by Joe Hayes
Pedro respondió:—Soy yo, Pedro Malito, que vengo a sembrar maíz en este terrenito.
Por supuesto que el diablo rugidor ya conocía bien a Pedro Malito. De hecho, era gran admirador de su sinvergüenzura. Rugió:—Salgan mis duendes, demonios y diablitos. Ayuden a Pedro Malito a sembrar maíz en este terrenito.
Un ejército de diablitos salió. La pala voló arrancada de la mano de Pedro. Mil bracitos comenzaron a cavar por aquí y por allá. En menos de cinco minutos habían removido y rastrillado el terreno y sembrado la bolsa entera de maíz. Pedro corrió a casa para llevar a Isabel y mostrarle todo el trabajo que había hecho.
Al cabo de una semana Pedro decidió ir a ver su sembrado de maíz. Pidió prestado un azadón, se lo echó sobre un hombro como buen labrador, y se fue. Imagínate la sorpresa que se llevó cuando llegó al maizal y los tallos ya le llegaban hasta las rodillas. Pensó que sería bueno romper el suelo con el azadón y arrimarles tierra a las matas tiernas de maíz.
Pero la primera vez que el azadón dio contra la tierra, el vozarrón rugió desde abajo:—¿Quién está ahí?
—Soy yo, Pedro Malito. Vengo a cultivar mi sembrado de maíz.
La voz rugió:—Salgan mis duendes, demonios y diablitos. Ayuden a Pedro Malito a cultivar su sembrado de maíz.
El ejército de diablitos apareció. El azadón salió arrebatado de la mano de Pedro y en menos de cinco minutos el maizal quedó bien cultivado.
Pedro corrió para llevar a Isabel y mostrarle todo el trabajo que había hecho. Ella nunca antes había visto un maizal tan hermoso. Seguramente daría un maíz delicioso. Isabel comenzó a anticipar la gran comida con maíz que iban a disfrutar.
A la semana siguiente, cuando Pedro fue a ver su maizal, las matas ya le llegaban más arriba de la cintura. Pero del mismo tamaño eran las malas hierbas que habían brotado entre los tallos de maíz. Pedro arrancó un hierba, y la voz rugió:—¿Quién está ahí?
—Soy yo, Pedro Malito. Vengo a desyerbar mi maizal.
—Salgan mis duendes, demonios y diablitos. Ayuden a Pedro Malito a desyerbar su sembrado de maíz.
Los diablitos salieron y en cinco minutos todas las malas hierbas quedaron eliminadas.
Cada semana los diablitos azadonaron, cultivaron y desyerbaron el maizal. Después, Pedro llevaba a Isabel para que viera cómo prosperaba el sembrado. La última vez que la llevó, ella dijo:—Las mazorcas ya están listas para cosechar. Quiero llevar una cuantas a casa para asarlas ahora mismo.
—No—le dijo Pedro—. Es mejor esperar dos o tres días más. Las mazorcas todavía no están maduras. Ya verás. Vas a tener todo el maíz que se te antoje antes de que termine la semana.
Pero al otro día, cuando Pedro estaba en el pueblo, Isabel sintió un deseo insoportable de comerse una mazorca de maíz tierno asada. Pensó: “Puedo coger una mazorca o dos, asarlas y comérmelas antes de que Pedro llegue a casa”. Se fue al maizal, arrancó una mazorca gorda de una mata de maíz y de repente se oyó un vozarrón:—¿Quién está ahí?
Isabel se espantó, pero respondió:—Soy yo, Isabel, la mujer de Pedro Malito. Vengo a arrancar unas mazorcas de maíz.
—Salgan mis duendes, demonios y diablitos. Ayuden a la mujer de Pedro Malito a arrancar las mazorcas de maíz.
El ejército de diablitos salió y arrancó todas las mazorcas, tumbando las matas y pelándolas frenéticamente. Isabel quedó pasmada, gritando y tapándose los ojos.
Mientras tanto, Pedro, que regresaba caminando del pueblo, pensó que Isabel tenía razón. Decidió pasar por el maizal y comenzar la cosecha de maíz. Cuando llegó al campo, vio hojas, raíces y mazorcas desparramadas por todos lados.
Isabel, que estaba parada en medio del maizal llorando, sollozó:—Deseaba tanto el maíz maduro que vine acá, arranqué una mazorca y.…
No tenía que decir más. Pedro ya sabía lo que había sucedido. Estaba tan enfadado con Isabel que le dio una patada a la tierra y gritó:—¡ARRRRR!
—¿Quién está ahí?
Pedro gritó molesto:—¡Quién más que yo, Pedro Malito! Déjame en paz. Le estoy gritando a mi mujer.
—Salgan mis duendes, demonios y diablitos. Ayuden a Pedro Malito a dar patadas en el suelo y gritarle a su mujer.
Salió el ejército de diablitos y todos se pusieron a gritar, bramar y patear. Le dieron a Isabel un susto tan tremendo que huyó corriendo. Corrió hasta el otro extremo de la Isla y nunca jamás volvió.
Y desde ese día Pedro Malito nunca más volvió a trabajar. Mendigaba, pedía prestado, engañaba y estafaba, y hasta robaba. Pero ¿trabajar? ¡Ni pensarlo!
BORN TO BE POOR
THERE WAS ONCE A SHOEMAKER who had a shop close to the king’s palace. He was the world’s most unhappy man. All day long, as he sewed leather and nailed soles onto shoes, he sang to himself:
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
The king often passed by the cobbler’s shop in his carriage, and every time he leaned out the window to listen, he heard the shoemaker singing the same old song:
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
One day as he passed the shoemaker’s shop, the king said to himself, “¡Caramba! What is wrong with that man? All day, every day, he sings about being poor. Maybe he just needs a little help.”
So when the king arrived at his palace, he called for his cook and said to him, “Make me a big cake, but before you bake it, bring it to me. I want to add something to it.”
When the cake was all made and ready to be put in the oven, the king added two big handfuls of gold coins to it. The cook put the cake in the oven and baked it. When the cake was ready, the king told one of his servants to deliver it to the shoemaker.
When the servant brought the cake to the shoemaker’s shop, the man didn’t even look up from his work. He told the servant to leave the cake on the table, and he continued sewing and hammering and singing:
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
Later that day, the shoemaker’s compadre stopped by the shop. “How are you, my friend?” the compadre asked.
“The same as always,” the shoemaker replied. He shrugged and added, “If you’re born to be poor, then poor you’re going to be.”
“Oh, no,” the compadre told him. “How can you say that? Look at the delicious cake you have sitting here on the table.”
“Oh, that,” said the shoemaker. “That’s a gift from the king. A cake! The last thing in the world I need.” He shook his head and sang his same old song:
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
The friend said, “Don’t you want the cake, compadre?”
“No,” said the shoemaker. “I’m too busy to eat cake. If you want it, take it.”
The shoemaker’s compadre took the cake home and showed it to his wife. “It’s beautiful,” his wife said. “Where did it come from?”
“It’s a gift the king sent to my compadre. But he didn’t want it. He said he was too busy to eat a cake.”
“It looks delicious,” the wife said. She took a knife and tried to cut the cake, but the knife struck something hard. She couldn’t cut it. “My goodness!” she said. “What can this cake have in it that a knife won’t cut it?”
“I’ll get my machete,” the man said. He gave the cake a strong chop with the machete and gold coins rolled all over the floor!
The man and his wife gathered up all the gold, and the woman said, “We’d better leave this place. The king may realize that someone put gold in the cake and come looking for it. He might accuse us of being thieves.”
They packed up all their belongings and moved to a far-away city.
/> A week later the king said to himself, “¡Caramba! I gave that shoemaker such a fine gift and he hasn’t even come here to thank me.” He told his servant, “Go to the shoemaker’s shop and tell him to come here at once.”
When the shoemaker arrived, he grumbled, “What is it that you want, Your Majesty? I have work waiting for me in my shop.”
“I wanted you to come here so that I could ask if you liked the gift I sent you,” the king replied.
“Oh, the cake,” the shoemaker said. “Well, to tell you the truth, I didn’t have time to eat it. I gave it to my compadre.”
The king shook his head and said, “You were born to be poor, and poor you’re going to be. The cake I sent you had two big handfuls of gold coins inside, to lift you out of your poverty.”
When he heard that, the shoemaker turned white and trembled. And then he bowed and left the palace. He walked slowly back to his shop singing:
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
If you’re born to be a poor man, then poor you’re going to be.
EL QUE NACE PARA POBRE
HABÍA UN ZAPATERO con su zapatería cerca del palacio del rey. Era el hombre más infeliz del mundo. Durante todo el día, mientras cosía el cuero y sujetaba las suelas a los zapatos con clavos, canturreaba para sí:
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
A menudo el rey pasaba por la zapatería en su carroza, y siempre que sacaba la cabeza, oía que el zapatero salía con el mismo verso:
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
Un día que el rey pasó por la zapatería, se dijo:
—¡Caramba! ¿Qué tendrá ese hombre? Se pasa todos los días cantando su pobreza. A lo mejor lo único que le hace falta es un pequeño impulso.
Así que cuando llegó al palacio mandó llamar al cocinero y le dijo:
—Prepárame un pastel grande, pero antes de que lo hornees, tráemelo. Quiero agregar algo al pastel.
Cuando el pastel estuvo listo para meterlo al horno el rey le añadió dos puñados de monedas de oro. Luego el cocinero horneó el pastel. Después, el rey mandó a un sirviente a entregárselo al zapatero.
Cuando el sirviente llegó a la zapatería con el pastel, el hombre ni apartó la vista de su trabajo. Le dijo al sirviente que dejara el pastel en la mesa y siguió cosiendo, martillando y cantando:
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
Más tarde el compadre del zapatero pasó por el taller.
—¿Cómo estás, amigo?—preguntó el compadre.
—Como siempre—replicó el zapatero. Se encogió de hombros y añadió:—Si naces para ser pobre, pobre vas a ser.
—Pero, ¿cómo puedes decir eso?—le dijo el compadre—. Mira el hermoso pastel que tienes aquí en la mesa.
—¡Imagínate!—dijo el zapatero—. Fue un regalo del rey. ¡Un pastel! Lo último que necesitaba en el mundo.
El zapatero movió la cabeza y cantó su queja de siempre:
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
El amigo le preguntó:—¿Qué, no quieres el pastel, compadre?
—No—repuso el zapatero—. Tengo demasiado trabajo para comérmelo. Si lo quieres, llévatelo.
El compadre del zapatero se llevó el pastel para la casa y se lo mostró a su mujer.
—Es hermoso—dijo la mujer—. ¿Dónde lo conseguiste?
—Fue un regalo que el rey le mandó a mi compadre, pero él no lo quiso. Dijo que estaba muy ocupado como para comer pasteles.
—Parece delicioso—dijo la esposa. Tomó un cuchillo e intentó cortarlo, pero el filo dio contra algo muy duro y no lo pudo cortar.
—¡Válgame Dios!—dijo la mujer—. ¿Qué puede tener dentro, que el cuchillo no lo puede cortar?
—Traigo mi machete—dijo el hombre. Dio un fuerte machetazo y muchas monedas de oro rodaron por el piso.
El compadre y su mujer recogieron el oro, y la mujer dijo:—Más vale que dejemos este lugar. Es posible que el rey se percate de que alguien puso oro en su pastel y venga a reclamarlo. Nos puede juzgar por ladrones.
Enseguida empacaron todas su pertenencias y se trasladaron a una ciudad lejana.
Una semana más tarde, el rey se dijo:—¡Caramba! Con el regalo tan bueno que le di al zapatero y ni ha venido a agradecérmelo.
Entonces el rey le dijo al sirviente:—Ve a la zapatería y dile al hombre que venga a verme de una vez.
Cuando el zapatero llegó, masculló al rey:—¿Qué es lo que usted desea, Su Majestad? El trabajo me espera en el taller.
—Quería que vinieras para preguntarte si te gustó el regalo que te envié—contestó el rey.
—Ah, sí, el pastel—dijo el zapatero—. Bueno, a decir verdad, no tuve tiempo para comérmelo. Se lo regalé a mi compadre.
El rey movió la cabeza y dijo:—Tú naciste para pobre y pobre vas a ser. El pastel que te envié tenía dentro dos puñados grandes de monedas de oro, para librarte de tu pobreza.
Cuando el zapatero oyó eso, palideció y se puso a temblar. Luego hizo una reverencia y salió del palacio. Caminó lentamente al taller, cantando:
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
El que nace para pobre, pobre tiene que ser.
YOUNG HERON’S NEW CLOTHES
ANANSI, THE SPIDER, had a beautiful daughter. Her waist was slender, her legs were long, and she walked through the forest with flowing grace.
The young son of the heron fell in love with the beautiful girl. Young Heron went to court Anansi’s daughter, but a young heron doesn’t have a very attractive suit of feathers. The girl said, “Your clothes are brown and speckled. How could I ever fall in love with a man who dresses like that?”
So the young heron went away feeling ashamed. He hadn’t gone very far when he met up with Duck. Duck wore bright and shimmering green, blue and magenta feathers. Young Heron asked Duck to lend him a suit of his fine clothes.
Duck said he would, but he warned Young Heron not to wear the clothes when he entered the river. He told him to take the clothes off by singing a song:
Guali guali pium pium.
Guali guali pium pium.
“You must sing that song before you enter the river so that the feathers will fall off. If you wear them into the water, they’ll be carried away by the current,” Duck told Young Heron.
Young Heron thanked Duck and went off to court Anansi’s daughter in his beautiful new clothes. This time she received him politely and the two of them sat down to talk. The girl’s little brother sat in a chair across from them, listening to the conversation. Young Heron and Anansi’s daughter couldn’t talk freely. Young Heron began to grow impatient. Finally, he said to the brother, “Listen, boy! Get on out of here.” The boy went away grumbling.
The next day Young Heron came to court some more. Again, just as soon as he and the girl sat down to talk, her little brother pulled up a chair and sat listening. Once again Young Heron lost his patience and said, “¡Muchacho! Get on out of here.” And the boy went away unhappily.
Every day it was the same. The boy kept snooping around whenever Young Heron was courting. Every day Young Heron chased him away. Several weeks went by this way. Young Heron grew more and more impatient with the boy and chased him away more rudely, and the little brother grew more and more angry at Young Heron.
And then one day the little brother happened to climb a tree by the river. He saw Young Heron coming that way, so he climbed even higher and hid among the thick branches. Young Heron arrived at the river’s edge and began to sing:
Guali guali pium pium.
Guali guali pium pium.
The boy saw the beautiful, bright feathers fall off Young Heron. Underneath were the brown speckled ones. They were more ragged and disheveled than ever.
Some of them even came off in the water and disappeared downstream.
The next time Young Heron came courting Anansi’s daughter, the little brother sat down in the chair opposite the couple as usual. As usual Young Heron told him, “Muchacho, get out of here.”
The little brother stood up to go, but as he walked toward the door he sang quietly:
Guali guali pium pium.
Guali guali pium pium.
“Where did you learn that song?” Young Heron asked angrily.
The boy didn’t answer. He just sang louder:
Guali guali pium pium.
Guali guali pium pium.
Heron felt his beautiful feather clothes beginning to loosen. The brother sang again.
Guali guali pium pium.
Guali guali pium pium.
Young Heron jumped up and said, “Excuse me. I have to go leave the room for a minute.”
He ran into another room and closed the door just as Duck’s clothes fell from him. The girl sat waiting in the other room. She called over and over, “Heron, are you coming out yet? Are you coming out yet?”
Finally she walked around the house to a window to peek in and find out what was going on. She was amazed at what she saw. Young Heron wasn’t wearing the colorful green, blue and magenta feathers of Duck. But he wasn’t wearing speckled brown feathers either. He was dressed in a suit of beautiful pure white. He looked better than ever.
Young Heron was now Young Man Heron. His adult feathers had appeared! Anansi’s daughter fell in love with Young Man Heron and they were married the very next week. Duck was the best man. The bride’s little brother sang at the wedding fiesta. He sang:
Guali guali pium pium.
Guali guali pium pium.
LA ROPA NUEVA DEL JOVEN GARZA
ANANSI, LA ARAÑA, tenía una hija hermosa. Ella tenía figura esbelta con piernas largas y caminaba por el bosque con una gracia natural.
El joven hijo de la garza se enamoró de la bella muchacha y decidió cortejarla, pero una garza joven no tiene un traje de plumas muy atractivo, por lo que la muchacha le dijo:—Tu ropa es parda y salpicada de manchas. ¿Cómo voy a enamorarme de un ser que se viste así?