Dance, Nana, Dance / Baila, Nana, Baila

Home > Other > Dance, Nana, Dance / Baila, Nana, Baila > Page 4
Dance, Nana, Dance / Baila, Nana, Baila Page 4

by Joe Hayes


  “Go to the pen where Estanislao keeps his hog,” the papa crow advised. “The pig broke out of the pen last night, but the old man hasn’t noticed. He threw some good scraps of food in there this morning.”

  The young crows did as he advised and found a good supply of table scraps. The young parents were impressed. “Our children are awfully slow to grow feathers and learn to fly, but they sure are smart.”

  But soon the young crows grew impatient once again. They told their babies desperately, “You have to learn to fly. We’ve used up all the food for many miles around.”

  “Look under the rotten log beside the river,” the old woman crow chirped.

  “Right next to the three crooked palm trees,” squeaked the old man.

  The young parents looked there and found a good supply of grubs and worms. They were amazed at how wise their babies were, but still puzzled that they didn’t have feathers.

  It looked as though the old crows were going to make it the whole way through the summer without having to do a thing for themselves. It was the best summer they’d had in all the many years of their lives.

  But one day when the young crows had traveled far away in search of food the guajiro Estanislao came riding past the tree on his bony old horse. He held the nub of a cigar between his teeth, and just as he passed the tree he took a last puff and flipped the cigar into the brush at the bottom of the tree.

  The old crows smelled smoke. They looked down and saw the brush beginning to smolder. And then they saw flames licking up the tree. They cried out for their mother and father, but the young parents were still far away. The old crows flapped their featherless wings and hopped about squawking. Finally, in desperation, they jumped from the nest. They hit the ground with a terrible bump and then ran away as fast as they could.

  When the young crows returned, they found nothing but a charred stump where the tree that held their nest had once stood. They couldn’t find a trace of their babies. They were heartbroken, but there was nothing for them to do but build another nest and lay two new eggs to hatch.

  From the dead tree behind Estanislao’s house, the old crows watched the young parents. They noticed that the young couple chose a much safer place to build the nest this time. And they laughed at how amazed the young couple was to see their new babies grow so quickly and begin to sprout feathers.

  The old crows had grown new feathers of their own too, and after all those weeks of resting and eating well, they felt much stronger and happier. They spent their days stealing threads and coins and annoying the old guajiro with their ceaseless caw caw. And sometimes they even stole some food from him and carried it to their “baby brother and sister” in the new nest.

  Guajiro: A humble person living in the country.

  LOS VIEJOS CUERVOS PEREZOSOS

  EN LA RAMA DE UN ÁRBOL SECO, detrás del bohío de un viejo guajiro llamado Estanislao, dos cuervos estaban quejándose de lo dura que se les había vuelto la vida. A diferencia de Estanislao, cuyos hijos y nietos se ocupaban de cuidarlo, los cuervos no tenían quien los ayudara. Cada año sus hijos habían crecido y se habían ido volando, para no volver nunca.

  Los cuervos vieron que Estanislao había dejado un objeto metálico brillante, quizás una cuchara, fuera de la puerta. Por un momentico pensaron bajar volando para robársela, pero no valía la pena. Ni siquiera sentían ganas de molestar al viejo guajiro con su constante ruido de cao, cao. Todo les parecía una gran molestia.

  Sobre todo los agobiaba la lucha constante de buscar la comida. Casi querían dejarse llevar por la mala suerte. El pequeño esfuerzo de mantenerse aferrados a la rama que el viento sacudía de un lado para el otro les parecía demasiado.

  La pareja estaba ahí quejándose de esa manera cuando el papá cuervo vio que en un árbol cercano el viento sacudía el nido que había construido una pareja de jóvenes cuervos recién casados. El papá cuervo movió la cabeza y graznó:—Estos jóvenes de hoy no saben nada.

  —De no ser tan ignorantes—dijo la mamá cuervo—, no hubieran hecho su nido en un lugar tan inseguro. El viento va a tirar los huevos al suelo.

  —De todo modos—dijo el papá cuervo—, no saben cómo criar a los bebés. A que no pueden distinguir entre un pollito y un cocodrilito.

  El último comentario del papá cuervo le dio un idea a la vieja mamá cuervo, y cuando una nueva ráfaga de viento voló los huevos del nido y los estrelló contra la tierra le dijo a su marido:—Sígueme.

  Los dos se fueron volando al árbol y se acomodaron en el nido de la pareja joven.

  —Los cuervos jóvenes nunca han tenido hijos—dijo la vieja—. Sácame las plumas, y yo te desplumo a ti. Nos hacemos pasar por pollitos y hacemos que los jóvenes nos traigan comida.

  Se arrancaron plumas, el uno al otro, hasta que quedaron tan pelados como dos pollitos recién salidos del huevo. Luego aguardaron la llegada de los padres novatos. Cuando los jóvenes cuervos llegaron, los viejos abrieron los picos como bebés, chillando y suplicando comida.

  —Mira—la joven mamá cuervo le dijo a su marido—. Los huevos ya rompieron y nuestros bebés tienen hambre.

  Los jóvenes se fueron volando y trajeron gusanos e insectos y pedacitos de carne. Los cuervos viejos se lo tragaron todo. Luego abrieron los picos de nuevo y pidieron más. Los padres se fueron a buscar más comida.

  El engaño funcionó de maravilla. Los viejos cuervos pasaron muchos días ociosos en el nido, mientras los jóvenes se esforzaban sin cesar para darles de comer. Al cabo de dos semanas, a los viejos cuervos les empezaron a brotar cañones nuevos, pero volvieron a desplumarse y siguieron las súplicas de siempre.

  Pero al final de un mes los padres jóvenes estaban agotados y empezaron a impacientarse. Les preguntaron a sus bebés:—¿Dónde están sus plumas? Miren cómo los niños de los vecinos ya han volado del nido. ¿Cuándo van a aprender a volar ustedes?

  Pero los cuervos viejos sólo abrieron más grande los picos y rogaron más desvalidamente.

  —Ya no tenemos dónde buscar comida—dijeron los padres jóvenes.

  —Vayan al corral de puercos de Estanislao—les aconsejó el viejo papá cuervo—. El cerdo se fue del corral anoche, pero el hombre no se dio cuenta. Echó unas buenas sobras allí esta mañana.

  Los padres siguieron el consejo y encontraron una buena cantidad de sobras de comida. La pareja quedó impresionada. Dijeron:—Nuestros hijos son muy lentos para emplumarse y aprender a volar, pero sí que son inteligentes.

  Pero pronto los padres volvieron a enojarse y les dijeron a sus hijos:—Tienen que aprender a volar. Hemos consumido todo el alimento que había en muchas millas a la redonda.

  —Busquen debajo del tronco podrido junto al río—chilló la cuerva vieja.

  —Justo al lado de las tres palmas torcidas—agregó el viejo.

  Los padres jóvenes buscaron allí y encontraron una buena cantidad de gusanos e insectos. Se admiraron de ver lo sabios que eran sus bebés, pero continuaron consternados por su falta de plumas.

  Parecía que los viejos cuervos iban a pasar el verano entero sin tener que hacer nada para mantenerse. Era el mejor verano que habían tenido en los muchos años de sus vidas.

  Pero un día que los cuervos jóvenes habían ido lejos en busca de comida, el guajiro Estanislao pasó cabalgando en su yegua huesuda. Tenía el cabo de un tabaco entre los dientes, y cuando pasó por el árbol tomó una última chupada y tiró el tabaco entre la maleza al pie del tronco.

  Los cuervos viejos olfatearon humo. Miraron hacia abajo y vieron que la maleza empezaba a arder lentamente. Luego vieron las llamas que empezaron a lamer el tronco del árbol. Gritaron por su padre y madre, pero los jóvenes se encontraban lejos. Los cuervos viejos batieron las alas desplumadas, graznando y dando brincos. Al fin, saltaron desesperados del nido. Dieron contra la tierra con un golpe tremendo y se fueron corriendo a toda velocidad.

  Cuando los cuervos jóvenes regresaron, no encontaron más que un tronco chamuscado en el lugar donde antes estaba el árbol que sostenía el nido. Ni rastro de sus bebés
. Quedaron destrozados, pero no había más remedio que construir otro nido y poner otros dos huevos.

  Desde el árbol muerto detrás del bohío de Estanislao, los cuervos viejos observaron a la joven pareja. Vieron que esta vez los jóvenes escogieron un lugar más seguro donde poner el nido. Se rieron de lo atónitos que quedaron los jóvenes al ver lo rápido que sus nuevos pollitos crecieron y empezaron a emplumar.

  A los cuervos viejos también les habían salido plumas nuevas, y después de tantas semanas de descansar y comer bien, se sentían mucho más fuertes y contentos. Se pasaban los días robándole hilos y monedas al viejo guajiro y volviéndolo loco con un constante ¡cao, cao! A veces, hasta le robaban comida y se la llevaban a sus “hermanitos” en el nuevo nido.

  PEDRO MALITO

  PEDRO MALITO WAS A FAMOUS RASCAL. He had never done a day’s work in his life. Pedro Malito could beg, he could borrow, he could trick and cheat—he could even steal. But work? Don’t even think of it! He was known all over the Island as someone to watch out for. It seemed like nothing could make Pedro Malito change his roguish ways.

  But something did make him change. Pedro Malito fell in love. It happened at the wedding of his cousin Eugenio. All the friends and relatives from far and near came to the wedding. The pile of wedding gifts was higher than the groom’s head. There was nothing like the sight of someone getting something for free to touch Pedro’s heart and set his mind in motion.

  The dancing and singing lasted all through the night, and when Pedro was dancing with the bride’s cousin Isabel, he decided he was in love. Before the party was over, he had asked her to marry him. Pedro was shiftless and lazy, but he wasn’t bad looking. And like many fast-talking men, he was a very good dancer. Isabel said she’d think about it.

  When Pedro asked Isabel for her decision, she told him that if he’d change his ways and become an honest man, she’d marry him. Pedro said he would do it. He said that from that day on he would earn his living by hard work, like any respectable man.

  If Pedro danced well at his cousin’s wedding, he danced even better at his own, especially every time he spun Isabel past the pile of wedding presents. Just as Pedro had hoped, he and Isabel received enough for them to live at their ease for five, six or maybe even seven months! But months go by fast and soon Isabel told Pedro he had to start working or she was going home to her family.

  Pedro borrowed a shovel from one neighbor and begged some seed corn from another and set out to find a plot of ground he could farm.

  Everyone he talked to told him there was only one piece of ground in all the country round about that wasn’t already being farmed—and for a good reason. That land was ruled by a roaring devil and a whole army of elves, demons and little devils. But Pedro Malito said to himself, When I was a rascal, I wasn’t afraid of man or devil. Why should I be afraid now that I’ve changed my ways?

  He went to the untouched plot of land, threw his sack of seeds to the ground and with the shovel he began to break the soil. But as soon as the shovel bit into the ground the first time, a voice roared from down below, “Who goes there?”

  “It’s me, Pedro Malito,” Pedro answered. “I’m going to plant some corn in this piece of land.”

  Of course the roaring devil knew all about Pedro Malito. In fact, he was a great admirer of Pedro’s wily ways. He roared, “Come out, my elves, demons and little devils. Help Pedro Malito plant his corn.”

  An army of little imps appeared. The shovel flew out of Pedro’s hands. A thousand little arms started digging over here and digging over there. In less than five minutes they turned all the soil in the field and raked it out smooth and planted the whole sack of corn. Pedro hurried home to get Isabel and show her all the work he had done.

  After a week had gone by, Pedro decided to go check on his cornfield. He borrowed a hoe and threw it over his shoulder like a good farmer and set out. Imagine his surprise when he got to the field—the corn was already as high as his knees. He thought he’d better loosen the soil with his hoe and mound it up around the tender corn plants.

  But the first time the blade of his hoe struck the ground, a voice from down below roared, “Who goes there?”

  He answered, “It’s me, Pedro Malito. I’ve come to cultivate my corn field.”

  The voice roared, “Come out, my elves, demons and little devils. Help Pedro Malito cultivate his corn.”

  The army of little imps appeared. They grabbed the hoe from Pedro’s hands and in less than five minutes the cornfield was cultivated.

  Pedro hurried to get Isabel and show her all the work he had done. She had never seen such a healthy cornfield. It would surely produce delicious corn. Isabel began to look forward to the feast they were going to have.

  A week later, when Pedro went to check on his field, the plants were higher than his waist. But so were the weeds that had grown up among the corn stalks. He pulled up one weed and the voice roared, “Who goes there?”

  “It’s me, Pedro Malito. I’ve come to pull up the weeds in my corn field.”

  “Come out, you elves, demons and little devils. Help Pedro Malito pull the weeds from his corn field.”

  Out flew the little imps and in five minutes every weed had been pulled.

  Every week the imps hoed, cultivated and weeded the corn. After each hoeing, Pedro brought Isabel to see how the field was prospering. The last time he brought her, she said, “This corn is ready to be picked. I want to take some home and cook it right now.”

  “No,” Pedro said. “We’d better wait a few more days. It’s not quite ready. You’ll have all the corn you want before the week is over. You’ll see.”

  But the very next day, when Pedro had gone into the village, Isabel felt a terrible hunger for a roasted ear of tender corn. She thought, I can pick an ear or two and cook them and eat them before Pedro even gets home. She hurried off to the cornfield.

  Isabel tore a fat ear of corn from a stalk and suddenly a voice roared, “Who goes there?”

  Isabel was frightened, but she answered, “It’s me, Isabel, Pedro Malito’s wife. I came to pick a few ears of corn.”

  “Come out, you elves, demons and little devils. Help Pedro Malito’s wife tear off the ears of corn.”

  The army of little imps appeared and tore off every ear of corn, knocking over the stalks and pulling them up by the roots in their frenzy. Isabel stood screaming and covering her eyes.

  In the meantime as Pedro walked home from the village, he decided that Isabel was right. He thought he’d go straight to the field and begin to harvest his corn. When he got to the field, he saw leaves, stalks, roots and ears of corn scattered in every direction.

  Isabel stood in the middle of the field crying. “I was so hungry for some ripe corn,” she sobbed. “I came here and picked an ear and…”

  She didn’t have to say more. Pedro knew what had happened. He was so upset with Isabel that he stomped his foot and shouted at her: “Aaaaggghhhhh!”

  “Who goes there?”

  Pedro shouted impatiently, “It’s Pedro Malito. Who else? Leave me alone. I’m hollering at my wife, Isabel.”

  “Come out, my elves, demons and little devils. Help Pedro Malito stomp his foot and holler at his wife.”

  The army of little imps appeared and started shouting and screaming and stomping the ground. They gave poor Isabel such a fright that she ran away from there. She ran clear to the other end of the Island and she never came back there again.

  And never again was Pedro Malito known to do any work. He would beg, he would borrow, he would trick and cheat—he was even known to steal. But work? Don’t even think of it!

  PEDRO MALITO

  PEDRO MALITO ERA UN PÍCARO FAMOSO. En toda su vida no había trabajado ni un solo día. Pedro Malito era capaz de mendigar, de pedir prestado, de engañar y estafar y hasta de robar. Pero, ¿trabajar? ¡Ni pensarlo! Era conocido en toda la Isla como una persona de quien había que cuidarse. Parecía que nada podía reformarlo.

  Pero hubo algo que
lo hizo cambiar. Pedro Malito se enamoró. Sucedió en la boda de su primo Eugenio. Todos los amigos y familiares de todas partes vinieron a la boda. El montón de regalos de boda era más alto que el propio novio. Nada como ver a alguien recibir sin pagar para tocarle el corazón a Pedro y poner en movimiento las ruedas de su cerebro.

  El baile y el canto duraron toda la noche, y cuando Pedro bailaba con Isabel, la prima de la novia, decidió que la amaba. Antes de que terminara la fiesta le había propuesto matrimonio. Pedro era un tremendo haragán, pero era buen mozo, y como muchos hombres de labia suelta, buen bailador. Isabel le dijo que lo pensaría.

  Cuando Pedro le pidió a Isabel la respuesta, ella le dijo que si cambiaba su manera de ser y se convertía en un hombre honrado, se casaría con él. Pedro dijo que lo haría, que a partir de ese día se ganaría la vida trabajando duro, como cualquier hombre respetable.

  Si Pedro bailó bien en la fiesta de bodas de su primo, bailó aun mejor en la suya, sobre todo cada vez que daba vueltas con Isabel frente al montón de regalos de boda. Tal como Pedro había esperado, recibieron lo suficiente para vivir bien por cinco, seis, o quizás hasta siete meses. Pero los meses pasan rápido y pronto Isabel le dijo a Pedro que tenía que comenzar a trabajar, y si no, regresaría a vivir con su familia.

  Pedro pidió prestada una pala a un vecino y algunos granos de maíz a otro y se fue a buscar un terreno donde sembrar.

  Habló con muchas personas y todas le dijeron que sólo quedaba un terrenito sin sembrar en toda la comarca, y por una buena razón. En ese pedazo de tierra reinaba un diablo rugidor y todo un ejército de duendes, demonios y diablitos. Pero Pedro Malito se dijo: “Cuando yo era haragán, no temía a hombre ni a diablo. ¿Por qué voy temerles ahora que cambié mi manera de ser?”

  Fue a la tierra sin cultivar, tiró la bolsa de semillas al suelo y con la pala comenzó a abrir la tierra. Pero tan pronto la pala se hundió en la tierra, se oyó un vozarrón desde abajo que decía:—¿Quién está ahí?

 

‹ Prev