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Paranoia

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by Joseph Finder


  – Tengo que estar a la altura. Es importante.

  – Razón de más para que vaya a trabajar esta noche -dijo, e hizo girar la llave del encendido.

  Capítulo 29

  Llegué a las oficinas de Trion a primera hora de la noche. El parking estaba casi completamente vacío; tal vez las únicas personas presentes eran los guardias de seguridad, los que supervisaban los centros operativos las veinticuatro horas y los ocasionales empleados a quienes el trabajo ha vuelto locos: yo fingiría ser uno de éstos. No reconocí a la recepcionista, una mujer latina que no parecía muy contenta de estar allí. Cuando entré, apenas si me miró; pero me obligué a saludarla y a parecer sumiso, o avergonzado, o algo así. Subí a mi cubículo, hice un poco de trabajo de verdad: unas hojas de cálculo para las ventas del Maestro en la zona del mundo que llamaban EMOA, es decir, Europa/Medio Oriente/Asia. Las tendencias no parecían demasiado buenas, pero Nora quería que manipulara los números para sacar cualquier dato que pudiera ser estimulante.

  La mayor parte de la planta estaba a oscuras. Hasta tuve que encender las luces de mi área. Era intimidador.

  Meacham y Wyatt querían los archivos personales de toda la gente de Aurora. Querían tener la historia laboral de cada uno de los empleados, que les diría de qué compañía venían y qué habían hecho en su anterior trabajo. Era una buena manera de averiguar de qué iba lo de Aurora.

  Pero uno no podía entrar en Recursos Humanos como Pedro por su casa y abrir los archivadores y sacar los archivos que quisiera. El Departamento de Recursos Humanos de Trion, a diferencia de otras partes de la compañía, tomaba muchas precauciones de seguridad. Primero, sus ordenadores no eran accesibles a través de la base de datos principal de la empresa; la suya era una red completamente separada. Supongo que eso era razonable: los registros personales contenían todo tipo de información privada, como las evaluaciones del rendimiento de la gente, el valor de sus 401(k) [8] y opciones de compra de acciones, todo eso. Tal vez Recursos Humanos tenía miedo de que los trabajadores se enteraran de la diferencia de salarios entre un alto ejecutivo y cualquier otro empleado de Trion, y hubiera motines en los cubículos.

  Recursos Humanos quedaba en la tercera planta del ala E: había que caminar un buen trecho desde Marketing de Nuevos Productos. En el camino había una buena cantidad de puertas cerradas, pero lo más probable era que mi tarjeta de acceso las abriera todas.

  En ese momento recordé que en algún lugar quedaba registrado quién pasaba por qué controles y a qué hora. La información quedaba guardada, lo cual no significaba necesariamente que alguien la mirara o hiciera algo con ella. Pero si las cosas llegaban a complicarse más tarde, no se vería bien que yo hubiera estado caminando desde Nuevos Productos hasta Personal un domingo por la noche, dejando por todo el camino migas de pan digital.

  Así que salí del edificio: bajé por el ascensor y salí por una de las puertas traseras. Lo curioso de estos sistemas de seguridad es que sólo registraban las entradas, no las salidas. Al salir no había que usar la identificación. Tal vez era disposición del Departamento de Bomberos, no lo sabía. Pero eso quería decir que yo podía salir del edificio sin que nadie lo supiera.

  En ese momento, afuera ya estaba oscuro. El edificio de Trion estaba totalmente iluminado, su piel cromada brillaba y las ventanas eran azul medianoche. Allí fuera todo estaba relativamente en silencio, sólo se oía el shush de los coches que pasaban cada cierto tiempo por la autopista.

  Rodeé el edificio hasta llegar al ala E, donde parecían ubicarse muchas de las funciones administrativas -Central de Adquisiciones, Dirección de Sistemas, ese tipo de cosas- y vi a alguien saliendo de la entrada de servicio.

  – Oye, ¿me puedes tener la puerta? -grité. Le enseñé la tarjeta de acceso de Trion; el tipo parecía parte del personal de limpieza o algo así-. La maldita tarjeta no me funciona bien.

  El tío me sostuvo la puerta sin mirarme siquiera, y yo entré apresuradamente. Nada quedó registrado. Hasta donde el sistema central podía saber, yo seguía arriba, en mi cubículo.

  Subí por la escalera a la tercera planta. La puerta no estaba cerrada con llave. También esto era norma del Departamento de Bomberos: en edificios de una cierta altura, en caso de emergencia, se tenía que poder ir de una planta a la siguiente por la escalera. Probablemente algunos pisos tenían un puesto de control de identificaciones apenas uno entraba por la puerta de la escalera. Pero la tercera planta no. Entré directo al área de recepción, justo afuera de Recursos Humanos.

  El área de espera tenía el perfecto aspecto de Recursos Humanos: mucha caoba muy majestuosa, para decir somos serios y es tu carrera la que está en juego, y sillas acogedoras de apariencia cómoda que te decían: cuando vengas a Recursos Humanos, vas a tener que esperarte durante horas y horas.

  Miré alrededor, tratando de encontrar cámaras de circuito cerrado, y no vi ninguna. No esperaba que hubiera; esto no era un banco, ni la sección de trabajos subterráneos, pero simplemente quería asegurarme. En todo caso, asegurarme tanto como fuera posible.

  Las luces estaban bajas, lo cual hacía que el lugar pareciera más majestuoso. O espeluznante. No pude decidirme.

  Me quedé allí unos segundos, pensando. No había alrededor nadie del personal de limpieza que pudiera abrirme; probablemente venían a últimas horas de la noche o temprano por la mañana. Ésa hubiera sido la mejor forma de entrar. En vez de eso, tendría que volver a usar el viejo truco de mi-tarjeta-no-funciona que me había traído hasta donde estaba. Volví a bajar por la escalera y entré en la recepción por la parte de atrás, donde encontré a una recepcionista de pelo rojo cobrizo que estaba viendo un episodio repetido de Survivor en una de las pantallas de seguridad.

  – Y yo que me creía el único obligado a trabajar en domingo -dije.

  Levantó la cara, sonrió educadamente y siguió viendo su programa. Yo tenía todo el aspecto de ser de allí, tenía la tarjeta de acceso colgada del cinturón y venía desde dentro, así que era normal que estuviera allí, ¿no? La mujer no era muy conversadora, y tanto mejor: sólo quería que la dejara sola para seguir viendo Survivor. Haría lo que fuera para deshacerse de mí.

  – Oiga -le dije-, siento molestarla, pero ¿no tiene una de esas máquinas para arreglar tarjetas? No es que me muera por entrar al despacho, pero tengo que hacerlo o me echarán, y el maldito lector de tarjetas no me deja entrar. Es como si supiera que debería estar en casa, viendo el fútbol, ¿sabe?

  Sonrió. Probablemente ni siquiera estaba acostumbrada a que los empleados de Trion se percataran de su existencia.

  – Sí, lo entiendo muy bien -dijo-. Pero lo siento, no hay máquina hasta mañana.

  – Joder, ¿y cómo voy a entrar? No puedo esperar a mañana. Me han jodido.

  Asintió, levantó el teléfono.

  – Frank -dijo-, ¿nos puedes echar una mano?

  Un par de minutos después llegó Frank, el guardia de seguridad. Era un tipo pequeño, enjuto y moreno de unos cincuenta años, que llevaba un evidente peluquín de pelo negro sobre el pelo de verdad, que estaba echando canas. Nunca he logrado entender por qué alguien se molesta en ponerse un peluquín si no va a actualizarlo cada cierto tiempo para darle un aspecto más o menos convincente. Cogimos el ascensor hasta el tercer piso. Empecé a parlotear acerca de cómo Recursos Humanos tenía un sistema de tarjetas jerárquicamente distinto, pero él no parecía muy interesado. Quería hablar de deportes, y yo eso podía hacerlo, no hay problema. Estaba deprimido por lo de los Broncos de Denver, y yo fingí estarlo también. Cuando llegamos a Recursos Humanos, sacó su tarjeta de acceso, que probablemente le permitía entrar a todas partes en esta zona del edificio. La movió frente al lector.

  – No se quede hasta demasiado tarde -dijo.

  – Gracias, jefe -dije.

  Se dio la vuelta para mirarme.

  – Será mejor que se haga ver esa tarjeta -dijo.

  Estaba dentro.

  Capítulo 30

  Tan pronto como uno pasaba del área de recepción, Recursos Humanos tenía el mismo aspecto que cualquier otro d
epartamento de Trion: el mismo despliegue genérico de cubículos. Sólo las luces de emergencia estaban encendidas, y no los fluorescentes del techo. Por lo que pude ver mientras daba un paseo, todos los cubículos estaban vacíos, al igual que todos los despachos. No me tomó demasiado tiempo descubrir dónde estaban los archivos. En el centro de la planta había una cuadrícula inmensa hecha de largos corredores de archivadores horizontales de color beige.

  Había pensado hacer todo el espionaje por medio de la red, pero eso no hubiera funcionado sin una contraseña de Recursos Humanos. Ya que estaba aquí, pensé, podía aprovechar para dejar uno de mis sistemas de almacenamiento de pulsaciones. Después podría volver a por él. Era Wyatt Telecom quien pagaba por estos juguetitos, no yo. Encontré un cubículo e instalé el aparato.

  Por ahora, pensé, lo que tenía que hacer era hurgar en los archivadores y encontrar a la gente de Aurora. Y tenía que darme prisa: cuanto más tiempo me quedara, más posibilidades tenía de ser descubierto.

  La pregunta era: ¿cómo estaban organizados? ¿Alfabéticamente, por apellido? ¿Por orden del número de empleado? Cuanto más miraba las etiquetas de los archivadores, más desalentado me sentía. Qué, ¿acaso creía que iba a entrar bailando, abrir una puerta y sacar las carpetas que necesitaba? Había filas y filas de cajones con etiquetas como administración de beneficios y pensiones/rentas/jubilaciones y enfermedad, sabáticos y otros permisos; cajones etiquetados como solicitudes, compensación laboral y solicitudes, en litigio; un área llamada registros de inmigración y nacionalización… y así una tras otra. Era abrumador.

  Por alguna razón, en mi cabeza estaba sonando una cancioncilla ñoña, un viejo éxito: Band on the run, de la desafortunada época de Paul McCartney con los Wings. Es una canción que de verdad detesto, más que cualquier cosa de Celine Dion. La tonada es molesta pero pegajosa, como una conjuntivitis, y la letra no tiene ningún sentido. «A bell was ringing in the village square for the rabbits on the run.» [9] Eh, si, vale.

  Probé con uno de los cajones, y, obviamente, estaba cerrado con llave; todos lo estaban. Cada archivador tenía una cerradura en la parte superior, y todos debían estar igualmente cerrados. Busqué un escritorio de asistente, y mientras tanto la maldita canción me seguía dando vueltas en la cabeza… «The county judge… held a grudge»… [10] también mientras buscaba en el escritorio. Por supuesto, la llave de los archivos estaba allí, en un llavero que había en el cajón superior del centro. Meacham tenía razón: la llave siempre es fácil de encontrar.

  Me decidí por el orden alfabético.

  Tras escoger un nombre de la lista de Aurora -Yonah Oren-, empecé a mirar por la O. No había nada. Busqué otro nombre -Sanjay Patel- y tampoco encontré nada allí. Lo intenté con Peter Daut: nada. Curioso. Sólo por ser concienzudo, busqué esos nombres en los cajones de pólizas de seguros, accidentes. Nada. Lo mismo con los archivos de pensiones. De hecho, al parecer, no había nada en ninguno de los cajones.

  «The jailer man and the Sailor Sam…» [11] Esto era como una de esas torturas chinas con agua. ¿Qué coño significaba esa insípida letra? ¿Alguien lo sabía?

  Lo extraño era que en los lugares donde debían estar los registros parecía a veces haber pequeños vacíos, fichas sueltas, como si alguien hubiera retirado las carpetas. ¿O me lo estaba imaginando? Justo cuando estaba a punto de darme por vencido, recorrí de nuevo las filas de archivadores, y en ese momento vi un nicho separado, una habitación separada junto a la cuadrícula de archivadores. En la entrada del nicho había un letrero:

  REGISTROS CONFIDENCIALES DE PERSONAL

  Acceso permitido sólo bajo autorización

  de James Sperling o Lucy Celano

  Entré al nicho y sentí un gran alivio al ver que allí las cosas eran simples: los cajones estaban organizados según el número del departamento. James Sperling era él director de Recursos Humanos, y Lucy Celano era su asistente administrativa. Me tomó un par de minutos encontrar el escritorio de Lucy Celano, y unos treinta segundos encontrar su llavero (cajón inferior derecho).

  Enseguida regresé a los archivadores restringidos y encontré el cajón que; contenía los números de departamento, incluyendo el proyecto Aurora. Le di la vuelta a la llave y abrí el cajón. Soltó un sonido metálico y hueco, como si alguna rueda de la parte trasera del cajón se hubiese desprendido. Me pregunté con qué frecuencia los empleados abrían estos cajones. ¿Trabajaban básicamente con registros informáticos, y conservaban copias de seguridad tan sólo por razones legales y para las auditorías?

  Y en ese momento vi algo verdaderamente raro: todas las carpetas del Departamento Aurora habían desaparecido. Quiero decir que había un vacío de medio metro de largo, tal vez setenta centímetros, entre el número anterior y el siguiente. La mitad del cajón estaba vacía.

  Alguien se había llevado los archivos de Aurora.

  Durante un instante me pareció que se me había parado el corazón. Me sentía mareado.

  Por el rabillo del ojo vi una luz blanca que comenzaba a lanzar destellos. Era una de esas luces estroboscópicas de emergencia, y estaba montada en lo alto de la pared, cerca del techo, justo fuera del nicho. ¿Para qué diablos servía? Y unos segundos después comenzó el ruido increíblemente ronco y sonoro de una sirena: uh-ah, uh-ah.

  De alguna manera había disparado el sistema de detección de intrusos que probablemente protegía los archivos confidenciales.

  La sirena era tan fuerte que seguramente se podía oír a lo largo de toda el ala.

  Capítulo 31

  Los de Seguridad llegarían en cualquier momento. Tal vez la única razón por la cual no se habían presentado todavía era que los domingos había menos guardias trabajando.

  Corrí a la puerta, me lancé con todo mi peso contra la barra, y la puerta no se movió. El impacto me dolió horriblemente.

  Lo intenté de nuevo; el cerrojo estaba echado. Dios mío. Lo intenté con otra puerta, y también ésta estaba cerrada por dentro.

  En ese momento entendí lo que había sido aquel sonido hueco y metálico de hacía un rato: al abrir el cajón del archivador, debí accionar algún mecanismo que cerraba automáticamente todas las puertas de la zona. Corrí al otro lado de la planta, donde había otro grupo de puertas de salida, pero tampoco pude abrirlas. Incluso la pequeña puerta de emergencia para casos de incendio estaba cerrada con llave: eso tenía que ir contra las regulaciones.

  Estaba atrapado como un ratón en un laberinto. Los de Seguridad llegarían en cualquier momento, y registrarían el lugar entero.

  La cabeza me iba a mil por hora. ¿Podría tal vez engañarles, fingir ser un empleado que «por accidente» había abierto el cajón equivocado? Frank, el guardia de seguridad, me había permitido la entrada: tal vez podría convencerle de que había entrado accidentalmente en el área equivocada, había abierto el cajón equivocado. Me había parecido caerle bien, así que eso podría funcionar. Pero ¿qué pasaría si llegaba a hacer su trabajo como era debido, me pedía que le enseñara mi identificación y veía que no pertenecía a ningún lugar ni remotamente cerca de allí?

  No, no podía arriesgarme. No tenía opción: debía esconderme. Estaba encerrado.

  «Encerrado entre cuatro paredes», me gimieron los Wings empalagosamente. ¡Dios mío!

  La luz estroboscópica seguía palpitando, luminosa, cegadora, y la alarma sonaba uh-ah, uh-ah, como si aquello fuera un reactor nuclear durante una fusión accidental.

  Pero ¿dónde podía esconderme? Supuse que lo primero que debía hacer era crear alguna forma de distracción, una explicación inocente y plausible para el estallido de la alarma. ¡Mierda, se acababa el tiempo!

  Si me cogían allí, todo habría terminado. Todo. No sólo perdería mi empleo en Trion: sería mucho peor. Era un desastre, una completa pesadilla.

  Agarré el cubo metálico más próximo. Estaba vacío, así que cogí un pedazo de papel de un escritorio vecino, lo arrugué, saqué mi encendedor y lo encendí. Regresé corriendo al nicho de los registros confidenciales y lo recosté contra la pared. Luego saqué un ciga
rrillo de mi cajetilla y lo arrojé también dentro del cubo. El papel se quemó en una llamarada y despidió una gran nube de humo. Tal vez, si llegaban a encontrar parte del cigarrillo, le echarían la culpa a la vieja colilla. Tal vez.

  Oí pasos sonoros, voces que parecían venir de la escalera trasera.

  Dios mío, no, por favor. Todo ha terminado. Todo ha terminado.

  Vi lo que parecía ser una puerta de armario. No tenía seguro. Era un armario de materiales de oficina; no era demasiado ancho, pero tendría unos cuatro metros de profundidad, y estaba atiborrado por filas altas de estanterías llenas de resmas de papel y cosas así.

  No me atreví a encender la luz, así que no se veía gran cosa; pero pude distinguir un espacio entre dos estanterías en la parte de atrás, un espacio en el cual quizá podría deslizarme.

  Tan pronto como cerré la puerta tras de mí, escuché otra puerta que se abría, y luego gritos ahogados.

  Me quedé inmóvil. La alarma seguía chillando. La gente corría de un lado al otro, gritando más y más fuerte, más y más cerca.

  – ¡Aquí! -bramó alguien.

  El corazón me tronaba en el pecho. Contuve la respiración. Cada vez que me movía, aunque sólo fuera levemente, el estante que tenía detrás soltaba un chirrido. Al girarme un poco, toqué con el hombro una caja, y sonó un crujido de papel. No creí que alguien que pasara por allí pudiera oír los pequeños ruidos que estaba haciendo, tanto era el escándalo que había allá afuera, los gritos y las sirenas y todo lo demás. Pero me obligué de todas formas a permanecer completamente quieto.

  – ¡Maldito cigarrillo! -escuché con gran alivio.

  – ¡Extintor! -replicó alguien.

  Durante un largo rato -pudieron ser diez minutos, media hora, no tenía ni idea, porque no podía mover el brazo para ver el reloj- me quedé allí, retorciéndome incómodamente, acalorado y sudoroso, en un estado de inmovilidad total y con los pies dormidos por la graciosa posición en que estaba.

 

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