Capítulo 21
Ese día me quedé trabajando hasta tarde. A las siete y media el lugar estaba ya vacío. Incluso los más recalcitrantes adictos al trabajo preferían trabajar desde casa de noche, conectándose a la red de Trion, así que ya no era necesario quedarse hasta tarde en la empresa. A las nueve, ya no se veía un alma. Las luces fluorescentes del techo seguían encendidas y titilaban levemente. Desde ciertos ángulos, los ventanales parecían negros; desde otros ángulos se veía la ciudad desplegarse con sus luces centelleando y los faros de los coches pasando en silencio.
Me senté en mi cubículo y empecé a fisgonear en el sitio web interno de Trion.
Si Wyatt quería saber a quién habían contratado para los trabajos secretos que habían comenzado dos años atrás, supuse que debería tratar de averiguar quién había sido contratado en los últimos dos años. Ese comienzo era tan bueno como cualquier otro. Había varias formas de buscar en la base de datos de los empleados, pero el problema era que yo no sabía exactamente qué o a quién estaba buscando.
Después de un rato lo resolví: el número de empleado. Todo empleado de Trion recibe un número. Los números más bajos significan que la contratación se hizo antes. Así que después de pasar por un grupo de biografías distintas y escogidas al azar, comencé a fijarme en el registro de números de la gente que había empezado a trabajar hacía dos años. Por suerte (al menos para mis propósitos), Trion había pasado por una época bastante floja, así que no eran demasiados. Conseguí una lista de unos cientos de nuevos contratados -es decir, los contratados en los últimos dos años- y grabé todos los nombres y sus biografías en un CD. Era un comienzo, por lo menos.
Trion tenía su propio servicio de mensajes instantáneos, llamado InstaMail. Funcionaba igual que Yahoo Messenger o el Instant Messenger de America Online: uno podía tener una «lista de contactos» que le decía cuándo estaban conectados y cuándo no. Me di cuenta de que Nora Sommers estaba conectada. No estaba aquí, pero estaba conectada, lo cual quería decir que estaba trabajando desde casa.
Y eso era bueno: quería decir que ahora yo podría entrar en su despacho sin correr el riesgo de que ella se presentara sin anunciarse.
La idea hizo que el estómago se me cerrara como un puño, pero sabía que no tenía alternativa. Arnold Meacham quería resultados tangibles, y los quería para ayer. Yo sabía que Nora Sommers formaba parte de varios comités de marketing de nuevos productos. Tal vez tuviera información acerca de nuevos productos o tecnologías que Trion estuviera desarrollando en secreto. Al menos valía la pena echarle una mirada al asunto.
El lugar donde con más probabilidad conservaría información semejante era su ordenador, y su ordenador estaba en su despacho.
La placa de la puerta ponía N. Sommers. Hice acopio de coraje para girar el pomo, pero la puerta estaba cerrada. Eso no me sorprendió del todo, ya que ahí dentro Nora guardaba registros confidenciales de Recursos Humanos. A través de la placa de vidrio se veía el interior oscuro del despacho, que no medía más de tres por tres. Adentro no había gran cosa; todo estaba, por supuesto, fanáticamente ordenado.
Sabía que en el escritorio de su asistente debía de haber una llave. Estrictamente hablando, su asistente administrativa -una mujer gruesa, fuerte y ancha de caderas, que tendría unos treinta años y se llamaba Lisa McAuliffe- no era sólo suya. Por lo menos en teoría, Lisa trabajaba para toda la unidad de Nora, incluyéndome a mí. Sólo los vicepresidentes tenían asistentes administrativos: ésa era la política de Trion. Pero aquello era tan sólo una formalidad: me había percatado ya de que Lisa McAuliffe trabaja para Nora, y la contrariaba todo lo que se metiera en su camino.
Lisa llevaba el pelo muy corto, casi como un soldado, y se vestía con monos o pantalones de pintor. Nadie imaginaría que Nora, siempre vestida a la moda, tan femenina, tuviera una asistente como Lisa McAuliffe. Pero Lisa le era ferozmente fiel; a Nora le reservaba sus pocas sonrisas, mientras que le ponía los pelos de punta al resto de la humanidad.
Lisa era una amante de los gatos. Su cubículo estaba atiborrado con cosas de gatos: muñecos de Garfield, estatuillas de Catbert, ese estilo de cosas. Miré a mi alrededor y no vi a nadie, y comencé a abrir los cajones del escritorio. Después de un rato encontré el llavero escondido, dentro de una bolsita de plástico para clips, en la tierra de su planta a prueba de luz de fluorescentes. Respiré hondo, cogí el llavero, que debía tener unas veinte llaves, y comencé a probarlas una por una. La sexta abrió la puerta de Nora.
Le di un golpecito al interruptor de la luz, me senté en el escritorio y encendí el ordenador.
Estaba preparado para el caso de que alguien pasara inesperadamente por aquí. Arnold Meacham me había llenado la cabeza de estrategias -tomar la ofensiva, hacerles preguntas a ellos-, pero ¿qué posibilidad había de que alguien de la limpieza, que hablaba portugués o español y nada de inglés, se diera cuenta de que me encontraba en un despacho ajeno? Así que me concentré en la tarea que tenía pendiente.
La tarea que tenía pendiente, desafortunadamente, no era nada fácil. Sobre la pantalla titilaban las palabras USUARIO/CONTRASEÑA. Mierda. Protegido con contraseña: me lo tenía que haber esperado. Tecleé NSOMMERS; era lo habitual. Entonces tecleé NSOMMERS en la contraseña. El setenta por ciento de la gente, según me habían enseñado, usan como contraseña el mismo nombre de usuario.
Pero Nora no.
Me imaginaba que Nora no era el tipo de persona que escribe su contraseña en un papelito adhesivo y lo pega dentro de un cajón, pero tenía que estar seguro. Busqué en los sitios habituales -bajo el ratón, bajo el teclado, detrás del ordenador, en los cajones-, pero nada. Tendría que arreglármelas sobre la marcha.
Intenté con SOMMERS, simplemente; intenté con su fecha de nacimiento, los primeros siete números de su número de seguridad social y los últimos siete también, su número de empleado. Toda una variedad de combinaciones, denegado; Después del décimo intento, me detuve. Cada intento quedaba registrado, asumí, y diez eran ya demasiados. La gente no suele equivocarse más de dos o tres veces.
La cosa no iba nada bien.
Pero había otras formas de descifrar la contraseña. Yo había recibido horas y horas de entrenamiento al respecto, y además me habían dado algunos artilugios que eran casi a prueba de idiotas. No es que yo fuera un hacker ni nada parecido, pero me las podía arreglar con un ordenador de forma bastante decente -lo suficiente, al menos, como para meterme en un problema de los gordos en Wyatt- y los aparatos que me habían dado eran ridículamente fáciles de instalar.
Básicamente se trataba de un sistema llamado «registro de pulsaciones». Este chisme grababa en secreto cada pulsación que hacía el usuario.
Podía venir en forma de software, como un programa de ordenador, o como dispositivo de hardware. Pero había que tener cuidado al instalar las versiones de software, porque nunca se sabía hasta qué punto se controlaban los sistemas de red de la empresa; tal vez podrían detectarlo. Así que Arnold Meacham me había recomendado que usara el dispositivo.
Me habían dado un surtido de pequeños juguetes. Uno era un diminuto conector de cable que se acoplaba entre el teclado y el ordenador. Era prácticamente invisible. Tenía un chip que grababa y guardaba hasta dos millones de pulsaciones. Después, simplemente, uno regresaba y lo quitaba del ordenador del objetivo, y así quedaba en poder de un registro de todo lo que él (o ella) había tecleado.
En un total de diez segundos, desconecté el teclado de Nora, lo conecté al Keyghost, y conecté el Keyghost al ordenador. Nora no lo vería nunca, y en un par de días yo volvería para recogerlo.
Pero no estaba dispuesto a salir de su despacho con las manos vacías. Repasé lo que había sobre el escritorio. No había gran cosa. Encontré el borrador, sin enviar todavía, de un correo electrónico dirigido al equipo del Maestro. «Mi más reciente investigación de mercado», escribió Nora, «indica que, si bien GoldDust es indudablemente superior, Microsoft Office va a aceptar tecnología inalámbrica BlackHawk. Aunque esto pueda representar un trastorno para nu
estros magníficos ingenieros, creo que estamos todos de acuerdo en que lo mejor es no nadar contra la corriente de Microsoft…».
Qué eficiente, Nora, pensé. Deseé con toda el alma que Wyatt estuviera en lo cierto.
También me faltaba revisar los archivos. Incluso en un lugar de alta tecnología como Trion, siempre hay documentos importantes en papel, ya se trate de originales o de copias de seguridad. Esta es la gran verdad de la llamada oficina sin papel: cuanto más utilizamos ordenadores, más papel para copias necesitamos. Abrí el primer archivador que encontré, que resultó no ser un archivador, sino una pequeña biblioteca oculta. ¿Por qué habrían de mantenerse estos libros fuera de la vista de la gente?, me pregunté. Miré los títulos de cerca y solté un grito de alegría.
Nora tenía filas y filas de libros con títulos como Mujeres que corren con lobos y Juego duro para mujeres y Juega como hombre, gana como mujer. Títulos como Por qué las chicas buenas no ganan… pero sí las valientes y Los siete secretos de la mujer exitosa y Los once mandamientos de la mujer (terriblemente) exitosa.
Nora, Nora, me sorprendí pensando. Vaya con Nora.
Cuatro de sus archivadores estaban cerrados sin llave, y comencé por ahí, hojeando sus terriblemente aburridos contenidos: informes de operatividad, especificaciones de productos, carpetas de desarrollo de productos, carpetas financieras… Nora, al parecer, lo documentaba todo, probablemente imprimía una copia de cada correo electrónico que enviaba o recibía. Yo sabía que lo bueno debía estar en los archivadores cerrados bajo llave. ¿Qué otra razón podía haber para ello?
Cogí el llavero de Lisa y rápidamente localicé la pequeña llave de los archivadores. En los cajones encontré varias carpetas de Recursos Humanos acerca de sus subordinados, que, si hubiera tenido tiempo, tal vez habrían resultado de interesante lectura. Los documentos financieros indicaban que Nora llevaba bastante tiempo en Trion, había adquirido muchas de sus opciones sobre acciones y comerciaba activamente con ellas, así que su capital neto ya iba por las siete cifras. Encontré mi carpeta; era muy delgada y no contenía nada como para asustarse. Nada de interés.
Luego miré con más atención y encontré unos cuantos folios, impresiones de correos electrónicos que Nora había recibido de alguien de arriba. Por lo que se veía, Alana Jennings, la mujer que había ocupado mi puesto antes que yo, había sido transferida abruptamente a otra parte de la empresa. Y Nora había cogido tal cabreo, que había hecho llegar su queja al mismísimo comienzo de la cadena alimenticia: al vicepresidente senior. Era una jugada atrevida.
Asunto: Re: Transferencia de Alana Jennings
Fecha: Martes, 8 de abril, 8:42:19 horas
De: GAllred
Para: NSommers
Nora:
Acuso recibo de sus varios correos en los cuales protesta usted por la transferencia de Alana Jennings a otra división de la empresa. Comprendo su disgusto, pues Alana es su empleada de más alto ranking, además de un valioso miembro de su equipo.
Lamentablemente, sin embargo, sus objeciones han sido desestimadas por la más alta autoridad. Las habilidades de Alana son requeridas con urgencia en el proyecto Aurora.
Permítame asegurarle que su equipo no se verá reducido. Se le ha concedido una solicitud de reemplazo, de manera que pueda usted cubrir el puesto de Alana con cualquier empleado interesado y calificado de la compañía.
Por favor indíqueme si puedo hacer algo más por usted.
Un saludo,
Greg Allred
Vicepresidente senior
Unidad de Investigaciones Avanzadas
Sistemas Trion
Te ayudamos a cambiar tu futuro
Y luego, dos días después, otro correo electrónico:
Asunto: Re: Re: Transferencia de Alana Jennings
Fecha: Jueves, 10 de abril, 14:13:07 horas
De: GAllred
Para: NSommers
Nora:
En relación con Aurora, mis disculpas más sinceras, pero no estoy en libertad de revelar la naturaleza exacta del proyecto salvo para decir que se trata de algo fundamental para el futuro de Trion. Puesto que Aurora es un proyecto secreto de la mayor confidencialidad, respetuosamente le solicito que no prosiga con este asunto.
Dicho lo cual, comprendo su dificultad a la hora de cubrir internamente la posición de Alana con alguien apropiadamente calificado. Por lo tanto, me alegra transmitirle que está usted autorizada, en esta instancia, para obviar la prohibición general de la compañía en el sentido de contrataciones externas. Este puesto podría ser designado como «bala de plata», lo cual la habilitaría para contratar a alguien de fuera. Espero que esto disipe sus preocupaciones.
No dude en escribir o llamar si tiene alguna pregunta.
Un saludo,
Greg Allred
Vicepresidente senior;
Unidad de Investigaciones Avanzadas
Sistemas Trion
Te ayudamos a cambiar tu futuro
Guau. De repente, todo empezaba a tener sentido. Me habían contratado para reemplazar a esta tal Alana, que había sido transferida a algo llamado Proyecto Aurora.
El Proyecto Aurora era evidentemente una empresa de alta confidencialidad: un trabajo secreto. Lo he encontrado, pensé.
No me pareció buena idea coger los correos y llevarlos a la fotocopiadora, así que saqué un bloc de papel amarillo de una pila alta que había en el armario de Nora y comencé a tomar apuntes.
No sé cuánto tiempo estuve sentado allí, en el suelo alfombrado de su despacho, pero debió de ser unos buenos cuatro o cinco minutos. Y de repente me percaté de algo que se movía en la periferia de mi campo visual. Levanté la cara y vi a un guardia de seguridad de pie en la puerta, observándome.
Trion no contrataba empresas de seguridad; tenía su propio personal, hombres de blazer azul marino y camisa blanca que parecían policías o acomodadores de iglesia. Este tío era un negro alto y fornido con pelo gris y muchos lunares como pecas sobre las mejillas. Tenía los ojos grandes y párpados pesados como los de un basset-hound, y usaba gafas de montura metálica. Estaba allí parado, mirándome.
Tanto tiempo invertido en ensayar lo que diría si me cogían, y en ese momento se me quedó la mente en blanco.
– Ya sé lo que tiene ahí -me dijo. No me estaba mirando; tenía la mirada fija en el escritorio de Nora. En el ordenador. ¿En el Keyghost? Dios mío, no, por favor, no.
– ¿Disculpe? -dije.
– Sé lo que tiene ahí. Ya lo creo que sí. Lo sé.
Entré en pánico. El corazón me latía a mil por hora. Dios santísimo, pensé: me han jodido.
Capítulo 22
Parpadeó, siguió mirando. ¿Me había visto instalar el aparato? Y enseguida me embargó otra idea, igual de escalofriante: ¿había visto el nombre de Nora sobre la puerta? ¿No se preguntaría qué hacía un hombre en el despacho de una mujer, hojeando sus archivos?
Eché una mirada a la placa de la puerta, justo detrás del guardia. Ponía N.SOMMERS. N.SOMMERS podía ser cualquier persona, hombre o mujer. Con todo, era posible que ese hombre llevara toda la vida patrullando por esos pasillos, y que conociera a Nora desde hacía años.
El guardia estaba todavía de pie en el umbral, bloqueando la salida. ¿Qué coño se suponía que debía hacer? Podía intentar salir corriendo, pero primero tendría que superar al hombre, lo cual quería decir echarme sobre él, derribarlo y apartarlo del camino. Era grande pero viejo, probablemente no era muy veloz; aquello podía funcionar. Así que hablábamos de agresión con lesiones. Y contra un anciano. Dios mío.
Pensé con rapidez. ¿Decir que soy nuevo? Repasé una serie de explicaciones mentalmente: yo era el nuevo asistente de Nora Sommers. Era su subordinado directo -lo era, al fin y al cabo- y hoy me encontraba trabajando hasta tarde a instancias suyas. ¿Qué iba a saber este tío? No era más que un guardia de seguridad.
Dio un par de pasos al interior del despacho, sacudió la cabeza.
– Y yo que creía haberlo visto todo, tío.
– Mire, tenemos un gran proyecto que entreg
ar mañana -comencé a decir, indignado.
– Tiene usted un Bullitt. Eso es un Bullitt genuino.
Enseguida vi lo que el hombre miraba con tanta atención mientras avanzaba. Era una fotografía a color, de gran tamaño y marco plateado, que había colgada en la pared. La foto de un deportivo clásico bellamente restaurado. El guardia caminaba hacia ella, aturdido, como si se acercara al Arca de la Alianza.
– Mierda, tío, es un Mustang 1968 GT tres-noventa, y es original. -Exhaló como si hubiera visto el rostro del Señor.
La adrenalina surtió efecto y el alivio empezó a salirme por los poros. Dios mío.
– Sí -dije con orgullo-. Lo felicito.
– Tío, mira este Mustang. ¿Y este pony es GT de fábrica?
¿Qué coño sabía yo? Era incapaz de distinguir un Mustang de un Dodge Dart. Por lo que yo sabía, aquello podía ser la foto de un Gremlin AMC.
– Claro -dije.
– Hay cantidad de falsos por ahí, ¿sabe? ¿Ha levantado el asiento trasero, ha visto si tiene las placas metálicas, los refuerzos del tubo de escape doble?
– Sí, claro -dije con ligereza. Me puse de pie, alargué la mano-. Nick Sommers.
Su apretón era seco, y su mano grande envolvió la mía.
– Luther Stafford -dijo-. Me parece que no lo he visto antes.
– Sí, nunca estoy por las noches. Este maldito proyecto… Siempre lo mismo: «Lo necesitamos para las nueve de la mañana, corre prisa.» Sí, date prisa y luego espérate. -Traté de parecer despreocupado-. Da gusto ver que no soy el único que trabaja hasta tarde.
Pero el guardia no cambiaba de tema.
– Tío, creo que nunca he visto un pony Fastback en Highland Green. Fuera de una peli, quiero decir. Este parece el mismo que usó Steve McQueen para sacar de la carretera al malvado Dodge Charger negro y obligarlo a meterse en la gasolinera. Volaban los tapacubos, tío. -Soltó una risita suave y dulce, una risa de cigarrillos y alcohol-. Bullitt. Mi peli favorita. La he visto mil veces.
Paranoia Page 11