Estaba entrando en mi despacho cuando dijo:
– Ah, sí, ha venido alguien a verlo.
– ¿Ha dejado un nombre?
– No. Ha dicho que era amigo suyo. En realidad, ha dicho que era «colega» suyo. Rubio, guapo…
– Creo que sé de quién se trata -dije. ¿Qué podía querer Chad?
– Ha dicho que usted le había dejado algo sobre su escritorio, pero no le he dejado entrar a su despacho, usted no me había avisado nada al respecto. Espero no haberme equivocado. Parecía ofendido.
– Perfecto, Jocelyn. Gracias.
Era Chad, definitivamente, pero ¿por qué trataba de meterse a husmear en mi despacho?
Me conecté, busqué mis correos electrónicos. Uno de ellos me saltó a la cara: una nota que Seguridad Empresarial enviaba a «Nivel C y personal de Trion».
Alerta de seguridad
A finales de la semana pasada, después de un pequeño incendio en el Departamento de Recursos Humanos de Trion, una investigación rutinaria descubrió la presencia de un sistema de vigilancia colocado de manera ilegal.
Un error de seguridad de esta naturaleza en un área sensible es motivo de gran preocupación para todos nosotros. Por ello, Seguridad ha emprendido un rastreo preventivo en todas las áreas sensibles de la empresa, incluyendo despachos y terminales de trabajo, en busca de señales de intrusión o colocación de sistemas. Usted será contactado en breve. Apreciamos su cooperación en esta vital campaña de seguridad.
Inmediatamente empecé a sentir sudor en el cuello y bajo los brazos.
Habían encontrado el aparato que estúpidamente había colocado durante mi abortada intrusión en Recursos Humanos. Dios mío. Ahora los de Seguridad revisarían ordenadores y despachos en las zonas «sensibles» de la compañía, que de seguro incluían el séptimo piso.
¿Y cuánto tardarían en descubrir el aparato que yo había puesto en el ordenador de Camilletti?
De hecho, ¿no era posible que hubiera cámaras de seguridad en el vestíbulo, frente al despacho de Camilletti, y hubieran grabado mi intrusión?
Pero ¿cómo podían haber encontrado el Keyghost?
Algo no andaba bien. Ninguna «investigación rutinaria» habría podido descubrir el cable trucado. Faltaba un dato; había un eslabón de la cadena que no habían hecho público.
Salí del despacho y le dije a Jocelyn:
– ¿Ha visto el mensaje de Seguridad?
– ¿Mmm? -Levantó la vista del ordenador.
– ¿Tendremos que comenzar a cerrar todo con llave? ¿Qué está realmente ocurriendo aquí?
Negó con la cabeza. No parecía demasiado interesada.
– Pensé que tal vez usted conocería a alguien de Seguridad. -Le dije-. ¿No es así?
– Querido -me dijo-, conozco a alguien en cada departamento de esta compañía.
– Pff -dije, me encogí de hombros y me fui al lavabo.
Cuando regresé, Jocelyn estaba hablando por teléfono a través del micro de sus auriculares. Me hizo señas, sonrió y asintió como si quisiera decirme algo.
– Creo que es hora de que Greg nos diga adiós -dijo por el teléfono-. Querida, tengo que irme. Un placer hablar contigo -me miró-. Típicas tonterías de Seguridad -dijo con gesto de persona curtida-. Se pondrían medallas por el sol y la lluvia si se los permitieran. Es lo que pensé: se están poniendo medallas por un momento de suerte. Después del incendio, uno de los ordenadores de Recursos Humanos dejó de funcionar bien, así que llamaron a Soporte Técnico, y uno de los técnicos vio algo raro conectado al teclado, algo así, un cable extra, no lo sé. Créame, los chicos de Seguridad no son los genios del barrio, ni mucho menos.
– ¿Así que lo del «error de seguridad» es mentira?
– Pues mi amiga Caitlin dice que sí que encontraron una especie de cosilla de espías, pero los Sherlock Holmes de Seguridad no lo hubieran descubierto sin un golpe de suerte.
Resoplé, con aire divertido, y regresé a mi despacho. Los intestinos se me habían congelado. Al menos mis sospechas eran correctas -Seguridad había estado de suerte- pero el asunto era que habían descubierto el Keyghost. Tendría que regresar al despacho de Camilletti para recuperar el cable antes de que lo descubrieran.
En mi ausencia, una ventana de mensaje instantáneo había aparecido en la pantalla de mi ordenador.
Para: Adam Cassidy
De: ChadP
Hola Adam: He tenido una comida muy interesante con un viejo amigo tuyo de WyattTel. Estaría bien que me llamaras.
C.
Ahora me sentía como si las paredes se me vinieran encima. Seguridad estaba haciendo un rastreo, y ahora estaba lo de Chad.
Chad, cuyo tono era definitivamente amenazador, como si acabara de enterarse de lo que yo no quería que se enterara. La parte en que ponía «muy interesante» era preocupante, al igual que la parte del «viejo amigo», pero lo peor de todo era «Estaría bien que me llamaras», que parecía decir: Te tengo en mis manos, gilipollas. No iba a ser él quien llamara; no, quería que yo me retorciera, sudara, lo llamara muerto de pánico… y sin embargo, ¿cómo podía no llamarlo? ¿No lo llamaría por simple curiosidad acerca de un «viejo amigo»? Tenía que llamarlo.
Pero en ese momento necesitaba un poco de ejercicio. No es que tuviera tiempo que perder, pero necesitaba estar despejado para lidiar con los últimos acontecimientos. Cuando salí del despacho, Jocelyn me dijo:
– Me había pedido que le recordara la emisión del anuncio de Goddard. A las cinco.
– Cierto. Gracias. -Miré el reloj: faltaban veinte minutos. No quería perdérmela, pero podía verla, mientras hacía ejercicio, en los pequeños monitores de la zona cardiovascular. Matar dos pájaros, etcétera.
Entonces recordé el maletín y su contenido radioactivo. El maletín estaba en mi despacho, junto a mi escritorio, sin llave. Cualquiera podría abrirlo y ver los documentos que había robado del despacho de Camilletti. ¿Y ahora qué? ¿Meterlos en uno de los cajones de mi escritorio y cerrarlo con llave? Pero Jocelyn tenía una llave de mi escritorio. De hecho, no había un solo lugar donde pudiera guardarlos sin que ella tuviera acceso a ellos si así lo deseaba.
Regresé rápidamente al despacho, cogí los documentos de Camilletti de mi maletín, los puse en un sobre de papel manila y me los llevé al gimnasio. Tendría que llevar estos malditos documentos encima hasta llegar a casa, y sólo entonces podría mandarlos por fax de seguridad y enseguida destruirlos. No le dije a Jocelyn adónde iba; ella tenía acceso a mi Gestor de Citas, y sabía que no tenía ninguna programada.
Pero era demasiado educada para preguntármelo.
Capítulo 55
Pocos minutos antes de las cinco, en el gimnasio de la compañía no había demasiada gente. Me senté en una elíptica y me puse los auriculares. Mientras calentaba, di un repaso por los canales de cable -MSNBC, CSPAN, CNN, CNBC- y alcancé a ver el cierre de mercado. Tanto el NASDAQ como el Dow eran bajos: otro día de perros. A las cinco cambié al canal de Trion, que normalmente pasaba cosas tediosas como presentaciones, publicidad, etcétera.
Apareció el logo de Trion, luego un fotograma de Goddard en el estudio; vestía una camisa azul marino de cuello abierto, y su franja de pelo blanco, tan indisciplinada normalmente, estaba bien peinada esta vez. El fondo era negro con puntos azules y parecía el plato de Larry King en la CNN, salvo por el logo de Trion notoriamente ubicado encima del hombro izquierdo de Goddard. Me di cuenta de que estaba nervioso: ¿por qué? Esto no era en directo, Goddard lo había grabado el día anterior y yo sabía exactamente lo que iba a decir. Pero quería que lo hiciera bien. Quería que presentara el argumento de los despidos de forma convincente y poderosa, porque sabía que la noticia molestaría a mucha gente de la compañía.
No tuve que preocuparme. Su discurso no fue simplemente bueno; fue alucinante. En los cinco minutos no hubo una sola nota en falso. Goddard abrió con sencillez: «Hola. Soy Augustine Goddard, presidente y director ejecutivo de Trion Systems, y hoy me corresponde la difícil labor de transmitirles una mala noticia.» Habló de la industria, de lo
s problemas recientes de Trion. Dijo: «No voy a andarme con rodeos, no voy a llamar estos despidos "desgaste involuntario" ni "cese voluntario".» Dijo: «En este negocio, nadie quiere admitir que las cosas no le van bien, que el líder de una compañía ha juzgado mal, o la ha pifiado, ha cometido errores. Pues bien, estoy aquí para decirles que la hemos pifiado. Hemos cometido errores. Como presidente de la compañía, yo mismo he cometido errores.» Dijo: «Considero la pérdida de empleados valiosos, de miembros de nuestra familia, como un grave fracaso.» Dijo: «Un despido es como una herida terrible: causa dolor en todo el cuerpo.» A uno le daban ganas de abrazar a este tío y decirle tranquilo, no es culpa tuya, te perdonamos. Dijo: «Quiero decirles que acepto la responsabilidad por este contratiempo, y haré todo lo que esté a mi alcance para que esta compañía vuelva al buen camino.» Dijo que a veces veía esta compañía como un trineo gigantesco, pero que él era el perro que va delante, no el hombre que va en el trineo con el látigo en la mano. Dijo que durante años se había opuesto a los despidos masivos, como sabía todo el mundo, pero bueno, algunas veces había que tomar la decisión más difícil, seguir la corriente. Juró que su equipo administrativo cuidaría bien de todas y cada una de las personas afectadas por los despidos; dijo que las indemnizaciones ofrecidas eran las mejores de la industria; que eran lo menos que la empresa podía hacer para echar una mano a empleados leales. Terminó hablando de la manera en que se había fundado Trion, de cómo los veteranos de la industria habían predicho una y otra vez su desaparición y, sin embargo, había salido de cada crisis más fuerte que antes. Cuando terminó, yo tenía los ojos llenos de lágrimas y me había olvidado por completo de mover los pies. Estaba allí, sentado en la máquina elíptica, observando la pantalla como un zombi. Había voces fuertes alrededor, y al mirar vi grupos de gente reunida que hablaban animadamente y con aspecto sorprendido. Entonces me quité los auriculares y seguí con mi rutina de ejercicios mientras el lugar comenzaba a llenarse.
Pocos minutos más tarde, alguien ocupó la máquina que había a mi lado, una mujer con mallas de lycra, muy buen culo. Conectó los auriculares al monitor y estuvo un rato manipulándolos, y luego me dio un golpecito en el hombro.
– ¿Tienes sonido en tu equipo? -preguntó. Reconocí la voz incluso antes de ver la cara de Alana. Sus ojos se abrieron-. ¿Qué haces tú aquí? -dijo, a la vez asombrada y acusadora.
– Dios mío -dije. Estaba de verdad sobresaltado; no tuve que fingir-. Yo trabajo aquí.
– ¿Tú? Yo también, es alucinante.
– ¡Qué dices!
– No me dijiste… bueno, también es cierto que no te pregunté, ¿o sí?
– Es increíble -dije. Ahora sí que fingía, y no con el entusiasmo suficiente. Me había sorprendido con la guardia baja, aunque supiera que esto podía ocurrir; lo irónico era que estaba demasiado nervioso para sonar realmente sorprendido.
– Qué coincidencia -dijo ella-. No me lo puedo creer.
Capítulo 56
– ¿Hace cuánto… hace cuánto que trabajas aquí? -dijo, bajándose del aparato. No pude interpretar su expresión. Parecía divertida pero contenida.
– Acabo de comenzar. Hace un par de semanas. ¿Y tú?
– Hace años. Cinco. ¿Dónde trabajas?
No creí que el estómago se me pudiera cerrar más, pero lo hizo.
– Me contrató la División de Productos de Consumo. Marketing de nuevos productos, ¿te suena?
– Me estás tomando el pelo.
– No me digas que estás en la misma división que yo. Eso lo sabría, te habría visto.
– Pues lo estuve.
– ¿Lo estuviste? ¿Y ahora dónde estás?
– Hago marketing para algo llamado Tecnologías Disruptivas -dijo con reticencia.
– ¿En serio? Qué guay. ¿Y qué es eso?
– Es aburrido -dijo, pero no sonó convincente-. Muy complicado. Asuntos especulativos, cosas así.
– Mmm -dije. No quería sonar demasiado interesado-. ¿Has visto el discurso de Goddard?
Asintió.
– Qué fuerte, ¿no? -dijo-. Yo no sabía que estábamos tan mal. Es que despidos masivos… siempre piensas que los despidos masivos son para los demás, nunca para Trion.
– ¿Cómo te parece que lo ha hecho?
Quería prepararla para el momento inevitable en que me buscara en el Intranet y descubriera cuál era mi verdadero trabajo. Al menos podría decir después que no le había ocultado nada; simplemente había tanteado el terreno en nombre de mi jefe. Como si yo hubiera tenido algo que ver con el discurso de Goddard.
– Me ha sorprendido, por supuesto. Pero la forma en que lo ha presentado tenía sentido. Claro, para mí es fácil decirlo, porque tengo ciertas garantías por mi trabajo. Pero tú, como contratación reciente…
– No creo que vaya a tener ningún problema, pero quién sabe. -De verdad quería que nos saliéramos del tema de mi trabajo actual-. Goddard ha sido bastante directo.
– Así es él. Un tío genial.
– Sí, su talento es innato -dije. Hice una pausa-. Oye, siento mucho la forma en que terminó nuestra cita.
– ¿Lo sientes? No, no hay nada que sentir -su voz se hizo más dulce-. ¿Y cómo está tu padre?
A la mañana siguiente, le había dejado un mensaje en el contestador, diciendo que mi padre había sobrevivido.
– Ahí, tirando. En el hospital tiene un nuevo elenco de personas a las que amenazar e intimidar, así que tiene nuevas razones para vivir.
Sonrió educadamente, como si no quisiera reírse a expensas de un hombre moribundo.
– Pero si te parece, me gustaría tener una segunda oportunidad.
– Sí, a mí también. -Volvió a la máquina y comenzó a mover los pies mientras le daba a los números de la consola-. ¿Todavía tienes mi número? -Enseguida sonrió de forma genuina y su rostro se transformó. Era hermosa, de verdad, sorprendentemente hermosa-. Pero ¿qué digo? Me puedes buscar en la web de Trion.
Aun después de las siete Camilletti seguía en su despacho. Estaba claro que era un momento de mucho trabajo, pero quería que el tío se fuera a casa para poder entrar en su despacho antes de que lo hicieran los de Seguridad. También quería llegar a casa y dormir un poco, porque estaba a punto de irme a pique.
Estaba intentando imaginar la forma de meter a Camilletti en mi «lista de contactos» sin que él se diera cuenta, para así saber cuándo estaba conectado y cuándo no, y de repente apareció en la pantalla de mi ordenador una ventana de mensaje instantáneo. Era Chad.
ChadP: No llamas, no escribes. L No me digas que te has vuelto demasiado importante para tus viejos amigos.
Escribí:
Lo siento, Chad, ha sido un día de locos.
Hubo una pausa de medio minuto, más o menos. Enseguida:
Seguro que sabías lo de los despidos desde antes, ¿eh? Qué suerte tienes de ser inmune.
No supe cómo responder, así que durante uno o dos minutos dejé de escribir, y luego sonó el teléfono. Jocelyn se había ido a casa, así que todas las llamadas me llegaban a mí.
– Cassidy -contesté.
– Ya lo sé -dijo la voz de Chad, llena de sarcasmo-. Sólo que no sabía si estabas en casa o en el despacho. Pero me imaginé que un tío tan ambicioso como tú llega temprano y se va tarde, tal como aconsejan los libros de autoayuda.
– ¿Qué tal, Chad?
– Aquí, lleno de admiración por ti, Adam. Más que nunca, de hecho.
– Eres muy amable.
– Especialmente después de comer con tu viejo amigo Kevin Griffin.
– En realidad, apenas si nos conocíamos.
– Pues él tiene una idea bien distinta. Es muy interesante, ¿sabes? El tío no estaba demasiado impresionado por tu trayectoria en Wyatt. Me ha dicho que eras un juerguista de cuidado.
– Cuando era joven e irresponsable, fui joven e irresponsable -dije, tratando de imitar lo mejor posible a George Bush júnior.
– Tampoco recordaba que hubieras formado parte del Lucid.
– Está en… en Venta
s, ¿no es así? -dije, pensando: si vas a sugerir que Kevin no era importante, al menos hazlo sutilmente.
– Estaba. Hoy fue su último día. Por si no te has enterado.
– ¿Qué, no ha ido bien? -Había en mi voz un pequeño temblor, y lo disimulé carraspeando y luego tosiendo.
– Tres días enteros en Trion. Luego Seguridad recibió una llamada de alguien de Wyatt, diciendo que el pobre Kevin tenía la mala costumbre de hacer trampa en sus informes de Pruebas y Evaluaciones. Tenían todo tipo de evidencias y las mandaron por fax inmediatamente. Les parecía que era su deber comunicárselo a Trion. Y claro, Trion se lo quitó de encima como una patata caliente. Él lo negó hasta el final, pero ya sabes cómo funcionan estas cosas. No es exactamente un tribunal de justicia, ¿no?
– Dios mío -dije-. Increíble. No tenía la menor idea.
– ¿No sabías que iban a hacer esa llamada?
– No sabía lo de Kevin. Quiero decir que apenas lo conocía, como te digo, pero parecía un buen tío. Joder. Bueno, pues supongo que nadie puede hacer ese tipo de cosas y salirse siempre con la suya.
Se rió con tanta fuerza que tuve que alejar el teléfono de mi oreja.
– Esa sí que es buena. Eres bueno, campeón -y siguió riendo, una risa sonora y desbordante, corno si yo fuera el mejor comediante que hubiera visto-. Tienes razón. Nadie puede hacer esas cosas y salirse con la suya. -Y entonces colgó.
Cinco minutos antes hubiera querido recostarme en la silla y dormitar un poco, pero ahora no podía, estaba demasiado asustado. Tenía la boca seca, así que fui a la sala de descanso a por una botella de Aquafina. Escogí la ruta más larga, la que pasaba frente al despacho de Camilletti. Se había ido, su despacho estaba a oscuras, pero su asistente seguía allí. Cuando regresé, media hora más tarde, ambos se habían ido.
Eran poco más de las ocho. Esta vez entré en el despacho de Camilletti fácilmente; ya dominaba la técnica. No parecía haber nadie alrededor. Cerré las persianas, recuperé el Keyghost y levanté una tablilla para mirar alrededor. No vi a nadie, aunque supongo que no fui tan cuidadoso como debí ser. Levanté las persianas y abrí la puerta lentamente, mirando primero a la derecha, luego a la izquierda.
Paranoia Page 26