo cual indica que, además de lo que ya sabemos, Flamel es una persona que aspira a la perfección, posee la habilidad de hacer dinero fácilmente y pone todo de sí en cada cosa que hace. Lo sorprendente es que la mayor parte de lo dicho aquí sobre el famoso alquimista parece ser cierto (véase Nicholas Flamel para conocer más detalles sobre su vida y su personalidad). Sin embargo, como sucede con la mayoría de los sistemas de adivinación, es fácil escoger la mejor interpretación de los datos si disponemos de mucha información sobre el sujeto que estamos analizando. El verdadero reto es realizar un retrato de un individuo sin disponer de ese tipo de ayuda o conocimientos previos.
Como ocurre con la astrología, la aritmomancia también presume de ser un sistema capaz de determinar qué días son auspiciosos y qué días son nefastos. En general, se consideran días favorables aquellos que corresponden al número del carácter del sujeto. Por ejemplo, se aconsejaría a una personalidad «ocho» planear acontecimientos importantes (como iniciar un negocio o casarse) para los días 8,17 o 26 del mes (cada uno de los cuales se reduce a 8). Dado que cualquier nombre o palabra puede convertirse en un número, la aritmomancia se usa también para revelar «afinidades ocultas» entre personas, lugares y cosas (la teoría es que las palabras y los nombres que comparten el mismo valor numérico están relacionados, y se unen de manera natural). Así pues, a un Seis le irá mejor si conduce en un tipo de coche cuya marca se reduzca a 6 (como Honda o Toyota) y a un Siete le hará más feliz conducir un Ford. Un Dos será más compatible en el terreno amoroso con otro Dos. Los Cincos tendrían que plantearse vivir en una ciudad que se reduzca a 5 (como Tokio o Pittsburgh), y así sucesivamente. Aunque nosotros no lo recomendamos, prácticamente todas las decisiones de una vida pueden tomarse «según los números», desde la elección de los amigos hasta los alimentos que ponemos en la mesa del desayuno (leche = 6, cereales = 5, tostada = 8).
Se dice que en las islas Británicas habita una inmensa variedad de arpías. Algunas son espíritus benevolentes asociados con las cosechas y la hilandería, mientras que otras son figuras parecidas a brujas que se dedican a atormentar e incluso devorar a la gente. Hay una que es un antiguo espíritu de la Naturaleza, responsable de los cambios meteorológicos y de las variaciones en el paisaje. Pero todas ellas poseen unas cuantas cosas en común: todas son mujeres, ancianas y horripilantes.
Salir por ahí con arpías como las que frecuentan el Caldero Chorreante puede ser peligroso, ya que la mayoría tienen la cabeza llena de malas ideas. Les encanta sentarse encima de los humanos mientras estos duermen, provocándoles pesadillas y sofocándolos. Quien se encuentre sometido a una de estas «arpías jinete» se despertará agotado, si es que tiene la suerte de llegar a despertarse. Para evitar que una arpía se nos monte encima, se puede colocar un tamiz para harina debajo de la almohada, pues la arpía se sentirá obligada a pasar por cada agujero del tamiz, labor que la entretendrá toda la noche.
La arpía más famosa de Inglaterra es Black Annis, una caníbal tuerta de piel azulada, largos clientes blancos y garras de hierro. Se dice que mora en las colinas de Leicestershire, en una cueva que ella excavó en el rocoso terreno con sus propias uñas. Enfrente de su cueva hay un viejo roble enorme, al que se sube para otear la campiña en busca de presas. Cuando ve algún niño de aspecto apetitoso, baja de un salto y se da un buen banquete. Si no está subida en su árbol, Black Annis suele ser vista a la entrada de su cueva, encaramada en lo alto de una montaña de huesos de sus víctimas.
Black Annis subida en su árbol.
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Para los escoceses, la más fácil de ver es la arpía de las tormentas, una antigua diosa celta también conocida como Cailleach Bheare. Igual que Black Annis, la arpía de las tormentas tiene el rostro azul y un solo ojo. Se la distingue por su melena blanca, que parece un manojo de ramas secas y retorcidas, y por el vestido gris de cuadros escoceses que siempre lleva puesto. Se la asocia con el invierno, y se cree que provoca el inicio de la estación fría cuando lava la ropa en el Corrievreckan (literalmente, «el caldero moteado»), un remolino inmenso que se forma en la costa oeste de Escocia y que puede resultar muy peligroso para los barcos. Tambi�
�n lleva consigo un báculo o varita mágica, para dar golpes en la hierba y en los cultivos, cubriéndolos así de escarcha cada año después de Halloween. Según cuenta la leyenda, la arpía de las tormentas creó las islas de las Hébridas Interiores lanzando rocas y turba al mar. También se atribuye a su arte la creación de muchos lagos y montañas escoceses.
Si desde las conocidas aceras del callejón Diagon te metes en una calleja sucia y sombría que queda cerca del banco Gringotts, llegarás al callejón Knockturn, sede de los proveedores de cabezas reducidas, cuerdas de ahorcado, velas venenosas, y otras cosas igualmente siniestras. Hagrid se acerca por allí cuando necesita comprar repelente contra babosas carnívoras, pero lo cierto es que la mayoría de las personas que visitan esta parte de la ciudad son practicantes de las artes oscuras, la rama de la magia que se dedica a provocar daño a otros.
Al igual que las otras variantes de la magia, las artes oscuras (también conocidas como magia negra) existen desde hace siglos. Mientras en las civilizaciones más antiguas había personas que desarrollaron conjuros y palabras mágicas para intentar curar enfermedades, hacer que lloviera sobre campos abrasados por el sol o proteger a un pueblo de la invasión del enemigo, también había quienes se dedicaban a trabajar en maldiciones y otros medios sobrenaturales de infligir dolor y provocar desgracias a sus convecinos. Dichos métodos se usaban para vengarse de un insulto personal, eliminar a la competencia en un negocio o conseguir mejores resultados que un adversario político. Cuando en el año 19 de nuestra era murió el general romano Germanicus, se encontraron pruebas de que alguien había usado magia negra contra él: huesos humanos, maldiciones escritas y pedazos de plomo (que entonces era considerado el metal de la muerte) escondidos debajo del suelo y tras las paredes de su alcoba.
Edward Kelly, el necromántico del siglo XVI, y su ayudante, Paul Waring, protegidos por un círculo mágico, conjuran un espíritu en un cementerio en Lancashire, Inglaterra.
(Fuente de la imagen 8)
En Hogwarts, los alumnos más jóvenes aprenden cosas sobre las artes oscuras cuando estudian el malvado comportamiento de los gorras rojas, los kappas, los hombres lobo y otras criaturas amenazadoras. Los estudiantes más maduros aprenden a defenderse de las maldiciones de hechiceros y brujas malvados, que utilizan estos medios ilegales para conseguir el control total de otras personas, torturar a alguien sin tocar a la víctima o incluso cometer asesinato. Hay muchas otras prácticas que se han considerado tradicionalmente artes oscuras, pero por lo que sabemos, no forman parte del currículum educativo de Hogwarts. Sin embargo, corre el rumor de que se pueden estar enseñando en Durmstrang, y no viene nada mal conocer con qué tipo de trucos cuenta un aspirante a hechicero de magia negra.
Una de las formas de magia negra que más se ha practicado es la de «magia con imagen». Se trata de dibujar a la víctima elegida, o bien modelar una figurilla de barro o de cera igual a ella, y a continuación dañarla o destruirla adrede. Se supone que los daños infligidos sobre la figurilla (que también se conoce con el nombre de efigie) hieren también a la víctima. En la Antigüedad, en India, Persia, África, Egipto y Europa era común usar efigies de cera con forma de muñeco, ya que eran fáciles de fabricar y se podían destruir derritiéndolas, un método que, según se creía, provocaba a la víctima una enfermedad lenta y devastadora que acababa en la muerte. También se podían hacer pequeños muñecos de barro, madera o tela que se pintaban para parecerse a la víctima. Otros métodos habituales de dañar la efigie eran pincharla con alfileres o cuchillos (se creía que se provocaba dolor o malestar) y enterrarla para que se descompusiera, si estaba hecha con materia animal o vegetal.
Otra forma antigua de magia negra era la necromancia (del griego nekros, que significa «cadáver», y mancia, que significa «profecía»). Se trataba de invocar a los espíritus de los muertos, para la adivinación. La creencia era que los muertos, al haberse liberado de la vida en el plano terrestre, tenían acceso a datos sobre el presente y sobre el futuro, una información que estaba fuera del alcance de los vivos. La necromancia aparece en la Biblia, se practicó en las antiguas Persia, Grecia y Roma, y vio renovada su popularidad en Europa durante el Renacimiento. Algunos necrománticos intentaban resucitar cadáveres de verdad (algunos fueron acusados de querer enviar a esos cadáveres a atacar a los vivos), pero la mayoría se conformaban con convocar solo al espíritu del muerto, celebrando rituales encima de su tumba, en los que pronunciaban encantamientos y dibujaban en el suelo palabras y símbolos mágicos. Muchas veces, el necromántico se rodeaba de cráneos y otras imágenes de la muerte, se vestía con ropas robadas a un cadáver y con centraba todos sus pensamientos en la muerte, mientras aguardaba a que apareciera el espíritu. Cualquier pequeña señal, por ejemplo, el temblor de la llama de una vela, se podía tomar como indicación de que el espíritu se encontraba presente. Entonces, el necromántico le hacía preguntas, unas veces sobre los grandes misterios de la vida, otras, sobre el futuro y a veces sobre asuntos más mundanos, como dónde encontrar un tesoro escondido. Aunque el propósito de la necromancia no siempre era el de hacer daño a alguien, en general se consideraba que el proceso de convocar a las almas de los muertos (y quizá molestarlos) era algo inmoral y despreciable, por lo que se ganó su puesto en la categoría de las artes oscuras.
Hay escritores que sugieren que la magia no tiene «color», porque una práctica puede ser «magia negra» o «magia blanca» dependiendo de la intención con que se realice. Por ejemplo, derretir una efigie de cera para matar a un dictador cruel podría ser considerado magia blanca por parte de la gente que sufre la opresión del dictador, pero este podría tomárselo como magia negra. Otros estudiosos sugieren que la guerra entre la magia negra y la magia blanca es una expresión más de la naturaleza dual de los seres humanos, de nuestra capacidad para hacer el bien, pero también para causar daño. Igual que todos nosotros, los hechiceros pueden utilizar sus poderes para crear, para ayudar a otras personas, y para contribuir a mejorar el mundo. O, como los mortífagos, pueden dar rienda suelta a otros aspectos de la naturaleza humana: ser egoístas, dominantes, sedientos de poder, y capaces de cometer terribles atrocidades. Como Dumbledore le dice a Harry: de qué lado estés no es cuestión del destino, sino de tu propia elección.
Cuando los centauros del bosque prohibido comentan lo brillante que está el planeta Marte, no solo están charlando sobre la belleza del firmamento nocturno, sino que además están haciendo una velada predicción sobre algo terrible que está a punto de ocurrir, un suceso cargado de furia y violencia, quizá con derramamiento de sangre y venganza. En efecto, los centauros practican la astrología y saben leer el futuro en las estrellas.
Los observadores babilonios del cielo fueron los primeros en registrar exactamente todos los acontecimientos celestes que veían. Dibujaron los primeros mapas astrales alrededor del año 1800 a. C.
(Fuente de la imagen 9)
No hay que confundir astrología con astronomía, aunque ambas compartan la misma raíz griega astron, que significa «estrella». La astronomía es el estudio científico de los cuerpos celestes, como estrellas, planetas, lunas, cometas y meteoros, mientras que la astrología es una actividad más imaginativa que trata de explicar e interpretar la influencia de los cuerpos celestes sobre la vida terrestre. Ambas disciplinas surgieron en la antigua Mesopotamia (el actual Irak) hace más de siete mil años, cuando los observadores del cielo empezaron a llevar registros exactos de los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas. Una de las primeras observaciones que realizaron fue que, aunque la mayoría de las estrellas permanecían en la misma posición en relación a las demás, había unas cuantas que no. Junto con el Sol y la Luna, las así llamadas «estrellas errantes», que para los antiguos eran el hogar de los dioses, se desplazaban a lo largo de una banda estrecha de cielo conocida como Zodíaco. Hoy sabemos que esos astros errantes no son estrellas, sino planetas (planeta significa «errante» en griego).
Con el paso del tiempo, los mesopotamios asignaron significados y deidades residentes a los planetas, según su apariencia. Por ej
emplo, Marte, que posee un resplandor rojizo muy visible, fue considerado un planeta feroz y sanguinario y pasó a identificarse con el dios de la guerra (Nergal para los babilonios, Ares para los griegos y Marte para los romanos); Venus, que supera a todos los demás astros en brillo, pero puede asimismo desaparecer de ciertas zonas durante seis semanas seguidas, fue considerado el planeta portador del amor, tanto del amor fiel como del amor voluble; y Saturno, que parece recorrer el firmamento más lentamente que los otros planetas visibles, porque es el más distante de todos, se asoció con el mal, la vejez, el abatimiento y la muerte. En aquella época solo se conocían los cinco planetas que son visibles a simple vista (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), y se creía que los cinco, junto con el Sol y la Luna, daban vueltas alrededor de la Tierra, que era el centro del universo.
Además de observar los movimientos del cosmos, los astrónomos mesopotámicos trataron de hallar una relación entre lo que veían y los acontecimientos que sucedían en la Tierra, como terremotos, inundaciones y otros desastres naturales. Su razonamiento era muy simple: creían que todo el universo estaba conectado y que los hechos que tenían lugar en el cielo tenían que reflejar hechos ocurridos en la Tierra, o incluso presagiarlos. Por ejemplo, la aparición de un cometa, que es el acontecimiento celeste más impredecible de todos, podía augurar un hecho importantísimo, como la muerte de un rey. Otros hechos más habituales (como lunas llenas, eclipses, aparición de un halo alrededor de la Luna, o la convergencia de dos o más planetas) eran menos inquietantes, pero también se consideraban presagios de hambrunas, tormentas, riadas, epidemias o cualquier otro desastre.
Los monarcas europeos solían consultar a sus astrólogos antes de tomar decisiones importantes. Este es un supuesto retrato del gran astrólogo francés Nostradamus.
El Diccionario del Mago Page 3