Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition)
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Cuando llegan, hay un murmullo en la comisaría. A la espera hay policías que ya no están de servicio, en pequeños grupos, comentando lo que han oído. Hay policías de paisano por todos los sitios, caminando rápidamente, con paso alegre.
Final del tercer día y todo ha terminado. Asesinato y falsificación de moneda. Premio doble. Nadie dice eso, no de esa manera. Pero es como si a Baron le hubiesen puesto una inyección de adrenalina por el culo, y el portavoz de la policía está a punto de llegar. Premio doble.
Baron encontró algo. Eso es lo que se dice. Un muchacho, trabaja en el hotel. Ya lo han entrevistado dos veces. Pero ahora hay pruebas. En vídeo. Lo mejor. Las noticias vuelan cuando son tan buenas. Hay tantas personas junto a la sala de interrogatorios que el sargento de guardia tiene que decirles que se larguen.
Baron hace pasar a Jack y Jill. No han tenido mucho tiempo para prepararse, pero no importa. Esto va a ser pan comido. En su jodida cara llena de granos tiene escrito que cantará.
Craig Bairstow. Al principio aguanta bien. Lo niega todo. Dejan que se ponga cómodo, veinte, treinta minutos. No hay prisa. Lo niega todo. Simple y llanamente. Le traen té. Luego le dicen que tienen una orden judicial para entrar en su apartamento. Eso lo asusta.
¿Qué es lo que dice su abogado? Nada de utilidad, nada en absoluto. El muchacho se viene abajo tan fácilmente que hasta da vergüenza. Un mar de lágrimas, le borbotea mucosidad de la nariz, tiembla como si tuviese hipotermia. Intenté ayudarla… se inclina sobre una papelera cuando le dan arcadas, la flema y el vómito corriéndole por el cuello, lo que hace que le brille la camiseta de Iron Maiden. Un accidente. Fue un accidente. La sala apesta a vómito y miedo.
El resultado.
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Den percibe un rumor de energía en la comisaría. De eso se trata. No se consigue devolverle la vida a la muchacha, pero consigues que se haga justicia. ¿Steve? Es muy bueno. Vaya si es bueno. Seguro que pronto le darán un ascenso.
Pero la atmósfera de victoria es algo distante, borroso. Llegó a la comisaría en cuanto se marchó John, y lleva aquí toda la tarde, la vista clavada en las paredes, tratando de no estorbar a la gente, desorientada y vagamente disgustada consigo misma; tienen al asesino y a ella no le importa.
Ha recibido media docena de mensajes de John. Quiere verla. Consulta el reloj. Un cigarrillo, luego se lo pensará
El tráfico de primeras horas de la noche ha desaparecido, con lo cual la ciudad se queda tranquila mientras se pone el sol. Al otro lado de la calle Saint Peter ve gente arremolinándose frente al Teatro West Yorkshire. La última vez que estuvo allí fue con Steve y unas cuantas personas más para ver Acosando a David Oluwale. Dos horas de lo más incómodo, una obra sobre policías corruptos en Millgarth. Pero no se puede juzgar a todo un cuerpo por un par de sádicos asquerosos. Ovejas negras y así… eso no hace que todos sean malos. Hay que juzgar a la policía por hombres como Steve Baron. Y como su padre, que sabía lo que era de verdad la justicia. Y de eso se trata. De justicia.
Fuma el cigarrillo hasta llegar al filtro, y lo tira sobre el bordillo. Consulta el reloj de nuevo. Se abre la puerta de la comisaría y sale Freddy, seguido de Henry Moran. Freddy se detiene, pasa las manos por la cara, y luego los dedos por el cabello enmarañado. Moran le dice algo, y los dos se ponen a caminar por la calle George.
Un momento más tarde el coche de Moran pasa volando. Freddy, la cara pálida y atormentada, mira por la ventanilla, pero no la reconoce. ¿Dos días y medio en una celda de Millgarth como sospechoso de asesinato? Es algo que imprime carácter, Freddy. No quiero ni pensar qué te habrían hecho hace cuarenta años…
Y se va a la avenida Hope.
¿Hope de “espero”?Sí, dice, como en “Espero que nadie me vea”.
Capítulo 47
Hay suficientes luces de seguridad encendidas en Vehículos Tony Ray como para que proporcionarle al lugar un fantasmagórico brillo plateado en la oscuridad reinante. Ella piensa de nuevo en aquella noche de hace dos años: John allí, de pie, y su hermano en el suelo frente a él, enfriándose.
Al final de la avenida Hope tuerce a la izquierda y aparca frente a The Black Horse. Un par de respiraciones rápidas y sale del coche. Un escalofrío de náusea se apodera de ella cuando ve el pub. Aquí es donde el padre de John solía tener su cuartel general durante el día, en aquellos días en que los delincuentes eran todos personajes alegres, tenían maletines llenos de mercancía dudosa, y una palabra amable para todo el mundo… Tonterías. Tony Ray tenía antiguos boxeadores y matones convictos a sueldo. A su propio hijo le volaron la cabeza, por Dios. Basura.
Por otro lado están Steve Baron y su padre. A David Oluwale lo matan a patadas dos polis, y el sargento Rodney Baron se pasa el resto de la vida trabajando, amenazado por los recelos y el odio no expresado de sus colegas. Eso sí que es tener carácter. Que jodan a Tony Ray.
Hace calor dentro. Suelo sin alfombra, mesa de billar, paredes lisas color marrón. Un lugar deprimente en una parte deprimente de la ciudad. Han puesto la calefacción para evitar el frío de principios de otoño. Y allí está él, solo, sentado en un rincón, con la chaqueta echada encima de la silla, la camisa desabotonada, ante media jarra de cerveza y un vaso de whisky vacío. ¿Los billetes falsos en el maletero de su coche? Baron los ha relacionado con los ucranianos. ¿Los coches robados? ¿Era John el que encubría a Freddy, o algo por el estilo? Un malentendido. No es como su padre. John es diferente…
*
En Millgarth el abogado de oficio ya no puede hacer nada. Craig lo está contando todo, mezclado con los fuertes sollozos guturales que agitan su cuerpo y los frecuentes espasmos que le da su estómago vacío vomitando aire.
Fuller pagó a la chica con billetes falsos, le dicen. ¿Sabías eso, Craig? Le pagaron con billetes falsos. Regresa al hotel borracha, enfadada, ¿y te muestra un billete de veinte? ¿Lo recuerdas, Craig? Es importante que te acuerdes. Te mostró un billete falso en el bar. Lo hemos visto en el vídeo. ¿Dónde está ese billete?
*
En la sala de interrogatorios Baron pone una y otra vez las imágenes, acompañado de una docena de oficiales que rodean el portátil, con expresiones de incredulidad. Son las diez de la noche del tercer día y el caso está prácticamente cerrado. Todo porque el vídeo tenía unos cuantos minutos de menos. El inspector es un genio.
–Así termina la cinta –dice Baron–, pero fue manipulada.
Avanza hacia adelante. Craig Bairstow camina por el pasillo del hotel, llama, arrima el oído a la puerta, habla dentro.
–Se ha dedicado a copiar vídeos de seguridad en los que ella aparecía. Copias en las paredes de su casa. Fotos de ella en todos los sitios. Un pervertido. Entonces corta la cinta, pero se guarda una copia. Mirad.
Ella abre la puerta. Pero está casi inconsciente, balanceándose de un lado a otro. Él le toca la barbilla, le dice algo cuando le yergue la cabeza. Pero ella no responde. La abraza. Ella trata de alejarlo. Él la besa en el cuello, mientras mueve las manos por su cuerpo, acercándola a él. Luego la conduce a la habitación y cierra la puerta.
–Ya tenemos a ese hijo de puta.
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… sujetándola, ¿se siente uno bien, Craig?
Jack y Jill son delicados, respetuosos. Es ella quien toma la iniciativa.
… entonces, por fin, estáis juntos. Te quiero. ¿Es eso lo que le dices? ¿Es eso lo que le susurras al oído mientras tocas su cuerpo por primera vez? ¿Estás excitado, se te pone dura y estás preparado? ¿O quieres tumbarte en la cama con ella primero, los dos solos, sentir la suavidad de su cuerpo junto al tuyo? ¿Qué tipo de amantes sois, Craig, tú y Donna? Queremos saberlo.
¿… la caída? Ya lo sabemos. Ya nos lo contaste. ¿No te acuerdas? Va hacia atrás, da la vuelta, la cabeza contra la esquina de la mesita de noche. ¿El peso de dos personas? Habría matado a cualquiera. Pero, ¿y antes de eso? Ella no quería, Craig. No te abrazaba. ¿Cuándo abrió la puerta? ¿Has visto el vídeo? Nosotros sí. Lo hemos visto todo. Ella ni siquiera sabía quién eras.
… junto a la
cama. ¿Cuántas veces te lo habías imaginado, solo en el cuarto de baño, su perfume en el ambiente? ¿Lo hueles? ¿Lo encuentras tan real? Estás junto a la cama, sujetándola; ahora puedes tocarla, Craig, ella es tuya. ¿Le gusta? Dinos cómo era. Se está bien, ¿verdad? Apenas puedes respirar, se siente uno tan bien. Entonces se revuelve, intenta escapar. ¿Una lucha? ¿Es así como sucede, Craig? Eso es todo lo que necesitamos saber, cariño, vamos, ayúdanos…
*
–Quería ver esto, señor.
Baron levanta la vista. Un agente le pasa una bolsa de pruebas de plástico transparente.
Toma la bolsa, la acerca a la luz.
–Le entrega este billete en el bar del hotel –dice él–. Falso. Él le sirve a ella una bebida, se mete el billete en el bolsillo.
Agita el sobre, lo acerca a los ojos. Sabe que debe de ser falso. Pero es muy bueno. Se necesitaría un experto para saberlo.
–Nos dijo que lo había gastado, pero no lo hizo. Envolvió con él el lápiz de memoria con los archivos de vídeo y lo escondió detrás de la cisterna.
–¿Por qué se lo quedó? –pregunta alguien–. No tiene sentido.
–Lo último que hubo entre ellos. Era de Donna, estaba en su monedero, y ella se lo dio a él. Unos cuantos minutos más tarde estaba muerta. Para él es algo importante, es todo lo que tiene. Es meticuloso. Quería conservar intacta la memoria de aquella noche. El billete falso, su ira contra los otros, su abrazo, el accidente de la caída. Así es cómo lo recordará. Su versión de los hechos. Que ella fue hasta él, murió en sus brazos.
–¿Entonces John Ray está libre de culpa?
Es la voz de Steele.
Baron le devuelve la bolsa con las pruebas al joven agente.
–No hay nada de qué acusarlo.
–¿Y los cincuenta mil en el maletero de su coche?
–Utilizaron su coche para la recogida de dinero el jueves –dice Baron, cerrando de golpe el portátil–. ¿De qué podemos acusar a Ray?
Pero para cuando levanta la vista, Steele ya se ha ido.
*
–Una mala señal, beber solo –dice ella.
John tiene la vista fija en el fondo del vaso. No la había visto llegar.
–Den –dice, poniéndose de pie–. ¿Qué quieres?
Se dirige al bar antes de que ella pueda responder.
–Una cocacola –le dice, llamándolo.
Casi no hay nadie en el pub, y nadie echa monedas en la máquina de discos. A ella le gustan los pubs tranquilos, en los que te puedes relajar y reclamar un poco de paz.
Regresa con unos cuantos vasos, una jarra de cerveza y un whisky para él, una cocacola para ella.
–Nunca te tomas dos bebidas –dice ella mientras él coloca las bebidas delante y se bebe de un trago lo que le quedaba de la anterior cerveza.
–Es cierto. Pero esta noche no sé cómo la voy a terminar. Quizás en una cuneta.
–Pues llevas camino de ello, amigo –dice ella mientras bebe un sorbo de cocacola–. Por cierto, parece que ya hay resultados relacionados con el caso de Donna Macken.
–Sí, Moran me llamó. Han puesto a Freddy en libertad bajo fianza acusado de conspiración. Billetes falsos, hay que ser tonto. Está libre de sospecha por lo del asesinato. Eso es lo principal.
–¿Vas a ir a verlo?
–¿A Freddy? No, se ha ausentado unos cuantos día para poner las ideas en orden.
Él se afloja el cuello de la camisa.
–¿No tienes calor con la chaqueta de cuero puesta?
–Al contrario, tengo frío. Mira, todavía soy tu coartada, así que no debería estar hablando contigo. ¿Qué hacemos?
Él bebe el whisky de un trago y le sigue con otro bueno de cerveza.
¿Cerveza y whisky? Nunca le había visto beber tanto de las dos cosas.
–Los billetes falsos que había en el maletero del coche eran míos.
Ella sonríe un tanto para sí.
–Entonces están culpando por ello a otra persona.
–Eran míos, Den. Y los coches –dice en voz baja, la jarra de cerveza a unos centímetros de sus labios.
–¿Es eso cierto…?
–Sí. ¿Te cuento los detalles?
El vaso sigue donde estaba, como si la respuesta de ella determinase cuánto va a beber esta noche y durante cuánto tiempo.
–Llevas dos años mintiéndome –dice ella.
Él todavía sostiene el vaso, sin decir nada.
–Me he pasado dos años de mi vida con alguien que no conozco –dice ella en un susurro.
–Me conoces.
–Por ti, John, he tenido que pasar por entrevistas para demostrar mi integridad. He jurado y perjurado que eras honrado…
–No tenías por qué saberlo.
–Ahora lo sé. ¿Tienes idea de qué supondrá esto para mi carrera?
–¿Por qué no oyes lo que tengo que decirte primero?
–Aquí no –dice ella–. Estaré fuera, si es que te puedes alejar de la bebida.
Capítulo 48
–¿Esa es la impresión general?
La comisaria jefe Shirley Kirk ha estado siguiendo los acontecimientos con atención durante todo el día, y ahora ha convocado a Steve Baron a su despacho para hablar del procedimiento a seguir con la acusación.
–Yo diría que no –dice él, pellizcándose la frente con el índice y el pulgar, cerrando sus ojos fatigados–. Pero sí que deberíamos vigilar a John Ray un poco más de cerca.
–¿Qué agentes? ¿Matt Steele, quizás?
–Principalmente él, sí.
–¿Estás de acuerdo con lo que dice?
–Podría tener algo de razón. Ray no compró el Mondeo de su último propietario registrado. Se hizo con él a través de un tipo de la calle a quien no podemos localizar. Ray lo deja sin registrar, y cinco días más tarde hay una muchacha muerta en él. Además, tenemos el dinero falso en el maletero, obviamente.
–Pero hay una serie de pruebas en el piso del muchacho que nos llevan hasta el dinero del Mondeo y, a fin de cuentas, hasta la muchacha. Así pues, no podemos acusar a Ray sobre este particular. Los billetes son los mismos, ¿no?
Baron asiente.
–Pero los billetes que están apareciendo por toda la ciudad, que provienen de la avalancha que atribuimos a los ucranianos, son diferentes.
Ella se recuesta sobre la silla, y levanta la vista hasta el techo.
–¿Todos? ¿No hay coincidencias?
–No. Hasta ahora, sólo tenemos el billete que encontramos en el apartamento del sospechoso. Donna se lo dio, eso es lo que ha afirmado y también está en el vídeo.
Ella hace una mueca mientras se queda pensando.
–El Mondeo fue utilizado para recoger el último envío de Bilyk. Tenemos lo que ha afirmado Freddy Metcalfe sobre esto, y también las cámaras de seguridad del muelle de Immingham. Bilyk es un tipo listo. Quizás tiene más de un proveedor. Eso le garantizaría un abastecimiento regular, por si lo detectasen en la aduana o se lo robasen. Lo de los diferentes proveedores tiene sentido. El abastecimiento de moneda falsa no tiene por qué ser cien por cien fiable, ¿no? No son tornillos que compras en una fábrica.
Baron se queda inmóvil.
–Por el momento –continúa la comisaria jefe–, tenemos suficiente como para llevar los dos casos al Fiscal General. Hagamos esto primero, luego Steele podrá investigar un poco el asunto, a ver qué encuentra sobre Ray. ¿De acuerdo?
Fue él quien puso allí la prueba. La idea le ha estado rondando a Baron en la cabeza desde que John Ray vino a verlo. Cambió el billete que encontró en el cuarto de baño. Es la única manera en que debió de ocurrir. Ray colocó allí el billete, y luego convenció de ello a Baron.
La comisaria jefe se levanta de la silla, con la mano estirada.
–Bien hecho, Steve. Ha sido un gran trabajo.
Él sale tan tranquilamente como puede y consigue llegar al cuarto de baño de los oficiales de policía antes de vomitar.
Capítulo 49
Ella está en el coche cuando él sale. Se inclina para abrirle l
a puerta.
Cuando entra, ella le da la última calada al cigarrillo y lo apaga en el cenicero.
–¿Me das uno? –pregunta él.
–No. Habla.
La avenida Hope se encuentra detrás, a su izquierda. Se puede ver el borde del nuevo concesionario, una franja de luz plateada en la oscuridad.
–He estado pensando mucho en Joe. Seguramente no sea el mejor momento para hacerlo, pero bueno, te doy las gracias por haberme ayudado a.
–No, no es el mejor momento. Pero no importa.
–Después de la muerte de Joe, se me vino el mundo encima. Había casas que vender, y deudas que tenía que pagar. Mi padre y yo tuvimos que encargarnos de todo, asegurarnos de que nadie nos iba a estafar. Pero algo iba mal. Justo antes de que lo matasen, Joe había vendido un par de casas. Cuando localicé las ganancias, descubrí que faltaban ciento veinticinco de los grandes. Mi padre y Moran no sabían nada del asunto. Era un misterio. Luego, un par de meses después, llegó un tipo preguntando por mí. Resulta que Joe había encargado un envío de billetes falsos, ciento veinticinco de los grandes, valorados en quinientas mil libras. Había pagado pero no los había recogido. El tipo no nos ofrecía la devolución del importe, sino que quería saber si todavía estábamos interesados en el trato. Parece que era un encargo regular.
–¿Y dijiste que sí?
Él sonríe.
–Le dije que no. El tipo me dejó su número de teléfono. Con él, me dejó un billete de muestra.
Den sigue con la vista perdida, esperando.
–El billete de muestra era bueno. Muy bueno. Los billetes de veinte son difíciles de falsificar hoy en día, tienen un montón de controles de seguridad, es complicado copiarlos. Pero estos billetes los habían hecho profesionales, sin lugar a duda. Y era una operación muy discreta por lo que pude apreciar. Bien organizada, ofrecían sólo un suministro limitado. Joe pagaba el veinticinco…
–Es un buen precio, ¿no?
–¿Por billetes de esa calidad? Está muy bien, sí. Es irónico. Siempre intentaba estar a la altura de la reputación de su padre, y resulta que lo último que hace es conseguir los mejores billetes falsos que he visto nunca. Los habría vendido sin problema. Comprarlos a veinticinco la libra, y venderlos a cincuenta, doblando las ganancias. Se podría haber retirado en un par de años al menos. Los buenos falsificadores buscan los beneficios a largo plazo. Se cuidan mucho de no suministrar demasiados. No inundan el mercado como esos estúpidos ucranianos. Si el producto es bueno, lo que hacen es buscar unos cuantos compradores de fiar, los van vendiendo poco a poco, y así dejan que les pierdan la pista de cada vez.