Ghost Fever

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Ghost Fever Page 4

by Joe Hayes


  Su padre no le creyó. Volvió a mover la cabeza y sonrió: —Está bien. Está bien —le dijo. Se sentó en el borde de la cama y le puso un brazo sobre los hombros. —Todo está bien —le dijo—. Me quedo aquí contigo por un rato.

  Pensó entre sí: “Pronto se va a calmar”.

  Después de algún tiempo Elena se había calmado lo suficiente para volver a acostarse en la cama. Recostó la cabeza en la almohada y volvió la cara hacia un lado. Todavía tenía los ojos abiertos, pero estaba más quieta. Su padre pensó: “Se va a domir en cualquier momento”.

  Chapter 7

  El fantasma

  AL PRINCIPIO pareció que el padre de Elena tenía razón. Miró dormilona a través de la recámara y sus ojos se abrían y cerraban en turnos, permaneciendo cerrados un poco más cada vez que parpadeaba. Pero luego sus ojos se abrieron por completo y se enfocaron en la ventana de la pared opuesta. Algo entraba ahí.

  Era una especie de neblina blanca y entraba por la parte inferior de la ventana, donde la vieja vidriera daba con el marco. Las tablas estaban deformadas y había una ranura estrecha. La neblina entraba, filtrándose lentamente por esa rendija.

  Cuando la neblina estaba dentro, empezó a tomar forma, hasta que se parecía a una muchacha más o menos de la misma edad que Elena, vestida con un largo vestido blanco de gala. Elena creyó que la otra muchacha intentaba hablarle y se acordó de lo que su abuelita le había dicho. Elena trató de hablar, pero lo único que le salió de la boca fue: —Ere…ere…ere…ere…ere.

  Y luego se desmayó. Su padre vio que sus ojos se cerraron y su boca también y su cuerpo se volvió flojo. Se alarmó tanto que la tomó por los hombros y la levantó a sentar a su lado.

  Elena volvió en sí con el jalón repentino que le dio su padre cuando la enderezó. Ella abrió los ojos y miró el cuarto. Ahora podía ver la forma claramente. Era una muchacha que llevaba un largo vestido blanco. A Elena le pareció que la muchacha estaba vestida para ir a una prom, o a lo mejor, porque Elena estaba por cumplir quince años, se le hacía más que la muchacha estaba vestida para una fiesta de quinceañera.

  La mirada de Elena pasó a contemplar la cara de la muchacha. Vio las facciones: nariz y labios y piel y todo. Pero también se veían los huesos y los dientes. Miró los ojos de la muchacha; pero en vez de ver ojos, vio una luz azulada que brillaba en las profundidades del cráneo. Y vio que la boca de la muchacha se abría y se cerraba como si intentara hablar.

  Elena sentía el brazo de su padre que todavía le sostenía el hombro, y eso le dio valor. Tomó aliento. Tragó saliva. Y aunque la voz le saliera apenas más fuerte que un susurro, dijo exactamente lo que su abuelita le había aconsejado: —E-n-n nombre d-d-de Dios…, ¿e-e-eres de este mundo…o-o-o del o-otro?

  Cuando la muchacha respondió, era como si un viento desolado se mezclara con su voz: —O-o-otro-o-o-o-o-o-o-o.

  Así que Elena ya supo que conversaba con un fantasma. La muchacha había confirmado que era del otro mundo.

  Elena tomó aliento de nuevo y dijo: —En n-n-nombre de Dios…, ¿qué es lo que quieres?

  La muchacha fantasma respondió: —Que-e-e me ayu-u-udes. Quiero que me ayu-u-udes.

  Elena oyó que su propia voz decía: —Te ayudo. —Y vio que la muchacha fantasma atravesó la recámara, más como que flotaba que caminaba. Se acercó a Elena. Se acercó tanto que Elena pudo sentir el aliento soplando en su cara. Era helado. Y olía húmedo y mohoso, como huele la tierra. Elena permaneció atónita mientras la muchacha fantasma relataba su historia.

  Chapter 8

  El relato del fantasma

  LA MUCHACHA FANTASMA le dijo a Elena que se llamaba Mariana Mendoza. Dijo que durante un año entero había robado dinero a sus padres. Pensaba usar el dinero para comprarse un vestido de quinceañera. Su familia era muy pobre y sus padres le habían dicho que no tenían dinero suficiente para comprarle un vestido para festejar su décimoquinto cumpleaños. Por eso había empezado a robarles dinero. Lo escondió en una caja metálica que tenía enterrada en el solar vacío al lado de la casa.

  Pero una semana antes de que cumpliera años su padre estaba en el techo de la casa haciendo reparaciones. Vio que se le iban acabando los clavos y gritó por uno de los tubos de ventilación para pedir que su hija le trajera más. Ella buscó los clavos y trepó la escalera hasta el techo. Por poco llega a donde trabajaba su padre, junto al borde del techo, cuando tropezó. El pie se le trabó en una tablilla suelta y se cayó. Rodó hacia la orilla del techo.

  Su padre corrió a agarrarla, pero llegó tarde. La muchacha cayó de cabeza al suelo. Se le quebró el cuello. Y se murió.

  Los ojos de Elena se le llenaron de lágrimas al oír el relato de la muchacha fantasma. Apenas si podía respirar. Y luego la fantasma explicó lo que quería que Elena hiciera para ayudarla.

  Le rogó que encontrara la caja metálica donde la había enterrado, bajo el árbol en el terreno vacío. Le dijo exactamente la suma que estaba en ella: $47.36. Y le dijo lo que debería hacer con ese dinero. También le dijo que no se quedara con nada.

  —Dinero robado no trae nada bueno —le advirtió.

  Le pidió a Elena que usara parte del dinero para que rezaran rosarios por ella y sus padres, que para entonces también estaban muertos. Le dijo: —Acuérdate que me llamo Mariana Mendoza.

  Y le dijo que sus padres se llamaban Alejando y Dolores Mendoza.

  Le dijo a Elena que le preguntara al padre de la iglesia por el nombre de la última niña nacida más allá del tren que se había bautizado. Debía indagar el cumpleaños de la nena y luego abrir una cuenta bancaria a nombre de ella en el First National Bank.

  Todo el dinero que restaba lo debería depositar en esa cuenta y arreglar con el banquero para que ningún dinero, ni el interés que se recaudara, se pudiera sacar de la cuenta hasta una semana antes de que la niña cumpliera quince años. Y luego ese dinero se debería usar únicamente para comparle un vestido a la niña para su fiesta.

  Elena movió la cabeza afirmativamente para decir que se comprometía a hacer todo eso, y logró tartamudear: —Y…y…entonces, ¿tú no vas a volver?

  La joven fantasma respondió: —Nu-u-unca-a-a-a. —Y luego se desvaneció y ya no estaba.

  Elena le habló a su padre:—¿Viste eso?—le preguntó—. ¿Viste a esa muchacha? ¿Oíste lo que dijo?

  —No —le respondió con ternura y le dio palmaditas en el hombro.

  Elena repitió todo lo que la muchacha fantasma le había dicho, pero su padre no había visto ni oído nada y no lo creyó. Pero luego se rascó la barbilla, se rió y musitó para sí: —Bueno…supongo que me sería útil un poco de dinero.

  Chapter 9

  La caja metálica

  EL PADRE DE ELENA permaneció a su lado hasta que por fin se durmió. Pero la muchacha no dormía bien y cuando su padre fue a verla a eso de las seis de la mañana ya estaba despierta.

  —Vamos —le dijo—. Vístete y vamos a ver qué hay en el lote vacío. —Por supuesto que no esperaba encontrar nada fuera de lo normal ahí.

  Después de vestirse, Elena y su padre fueron al solar junto a la casa. Estaba cubierto de maleza y un gran tamarisco extendía sus ramas en medio del lote. Bajo el árbol encontraron una piedra plana y lisa, que parecía indicar el lugar lógico para cavar. Frank levantó la piedra y la puso a un lado. Con un desplantador que había encontrado detrás de la casa cavó en la tierra blanda.

  Cavó unas ocho pulgadas cuando la herramienta golpeó contra algo duro. Cavó más rápido y una caja de metal comenzó a aparecer.

  Sacó la caja del hoyo y vio que era una vieja joyera. Tenía diseños florales estampados en la tapa, y en la parte delantera había un botón que se hacía a un lado para soltar la cerradura. Frank limpió la tierra que cubría el botón y lo corrió a un lado.

  La vieja joyera estaba llena de cenizas grisáceas finas. Frank estaba molesto y un poco avergonzado porque había esperado encontrar dinero en la caja. Cerró la tapa de golpe y botó la caja al hueco.

  —Vámonos —le dijo a Elena—. Vamos a desayunar. —
Frank se levantó y se fue a la casa de Chino.

  Elena lo siguió, pero se tomó el tiempo para echar tierra sobre la caja y poner la piedra en su lugar.

  Chapter 10

  Mal de fantasma

  ELENA SABÍA que su papá no quería que dijera nada de lo que había sucedido la noche anterior. Pasó el día sola y habló muy poco. Para la tarde ya tenía sueño y pasó gran parte del día dormida. Cuando llegó la noche regresó con su padre a la casa vieja. Casi esperaba que su padre tuviera razón y que todo hubiera sido puro sueño.

  Aquella noche Elena trató de dormirse pronto, pero no pudo. Muy entrada la noche, la muchacha fantasma apareció otra vez. Ningún ruido anunció su llegada, pero Elena sintió que le sobrevenía un frío extraño y cuando abrió los ojos vio la neblina filtrándose por debajo de la ventana. Cuando estaba dentro tomó forma lentamente, y esta vez la muchacha fantasma se veía mucho más espantosa. Su cabeza estaba torcida hasta quedarse a un ángulo estrafalario, como si tuviera el cuello quebrado. La carne de su cara parecía desprenderse de los huesos.

  Agitó el dedo a Elena, como si quisiera decir que no había hecho bien. Y antes de que Elena pudiera encontrar la voz para dar explicaciones, la fantasma se había esfumado.

  Elena saltó de la cama y agarró su ropa. Ni siquiera despertó a su padre. Se vistió a toda prisa, se caló los zapatos y se fue corriendo a la casa de Chino. Pasó la noche ahí.

  Cuando su padre vino a buscarla a la mañana siguiente, Elena tenía una calentura de 103 grados. Estaba muy grave. Le dieron aspirina y le pusieron compresas tíbias en la cabeza y le frotaron con alcohol, pero nada servía para bajarle la fiebre. Deliraba todo el día, murmurando entre sí y mirando fijamente el techo. Así permaneció durante cuatro días.

  El tío de Chino estaba loco de angustia. Caminó a pasos largos de arriba para abajo en la sala. No sabía qué hacer. Pero abuelita sí sabía. Se deslizaba a la recámara siempre que podía para sentarse junto a la cama de Elena. Escuchaba lo que decía su nieta cuando parecía hablar sin sentido. Poco a poco la muchacha enferma reveló a su abuelita lo que había sucedido.

  Chapter 11

  Otra vez la caja

  LA CUARTA NOCHE de la enfermedad de Elena, cuando los otros miembros de la familia estaban dormidos, abuelita fue y la despertó. Envolvió a Elena en una cobija, porque la pobre muchacha todavía temblaba con fiebre. Le puso zapatos, y juntas salieron de la casa sin hacer ruido.

  Era casi la medianoche, y la muchacha y su abuelita caminaron lentamente por la calles desiertas del pueblo. Cruzaron Main Street y la vía del tren y luego siguieron por las calles oscuras hasta llegar al terreno vacío. Se arrodillaron y quitaron la piedra. Con las manos, abuelita cavó en la tierra suelta que su nieta había colocado en el hoyo. Sacó la caja de metal.

  Oyeron el traqueteo de monedas cuando levantaron la caja del hoyo, y esta vez cuando soltaron la cerradura y abrieron la tapa de la joyera, estaba llena de dinero…muchos billetes arrugados de un dólar, unos cuantos de cinco y diez. Y había un montón de monedas de veinticinco y diez y cinco centavos, junto con muchos centavitos.

  Después, cuando abuelita nos contó de la transformación misteriosa del contenido de la caja, siempre decía que la explicación de por qué antes no había nada en la caja era que el padre de Elena no daba crédito a lo que ella había experimentado y no tenía derecho de acompañarla. Y todavía más importante: lo que quería hacer con el dinero no era lo correcto.

  Con la caja de dinero bajo el brazo, abuelita ayudó a Elena a caminar por las calles desierta hasta su casa, y acostó enseguida a su nieta. A primera hora de la mañana siguiente, abuelita fue a la iglesia y arregló que rezaran los rosarios que la muchacha fantasma había pedido para sí misma y para sus padres. El donativo que dio venía del dinero de la caja de metal. Cuando abuelita regresó a casa, fue directo a la recámara de su nieta. Elena estaba sentada en la cama. La calentura ya se le había quitado.

  Para el mediodía, Elena pudo levantarse de la cama y caminar, y esa tarde fue a la iglesia con su abuela a hablar con el padre. La última bebé nacida más allá del tren se llamaba Victoria Sandoval. Luego fueron al First National Bank y abrieron una cuenta en nombre de la bebé, pero con la fuerte condición de no sacar el dinero de la cuenta hasta que faltara una semana para que Victoria cumpliera 15 años.

  Siempre he querido saber si sacó el dinero y compró el vestido, pero me gradué de la preparatoria y me fui del pueblo antes de que la tal Victoria Sandoval hubiera cumplido 15 años, y no lo sé. Pero sí sé que al atardecer de aquel día, Elena estaba tan sana y fuerte como siempre.

  Cuando llegó el fin de semana, el tío de Chino y sus dos hijas se mudaron a la casa vieja. Vivieron ahí durante un año entero, y nunca les molestó otro fantasma. Y en los primeros seis meses, tampoco les molestó que ese tacaño de Cole Cash viniera a cobrarles la renta.

  Ese año el tío Frank pudo mejorar su vida. Volvió a casarse y se fue de Duston con su nueva esposa y sus dos hijas. Regresó a trabajar en las minas, donde el sueldo era mucho mejor que el que podría encontrar en nuestro pueblo.

  Chapter 12

  La historia que permaneció

  ABUELITA GUARDÓ la caja de metal que había estado enterrada bajo el tamarisco. No la sacó mucho mientras Frank vivió en el pueblo, y nunca la sacó cuando él estaba presente. Frank no soportó que hablaran de fantasmas o casas embrujadas. Les prohibió a sus hijas que hablaran sobre ese tema.

  Aún después de que Frank se fue, abuelita estaba un poco recelosa, porque tampoco al papá de Chino le gustaban mucho sus “cuentos de creencias”.

  Pero a Chino y a mí nos encantaba el cuento y queríamos que lo oyeran todos los chicos del pueblo. Siempre que sabíamos que su abuelita estaba sola en casa, traíamos a otro amigo y pedíamos a la anciana que le contara la historia. En parte lo hacíamos porque nosotros queríamos oír el cuento otra vez. Abuelita sacaba la caja metálica para mostrárnosla, y luego nos contaba todo lo del fantasma que su nieta había visto en la casa embrujada de Cole Cash.

  Yo siempre había oído decir que a medida que una persona envejece se le debilita la memoria. A lo mejor es cierto para algunos, pero no creo que fuera el caso con la abuelita de Chino. Me parecía que su memoria iba mejorando, porque me percaté de algo: cada vez que nos contaba la historia de la muchacha fantasma en el techo, se acordaba de algún detallito que nunca antes había mencionado. La historia resultaba un poco mejor cada vez que abuelita la contaba.

  Pero para cuando estábamos en el octavo grado la abuelita de Chino estaba muy débil. Ya no nos podía contar historias. Y falleció en marzo de ese año.

  Por supuesto que nosotros seguíamos contando la historia de la muchacha fantasma en el techo. No teníamos el talento para contarla como la contaba abuelita, ni mucho menos; pero siempre que un chico nuevo venía a vivir en nuestro pueblo, lo llevábamos a ver la casa y le contábamos la historia. Con el tiempo comencé a preguntarme si sería la verdad. Por poco dejo de creerla. Luego, cuando estaba en el tercer año de la secundaria ocurrió algo muy interesante.

  Chapter 13

  ¿Pruebas impresas?

  CUANDO ESTÁBAMOS en el décimoprimer grado, la maestra de inglés, la señora Hughes, nos enseñó todo acerca de los periódicos. Nos enseñó cómo entrevistar a alguien y hacerle buenas preguntas y escribir un artículo. Nos enseñó cómo el primer párafo del artículo tenía que responder a las preguntas: ¿quién?, ¿qué?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué? y ¿cómo?

  Nos enseñó cómo diseñar un periódico y que las ganancias realmente vienen de la venta de anuncios. También nos dijo que todos los periódicos guardan un ejemplar de cada número que se publica. Nos dijo que el cuarto en donde se almacenan los viejos números lo nombran el “morgue”, porque las noticias en esos periódicos ya están “muertas”.

  La señora Huges me dio la tarea de ir a la oficina del periódico de nuestra comunidad y repasar los viejos números hasta encontrar un artículo interesante sobre el cual podía presentar un reporte en la clase. El periódico de nuestro p
ueblito salía solamente una vez a la semana, así que no iba a haber una gran cantidad de ejemplares. Me dirigí a la oficina del periódico.

  Conocí al dueño del semanario. Se llamaba Sam Peters. Estaba en la escuela con su hijo. Sam me llevó a un cuarto al fondo que tenía las paredes cubiertas de estantes amontonados de periódicos viejos. Me dejó a rienda suelta con esos periódicos y se fue a hacer su trabajo.

  Me puse a hurgar los montones de papel. Estaba el reportaje del descarrilamiento del tren de pasajeros un poco al este del pueblo y cómo los residentes recibieron en sus casas a los viajeros desamparados y los trataron como a familiares hasta que la vía se recompuso y pudieron seguir su camino.

  Por supuesto que estaba la historia de la gran explosión en la Geronimo Powder Company, que se encontraba a unas 10 millas del pueblo y producía dinamita para las minas de cobre allá en el norte. Esas historias sí eran interesantes, pero la mayoría de los muchachos ya habían oído a sus padres hablar de ellas.

  Encontré artículos de equipos de fútbol americano invictos y severas tormentas veraniegas que causaron miles de dólares en estragos. Pero no había nada de suficiente interés, hasta que el titular en un viejo periódico amarillento me llamó el ojo: MUERE UNA ADOLESCENTE EN CAÍDA TRÁGICA. Y bajo la cabecera había un subtítulo: Padres Tenían Planeada Una Fiesta de Cumpleaños.

  Leí el artículo bajo esos titulares, y luego me senté y abrí mi cuaderno y comencé a escribir. No había máquinas fotocopiadoras en esos tiempos, y sabía que Sam Peters no me permitiría sacar el periódico de la oficina, por lo que me quedé allí sentado y transcribí cada palabra. Éste es el artículo:

  MUERE UNA ADOLESCENTE EN CAÍDA TRÁGICA

  Padres Tenían Planeada Una Fiesta de Cumpleaños

 

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