Ghost Fever

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Ghost Fever Page 3

by Joe Hayes


  I read the article under those headlines, and then I sat down and opened my notebook and started writing. There were no such things as photocopy machines back in those days, and I knew Sam Peters wouldn’t let me take the paper out of the office, so I sat there and copied every word. This is the article:

  GIRL DIES IN TRAGIC FALL

  Parents Had Birthday Celebration Planned

  A tragic accident took the life of a local teenager on Thursday of this week. Mariana Mendoza, daughter of Alejandro and Dolores Mendoza, died when she fell from the roof of her home at 413 Ocotillo Street. Mariana, age 14, was helping her father make repairs to the roof of the family home when she tripped and fell, apparently landing on her head. She was transported by ambulance to Cartwright Hospital and died later that evening. Dr. Cartwright reported that the girl had suffered massive head injuries and a broken neck in the fall.

  Mariana was a freshman at Duston Union High School and the only child of Mr. and Mrs. Mendoza. Friends and relatives of the girl and her parents are stunned by the accident. The outpouring of sympathy has been enormous.

  Mariana would have turned 15 this Thursday, and the grief Mr. and Mrs. Mendoza feel for the loss of their child is compounded by the timing of the accident. The parents were planning a surprise quinceañera, or fifteenth birthday celebration, for their daughter.

  “For a whole year we’ve been saving money for Mariana’s quinceañera,” Mrs. Mendoza said. “It’s been a secret. She didn’t know.”

  Mr. Mendoza added, “Just the day before she fell, we went to Tucson to buy her a dress for the party. And now, what else could we do? All we could do was bury her in that beautiful white dress.”

  The funeral Mass was held on Monday at St. Patrick’s Catholic Church. The church filled to capacity with classmates, friends and relatives who came to pay their last respects to Mariana Mendoza. Later, they saw her laid to rest in the beautiful white quinceañera dress which her parents had purchased by sacrificing for a whole year.

  I didn’t report on the article in English class the next day: I read it word for word.

  A lot of the kids knew all about the haunted house, and you should have seen their jaws drop and their eyes grow wide as I was reading. When I finished the article I paused for a minute to let it all sink in and then said to the class, “I hope those parents never found out their daughter had been stealing money from them that same year.”

  Most of my friends closed their eyes and nodded their heads in agreement, but Mrs. Hughes was confused. “I beg your pardon,” she said. “I didn’t catch that part.”

  “Oh, never mind,” I told her. “It’s just something we kids talk about.”

  I didn’t bother to explain it to her because I knew she wouldn’t understand. I knew she was one of those people who don’t believe in ghosts.

  Chapter 1

  Más allá del tren

  PARECE QUE hoy en día la mayoría de la gente no cree en los fantasmas. Pero casi todo el mundo conoce a alguien que dice haber visto uno. Yo conozco a muchas personas que juran eso, y no me atrevo a decirles que mienten. Me limito a escuchar y a divertirme con el cuento. Esta historia tuvo lugar en los años 50 en Duston, Arizona, que es el pueblo donde yo me crié.

  Duston era un pueblo ferroviario. Los rieles pasaban justo por en medio, unos 100 pies al norte de la carretera 75, que se llamaba Main Street en el trecho que estaba dentro de los límites municipales. El lado sur de Main Street era donde se encontraban los pocos comercios del pueblo…una farmacia; un par de tiendas miscelaneas; dos cafés; una tienda de ropa; un billar, por supuesto; y un extraño, destartalado local denominado The Cole Cash Store. Al sur, más allá de Main Street, el terreno se elevaba ligeramente y las calles allá arriba estaban pavimentadas y sombreadas por grandes olmos y álamos y cipreses.

  Entre Main Street y los rieles del tren, atravesaba el pueblo una franja de terreno, cubierta de oscuras y filosas piedritas de ceniza. Pertenecía a la empresa ferroviaria. A mitad del pueblo la estación del tren interrumpía la pista continua de ceniza negra.

  Si te hubieras criado en un pueblito del oeste en aquellos tiempos, sabrías cómo era esa estación: un edificio de madera con techo de dos aguas, paredes pintadas de amarillo y adornos pardos. A un lado de la estación, junto a los rieles, había una plataforma de cemento para cargamento y pasajeros. Al otro lado un pequeño estacionamiento.

  Al norte, más allá de los rieles, el pueblo se extendía unas seis o siete cuadras, formando una red desordenada de calles sin pavimento y casas humildes de adobe o de madera gastada. A esa parte del pueblo le llamaban “más allá del tren”, y nadie vivía allí por gusto sino por necesidad. Los que allí vivían seguramente le pagaban renta a un tal señor Cole.

  El señor Cole era propietario de la ya mencionada Cole Cash Store. Lo más seguro es que tomó el nombre de la frase “cold cash”, que se usaba mucho en aquellos tiempos. Quería decir pago duro, pago en efectivo al momento. Su apellido era “Cole”, no “cold”, pero quería ser original y nombró su negocio The Cole Cash Store.

  Al parecer, nadie sabía el nombre de pila del señor Cole. Nomás le decían Cole Cash, como se llamaba su tienda.

  Y todos sabían que no sacaba mucho en “cold cash” de la tienda porque nadie entraba a ella. ¡Estaba muy sucia! Una vez un niño que se llamaba David Acosta entró a la tienda y compró una barrita de chocolate. Cuando la desenvolvió, encontró un grueso gusano blanco enroscado en el dulce. Llevó la barrita a la escuela y se la mostró a todo el mundo. Nunca regresamos a esa tienda mugrienta. Si los chicos no entraban a la tienda, mucho menos los adultos.

  Por eso sabíamos que Cole Cash no sacaba dinero de la tienda. Lo ganaba del alquiler de sus casas. Compraba cualquier casa vieja que se ofrecía en venta. Alquilaba las casas a familias pobres, que no se podían permitir nada mejor. Todas las casas de Cole Cash se encontraban más allá del tren.

  Chapter 2

  La casa abandonada

  COLE CASH era muy astuto y ganaba mucho dinero de las casas alquiladas más allá del tren. Pero cometió un gran error al comprar una casa. Hacía tiempo que nadie había vivido en ella, y con justa razón. Cualquier persona del barrio a quien le preguntaras, te diría lo mismo: “es una casa embrujada. Hay un ánima que anda penando en esa casa”.

  Pero Cole Cash no se tomó la molestia de preguntar por qué la casa estaba desocupada desde hace tanto tiempo y por eso nadie se lo había dicho. O es posible que él no creyera en tales cosas.

  Sea lo que sea, compró la casa. Lo único que hizo fue pagarle a Louie Samaniego para que pintara el exterior a brochazos con pintura blanca, y luego buscó una familia que la alquilara.

  Nadie quería rentar la casa. Cole Cash comenzó a rebajar el alquiler cada vez más, pero tampoco así la querían. Cuando los vecinos vieron el cartel que decía “Se Renta Casa” en el jardín delantero movían la cabeza y decían entre sí: —Ni dada querría vivir en esa casa.

  El alquiler gratuito es justamente lo que ofreció Cole Cash. Clavó un anuncio debajo del cartel que decía “Seis Meses Gratis…Llama a 4948”. También puso anuncios en algunos lugares estratégicos del pueblo, como en el billar y la barbería.

  Los anuncios decían que si una familia firmaba un contrato comprometiéndose a rentar la casa por un año, y se iría a vivir en ella, le concedaría los primeros seis meses gratuitos. A lo mejor pensaba que tan pronto una familia comenzara a vivir en la casa, toda la palabrería sobre ánimas, espíritus y fantasmas iba a desaparecer.

  Pero todavía nadie quería rentar la casa. Cuando decían que ni gratis les intesaba la casa, hablaban en serio.

  Chapter 3

  Un inquilino

  EMPEZÓ a parecer que Cole Cash no iba a encontrar a nadie que rentara esa casa vieja, pero luego llegó al pueblo un hombre que se llamaba Frank Padilla. Frank era el tío de mi amigo Chino Gutiérrez. Chino en realidad se llamaba Refugio, pero cuando uno tiene un nombre tan largo, es inevitable que le pongan un apodo.

  Refugio tenía la cabeza cubierta de
pelo negro rizado, y por eso hasta sus parientes le decían Chino.

  Mi amigo me dijo que su tío Frank había tenido mucha mala suerte en la vida. En un tiempo tuvo una esposa, dos hijas y una buena chamba en las minas que se encontraban más al norte; pero un día regresó del trabajo y se encontró con que su esposa ya no estaba. No sólo no estaba en la casa, sino que lo había abandonado. Se había marchado del pueblo y le dejó a sus dos hijas para que Frank las criara solo. Después Frank tuvo una extraña enfermedad que no le permitió seguir trabajando. Perdió el empleo en la mina y se mudó a nuestro pueblo para buscar la manera de rehacer su vida.

  Al principio, cuando Frank y sus hijas acababan de llegar al pueblo, vivían con mi amigo Chino y la familia. Pero Frank no tardó en comenzar a buscar trabajo y una casa económica para alquilar. El papá de Chino le contó, medio en broma, lo que ofrecía Cole Cash, y a Frank le interesó. Dijo: —¡Seis meses sin pagar! Eso sí es una renta que puedo pagar.

  El tío de Chino fue a la tienda a hablar con Cole Cash y cuando regresó dijo que iba mudarse a la casa vieja. Todos trataron de disuadirlo.

  La mamá de Chino, que era la hermana de Frank, le dijo: —No lleves a tus hijas a vivir a esa casa. Todo el mundo sabe que ahí pasó algo horrible, un asesinato o algo peor. Nadie ha podido quedarse en esa casa desde que me acuerdo. Algunos lo han intentado, pero después de una noche salen huyendo. Dicen que una señora se volvió loca después de pasar una noche en la casa. Y los vecinos hablan de alaridos en la noche y luces inexplicables. No puedes hacer que tus hijas vivan en una casa así.

  La abuelita de Chino vivía ahí con la familia y estaba de acuerdo. Asintió con la cabeza y dijo: —Hay casas así en México. He conocido muchas. Son peligrosas. No lleves a mis nietas a vivir en esa casa.

  Frank les sonrió a las dos mujeres. Les dijo: —Todo eso es pura superstición. Ahora me van a decir que la mano peluda se va meter por la ventana para agarrar a las niñas, o que el diablo va a pedir que bailen con él en el Candilejas Club alguna noche de sábado. Quiero a mis hijas y no las pondría en peligro. Ya verán. Todo el chisme sobre la casa es pura locura. Yo la voy a alquilar.

  Chapter 4

  La primera semana

  LAS HIJAS DE FRANK PADILLA no opinaron durante la charla sobre la casa. A lo mejor no querían darle a su papá más problemas de los que ya tenía encima. Pero estaban bastante preocupadas por la idea de mudarse a una casa así.

  Al fin, en la tarde después de que Frank firmó el contrato para aquilar la casa, su hija menor, Beatriz, no pudo aguantarlo más y le dijo: —Papi, tengo miedo. Me da miedo lo que dice la gente de esa casa. No quiero mudarme allí. —Beatriz tenía 10 años.

  Frank la abrazó. Dijo: —Ay, tu tía y tu abuelita te tienen todo revuelta.—Volteó a hablar con su hija mayor: —Y tú, Elena. ¿Qué te parece?

  Elena tenía 14 años y trató de disimular su preocupación. Se encogió de hombros y dijo: —Creo que estoy un poco nerviosa.

  —Déjenme pensarlo —les dijo su papá, y Frank lo pensó durante toda la tarde.

  —Oigan —les dijo Frank cuando las despertó a la mañana siguiente—. Sé que su tía y su abuelita las tienen asustadas por la casa donde vamos a vivir. No tiene nada de verdad, pero no quiero que se preocupen. Esto es lo que voy a hacer: me voy a quedar en la casa solo por algún tiempo, para asegurarme nomás de que no haya problema. Ustedes pueden quedarse aquí. Después de una semana, más o menos, cuando vean que no hay nada malo, pueden venir a vivir allí también.

  Frank subió una cama y un sillón a su camioneta y los llevó a la casa. Durmió allí durante una semana. Volvía a la casa de Chino para desayunar cada mañana y les decía a sus hijas que nada fuera de lo normal había sucedido en la casa.

  Pero más tarde, cuando Frank consiguió trabajo en el Departamento de Carreteras, confesó a los otros hombres de su equipo que habían pasado cosas extrañas durante esa primera semana. El papá de Charlie Cook se lo contó a él, y así fue como todos los chicos nos enteramos.

  Dijo que una vez, a mitad de la noche, cuando estaba medio dormido, un viento helado sopló por la recámara y arrebató la cobija de la cama. Sintió el aire frío y estaba lo suficiente despierto para sentir que la cobija se iba volando. Cuando se despertó del todo, encontró la cobija tirada en el piso a unos seis u ocho pies más allá del pie de la cama.

  En otra ocasión, cuando se despertó en la mañana, faltaba un zapato. Lo encontró en otro cuarto, y había puesto los dos junto al borde de la cama cuando se los quitó para dormir.

  Y todavía en otra ocasión, la luz se había prendido sola en la recamara a la medianoche.

  Pero aun cuando Frank contó esos sucesos a los otros hombres, trató de inventar explicaciones. A lo mejor él mismo había pataleado mucho en la cama y tirado la cobija. Quizás algún animalito entró a la recámara y arrastró el zapato al otro cuarto. Tal vez había un corto circuito en los alambres del interruptor de la luz.

  Lo más probable era que Frank tenía muy poco dinero y quería aprovecharse de la oferta de seis meses sin cobrar de alquiler, con o sin fantasma. O es posible que no quisiera reconocer que su madre y su hermana tenían razón. Lo cierto es que para finales de la semana le decía a todo el mundo que no había ningún problema con esa casa.

  Y al cabo de una semana entera, dijo que quería que Elena, su hija de 14 años, empezara a quedarse allí también.

  Chapter 5

  Los consejos de abuelita

  CUANDO LA MAMÁ DE CHINO oyó lo que tío Frank quería hacer, se puso brava. Dijo: —No, hermano. Es muy pronto. Apenas has vivido en la casa. Todavía no sabes si es segura o no.

  La abuelita estaba bordando y escuchando, sentada en su mecedora de cojines en el rincón de la sala. Por la manera en que clavaba la aguja en la tela era obvio que lo que oía no le agradaba, pero no levantó la vista ni dijo nada. Sabía que su hijo ya había decidido y hablar sería una pérdida de aliento.

  La abuelita de Chino era muy sabia. Había pasado la mayor parte de su vida en México, y sabía muchas cosas que la demás gente ignoraba. Tenía un remedio para casi todas las enfermedades que se habían inventado. Eran curaciones de las cuales el doctor Cartwright de la clínica municipal nunca había oído hablar, y Chino decía que muchas veces eran más eficaces que las medicinas que recetaba el doctor. Y abuelita sabía mucho de la brujería. Por supuesto, también sabía todo acerca de ánimas y fantasmas.

  Una vez que Chino y yo estábamos hablando de fantasmas con su abuelita, le preguntamos si creía que algún día podríamos ver uno. Ella nos dijo que nueve de cada diez veces los fantasmas se aparecían a muchachas entre la edad de 11 y 17 años. No nos explicó el porqué de eso, pero nos dijo que sabía que sin duda era la verdad. Esa fue la razón por la que clavaba la aguja con tanta furia mientras oía hablar a sus hijos.

  Y fue por eso que abuelita habló largo rato con Elena antes de que la nieta se fuera a quedar en la casa con su papá. Le dijo: —Óyeme, nieta. Si acaso ves algo extraño en esa casa, vas a ser la única que lo ve. Porque un fantasma sólo se le aparece a una persona a la vez.

  Elena asintió con la cabeza. Tenía la cara un poco pálida y escuchaba detenidamente a su abuela. Abuelita prosiguió: —Y el fantasma no te puede hablar sin que tú le hables primero. Y tienes que decir lo correcto. Tienes que decir “En nombre de Dios, ¿eres de este mundo o del otro?”

  Elena lo repitió: —En nombre de Dios, ¿eres de este mundo o del otro?

  —Eso —dijo abuelita, y movió la cabeza en aprobación—. Eso es lo que tienes que decir. Y si te contesta que es del otro mundo, dile “En nombre de Dios, ¿qué es lo que quieres?”

  Una vez más Elena repitió las palabras de su abuelita. Luego abuelita llegó a lo más importante: —Si te dice lo que quiere, y si estás dispuesta a hacerlo, y si eres capaz de ayudarle, todavía tienes que obligar al fantasma a que te diga que una vez hecho lo pedido no volverá nunca.

  Elena dijo que se acordaría de todo y la abuelita la abrazó durante un gran rato y rezó una oración para protegerla.
r />   Elena puso un poco de ropa en una maleta y se alistó para ir a quedarse en la casa vieja con su padre.

  Chapter 6

  El ruido en el techo

  LA PRIMERA NOCHE que Elena pasó en la casa vieja, estaba resuelta a no dormirse. Estuvo acostada en la cama con los ojos abiertos, esperando en vigilia, pendiente de cada sonido. Pero a medida que avanzaba la hora se le hacían cada vez más pesados los párpados. Comenzó a dormitar.

  Pero luego algo la hizo abrir los ojos. Era un sonido en el techo de la casa, un golpeteo continuo, como si alguien clavara allá arriba con un martillo. El golpeteo siguió durante unos dos o tres minutos, y luego Elena oyó algo como pasos lentos y precavidos que atravesaban el techo. Después hubo un fuerte golpazo sordo. Ahora se oyeron pasos pesados que cruzaron corriendo el techo. Y luego Elena oyó un largo, fuerte alarido: ¡ A a a a y y y y y y y y !

  Elena también gritó cuando oyó eso. Respingó en la cama. Su padre vino corriendo a la recámara. Por poco arranca la puerta de las bisagras.

  —¿Qué pasa? —le preguntó el padre a la muchacha—. ¿Por qué gritaste?

  Elena tenía toda la cara pálida. Durante un minuto no podía hablar. Luego balbuceó:

  —Había mucho ruido en el techo. —Señaló hacia arriba—. Y-y-y luego una persona gritó allá afuera.

  Su padre movió la cabeza. Le dijo: —No había ningún ruido en el techo. Yo estaba despierto. Lo hubiera oído. Y nadie gritó…más que tú.

  Elena miró a su padre con los ojos desorbitados: —Juro que lo oí —le dijo—. Un golpeteo…y pasos.

  Su padre le sonrió compasivamente. Le dijo: —Estabas soñando. Era una pesadilla.

  Pero Elena insistió: —Estaba despierta. ¿Cómo podía estar soñando? No estaba dormida.

 

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