Supuestamente, en ciertas zonas de Alemania, los mineros encuentran enanos de vez en cuando, al derribar algún muro subterráneo y descubrir un taller o un palacio. Si los humanos se comportan con corrección, los enanos no se molestan por esta clase de intrusiones, e incluso pueden darles consejos sobre dónde encontrar las mejores vetas de minerales. También pueden dar la voz de alarma si existe algún peligro inminente debido a la acumulación de gases explosivos o a un techo a punto de derrumbarse. Sin embargo, si no se les trata con el debido respeto, ellos mismos pueden llegar a provocar este tipo de catástrofes. Y si un minero comete la estupidez de robar algo de los montones de oro y joyas de los enanos, no solo sufrirá una gran desgracia, sino que al llegar a casa y abrir el saco, no encontrará más que hojas.
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Dado que viven cientos de años y pueden ver el futuro, se piensa que los enanos son muy sabios. Según cuenta la leyenda, algunos enanos alemanes de ciudad compartieron en cierta ocasión su sabiduría con los humanos: les ofrecieron consejos, les contaron historias y les echaron una mano con las tareas domésticas, a cambio de un lugar caliente donde dormir durante los largos meses del invierno. Sin embargo, abandonaron esa actitud amistosa en cuanto los hombres se volvieron demasiado curiosos acerca de los pies de sus diminutos invitados, pies que siempre quedaban tapados por los largos abrigos que llevaban. Como los hombres se empeñaron en saber qué escondían allí debajo, echaron polvo por el suelo para que los hombrecillos dejaran sus huellas marcadas. Pero, en lugar de eso, los enanos, que prestaban siempre mucha atención a su apariencia, se enfadaron mucho, se marcharon de la ciudad y regresaron para siempre a sus hogares subterráneos. Hemos oído a gente que dice que los enanos tienen pies de ganso o de urraca o de cabra; otros aseveran que tienen pies humanos, pero puestos al revés. En fin, solo son rumores.
Cuando usamos la palabra «encanto» en el día a día, solemos referirnos a un cierta gracia en el trato social, a una rara cualidad encantadora por la que algunas personas resultan más atractivas y persuasivas que otras. Pero el término «encanto», que deriva de una vieja palabra latina que significa canción o canto ritual (carmen), posee significados diferentes, la mayoría de los cuales no tienen nada que ver con el aspecto personal ni con la gracia social. En el universo de la brujería y la hechicería, un encanto (o encantamiento, palabra que suele usarse con más frecuencia) suele ser una frase que se recita o se escribe para conseguir un efecto mágico en particular. Así, Harry pronuncia un encanto evocador especial (Accio Firebolt!) cuando quiere llamar a su escoba voladora, y Hermione usa un encanto de levitación (Wingardium Leviosa!) para que una pluma flote.
Existen encantos para casi todas las ocasiones, como aprenden los alumnos de la clase de Encantamientos del profesor Flitwick. Si sabes las palabras adecuadas, puedes encantar para lograr riqueza y fama, derrotar enemigos o cautivar el corazón de los hombres. Un viejo encantamiento inglés incluso da protección frente a enanos malévolos. Pero los encantamientos se asocian sobre todo con las «sabias» medievales, mujeres que los utilizaban para acometer tareas humildes, como curar a los enfermos, proteger los cultivos y los animales contra enfermedades y defender de las maldiciones a los aldeanos.
Aunque para algunos encantamientos se necesita combinar palabras con actos (como escupir, o blandir una varita mágica), la mayoría no requieren de ningún ritual especial ni de instrumentos mágicos para ser efectivos. Incluso se dice que los encantamientos funcionan con solo escribirlos. Algunos de los primeros encantos no eran más que pedazos de pergamino o papel donde aparece escrita una palabra mágica, como abracadabra, y se utilizaban como amuletos protectores colgados al cuello. Los encantamientos de viva voz se hicieron muy populares en Europa hacia el siglo XII, cuando la Iglesia católica empezó a hacer énfasis en el poder de las plegarias habladas y las bendiciones de los papas. Durante toda la Edad Media era corriente que las brujas y los brujos, e incluso los eclesiásticos, adaptaran oraciones cristianas con fines mágicos. El padrenuestro se reescribía con frecuencia y se utilizaba como encanto contra la enfermedad, la peste y la desgracia personal. En una biografía francesa del siglo XIII se describe cómo usó esta oración el cura de una parroquia «para librar a Arnald de Villanova de las verrugas que tenía en las manos». Otros encantamientos mezclaban palabras mágicas con nombres de santos, y se usaban para curar males como las mordeduras de serpiente y las quemaduras.
Algunas brujas y brujos con escasa preparación, así como la mayoría de la gente sin magia emplea la palabra «encanto» para referirse a cualquier objeto pequeño que tenga propiedades mágicas. Las patas de conejo, los tréboles de cuatro hojas y las herraduras suelen llamarse «objetos (o encantos) de la suerte». Sin embargo, todo mago serio se burlaría de semejante costumbre. Este tipo de artilugios mágicos pueden considerarse más exactamente amuletos (objetos que dan protección mágica) o talismanes (objetos que otorgan algún tipo de habilidad mágica a una persona). Los llamados encantos que vemos en los modernos «brazaletes de encantamiento» suelen ser solo símbolos ornamentales del amor o la amistad, y no poseen ningún tipo de poder mágico.
Donde mejor podemos encontrar auténticos encantamientos es en los libros, como te diría Hermione. Así que si te apetece dar con un encanto que le suba los ánimos a algún amigo que esté un poco tristón, o un encanto limpiador que te arregle una habitación sucia y desordenada, no tienes más que pasarte por la biblioteca de Hogwarts a consultar un ejemplar de Embrujos y Encantos Antiguos y Olvidados. Pero asegúrate de escoger el encantamiento adecuado para cada tarea, y de que sabes pronunciar bien cada palabra. De lo contrario, puedes terminar como Aberforth, el hermano desastre del profesor Dumbledore, que padeció pública humillación por practicar encantamientos equivocados sobre una cabra.
Encantado de conocerte
La idea de que un encantamiento puede afectarnos de un modo mágico ha dado lugar a muchas frases y expresiones «encantadoras». Así, de una operadora de voz sugerente decimos que es capaz de «encantarnos hasta conseguir todo lo que se proponga». Los pueblos pintorescos poseen su «encanto de épocas pasadas», y la música, según el dramaturgo inglés William Congreve, «tiene encantos capaces de apaciguar una bestia salvaje». También se dice que el príncipe Encantado suele conseguir lo que quiere. «Menudo encanto» es una frase irónica, y decimos «encantado de conocerte» justo para lo contrario, expresando el placer que nos causa haber conocido a alguien agradable. Por último, decimos que cualquier técnica eficaz que nos ayuda a conseguir lo que queremos (una palabra, una sonrisa, o un billete entregado sutilmente al maître del restaurante) son trucos que funcionan como por encanto.
A nadie le gusta más una escoba que a una bruja. Pero Harry siente tal cariño por su Firebolt que uno se siente inclinado a decir lo mismo de los brujos. Sin embargo, desde un punto de vista histórico, casi todas las personas de las que se ha dicho que iban volando en una escoba eran mujeres. Las raras veces en que algún brujo o hechicero ha afirmado que sabía volar, ¡lo más seguro es que hubiera viajado sobre una horqueta!
Aunque hoy día las ilustraciones populares siempre representan a la escoba como el medio de transporte de las brujas, no siempre ha sido así. Entre 1450 y 1600 aproximadamente, cuando en Europa más se creía en el poder de la brujería, se afirmaba que las brujas alzaban el vuelo de camino hacia sus reuniones nocturnas montadas en cabras, bueyes, ovejas, perros y lobos, así como en garrotes, palas y varas. Pero, según sugieren algunos estudiosos, las escobas acabaron convirtiéndose en su vehículo favorito, debido a la función tradicional de las mujeres como amas de casa.
Según cuenta la tradición (gran parte de la cual fue inventada y difundida por cazadores profesionales de brujas), las brujas casi siempre salían de su casa por la chimenea. Una vez en el aire, se decía que volar era relativamente fácil, excepto en dos casos. Una bruja novata podía tener problemas de estabilidad, pues las escobas solían ser rápidas pero inestables. Además, podía ocurrir que las brujas se vieran obligadas a bajar (o fueran incapaces de despegar) si oían tañe
r campanas. En una ciudad alemana a comienzos del siglo XVII, se tenía tanto miedo de las brujas montadas en escobas que, durante un tiempo, el ayuntamiento ordenó que todas las iglesias hicieran sonar las campanas sin cesar, desde el anochecer hasta el alba.
Se suponía que las brujas se frotaban la piel con un «ungüento volador» antes de salir por la chimenea rumbo a sus reuniones de medianoche.
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La cuestión de si las brujas podían volar de verdad fue objeto de un serio debate entre los eruditos y las autoridades religiosas, sobre todo durante los años más intensos de la caza de brujas. Según el Malleus Maleficarum (1486), la guía más importante sobre la localización y castigo de brujas, el vuelo era un hecho indiscutible. Muchas mujeres habían confesado que volaban, y algunas incluso se enorgullecían de su capacidad para despegar del suelo. Además, en un pasaje del bíblico Libro de san Mateo se describe el poder de Satán de transportar a Jesucristo a través del aire, y algunos eclesiásticos señalaban que, si el Diablo era capaz de hacer volar a Jesús, sin duda podría otorgar esa habilidad a las brujas que le servían. Por su parte, otros eruditos rechazaban la idea de que pudieran volar, pues la consideraban una imposibilidad física, y argumentaban que el Diablo solo hacía que las mujeres creyeran que habían volado, llenándoles la cabeza de desvaríos.
Un grupo de pensadores más científicos ofreció otra explicación. Se sabía que las brujas se preparaban para el despegue untando sobre sí mismas y sobre la escoba un «ungüento volador» elaborado con plantas y hierbas (entre ellas, beleño, mandrágora, acónito y dulcamara) que cultivaban en sus propios jardines. Los médicos que experimentaron con el ungüento volador en el siglo XVI descubrieron que contenía unas sustancias químicas muy potentes que penetraban en el cuerpo a través de la piel y provocaban un sueño profundo, así como alucinaciones (por ejemplo, la sensación de volar). Tal como explicaron, las brujas que creían «volar», en realidad se quedaban dormidas en la cocina y se despertaban después con recuerdos vívidos de un vuelo increíble que tan solo había tenido lugar en sus sueños.
Resulta difícil encontrar un monstruo con una historia más larga que la de la esfinge. Esta criatura majestuosa, con el cuerpo de león, y la cabeza y el torso humanos, ha sido material de leyenda durante más de cinco mil años. En el antiguo Egipto, donde apareció por primera vez, era el símbolo de la realeza, la fertilidad y la vida después de la muerte. Su imagen se asociaba a menudo con la crecida anual del Nilo, que daba vida al reseco desierto, y los egipcios erigían estatuas de esfinges en el exterior de la mayoría de templos y tumbas.
La estatua egipcia más famosa de este tipo es la Gran Esfinge, de 73 metros de longitud y 20 metros de altura, situada en una zona del desierto conocida como la llanura de Gizeh. Esta colosal talla de piedra caliza de más de 4500 años, une el poderoso cuerpo de un león recostado con la majestuosa cabeza de un rey o faraón egipcio. Muchos historiadores creen que es un tributo al antiguo gobernante egipcio Kefrén, cuya pirámide se encuentra cerca de la estatua.
Desde el antiguo Egipto, el mito de la esfinge atravesó el Mediterráneo hacia Mesopotamia (los actuales territorios de Siria e Iraq) y la antigua Grecia. Allí, la figura medio humana medio león adquirió un significado más siniestro: no solo simbolizaba el mundo subterráneo, sino también la violencia gratuita y la destrucción. Se suponía que en el trono del dios griego Zeus en Olimpia (la montaña sagrada en la que residían los dioses), había grabado un círculo de esfinges llevándose a niños pequeños. Otras esfinges griegas y romanas se representaban desgarrando a sus víctimas o babeando sobres sus restos destrozados. La anatomía básica de la esfinge también fue cambiando durante su camino hacia el nordeste: en Mesopotamia, la mítica bestia solía esculpirse con cabeza de águila o de carnero; en Grecia, tenía alas, y rostro y pechos de mujer.
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Aunque carece de alas, la esfinge con la que Harry Potter se encuentra durante el Torneo de los Tres Magos es, probablemente, de las griegas. No solo tiene cara de mujer, sino que utiliza su ingenio para proteger un oscuro secreto, al igual que la esfinge del antiguo mito griego de Edipo. En esa historia, una amenazadora esfinge ronda por los alrededores de Tebas. Aborda a los viajeros, les plantea un enigma y se los come si no aciertan la respuesta. Finalmente encuentra la horma de su zapato: el joven Edipo resuelve el acertijo. «¿Qué animal camina sobre cuatro piernas por la mañana, sobre dos por la tarde y sobre tres por la noche?» (La respuesta, naturalmente, es el hombre, que gatea de niño, camina de adulto y se apoya en un bastón cuando es anciano.) A Edipo, que al igual que Harry derrota a la esfinge, se le permite continuar hacia su destino, donde le espera una suerte incluso peor que la cólera de lord Voldemort.
Con el tiempo, la imagen griega de la esfinge como una criatura oscura y enigmática ha predominado. La palabra «esfinge» procede del termino griego sphinx, que significa «apretar», «estrangular» o «amarrar». A pesar de lo que afirman algunos escritores medievales, no hay ninguna prueba que sugiera que los antiguos egipcios, griegos o mesopotámicos creyeran que la esfinge era un animal real. Tanto en las leyendas como en las obras de arte y la literatura siempre la presentan como una criatura mítica que simboliza el poder y el saber prohibido. Esto no impidió a autores posteriores, como el zoólogo del siglo XVII Edward Topsell, afirmar que la esfinge descendía de un extraño mono etíope. En honor a tan equivocada observación científica, en la actualidad hay una especie de mono conocida como el babuino Esfinge o Sphinga.
Casi todos damos por hecho que los espejos sirven para ayudarnos en tareas cotidianas como lavarnos los dientes o cepillarnos el pelo, y no pensamos más en ellos. No esperamos que nos muestren los deseos más ocultos de nuestro corazón, como el Espejo de Oesed, o que se pongan a hablar con nosotros, como el espejo de la reina mala de «Blancanieves». Sin embargo, no siempre se ha aceptado tan fácilmente los espejos como objetos cotidianos.
Durante una gran parte de la historia de la humanidad, una persona solo podía ver su reflejo en los estanques, y aun así muchos hombres y mujeres raras veces comprendían lo que veían. Por ejemplo, muchas culturas antiguas consideraban los reflejos auténticas almas humanas (y pensaban que podían existir de manera independiente respecto de la persona). En algunas sociedades, incluida la antigua Grecia, se consideraba peligroso mirar el propio reflejo, ya que eso significaba que tu alma había salido del cuerpo y que se encontraba en peligro de caer cautiva de espíritus malvados o de las ninfas acuáticas.
Por eso no resulta sorprendente que, cuando aparecieron los primeros espejos fabricados por el hombre, hace unos 4500 años, fueran tomados por objetos mágicos y milagrosos (como indica la etimología de mirror, «espejo» en inglés que proviene del término latino mirari o mirus, que quiere decir «maravilloso»). Los antiguos griegos, romanos, chinos, egipcios y los habitantes de América Central creían que los espejos eran talismanes muy poderosos, capaces de embrujar la mente de los hombres, aturdir a los espíritus malos, y robar el alma de los vivos y los muertos. El dios azteca de la noche, Tzcatlipoca, llevaba un espejo mágico del que emanaban nubes de humo en las que envolvía a sus enemigos.
Hasta el siglo XVII, los espejos se usaron habitualmente para predecir el futuro, luego empezaron a ser sustituidos poco a poco por bolas de cristal. El primer caso de adivinación mediante el uso de un espejo (conocida como catoptromancia) puede situarse ya en la antigua Roma, donde se empleaban pequeños espejos de metal para predecir la expectativa de vida de los enfermos y ancianos. Según cierta crónica del viajero griego Pausanias, del siglo II de nuestra era, los antiguos videntes (o divisores) romanos metían los espejos dentro de una charca de agua y en esa posición los apuntaban hacia el rostro del enfermo. Si el reflejo del paciente aparecía normal, significaba que se recuperaría; pero si se veía deforme, era porque, con toda certeza, iba a morir.
La catoptromancia alcanzó su máxima popularidad alrededor de 1200, poco después de que los fabricantes venecianos de espejos perfeccionaran su arte y comenzaran a elaborar espejo
s grandes y lisos. Los catoptrománticos europeos giraban sus espejos hacia el sol o hacia alguna otra fuente de luz, y entonces «leían el futuro» en los dibujos misteriosos de luz y sombra que veían reflejados. Según el erudito alemán del siglo XV Johanes Hartlieb, algunos adivinos medievales aseguraban también ser capaces de crear espejos encantados que mostraban a los hombres sus deseos más profundos.
Hacia finales del siglo XIII ya se asociaba los espejos con la catoptromancia y otras formas de magia, hasta tal punto que la primera pregunta que se hacía en los juicios medievales por brujería era: «¿Ha realizado experimentos con espejos?» Al mismo tiempo, el gran filósofo cristiano Tomás de Aquino consideraba los espejos unos instrumentos propicios para la ilustración de uno mismo, ya que estudiar la propia imagen podía aumentar la conciencia de uno mismo y ayudar a la persona a entender mejor su posición en el mundo. (Aquino acuñó el término «especular», que significa hacer conjeturas o ponderar. En latín el significado literal es mirar con intensidad un speculum o cristal reflector.)
Muchos cuentos populares y obras de literatura europeos también describen los espejos como herramientas para el conocimiento y los presentan como ventanas abiertas a verdades importantes, o a países lejanos y a maravillas inimaginables. En el cuento medieval «Parsifal», el guardián del Santo Grial es capaz de descubrir el avance de sus enemigos, mirando un «cristal de enemigo» que es muy similar al que tiene Ojoloco Moody. La Bella, del cuento «La bella y la bestia», alivia un poco su soledad observando a su familia a través de un espejo encantado. Incluso el espejo de «Blancanieves» es un instrumento de verdad y autoconocimiento, que le dice sin tapujos a la mayor enemiga de Blancanieves que ella ya no es la más hermosa del reino. (Por supuesto, algunos espejos parlantes son más parlanchines que otros. El de la habitación de Harry Potter en el Caldero Chorreante no se anda con rimas monas ni frases diplomáticas, ¡Echa un vistazo al pelo de Harry y le suelta que no tiene remedio!)
El Diccionario del Mago Page 10