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El Diccionario del Mago

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by Allan Zola Kronzek


  Hacia la Edad Media, los famosos libros de bestias míticas (los bestiarios) ya habían comenzado a describir a los basiliscos como monstruos extraños que tenían cuerpo de serpiente (en las tradiciones griega y romana, eran solo serpientes) y cabeza, alas, y a veces patas, de gallo. Esta versión del bicho, que según la leyenda podía encontrarse ya en Inglaterra igual que en África, era también conocida por el nombre de cockatrice. Parece ser que la rara combinación de serpiente y gallo surgió de las historias sobre su nacimiento, que decían que el basilisco nacía de un huevo de gallo puesto en la ladera de una colina e incubado por un sapo. Esta es la imagen de basilisco más conocida y más representada en el arte medieval y la heráldica, a veces con el cuerpo cubierto de plumas y otras de escamas.

  De todos modos, el basilisco de la Cámara de los Secretos es, evidentemente, del tipo más antiguo, o sea, una serpiente sin más ni más, pero una bien grande, como corresponde al heredero de Slytherin.

  El basilisco hoy

  El actual portador del mítico nombre de basilisco es un sorprendente lagarto tropical que vive en la selva de América Central y Suramérica. Pertenece a la familia de las iguanas, habita en los árboles y las rocas, y es capaz de corretear a toda velocidad por el agua, sobre sus finas patitas, con el cuerpo casi erguido del todo. Nada y trepa de maravilla, y se alimenta de insectos, arañas y otros animales pequeños. Porque parece caminar sobre el agua, algunas veces se le llama lagartija Jesús.

  (Fuente de la imagen 14)

  El boggart es muy conocido en el folklore del norte de Inglaterra como un espíritu de forma cambiante que, si bien normalmente es invisible, puede materializarse bajo la apariencia de un humano, un animal, un esqueleto o incluso un demonio. A la mayoría de los boggarts, como el que tiene el profesor Lupin dentro de un armario en Hogwarts, les encanta asustar a la gente. Algunos solo son traviesos, simulando al poltergeist en sus esfuerzos por crear caos en un hogar ordenado. Según la tradición, se puede saber que una de estas molestas criaturas está rondando cerca si las puertas se cierran de golpe sin motivo aparente, se apagan de repente las velas, desaparecen herramientas, o se oyen ruidos misteriosos resonando por toda la casa. Los boggarts más maliciosos, rondan por los caminos oscuros y asustan a los viajeros solitarios, en ocasiones causando heridas o la muerte.

  El boggart es pariente (hay quien dice que es el hermano malo) del mucho más amable brownie. Los brownies aparecen en los cuentos tradicionales ingleses como ayudantes del hogar, que se toman una gran responsabilidad personal en las casas en las que viven y dan buena suerte a su propietario. Limpian, acaban tareas, hacen el pan, cosechan el grano, llevan a las ovejas a pastar, y arreglan utensilios estropeados y ropa desgarrada. A cambio de su trabajo, a cada uno les corresponde cada noche un cuenco de leche o nata, y un pedazo de pastel. Si se les ofrece alguna compensación mayor, se lo toman como un insulto. Y los brownies se ofenden y se enfadan con mucha facilidad. Cuando se ha producido alguna ofensa, puede ocurrir que llegue un boggart para reemplazar al brownie.

  Se dice que los boggarts domésticos son oscuros, peludos y feos, con manos y pies enormes. Para colmo, van vestidos con harapos. En siglos pasados, cuando se creía que una casa estaba plagada por un boggart, el propietario solía hacer denodados esfuerzos por librarse de él. Pero los boggarts eran tozudos, y en ocasiones la familia se veía obligada a cambiarse a otra ciudad para escapar de una de estas criaturas. A veces ni siquiera eso servía. Hay una historia que dice que un granjero se hartó tanto de la destrucción que provocaba un boggart, que reunió a su familia, hizo las maletas con todas sus pertenencias y salió en busca de un nuevo hogar. Justo al cruzar la cancela, un vecino, extrañado, le preguntó si se mudaba de casa. Antes de que tuviera tiempo de contestar, se oyó una alegre voz que salía de los baúles, diciendo: «Sí, ¡nos marchamos!» Con gran pena, el granjero y su familia dieron la vuelta y se metieron de nuevo en casa, al darse cuenta de que no había manera de escapar del astuto boggart.

  El coco

  «¡Si no te portas bien, vendrá el coco y te comerá!» Esta advertencia nos suena a todos. El coco es un ser sobrenatural que acecha debajo de la cama, en los armarios, debajo de las escaleras sin luz y en cualquier otro lugar oscuro y tenebroso. El coco no tiene una apariencia específica. Más bien, como el boggart de Hogwarts, adopta la forma que más te asusta.

  El equivalente inglés del coco es el bogeyman (también escrito boogieman), que desciende de otros dos espíritus maliciosos: el bogle escocés y el bogie inglés, que a su vez están emparentados con el boggart. El bogle es un transformista capaz de aparecer bajo cualquier forma, como perro, nube o saco de grano, por ejemplo. Lo más característico de los bogles es su afición a gastar bromas a los viajeros, pero solo hacen daño de verdad a los villanos que merecen la muerte. Por su parte, los bogies son duendes traviesos, pequeños, oscuros y peludos, a los que les encanta hacer trastadas. Igual que sucede con el bogeyman (nuestro coco), suele llamarse a los bogies cuando se quiere asustar a los niños para que se porten bien.

  «Deja que mire en mi bola de cristal…»

  Hoy día estas palabras se dicen casi siempre como respuesta sarcástica a preguntas sobre el futuro. Sin embargo, los que practican alguna de las muchas artes de adivinación se toman la bola de cristal muy en serio. En Hogwarts, la profesora Trelawney enseña a sus alumnos de tercero el método correcto de escudriñar el brumoso interior de la bola, y les asegura que si tienen paciencia y están relajados, serán recompensados con alguna visión premonitoria. Harry, Ron y Hermione se muestran, como poco, escépticos, pero son muchos los que sí creen en los poderes reveladores de la bola de cristal.

  Durante las décadas de 1920 y 1930, el artista de vodevil y telépata Claude Alexander Conlin usaba una bola de cristal para simbolizar su capacidad de «saber todo, ver todo, y predecir todo».

  (Fuente de la imagen 15)

  Aunque hasta la Edad Media no se usaran bolas de cristal, la cristalomancia, el arte de mirar el interior de un cristal, ya sea pulido o natural, tratando de ver el futuro, forma parte de una tradición más antigua. Se trata de una variante del divisamiento, un método de adivinación que consiste en mirar fijamente una superficie clara o reflectante hasta que empiezan a formarse imágenes, ya sea dentro del objeto mismo o dentro de la mente del practicante. Parece ser que en todas las culturas se ha practicado alguna forma de divisamiento. En la antigua Mesopotamia, los adivinos vertían aceite en cuencos con agua e interpretaban las formas que aparecían en la superficie. El profeta bíblico José llevaba siempre encima una copa de plata que usaba para beber y para divisar el futuro. Los antiguos egipcios, árabes y persas miraban en cuencos llenos de tinta, mientras que los griegos observaban espejos relucientes y metales bruñidos con la esperanza de percibir visiones iluminadoras. Por su parte, los romanos fueron los primeros cristalománticos auténticos, pues preferían escudriñar el interior de cristales de cuarzo o berilo pulidos (aunque no necesariamente redondos).

  Pero incluso en aquellos tiempos, una escéptica como Hermione no podría haberse convertido en una buena observadora de cristal, ya que la sinceridad, una actitud mental positiva y la fe en el proceso eran consideradas fundamentales para el éxito. El cristalomántico ideal tenía que ser una persona pura, tanto en lo espiritual como en lo físico, y debían preparase para cada sesión rezando y haciendo ayuno durante unos días. Solía usarse una habitación especial, de ambiente solemne y ceremonial. Con esta preparación y esta atención por el mínimo detalle se trataba de ayudar al vidente a conseguir un estado de trance mientras contemplaba el cristal, facilitando así que aparecieran imágenes en su mente. Los antiguos reconocían que, fuera lo que fuera lo que veían los cristalománticos, era fruto de su propia mente y no procedía realmente del cristal. De todos modos, estas visiones se tomaban como verdaderas profecías y no como meras ensoñaciones.

  En algunas culturas se pensaba que los niños resultaban los mejores videntes, pues eran espiritualmente puros y más abiertos a la imaginación que los adultos. Esta teoría era ampliamente aceptada en la E
uropa renacentista, donde era posible contratar a un niño o niña para que predijera el futuro mediante un ritual de consulta del cristal, similar a aquel de épocas antiguas, donde también había plegarias, incienso y palabras mágicas. En este período tanto niños como adultos comenzaron a escudriñar bolas de cristal con fines más prácticos, como descubrir la identidad de algún criminal o localizar algún bien perdido o robado. Por ejemplo, en una crónica fechada en 1671 se habla de un mercader que, viendo que estaban constantemente robándole su mercancía, decidió pasearse por las calles cercanas a media noche en compañía de un niño y una niña, a los que hacía mirar dentro de un cristal hasta que vislumbraran cómo era el ladrón. Lo que nunca sabremos es si al final atrapó al hombre correcto.

  Sin duda, la bola de cristal más famosa del Renacimiento perteneció a John Dee, un matemático, astrónomo, alquimista y erudito inglés muy respetado, que fue contratado para calcular la hora astrológicamente más adecuada para la coronación de la reina Isabel I, en 1588. Dee profesaba un gran interés por el divisamiento como modo de contactar con el mundo de los ángeles y los espíritus, que él creía que poseían unos conocimientos imposibles de obtener en otro sitio. Tenía una bola de cristal, que él mismo describió como «brillantísima, nítida y gloriosa, del tamaño de un huevo». Desgraciadamente, por muchas horas que pasara Dee mirando su bola, no era capaz de ver nada. En lugar de rendirse, contrató a Edward Kelly, un vidente profesional al que muchos estudiosos consideran un estafador. Durante dos años, los dos hombres trabajaron codo con codo, Dee haciendo preguntas y Kelly mirando el interior de la bola de cristal y dando las respuestas. Juntos, Dee y Kelly redactaron un montón de libros llenos de mensajes de espíritus, incluido uno en que se predecía la ejecución de María Estuardo, reina de los escoceses, que ocurrió en febrero de 1586. Actualmente la bola de cristal de Dee está guardada en el Museo Británico de Londres, Inglaterra.

  Al igual que Dee, algunos lectores modernos de bola de cristal usan sus esferas con la intención de comunicarse con el mundo espiritual. Otros dicen la buenaventura o tratan de localizar a personas desaparecidas. La mayoría siguen procedimientos similares a los de las épocas más remotas, si bien los preparativos no son tan rigurosos. Eso sí: se presta especial atención al aspecto de la habitación, y la sesión de lectura de la bola suele hacerse bajo una luz tenue. La bola de cristal es, por lo general, una esfera perfecta de unos diez centímetros de diámetro, y puede ser de color blanco, azul, violeta, amarillo, verde, opalescente o transparente. Tradicionalmente, la bola reposa en un pie de ébano, marfil o madera de boj, muy pulido. Cuando se realiza la lectura, el vidente puede colocar la bola sobre una mesa o bien sostenerla en la palma de la mano contra un fondo de tela negra.

  Hoy día suele asociarse las bolas de cristal con los escaparates de las tiendas donde trabajan personas que se hacen llamar videntes, o con adivinos itinerantes que, como el doctor Maravilla de El Mago de Oz, aseguran ser capaces de «verlo todo y saberlo todo». Aunque el arte del divisamiento ya no cuenta con el respeto universal del que gozaba en épocas pasadas, sigue desempeñando un papel importante en muchas culturas. Hay que destacar que el actual Dalai Lama fue descubierto precisamente a través del divisamiento por un comité de monjes que buscaban su identidad contemplando las aguas del lago Lhotso, en Tibet.

  Cada vez que Harry se adentra en el bosque prohibido nota una cierta sensación de temor. Y con razón, ya que tanto el como sus compañeros de clase están más que avisados sobre los peligros que acechan en el bosque tenebroso. Al igual que los bosques de nuestros cuentos de hadas favoritos están poblados de brujas y ogros, enanos y trolls, el bosque de Hogwarts está repleto de monstruos de todo tipo. Lo que hace que estos sitios sean tan terroríficos, y tan excitantes, es que nunca sabes qué te está esperando detrás del siguiente árbol.

  El bosque siempre se ha asociado con el peligro, con el riesgo de perderse, de encontrarse con desconocidos malvados o de ser devorado por fieras salvajes. En el siglo I a. C., Julio Cesar escribió sobre unos viajeros que caminaron durante sesenta días por un bosque horripilante, sin llegar nunca a la linde, y que al conseguir escapar de allí describieron sus encuentros con las criaturas extrañas que se habían extinguido hacía tiempo en cualquier otro lugar. Para los antiguos romanos, el proceso de limpiar y cultivar la tierra, y la construcción de ciudades representaban el triunfo de la civilización sobre lo bárbaro. Un paisaje agradable era aquel que había sido modelado por la mano del hombre, mientras que las espesuras silvestres eran consideradas feas y terroríficas. El mejor modo que encontró el historiador romano Tácito de diferenciar a sus cultos paisanos de los germanos, a los que despreciaban, fue señalar que aquellos eran «moradores de los bosques».

  Siglos después, en Inglaterra, el concepto que se tenía de los bosques era bastante similar. Se creía que eran lugares más propios de los animales que de los hombres, y cualquiera que habitara en ellos era tachado de bruto y bárbaro. Un filósofo del siglo XVII distinguió entre los habitantes de ciudades, «cívicos y racionales», y los habitantes de los bosques y espesuras, «irracionales y sin instrucción». (En Hogwarts hay quien parece tener esa misma opinión sobre Hagrid, que en muchos sentidos es una criatura del bosque y vive en sus lindes.) El bosque representaba todo lo extraño, sospechoso y externo a los límites de la experiencia humana considerada normal. En realidad, las palabras castellanas de «forastero» y «forestal» derivan de la misma raíz latina, foris, que significa «afuera».

  Para los que disfrutamos dando un buen paseo por el bosque o yendo de acampada de vez en cuando, afirmaciones tan negativas sobre los bosques pueden resultarnos exageradas. Pero en parte se basan en la realidad. En la Europa medieval y principios de la moderna, los bosques solían ser el refugio de vagabundos y forajidos que tenían poco respeto por la vida o la ley. Para todo el que deseara esconderse de las autoridades o ejercer actividades ilícitas, las zonas de bosque denso resultaban el lugar ideal donde evitar ser detectados. Este hecho histórico ayuda a explicar por qué tantos cuentos de hadas contienen personajes como la bruja que captura a Hansel y Gretel, o el lobo malo de Caperucita Roja: siniestros villanos que acechan en el bosque, aguardando a inocentes. Por esto, es muy coherente con la tradición que lord Voldemort escoja morar en el bosque mientras recupera fuerzas.

  Pensar en Hermione como en una bruja puede que cueste un poco. La mayoría imaginamos a las brujas como unas mujeres viejas, de nariz larga y ganchuda y con un sombrero negro puntiagudo. Sin embargo, tanto Hermione como las otras brujas de Hogwarts no son demasiado diferentes de las brujas de antaño: lanzan conjuros y preparan pociones, convierten los objetos cotidianos en animales vivos, cabalgan sobre una escoba y viven en compañía de gatos, lechuzas y sapos. Estas actividades se han asociado durante siglos con las brujas, sean estas personajes históricos o de ficción.

  Brujas de todo tipo han existido en cualquier civilización, desde las antiguas Asiria y Babilonia, pasando por los pueblos de la Europa medieval hasta llegar a las actuales tribus del centro y el sur de África. Una bruja es, por definición, una persona de quien se cree que posee poderes sobrenaturales. Mientras que la naturaleza exacta de dichos poderes varía de una sociedad a otra, es una creencia común que las brujas tienen la capacidad de causar daño o de curar con hierbas mágicas, de matar a distancia de un vistazo o con un conjuro, de controlar el clima, volar o transformarse en un animal. Aunque una bruja puede usar estas técnicas mágicas con la mejor intención, en la mayoría de las culturas, las brujas eran vistas como agentes del mal y de la desgracia. La sociedad occidental considera la brujería cosa de mujeres, pero los hombres pueden practicarla igualmente.

  Mucha gente creía que las brujas podían modificar el tiempo atmosférico. En este grabado en madera del siglo XV un par de ellas están echando una serpiente y un gallo al caldero para provocar una tormenta de granizo.

  (Fuente de la imagen 16)

  En la antigua literatura griega y romana abundan los cuentos de brujas, que pasan la mayor parte del tiempo elaborando pociones mágicas co
n hierbas y partes de animales. Eran descritas como mujeres descalzas, de melena larga y despeinada. Frecuentaban los cementerios, donde podía encontrárselas a medianoche desenterrando huesos y recogiendo plantas o adorando a Diana, diosa de la Luna y la caza, o a Hécate, diosa de la fertilidad y reina de la noche. Se decía que algunas despertaban a los espíritus de los muertos y que otras mataban con una simple mirada. Las brujas de Tesalia, al norte de Grecia, eran tan hábiles que podían bajar la Luna a la Tierra para usar sus poderes en su propio beneficio. Apuleyo, un poeta romano del siglo II, describía brujas «capaces de hacer descender el cielo, secar los manantiales [y] arrastrar las montañas».

  Durante la Edad Media, la palabra «bruja» se usaba a veces para referirse a la mujer sabia de la localidad, que usaba las hierbas con fines curativos, preparaba amuletos para mantener alejados a los espíritus malignos y practicaba la adivinación para localizar objetos perdidos o identificar a los criminales. Mucha gente creía también que estas «brujas blancas» podían realizar cosas tan impresionantes como conjurar la lluvia, predecir el futuro y conseguir buenos vientos para la navegación. Como los brujos, eran temidas y respetadas por sus vecinos, que acudían a ellas en busca de ayuda y consejo, pero que opinaban que podían acarrear desgracias si se enojaban.

  La bruja típica del folklore europeo.

  (Fuente de la imagen 17)

 

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