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Psicomagia

Page 19

by Alejandro Jodorowsky


  La madre colaboró en el acto inconscientemente.

  Por eso es preciso que las personas implicadas en un acto estén informadas de su objetivo, a fin de poder participar con fervor en su realización. Daré un ejemplo de una colaboración consciente y bien lograda. A Gérard, un hombre a quien su constante exigencia afectiva le provocaba un gran sufrimiento con respecto a su mujer, le aconsejé que comprara dos cirios grandes y un ovillo de lana roja para realizar un acto con ayuda de su madre. Ésta es su carta:

  El lunes de Pascua, después de desayunar juntos, mi madre y yo fuimos a Notre-Dame a comprar los dos cirios. Había mucha gente. Después, la invité a almorzar en un restaurante chino. Hablamos mucho, de Dios, de la vida, de la familia. Después volvimos a casa. Poco antes de la medianoche, fuimos a su habitación (ella y mi padre duermen en habitaciones separadas). Pusimos los cirios encendidos en la chimenea. Estaban orientados en sentido norte-sur. Yo los tenía detrás, uno a la izquierda y el otro a la derecha. Luego nos atamos firmemente el uno al otro con la lana roja. Nos atamos todo el cuerpo: pies, piernas, tronco, brazos, manos, cabeza…Quedamos unidos de modo que cuando uno se movía, el otro tenía que seguir su movimiento.

  En ese instante reviví el vínculo que tuve con mi madre durante mi infancia y adolescencia. En aquella época, me creía obligado a seguir todo lo que ella indicaba, a ver las cosas como ella, a pensar como ella, a actuar como ella…Entonces sentí, a la altura del vientre, un calor que desapareció al poco rato. Permanecimos así atados hasta la medianoche. Los dos estábamos muy tranquilos. A medianoche, empecé a cortar la lana, primero por abajo, los pies, la infancia…Cada uno cortó la mitad de los nudos, de las ataduras, pero ella quiso que yo cortara alguno más. Cuando pudimos separarnos pensé: «Ahora, a partir de este instante, soy libre». Le di las gracias y un beso. Nos quedamos hablando un buen rato, pero ella estaba cansada. Soplé los cirios, tomé uno y me fui a mi casa. La última parte de mi acto consistía en hacerle un regalo que antes tenía que soñar. Un día tuve una idea: el único regalo que podía compensar la ruptura provocada por el acto era agradecerle todo lo que me había dado. El sábado 9 de mayo, a medianoche, le escribí con sangre: «Te doy las gracias por todo lo que me has dado. Te quiero. Que Dios te bendiga». Después sellé la carta con la cera del cirio de Notre-Dame que había encendido antes de escribir. Aquel acto transformó mi vida; a partir de aquel momento, dejé de agobiar a mi esposa como había hecho hasta entonces a causa de una exigencia afectiva que venía de mi infancia.

  Ahora me gustaría mostrar otra carta que trata de un problema de identificación con la madre. La escribe una pintora, víctima de fuertes crisis de asma. Aquí me serví del elemento onírico que utiliza la artista en su propia pintura. Además, esta carta también es interesante porque presenta el caso de una persona que ya había recurrido a la psicomagia y se había sentido aparentemente curada hasta sufrir una recaída, que requirió un nuevo acto. A veces un acto puede hacer desaparecer una dificultad sin extirparla de raíz, y entonces es conveniente prescribir un nuevo acto:

  …Le pregunté por qué, después de visitar un osario de apestados en Nápoles, sufrí una fuerte crisis de asma, al cabo de un año de no haber tenido recaídas. También le pregunté por qué, desde el día de la inauguración de mi exposición sobre los «ángeles», que tuvo lugar casualmente el 8 de junio, víspera del vigésimo aniversario de la muerte de mi madre, había vuelto a tener crisis de asma frecuentes y había vuelto a tomar diariamente medicamentos que había creído no necesitar más. Y es que, después de enterrar, por consejo suyo, todos los medicamentos bajo la tumba de mi madre, hacía exactamente un año, me consideraba definitivamente sanada. En verdad, no había tenido ni una sola crisis, hasta aquel día en Nápoles. Me contestó que probablemente no me autorizaba a mí misma a tener éxito en la profesión que amaba porque mi madre había muerto después de una larga enfermedad sin haber podido alcanzar su plenitud. Me aconsejó entonces que pintara un esqueleto y que encima dibujara un ángel, cuya túnica opaca tapara los huesos. Me proponía que, en cierto modo, sublimara en el ángel mi pena por mi madre. La idea me agradó. Seguí su consejo y, a pesar de mi actual incapacidad para pintar, hice un esfuerzo y fui a mi estudio para hacer el dibujo. Pinté el esqueleto, pero como no me gustaba dibujé otro encima y luego hice el ángel blanco. Días después tuve una fuerte crisis de asma con bronquitis que me costó mucho vencer. Estaba desesperada y tan fatigada que tuve que ir a descansar a la montaña. Me sentía confusa y dudaba de todo y de todos. ¿Por qué la psicomagia había fracasado esta vez, llegando incluso a provocar un resultado inverso al que esperaba? Misterio…Me sentía desconcertada hasta que reflexioné y recordé que, antes de dibujar el ángel, había hecho dos esqueletos, ¡dos esqueletos para un solo ángel! Comprendí que, inconscientemente, me sentía aún fuertemente atrapada por la pena, aquella pena que me hacía enfermar. A mi regreso, repetí la psicomagia. Esta vez dibujé un esqueleto y, después, un ángel. Al día siguiente, reduje las dosis de medicamentos a la mitad. Al otro día, los suprimí del todo. ¡Estaba curada!

  Los actos de los que dan testimonio estas cartas ponen de manifiesto diferentes facetas de la psicomagia. ¿Podría seleccionar una última carta en la que, gracias a su asombrosa disciplina, haya neutralizado un mecanismo psicológico común? Pienso, por ejemplo, en el miedo. Es un hecho reconocido que, en muchos casos, el miedo enmascara un deseo reprimido. ¿Tiene en su archivo algún «caso» que revele y resuelva esta dinámica en sí muy banal?

  Tengo muchas cartas de este tipo, pero elijo ésta porque es la prototípica:

  Una noche de mayo, regresando de una de sus conferencias, en el portal de mi casa me atacó un hombre enmascarado que quería violarme. No lo consiguió, pero pasé mucho miedo y seguramente trasladé mi espanto al lado derecho del cuerpo, que a la mañana siguiente estaba como paralizado. Aquello me provocó una gran aversión hacia los hombres, no soportaba su contacto y, a veces, no podía ni estar sentada a su lado. El miedo se apoderó de mí y, si volvía tarde a casa, subía los seis pisos corriendo. Yo, que nunca antes cerraba la puerta con llave, me aislé del mundo exterior parapetándome detrás de tres cerrojos. Pero el miedo no se quedaba al otro lado de la puerta, sino que me acompañaba siempre…Usted me prescribió un acto: «Ve a Pigalle y compórtate como una puta. Da una excusa para no irte con los hombres que se acerquen». Una coraza de plomo no me hubiera parecido más pesada…Elegí un 17 de julio porque el número 17 corresponde a la Estrella en el tarot y a Acuario, mi signo, con lo que me ponía bajo su protección.

  No conocía bien aquel barrio, de modo que fui primero a reconocer el terreno. Por supuesto, me resultaba muy difícil interpretar ese papel, completamente nuevo para mí. El 17 por la noche, a las 9, vestida con minifalda, una blusa muy ceñida, zapatos de tacón y medias de malla, y muy maquillada me encaminé a Pigalle. Deseaba no encontrarme con ningún vecino por el camino.

  En un andén del metro, un hombre se acercó para preguntarme, primero, si tenía fuego, después, la hora y, por último, por una estación del metro. Yo me sentía dentro de la piel del personaje y observaba lo que pasaba en mí. En Pigalle me esperaba un amigo y su presencia me tranquilizó.

  Me senté en la terraza de un café elegido a propósito. Crucé las piernas con descaro y encendí voluptuosamente un cigarrillo rubio, mientras observaba mi entorno. Descubrí las miradas de los hombres, ávidas, despectivas, perversas, etcétera. Mientras afrontaba aquellas miradas, notaba que en mí, en mi vientre, surgía una nueva fuerza. Transcurrió una hora, se acercaron cinco o seis hombres que querían subir conmigo a casa. Me negué, pretextando una enfermedad benigna. Algunos debieron de pensar que tenía sida.

  Después de cenar con mi amigo Hervé, volví a casa agotada, pero ya no tenía miedo y desde entonces he podido relacionarme con los hombres y subir mis seis pisos sin problemas. He dejado de esconderme y me siento en paz.

  Este acto me ha permitido descubrir cómo en mí coexistían varios personajes, manifestarlos, vivir mi miedo y superarl
o. Experimenté una gran liberación y la confianza de que en adelante podría avanzar, seguir mi camino. Sin este acto, qué duda cabe, lo hubiera reprimido todo. Ahora siento que me he abierto.

  El miércoles pasado, al volver de la conferencia, vi que un hombre me seguía. Quería acostarse conmigo. Me vino a la memoria el acto y toda la fuerza que había extraído de él. Discutí con ese hombre y pude ver el miedo en sus ojos. Tomé conciencia de mi propia fuerza y él también la sintió. Salió del edificio y yo subí a mi apartamento tranquila, confiada.

  Mucho amor, alegría y armonía para usted y su familia.

  ¡Que esta bella carta cierre este breve epistolario psicomágico!

  * Los comentarios de Alejandro Jodorowsky están intercalados en el texto entre corchetes. Para facilitar su lectura, se han hecho en las cartas pequeñas modificaciones gramaticales o de estilo. La mayoría de los originales están en poder de Jodorowsky, pudiéndose comprobar su autenticidad.

  La imaginación al poder

  ¿No será la psicomagia demasiado simple y un tanto efímera? Un psicoanálisis requiere años y hay terapias que se prolongan durante largos períodos…

  Un laberinto no es sino una maraña de líneas rectas. Me pregunto si, a veces, análisis y terapias no tenderán a introducir sinuosidades en las rectas…Además, un acto tiene un carácter más concluyente que cualquier palabra. No obstante, debo precisar una cosa: rara vez prescribo un acto a una persona sin estudiar previamente lo que llamo su árbol genealógico: su familia, padres, abuelos, hermanos, etcétera.

  O sea que cada uno de los actos que hemos examinado no es a fin de cuentas sino un episodio de un proceso más largo.

  Sí, pero un episodio grave y decisivo. Si tengo un clavo en el zapato, todo mi mundo, mi sensibilidad, se verán afectados. Antes de pretender ir más allá, afinar mi visión, tengo que extraer el clavo. Del mismo modo, cuando sufrimos un trauma, toda nuestra existencia se resiente. Importa, pues, remediar este trauma.

  Por otra parte, me parece que la psicomagia ayuda a resolver ciertos problemas concretos y específicos. La veo más como una intervención puntual que como una terapia, digamos, global…

  Sólo hay una curación global: encontrar a Dios. No hay otra. Sólo el descubrimiento de nuestro Dios interior puede curarnos para siempre. Lo demás es andarse por las ramas. Una terapia no puede ser sino parcial.

  ¿Qué decir ya, a punto de dar término a estas conversaciones que hemos mantenido?

  Es importante subrayar la importancia de la imaginación. En cierto modo, aquí me he entregado a un ejercicio de autobiografía imaginaria. No en un sentido de «ficticia», ya que todos los hechos consignados son ciertos, sino en el hecho de que la historia profunda de mi vida es la de un esfuerzo constante para expandir la imaginación, hacer retroceder sus límites, aprehenderla en su potencial terapéutico y transfigurador. Si algo enseño es imaginación.

  Alejandro Jodorowsky, profesor de imaginación.

  Exactamente. Enseño a la gente a imaginar. Durante la mayor parte del tiempo no tenemos idea de lo que puede ser la imaginación, no concebimos siquiera la amplitud de sus registros. Porque, aparte de la imaginación intelectual, existe la imaginación sentimental, la imaginación sexual, la imaginación corporal, la imaginación económica, la imaginación mística, la imaginación científica…La imaginación actúa en todos los terrenos, incluidos los que consideramos «racionales». En todas partes tiene su lugar. Importa, pues, desarrollarla para abordar la realidad, no a partir de una perspectiva única, sino desde múltiples ángulos. Normalmente, visualizamos todo según el estrecho paradigma de nuestras creencias y condicionamientos. De la realidad, misteriosa, tan vasta e imprevisible, no percibimos más que lo que se filtra a través de nuestro minúsculo punto de vista. La imaginación activa es la clave de una visión amplia, permite enfocar la vida desde puntos de vista que no son los nuestros, pensar y sentir a partir de diferentes ángulos. Ésa es la verdadera libertad: ser capaz de salir de uno mismo, atravesar los límites de nuestro pequeño mundo individual para abrirse al universo. Me gustaría que los lectores de nuestro libro aceptaran, por lo menos, la idea del poder terapéutico de la imaginación, de la que la psicomagia, a fin de cuentas, no es más que una modesta aplicación.

  Lecciones para mutantes

  (entrevistas con Javier Esteban)

  Nota preliminar

  Alejandro Jodorowsky aceptó que iniciáramos estas Lecciones para mutantes sólo si resultaban útiles a los demás. Mi respuesta fue que si lo eran para mí, hombre escéptico y un tanto averiado, podrían serlo para otros. Así decidimos realizar este trabajo que complementa, diez años después de su aparición, su mítica obra Psicomagia. Estas entrevistas son, por tanto, fruto de una experiencia entre alguien dispuesto a compartir conocimientos y alguien que quiere aprender. Más que constatar certezas, nuestras palabras hilan constantes dudas y amables respuestas.

  Por sus circunstancias personales y por su nivel de conciencia, Jodorowsky ha abierto senderos y atajos en la búsqueda de la felicidad. Lejos de ser un gurú (no le gusta esa figura), nuestro autor es un ser evolucionado de la especie que, precisamente por ello, se ríe de sí mismo. Sus recorridos son aptos para toda una generación efervescente de mutantes que hacen uso de fórmulas individuales de conocimiento y autorrealización. Para sanar, para crecer, Alejandro nos muestra que el hombre tiene a su alcance llaves como la meditación, el arte, los sueños, ciertas sustancias sagradas, la magia, la alquimia, el lenguaje, el humor o el tarot. A estas técnicas está dedicada la primera parte de Lecciones para mutantes.

  A lo largo de su ajetreada existencia, Jodorowsky ha atravesado un formidable periplo humano de miles de años en tan sólo unos pocos, ha visitado culturas y conocido experiencias, formando al mismo tiempo parte de la vanguardia cultural con sus aportaciones al cómic, el cine o la literatura. Este viaje por la memoria de la humanidad es un continuo e imaginativo reto y un profundo ejercicio de superación, donde antes que nada es necesario saber quiénes somos, olvidando parte de lo aprendido, tal y como revela el autor en la segunda parte de estas lecciones.

  Jodorowsky concibe las experiencias de ruptura y cambio de un modo personal, desconfiando de toda Iglesia, «monigote» o comisionista del espíritu. Desde la libertad y para la libertad, utiliza una síntesis de vivencias que resultan terapéuticas y necesarias al último hombre: ese que ha dejado de luchar por la pura supervivencia y busca su desarrollo interior. Al margen de cualquier revelación o texto sagrado, de toda tradición dogmática o ideológica, Jodorowsky entiende que la realidad debe ser percibida en primera persona y realizada artísticamente. A esa formidable búsqueda, a ese loco tanteo, está dedicada la tercera parte de esta entrevista.

  Las ideas del autor sobre los distintos niveles de conciencia o tantas otras cuestiones entroncan con la filosofía perenne en estado puro, pero lejos de los estrechos marcos de las religiones tradicionales. Aunque hable de Dios, Jodorowsky no es teísta ni ateo, espiritualista ni religioso, sino simplemente persona. Para él, la salud es el equivalente único de la moral, porque nuestra realización no puede esperar el más allá, sino que debe llevarse a cabo en este mundo, rompiendo los límites que lo impidan. Algunas de estas ideas atestiguan el fenómeno llamado «religión a la carta» que viene extendiéndose por nuestras sociedades en los últimos tiempos.

  Alejandro es un visionario en la medida en que su nivel de conciencia se asoma más allá de los límites de su tiempo. Un «iluminado» que detesta la posibilidad de fundar una escuela, pero que dedica desde hace años su tiempo al extraño empeño de la santidad civil. Sus intuiciones sobre la sociedad, la religión y el destino de la humanidad han sido recogidas en la cuarta parte, en forma de visiones que incluyen un ejercicio de futurología donde el lector encontrará muchas de las ideas e impresiones del autor.

  En estas entrevistas no podía dejarse de mencionar la actividad terapéutica, que el autor considera fundamental y que realiza en diversos talleres por todo el mundo. En
el capítulo dedicado al arte de sanar, Alejandro repasa y aclara algunos aspectos ya expuestos en su Psicomagia. La última parte de este trabajo es un canto a la vida que refleja la actitud feliz y luminosa de nuestro personaje.

  La transcripción de las palabras de Alejandro en ningún caso ha sido fácil, pero sí respetuosa y en la medida de lo posible literal, aunque las limitaciones de la escritura se han hecho evidentes al no poder recoger toda la riqueza de su discurso oral. Confío en poder transmitir algunas de sus intuiciones a quienes buscan respuestas y experiencias en el maravilloso viaje de la existencia. He huido de la entrevista especializada en cualquiera de las técnicas que maneja el autor, aunque aquí se hable de casi todas ellas. Así es, en conclusión, esta obra de impresiones: una guía para todos los que deseen transformarse y no un manual para eruditos; un testigo de su manera de hacer y de vivir, una modesta enseñanza en forma de diálogo en la que yo representaría a una nueva generación de mutantes.

  He de confesar que creo que en principio Alejandro aceptó realizar estas entrevistas simplemente por ayudarme, aunque luego le gustara el resultado y lo considerara útil para los demás. Fui a París con un cierto complejo de entrometido. Durante aquellos días, me dedicó pacientemente una hora y media diaria en su casa. Al final de cada entrevista, yo podía traducir mentalmente sus respuestas en ejemplos que caían como cataratas de imágenes. El estado de ligera alteración de conciencia daba paso a una agradable borrachera telepática. Preguntas hilvanadas como cadenas de imágenes. Acabábamos hablando del halo de los santos, sin motivo alguno. A la salida, el segundo día, me confesó: «No sé si resultará útil todo esto porque no me acuerdo de nada de lo que te he dicho». Jodorowsky tuvo la delicadeza de contestar en estado de trance a mis preguntas. En esas horas de diván me sentí como un escultor golpeando un inmenso mármol del que saldría una cara, un extraño retrato que a su vez sería un espejo para los demás. «¿Cómo lo ves?», me repetía, como si lo estuviera pintando. Durante los días en que pude asistir a su casa la dinámica fue variando. A menudo mis preguntas reducían el nivel de su discurso, pero otras veces lo catapultaban. Viajamos mucho juntos. La ebriedad a veces duraba horas. De todas las imágenes que guardo de aquellos días una me visita de vez en cuando en forma de sueño: somos pinceles que dibujan su propia vida, que se transforma a cada instante.

 

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