El Diccionario del Mago

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El Diccionario del Mago Page 9

by Allan Zola Kronzek


  Aunque los demonios necrófagos (en inglés, ghouls o ghuls) tienen su sitio en el folklore occidental, donde primero aparecieron fue en las antiguas leyendas del mundo árabe islámico, según las cuales pertenecían a una raza rebelde de espíritus malignos. Principalmente habitan en los desiertos, pero también se esconden en cuevas, vagan por los bosques y fisgan en los sitios don de han muerto humanos recientemente. Los demonios necrófagos, con su conducta caníbal y su gusto por saquear tumbas, han sido temidos en todo el norte de África, Oriente Medio e India. Además, aunque consumen a placer cualquier tipo de cadáver que encuentran a su paso, la mayoría no se quedan realmente satisfechos hasta que han matado ellos mismos a alguien.

  No se puede describir con precisión a estos demonios necrófagos. Algunas historias dicen que parecen camellos, bueyes, caballos o avestruces de un solo ojo. Otras hablan de una criatura con una pelambrera abundante y revuelta que le cubre los ojos. De todos modos, su aspecto «real» importa poco, dado que el demonio necrófago se transforma constantemente y es capaz de convertirse en lo que sea con tal de atraer la atención de un humano. A veces adopta la forma de un viajero solitario que afirma conocer un atajo, para convencer al auténtico viajero de ir hacia el desierto, donde puede matarlo sin dificultad y luego comérselo. No obstante, el truco favorito de todo demonio necrófago es presentarse como una hermosa mujer, atracción ideal para cualquier varón que ande por ahí.

  Un viajero que esté muy alerta puede protegerse si descubre el único rasgo que el demonio necrófago no puede disimular: sus pies. Cualquiera que sea la forma que adopte la criatura, siempre conservará sus pezuñas de cabra, camello o asno. Por desgracia, cuando la víctima potencial se encuentra lo bastante cerca como para advertir que esos apéndices desentonan con el conjunto, el demonio necrófago ya suele estar listo para destriparlo y merendárselo. La única posibilidad de escapar que le queda al viajero será matar a su atacante de un solo golpe en la cabeza. Un segundo golpe, por extraño que parezca, solo conseguirá revivir al voraz demonio necrófago, y no le hará ninguna gracia que sus planes para la cena se hayan visto interrumpidos.

  Los héroes de las leyendas occidentales se han enfrentado a una gran variedad de malvados y monstruos, pero solo unos pocos elegidos han osado plantar cara a la bestia más poderosa de todas: al enorme dragón de aliento de fuego. En muchas fábulas, el dragón representa no solo una conquista más, sino el último paso del héroe en su camino hacia la gloria. Por eso, enfrentarse al temperamental colacuerno húngaro es un auténtico reto para Harry en su esfuerzo por ganar el Torneo de los Tres Magos.

  Los dragones han formado parte de la mitología y el folklore de casi todos los tiempos. En Occidente aparecen ya en la literatura más antigua de Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, Alemania, Escandinavia y de las islas Británicas. La lista de los guerreros que han luchado contra dragones es algo así como el Quién es Quién de los héroes. Hércules, el héroe de la mitología griega y romana, mató varios dragones a lo largo de su extensa carrera. El más destacado de esos dragones fue la Hidra, que tenía nueve cabezas venenosas. Varios guerreros babilonios se enfrentaron al dragón Tiamat, también conocido como la Reina de la Oscuridad, que tenía cabeza y patas delanteras de león, patas traseras de águila, alas con plumas y cuerpo con escamas inmunes a todo tipo de armas. Thor, el dios nórdico del trueno, sucumbió al veneno de la Serpiente Midgard, un enorme dragón que rodeaba toda la Tierra, pero no antes de infligirle a la horrible criatura un golpe que acabaría con su vida. Beowulf, considerado uno de los primeros héroes de la literatura inglesa, también encontró la muerte mientras mataba un dragón, y los caballeros medievales se tomaron la caza del dragón como un pasatiempo habitual.

  Las descripciones del aspecto físico del dragón son bastante similares en todas las fábulas. Por lo general son descritos como serpientes enormes (la palabra griega dragón significa «serpiente enorme»); solían tener el cuerpo recubierto de una armadura de escamas impenetrables, uno o dos pares de patas y alas como las de los murciélagos. La mayoría tenía la cabeza en forma de cuña y largos dientes, que podían ser venenosos. Algunos estaban equipados también con un par de cuernos, garras enormes y una cola en forma de tridente o con púas. Los dragones galeses solían ser rojos, mientras que los alemanes eran blancos, y había otros negros o amarillos.

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  Casi todos los dragones tenían una cosa en común: echaban fuego por la boca. Las enormes bolas de fuego que estas criaturas podían lanzar a su antojo eran un peligro no solo para los valientes guerreros, sino para países enteros, que podían ser arrasados por el aliento de un dragón. Además, aunque el héroe fuera capaz de esquivar las llamas y derrotar a su enemigo, el dragón seguía siendo peligroso incluso después de muerto. Se creía que tocar la sangre de un dragón provocaba la muerte, y que de los dientes del dragón, si se plantaban en tierra, crecerían guerreros armados y sanguinarios. (En inglés se usa la expresión «sembrar dientes de dragón» para decir que se provoca una guerra.)

  Dragones be Oriente

  Si un dragón volara desde Europa hasta China o Japón experimentaría un shock cultural. En efecto, en lugar de ser aborrecido, temido y atacado, sería recibido con una sonrisa. Y es que en Oriente, el dragón siempre se ha considerado una criatura benéfica y un símbolo de buena fortuna.

  A diferencia de sus primos occidentales, los dragones orientales no escupen fuego ni tienen alas, aunque normalmente pueden volar gracias a la magia. Un dragón típico de Oriente tiene cuernos de ciervo, cabeza de camello, cuello de serpiente, garras de aguda, orejas de toro y bigotes largos como los de los gatos. En las leyendas chinas hay dragones que vigilan los cielos, dragones que traen la lluvia, y dragones que controlan los ríos y arroyos. En Japón, donde se los tiene por seres sabios, amables y siempre dispuestos a ayudar, los dragones han sido durante siglos el emblema oficial de la familia imperial.

  Semejante bestia solo podía ser considerada el enemigo natural de la humanidad. Se decía que los dragones eran criaturas astutas, glotonas y crueles, que habitaban en cuevas o en los cráteres de los volcanes, o en las profundidades de los lagos y océanos. De tanto en tanto satisfacían el hambre devorando montones de animales o personas. En muchas leyendas, el dragón raptaba alguna doncella joven y pura, algunas veces para comérsela y otras para que le hiciera compañía. Aunque no necesitaban dinero, también tenían fama de ser muy codiciosos, y de guardar montañas enteras de oro, plata y otros tesoros. (Los dragones marinos coleccionaban perlas). Asimismo, se creía que los dragones conocían la composición exacta de su fortuna, de manera que, si les desaparecía una sola moneda, se daban cuenta al instante y reaccionaban con furia.

  Durante la Edad Media se asociaba a los dragones con la serpiente bíblica responsable de la expulsión de la humanidad del Paraíso, y en el arte y la literatura aparecían como los representantes del pecado, la maldad y en ocasiones incluso como el mismísimo Diablo. La clásica lucha entre caballero y dragón era, por tanto, una metáfora de la batalla, a mayor escala, entre el bien y el mal. Muchos santos cristianos se habían enfrentado a dragones. Uno de los más famosos fue san Jorge, del que se cuenta que estaba de viaje por Silena (Libia) cuando oyó hablar de un dragón que moraba en un lago cercano. Como otros de su especie, el dragón disfrutaba en grande devorando doncellas y no dejaba que la gente del pueblo se acercara a la que era su única fuente de suministro de agua si no le entregaban una doncella cada día. En su intento por derrotar a la criatura habían sucumbido ejércitos enteros. El día que llegó san Jorge, la hija del rey, que era la única doncella que quedaba viva en el país, iba a ser sacrificada al dragón. Entonces, san Jorge se ofreció galantemente a luchar contra la bestia, y logró matarlo con un solo golpe de lanza.

  San Jorge era muy admirado, en especial después de ser nombrado santo patrón de Inglaterra en el siglo XIV. Después empezó a relacionarse a los dragones con la caballería y el romance, con lo que todo caballero literario que se preciara de serlo tenía que matar una de estas bestias de aliento de fuego y re
scatar a una hermosa doncella, para ser considerado un héroe. En las leyendas del rey Arturo, tanto Lancelot como Tristán (citados a veces como los caballeros más galantes de la Mesa Redonda) habían matado dragones. Según la tradición, aquellos hombres de espíritu valiente, deseosos de demostrar su fe cristiana y su heroísmo fueron los responsables de la extinción final de los dragones. Pero seguro que Charlie Weasley te diría otra cosa.

  Cuando Gilderoy Lockhart libera una jaula entera de duendes de Cornualles en su clase, se desencadena un absoluto pandemónium de libros, tinta y cristales rotos que vuelan en todas direcciones. Que los duendes causen un caos como ese bajo la mirada de Lockhart nos dice mucho acerca del buen carácter del profesor porque estos pequeños duendes pelirrojos del oeste de Inglaterra tienen fama de ensañarse con las personas que ellos consideran vagas. En Somerset, Devon y Cornualles, los duendes tienen fama de ayudar a la gente en problemas, pero a quienes no cumplen con su parte u se olvidan de compensar a sus pequeños benefactores con un bol de nata para beber y una chimenea bien barrida en la que bailar, más les vale no dejar objetos de valor cerca.

  Aunque se comportan de manera parecida a otras criaturas mágicas del bosque, los duendes tienen un aspecto muy particular. Además de la mata de cabello rojo, sus orejas son puntiagudas, la nariz respingona y bizquean apreciablemente. Suelen medir unos dieciocho o veinte centímetros, aunque según algunas historias pueden tener la estatura que deseen. Los duendes casi siempre visten de verde, y a menudo llevan un gorro puntiagudo. Viven bajo tierra, en cuevas, prados o agujeros de los árboles, aunque se los puede atraer hacia las casas. El propietario de una vivienda que desee la ayuda de los duendes (para que le echen una mano con el hilado o le den un pellizco a una criada perezosa) puede intentar conseguirla dejando la última cosecha de manzanas bajo los árboles, una práctica conocida como «atraeduendes». Sin embargo, recompensar a los duendes con ropa nueva es un error: como los elfos y otras criaturas que ayudan a los humanos, desaparecen si se les ofrece ese regalo.

  Los duendes tienen unos cuantos trucos, algunos de ellos bastante malintencionados. Su favorito es hacer que los viajeros se extravíen. Muchos hemos pasado por la experiencia de estar paseando por un lugar que nos es familiar y, de repente, encontrarnos completamente perdidos, incapaces de encontrar ningún punto de referencia. En el oeste de Inglaterra, esta experiencia tan desconcertante se conoce como «despiste de duende». Los duendes también son unos consumados ladrones de caballos. Se dice que roban los animales durante la noche y que los hacen cabalgar en círculos mientras enredan las crines y las colas con nudos complicadísimos. Otro de sus entretenimientos nocturnos es bailar en el bosque dibujando un círculo de hadas (ver hadas) siguiendo la música de las ranas y los grillos. Si un humano se mete en el círculo de hadas por accidente, probablemente se verá obligado a bailar toda la noche. La mejor manera de contrarrestar este efecto, así como de evitar que los duendes nos despisten, es llevar el abrigo o la ropa del revés. Por último, hay muchas historias que cuentan que los duendes roban bebés humanos y dejan otros de hada en su lugar. Todavía en el siglo XIX, las mujeres de Somerset y Devon ataban a sus hijos a la cuna para evitar que los duendes se los llevaran.

  Dobby, el elfo doméstico, puede ser a veces encantador y otras veces insoportable, como un buen miembro de su especie. La primera vez que Harry se encuentra con esta diminuta figura vestida solo con un trapo de cocina, no le produce ninguna impresión. Pero cuando el pastel de tía Petunia aparece hecho migas en el suelo y todo el mundo cree que ha sido culpa suya, nuestro amigo se da cuenta inmediatamente de que los elfos son capaces de algunas poderosas gamberradas mágicas.

  Dado que los elfos forman parte del folklore de muchas naciones, los hay de todas las formas y tamaños. En su estado natural, muchos parecen humanos esbeltos, pero pueden cambiar de forma o desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Hay elfos tan pequeños que pueden dormir debajo de un hongo, y otros tan grandes que bien podrían pasar por seres humanos. Los elfos oscuros de Alemania son espantosos, según se dice, mientras que los elfos daneses tienen fama por su belleza. En el folklore inglés, los elfos macho suelen describirse como ancianos llenos de arrugas y las hembras, como doncellas adorables de rubia melena.

  Pero los elfos de todas las naciones se especializan en usar sus poderes sobrenaturales para interferir en la vida de los humanos. Aunque no tenemos noticia de ningún elfo como Dobby y sus amigos, obligados a servir a sus amos humanos y a castigarse a sí mismos cuando son desobedientes, muchos elfos se dedican voluntariamente a ayudar en las faenas domésticas. En el cuento «El zapatero y sus elfos», por ejemplo, aparecen dos elfos que ayudan a un zapatero pobre y hambriento, fabricando cada noche bellos zapatos con el cuero que el hombre deja preparado antes de irse a dormir. Pero cuando el zapatero y su mujer les muestran su gratitud, dejándoles trajes completos a cada uno, los elfos gritan de alegría, se ponen la ropa recién hecha y se marchan de allí para no regresar nunca más.

  (Fuente de la imagen 33)

  El vestido nuevo del elfo

  ¿Cómo es posible que Dobby quedara en libertad al recibir un viejo calcetín como «regalo»? Aunque no afirmamos conocer todas las normas que rigen las relaciones entre los humanos y los elfos domésticos, sí sabemos que los duendes caseros han reaccionado siempre de forma muy drástica ante la ropa nueva. Algunos, como los elfos del zapatero del cuento, se vuelven locos de alegría en cuanto ven trapitos monos, pero muchos consideran esos regalos una ofensa. En cualquier caso, el resultado siempre es el mismo: basta con que dejes por la noche una camisa o unos zapatos nuevos a tu elfo, duende, o brownie (véase boggart), y puedes estar seguro de que al amanecer se habrá marchado de casa para no regresar nunca más.

  La explicación a esta extraña reacción varía de un lugar a otro. Según algunos cuentos británicos, los duendes caseros son espíritus libres que, sencillamente, rechazan el estorbo que suponen las posesiones materiales. En el condado inglés de Berwickshire se dice que los brownies se van cuando se les regala algo porque Dios les encargó servir a la humanidad sin recibir ningún tipo de pago a cambio de su trabajo. Pero en Lincolnshire sucede justo lo contrario; allí los brownies son criaturas orgullosas que se marchan si los regalos recibidos no están a la altura de sus expectativas. Hay un cuento que habla de un elfo que decidió marcharse porque le regalaron una camisa de tela basta, pero antes de irse, ¡anunció que se habría quedado si la camisa hubiera sido de lino! Evidentemente, Dobby no se anda con esos miramientos.

  Podría parecer una reacción descortés ante un gesto amable, pero no es nada comparado con algunos de los trucos propios de los elfos. En realidad, es difícil encontrar un elfo (incluso uno doméstico) sin toques maliciosos, y los hay verdaderamente malvados. En el folklore islandés y alemán, los elfos raptan bebés, roban ganado, sisan comida y causan enfermedades a los humanos y a los animales. También se sientan encima de la gente mientras duerme, provocándole pesadillas (la palabra alemana para pesadillas es Alpdrücken, es decir, «peso del elfo»), y encantan a los jóvenes, a veces dejándolos hechizados durante años y años. El famoso cuento americano de Rip Van Winkle, que se queda dormido durante veinte años, está basado en esta vieja creencia popular.

  En Inglaterra les echaban la culpa a los elfos por un sinfín de maldades, y hay todo un vocabulario dedicado a describir sus maliciosas hazañas. En la Edad Media se creía que las personas o animales que morían repentinamente a causa de misteriosas enfermedades habían recibido el «golpe del elfo», es decir, un elfo les había alcanzado con una flecha. La gente pensaba que las pequeñas puntas de flecha de piedra que se encontraron esparcidas por el campo eran fragmentos de «flechas de elfo», y se tomaron como prueba de sus ataques malintencionados (hoy se sabe que esas puntas de flecha provienen de la Edad de Piedra, y no de los elfos). También se decía que quienes nacían con defectos físicos habían sido «señalados por el elfo», y los que padecían ataques deformantes o paralizantes tenían la «torcedura del elfo». Incluso tener una melena revuelta se achacaba a los elfos, pues se pensaba que estas
criaturas dejaban el pelo liso echo un manojo de «rizos de elfo».

  Entregar tarjetas de San Valentín a brujos adolescentes no suele ser la misión más habitual de un enano. Según cuenta la leyenda, esos tipos duros, pequeños y barbudos, se pasan la mayor parte de su vida trabajando bajo tierra, donde excavan en busca de hierro y metales preciosos. Como el trabajo duro los llena de orgullo, no es de extrañar que en Hogwarts lleven a cabo su frívola función con cara de niños obligados a comer coles de Bruselas.

  En el folklore alemán y escandinavo, los enanos son una raza de seres menudos y sobrenaturales que se en cargan de vigilar magníficos tesoros escondidos en las profundidades de la tierra. Aunque tienen poder para hacerse invisibles o para adoptar cualquier forma, suelen representarse como hombrecillos cabezones, con cara arrugada, barba gris muy larga y patizambos. Son criaturas muy sociables que viven en comunidades dentro de montañas, cavernas o espléndidos palacios subterráneos. Como van siempre vestidos con colores pardos, se camuflan muy bien entre las rocas y las matas, de manera que pueden entrar y salir de sus hogares subterráneos sin ser vistos por los humanos. Según la tradición popular de ciertas regiones, los enanos, igual que los trolls, se convierten en piedra si los toca la luz del sol.

  Los enanos son fabulosos trabajadores del metal, y gracias a sus poderes mágicos consiguen llegar siempre a las mejores vetas de metales preciosos. Los enanos más artísticos trabajan en oro y plata fina, fabrican joyas muy originales y objetos decorativos que, según se dice, son más hermosos que los fabricados por mano humana. Otros hacen armas en hierro forjado y las dotan de poderes mágicos. Thor, el dios nórdico del trueno, muy sabiamente escogió enanos para que le fabricaran su herramienta más importante: un poderoso martillo que, al ser lanzado, provocaba rayos y luego volvía a manos de su dueño. Los enanos también trabajaron para Odín, el dios supremo de los nórdicos, para el que crearon una lanza mágica que siempre daba en el blanco.

 

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