Harry ha oído decir muchas veces que es la viva imagen de su padre, James. También ha heredado de él el gusto por la aventura, así como una capa de invisibilidad y un mapa mágico que le ayuda a saltarse de vez en cuando las normas de Hogwarts. Cuando Harry aprende a conjurar al espíritu protector llamado patronus, encuentra otro punto en común con su padre: el patronus de Harry toma la forma de un ciervo, la misma que asumía James Potter cuando practicaba el arte de la transformación.
Los Potter no son los únicos que poseen este vínculo personal con el ciervo. Según algunos relatos, en las leyendas del rey Arturo, el gran mago Merlín se transformaba en ciervo, y según otros, cabalgaba a lomos de un ciervo, obteniendo la obediencia de toda una manada de aquellas nobles y voluntariosas criaturas. En la mitología celta, los ciervos se consideran animales sobrenaturales que, a menudo, poseen la capacidad mágica de transformarse en hombres o en otros animales. Cetnunnus, el dios celta del inframundo, se representaba con cuerpo de hombre y cornamenta de ciervo. Se decía que este dios, notable por su viveza, rapidez y dinamismo, regía la caza y gozaba de una afinidad especial con todos los animales del bosque.
Diversas pruebas extraídas de los cementerios anglosajones sugieren que, en Inglaterra, hacia el siglo IV, se veneraba a los ciervos. Entre los hallazgos destacan pequeñas figuras de estos animales enterradas en las tumbas y un cetro coronado por un ciervo enterrado junto a un rey. Los primeros escritores cristianos se quejaban de las prácticas anglosajonas, puesto que exhibían estatuas de ciervos en los lugares de culto y se disfrazaban de ciervos para sus danzas rituales. En otras partes de Europa, la gente colgaba cuernos de ciervo sobre las puertas para protegerse de influencias malignas.
Figuras de plata del ciervo sagrado y de Cernunnus, el dios ciervo celta, forjadas en el caldero de Gundestrup, de 2000 años de antigüedad.
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En la Edad Media, el ciervo solía aparecer en el arte y la literatura como un símbolo de masculinidad, soledad, fuerza, virtud y pureza. Por el hecho de mudar continuamente su cornamenta, el ciervo, como el fénix, también representaba el ciclo de la vida, la muerte y el renacimiento. Para los cazadores, esta noble criatura se convirtió en el trofeo más deseado, especialmente para aquellos que habían escuchado la leyenda que contaba que el ciervo concedía deseos a sus capturadores. Hoy en día, el ciervo se sigue venerando en Abbots Bromley, Inglaterra, donde cada septiembre, seis hombres del pueblo se coronan con astas de ciervo para la Danza del Cuerno, una celebración ritual de caza que se remonta al año 1226.
Bella y letal, encantadora y cruel, Circe es una de las grandes brujas de la mitología griega. Con ayuda de su varita mágica, sus pociones, hierbas y encantamientos, transformaba a hombres en animales, hacía que los bosques se movieran de sitio y cambiaba el día en noche. Los antiguos poetas Homero, Hesíodo, Ovidio y Plutarco relataron sus proezas, garantizándole un lugar en el mundo de las leyendas (y entre los cromos de las ranas de chocolate).
La varita y las pociones de Circe no tuvieron efecto sobre Ulises. Esta ilustración está extraída de una edición de 1887 de La Odisea.
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Circe era hija del dios sol Helios y de la ninfa oceánica Persea, y vivía en la islas de Eea, cerca de la costa de Italia, donde se pasaba la vida creando con su telar telas deslumbrantes, mientras cantaba con una voz encantadora. De vez en cuando recibía la visita de viajeros que pasaban por su isla por casualidad, o de gente que ya sabían de sus poderes mágicos y que acudía para pedirle ayuda. Pero Eea era una isla mucho más peligrosa que las típicas islas de vacaciones. El dios marino Glauco tuvo ocasión de comprobarlo cuando visitó a Circe para pedirle una poción que le ayudara a conquistar al objeto de su amor, una ninfa llamada Scila. Circe se enamoró de Glauco y le rogó que se quedara junto a ella. Como él se negó, ella echó unas hierbas venenosas en las aguas donde se estaba bañando su rival, de modo que convirtió a Scila en un monstruo espantoso con cabezas de perros y de serpientes saliéndole por todo el cuerpo. Y otro hombre que también tuvo la osadía de rechazar a Circe, pasó el resto de sus días como pájaro carpintero.
Los visitantes más famosos de la isla de Circe fueron el héroe griego Ulises (también llamado Odiseo) y sus marineros, que arribaron a Eea a su regreso de la guerra de Troya. Ulises envió a la mitad de su tripulación a investigar el origen de una columna de humo que había visto a lo lejos. Enseguida llegaron a la morada de la encantadora: un palacio de mármol situado en un claro de un bosque, rodeado de osos, leones y lobos mansos, que habían sido hombres antes de conocer a Circe. La bruja apareció en la puerta y, comportándose como una amable anfitriona, invitó a comer a los marinos. Pero el queso y la cebada que les sirvió contenían una poderosa poción que les borró la memoria y les quitó las ganas de regresar a casa. Mientras ellos eran presa de un agradable estupor, Circe fue tocando a cada marino con su varita mágica, los transformó en cerdos y los condujo a todos, que lloraban sin parar, hacia las pocilgas.
Circe planeó ese mismo final para Ulises, pero cuando este acudía a buscar a sus hombres, se encontró con el dios Hermes, que le entregó una hierba llamada moly con la que podría neutralizar el efecto de los conjuros y pociones. Incapaz de vencerle con sus poderes mágicos, Circe decidió hacerse amiga de Ulises y restituir a los marinos su forma humana. Desde ese momento actuó como consejera de Ulises, avisándole de los peligros que le acechaban y explicándole cómo comunicarse con los fantasmas que iba a encontrarse en su viaje al mundo subterráneo.
Los mitos sobre Circe, junto con las historias sobre la hechicera Medea (sobrina de Circe), y sobre la diosa y bruja griega Hécate, forman la base de muchas creencias populares sobre las brujas y la brujería en general. En la Edad Media, los que oían contar esos mitos solían creen hazañas mágicas eran del todo posibles.
Las pociones tardan en prepararse, las hierbas tardan en crecer, pero un conjuro puede lanzarse en un instante. Ron usa un conjuro de levitación para golpear a un troll con su propio garrote. Harry encuentra su camino a través de un laberinto con la ayuda de un conjuro indicador. Un conjuro para abrir cerraduras permite a Hermione entrar en un pasillo prohibido. Los conjuros son herramientas poderosas que afectaban a la gente, los animales, los objetos e incluso a los lugares. Todo Hogwarts está bajo un conjuro que lo hace parecer un montón de ruinas para los no iniciados.
Naturalmente, los conjuros mágicos de la literatura consiguen los resultados más espectaculares. Pero la gente real de casi todas las culturas ha creído siempre en el poder de los conjuros para influir en el comportamiento humano y alterar el curso de los acontecimientos. En la Antigüedad, los brujos profesionales se ganaban muy bien la vida lanzando conjuros que ayudaban a sus clientes a encontrar el amor, perjudicar a sus enemigos (un conjuro maligno era una maldición), hacerse ricos, sanar, sobresalir en los deportes, eliminar las ratas del hogar o contrarrestar el efecto de otros conjuros echados por brujos rivales. Los aficionados usaban conjuros al estilo «hágalo usted mismo». Los había por todas partes e incluso uno de los escritores romanos del siglo I más escépticos admitía que «no hay quien no tema los conjuros y los encantamientos».
Un conjuro es una frase dicha o escrita que tiene un efecto mágico. Muchos consisten en encantamientos en los que lo que se desea (dinero, salud o fama) se especifica claramente y se repite muchas veces mientras se lleva a cabo un ritual, como encender una vela, quemar incienso, señalar o hacer gestos. Algunos antiguos egipcios copiaban los conjuros en papiros, los disolvían en cerveza y se la bebían. Los antiguos brujos de Grecia y Roma creaban conjuros mientras hacían girar una rueca llamada rombo. Dependiendo de la cultura, un conjuro podía incluir el uso de palabras mágicas o la súplica a una deidad. Algunos conjuros se entonaban o se cantaban. El ritual mágico completo, desde el principio hasta el final, se llama «lanzar» o «tejer» un conjuro.
Los conjuros que pretenden influir en el comportamiento de otra persona, como los de amor, de curación y las maldiciones, son más efectivos si se incorpora a la ceremonia
un poco de cabello, un recorte de uña, una prenda de ropa o cualquier otro objeto personal del destinatario. Esto es un reflejo de la antigua creencia de que las cosas que han estado en contacto físico (una mujer y sus uñas, por ejemplo) mantienen una conexión «mágica» aunque estén a kilómetros de distancia. Si no se cuenta con ninguno de estos elementos, se pueden usar palabras para crear el vínculo entre el ritual y el destinatario del conjuro. «Como fundo esta cera —dice un conjuro de amor del siglo I—, así se derrite su corazón por mí. Como quemo estas hierbas, así sus pasiones arden por mí. Como anudo este hilo, así quedará él ligado a mí.» Lanzar un conjuro algunas veces también implicaba usar figuritas de cera o de arcilla o muñecas de trapo, que representaban a la persona a la que iba dirigido el conjuro. En un conjuro de amor, la figura se envolvía en hilo como para «atar» el amor del destinatario. En el caso de un conjuro de curación, la muñeca podía rellenarse de hierbas medicinales. Si el conjuro estaba destinado a perjudicar (véase artes oscuras), la figura se dañaba.
Por supuesto, los conjuros de los cuentos de hadas y la literatura no necesitaban de tantos artefactos. Un simple toque de la varita del brujo convierte a un tímido poeta en un valiente caballero, o consigue que un coche de caballos vuele por los aires. En Hogwarts, los profesores logran que sus alumnos se comporten con honradez simplemente controlando sus plumas con un conjuro que les impide copiar durante los exámenes. Hoy día, usamos el verbo conjurar en el sentido de alejar peligros o de unirse para conspirar contra alguien.
Los demonios, espíritus maliciosos que aparecen en el folklore, la mitología y las religiones de todo el mundo, se presentan bajo todo tipo de apariencias y tamaños, y casi siempre tienen malas intenciones. El antipático grindylow inglés que ataca a Harry en el lago de Hogwarts es un demonio. También lo es el demonio necrófago que vive en la buhardilla de los Weasley, y el kappa japonés que estudian en la clase de Defensa contra las Artes Oscuras. En casi todas las culturas del mundo podemos encontrar cuentos terroríficos sobre los demonios y sus maldades. Aunque hoy solo se consideran seres fruto de la imaginación, hubo un tiempo en que se pensaba que eran reales, y se les echaba la culpa de gran parte del mal y del sufrimiento del mundo.
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Las referencias más antiguas acerca de los demonios se encuentran en las antiguas culturas de Mesopotamia, Persia, Egipto e Israel, donde se culpaba a una gran variedad de espíritus malignos de las enfermedades, la destrucción de los cultivos, las riadas, los incendios, las plagas, el odio y la guerra. Recibían nombres diversos, como «el Agazapado» o «el Atrapador», y se pensaba que rondaban por todas partes: en los desiertos y los bosques, en las bodegas y los tejados, y dentro de los hogares que no hubieran sido protegidos adecuadamente mediante amuletos o encantos mágicos. Como podían tomar apariencias muy diferentes, a menudo se decía que estos antiguos demonios se materializaban en forma de moscas, perros, toros o monstruos de muchas cabezas.
Se pensaba que el demonio de tres cabezas Asmodeus era todo un experto en destruir matrimonios y encender la rabia y la venganza.
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El concepto europeo de los demonios evolucionó a partir de estas tradiciones y de los daimones de la antigua Grecia. Estos espíritus invisibles, descritos como intermediarios entre los dioses y los hombres, podían ser buenos o malos. Los daimones malos hacían que los hombres se desviaran de su camino, y propiciaban las malas acciones, mientras que los daimones buenos servían de guías y protectores. Sócrates, el filósofo, afirmaba que un daimón bueno veló por él a lo largo de toda su vida, susurrándole consejos al oído y avisándole de los peligros. Como se pensaba que los daimones se comunicaban con los dioses, la gente intentaba llamarlos para que les ayudaran en ciertas prácticas mágicas, como lanzar conjuros o maldiciones. La presencia e influencia de los daimones era aceptada por todos en el mundo clásico.
A finales del siglo IV d. C., los daimones se convirtieron en demonios. El cristianismo había pasado a ser la religión oficial del vasto Imperio Romano, y los dirigentes de la Iglesia enseñaban a los fieles que los verdaderos espíritus que ocupaban el territorio existente entre Dios y los hombres eran los ángeles. Todos los espíritus paganos, incluidos tanto los daimones buenos como los malos, empezaron a considerarse ángeles caídos, o demonios, que conducían a los hombres hacia el mal. Al igual que sucedió en la Antigüedad, los demonios cargaban con las culpas de cualquier desgracia, ya fuera un accidente, una enfermedad o incluso un mal sueño.
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Durante la Edad Media, a medida que el cristianismo creció y se extendió, toda la gama de demonios de Oriente Medio fue absorbida por la tradición cristiana. Pasaron a engrosar las listas de los servidores del Diablo, aunque cada uno tenía su propio nombre, una descripción física individual y habilidades características. Por ejemplo, Asmodeus era el demonio de la envidia, la rabia y la venganza, y su especialidad era la destrucción de los matrimonios. Se le representaba con tres cabezas (una de hombre, otra de carnero y otra de toro), pies de oca y cola de serpiente. Belial era un demonio engañosamente atractivo, de voz dulce, que disfrutaba haciendo que los hombres se volvieran malos y les corroyera el sentimiento de culpa. Algunos de los grandes pintores de la Edad Media y del Renacimiento dejaron volar su imaginación al plasmar demonios en los cuadros religiosos, las paredes de las iglesias y los manuscritos iluminados. En el siglo XVI, la tradición sobre los demonios había llegado a ser tan elaborada que en un catálogo detallado de los ayudantes de Satán se contaban un total de 7 405 926 demonios.
¿Cómo reconocer a un demonio?
Si te preocupa pensar que hay demonios acechando en cada callejón oscuro, a lo mejor estarías un poco más tranquilo si supieras reconocerlos. Aunque proceden de países muy diversos, lo cierto es que todos ellos tienen una serie de características físicas que los hacen inconfundibles.
La mayoría caminan erguidos y combinan rasgos humanos con rasgos de bestia. Es bastante común que tengan más de una cabeza, igual que cierta abundancia o escasez de dedos en manos y pies. Muchos demonios tienen alas como las del murciélago, rabos, garras y cuernos (aunque suelen esconder estos apéndices mientras andan por ahí buscando presas), la boca tiende a ser grotesca y deforme, con colmillos que les asoman y lengua larga y retráctil. Algunos carecen de piel, y casi todos tienen medio cuerpo cubierto de escamas o plumas.
De todos modos, lo que más los delata son los pies. Quizá la criatura se parezca en todo a una hermosa mujer, o a un tigre de tres cabezas o cualquier otra cosa que te imagines, pero los pies son siempre pezuñas de cabra o cerdo, patas de ganso o de gallo, y si se trata de un demonio acuático, aletas de pez o cola de serpiente.
Que hubiera tantos demonios revoloteando por ahí no podía traer nada bueno. Durante la época de la caza de brujas de los siglos XVI y XVII en Europa, los demonios empezaron a asociarse con la brujería. Tanto las brujas como los demonios eran sirvientes del Diablo, y se decía que las brujas usaban a los demonios para realizar muchos de sus malvados actos. Pero lo más alarmante era que se creía que los demonios entraban en el cuerpo de la gente y lo «poseían», provocándoles el tipo de síntomas que hoy se diagnosticarían como epilepsia o algún tipo de enfermedad mental. Muchas veces, la posesión demoníaca se atribuía a una bruja, que habría metido el demonio en algún alimento que la víctima había comido.
Dado que al principio habían sido ángeles sabios, se creía también que los demonios poseían un bagaje de valiosa información acerca de temas tan diversos como matemáticas, hierbas medicinales, geometría, vuelo e invisibilidad. Por esto a muchos aprendices de hechicero les tentaba enormemente la idea de contactar con ellos para acceder a sus secretos. Pero los demonios eran bastante astutos y, según dice la tradición popular, usaban métodos muy variados para hacer daño o para destruir a los que, por estupidez, intentaban comunicarse con ellos. Convocar demonios era una actividad considerada totalmente ilegal, y en muchos lugares de Europa se castigaba con la pena de muerte.
Aun así, no
todos los demonios eran asociados con las fuerzas oscuras. Los demonios de algunas culturas no tienen ningún interés en conducir a los hombres por la senda del mal; sencillamente ¡se los quieren merendar! En otros casos, atacan solo para defender su territorio (el bosque, las montañas, los desiertos, lagos y ríos, donde suelen morar) de la invasión de los humanos. Pero en todo el mundo, los demonios representan todo aquello que da miedo, tanto del mundo natural como del interior de nosotros mismos. Igual que las personas, los demonios despotrican durante horas, traman planes, engañan, seducen y despliegan una energía inagotable («trabajan como demonios») para conseguir lo que se proponen. Por suerte, en la mayoría de los casos los demonios pueden ser derrotados. Las armas más poderosas contra ellos son la ingenuidad humana, la verdad, el amor y en muchos casos, la risa.
A las personas que les encanta todo lo repugnante y disfrutan con las cosas más asquerosas y desagradables las podríamos llamar demonios necrófagos, porque estos demonios son famosos por su afición a desenterrar restos humanos y comerse la carne putrefacta. Habiendo dicho esto, no podemos comprender porque un demonio necrófago se empeña en merodear por la buhardilla de los Weasley. Uno se plantea qué tendrán guardado allí arriba.
El Diccionario del Mago Page 8