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Sangre en la nieve

Page 7

by Maria Parra


  Se tragó media hogaza de una sentada y luego atacó el queso que aunque fuerte no estaba malo del todo. No era comparable a los degustados en su hogar pero definitivamente era mejor que morir de inanición.

  La muchacha se sintió mucho mejor una vez llena su tripa. Mas ahora tenía una sed espantosa. El pan la había secado más la garganta.

  Volvió a inspeccionar a su alrededor en busca de alguna jarra con agua cristalina. No encontró ninguna pero si un caldero en una esquina.

  Se agacho y estudio el líquido, preocupada. No le parecía muy limpia. Es más le parecía que debía estar sucia. No sabía de dónde había salido aquella agua ni cuando se había recogido del pozo. Sin embargo, al tiempo que la asaltaban todas aquellas dudas, la sed le aumentaba más y más.

  Al final, volvió a cerrar los ojos para no ver lo que iba a hacer y bebió usando su mano, que tampoco estaba muy limpia precisamente, a modo de cuenco.

  Bebió una y otra vez, hasta apagar su sed.

  Una vez satisfechas las imperiosas necesidades de su organismo ya podía regresar a sus pensamientos.

  Sacó el pequeño retrato del príncipe niño y lo admiró amorosa.

  Se volvió al rincón donde había dormido sin apenas desviar la vista del retrato, se sentó sobre el abrigo de Jacob sin fijarse en él y se concentro tan solo en aquella pequeña imagen.

  — Pronto vendrá a buscarme y me llevara a palacio donde seré reina como quería mi madre —susurró en una reconfortante letanía sumiéndose en trance.

  Permaneció así casi todo el día, sola, acunándose a sí misma, arrullada por la mágica plegaria que musitaba al retrato, cuya imagen le infundía fuerzas.

  Al atardecer, regresando el cansancio de su cuerpo se quedó dormida hecha un ovillo.

  10

  Jacob iba varios pasos por delante de los demás mozalbetes. La mayor parte de los días llegaba bastante más tarde que el resto a la casa que ocupaban, -esta no era suya en propiedad simplemente la habían encontrado en las profundidades del tupido bosque, alejada de los senderos que recorrían la montaña, casi derruida, ocupándola y con los años, Jacob con ayuda de algunos de los hombres de la mina consiguió convertir aquel montón de tablas en un sitio bastante habitable-, pues se quedaba a trabajar varias horas más en el despacho del capataz ayudándole con las cuentas pero aquella tarde se excuso con el hombre, alegando que no se encontraba bien.

  Por primera vez mentía al señor Grimm al que tenia por protector y maestro, este siempre le trataba con respeto, y ni siquiera él sabía porque le acababa de ocultar la verdad. Podría haberle explicado al capataz lo sucedido con la muchacha y que deseaba regresar pronto para ver como se encontraba pero por algún motivo que ni él era capaz de explicar no se confió al hombre.

  Además, le había indicado a los chiquillos que no mencionaran el tema en la mina. Al joven Wilhelm que le costaba mucho callarse nada, no le fue nada sencillo cumplir tal petición pero, al menos por aquella jornada, lo había conseguido.

  El silencioso muchacho traspaso el umbral de la destartalada vivienda con la lámpara en la mano y dirigió la mirada directa al lugar donde en la mañana dejó a la joven desfallecida.

  Descubrió a Blancanieves dormida y echa un ovillo en el suelo, encima de su abrigo, el cual había echado de menos durante la vuelta a casa.

  Ha estado despierta pensó alegre, sin darse cuenta de la sonrisa que se dibujaba ahora en su cara.

  Se acerco más y observó que ya no estaba el pan que le dejó.

  Y ha comido se dijo sonriendo más.

  — ¿Qué, la chica sigue ahí? —interrogó Hans entrando por la puerta seguido por los demás chiquillos.

  Jacob les explicó con signos sus descubrimientos.

  — Qué bien —dijo Achim sin prestar atención, yendo directo a la alacena donde guardaban su cena— ¡Pero qué demonios! —exclamó de pronto y se volvió hacia Jacob y la durmiente Blancanieves— ¡Esa chica se ha zampao la mitad de nuestra cena! —estalló ceñudo, realmente enfadado, mostrando a los demás lo poco que quedaba. El queso había desaparecido y apenas quedaba pan para tres de ellos. Únicamente estaban intactas las cebollas.

  Sus recriminaciones y las que siguieron salidas de las pequeñas y deslenguadas bocas del resto de mozalbetes despertaron a María Sophia que se sobresalto comenzando a gritar asustada.

  Jacob, sorprendido por el abrupto despertar de la chica, cayó de culo.

  Ella vio a su alrededor unas caras entre las sombras, lanzando gritos que a sus oídos llegaban más intensificados, fruto de su trastornada mente. Una vez más, pensó que debían ser criaturas demoniacas que buscaban dañarla.

  Nuevamente se abrieron las compuertas de sus ojos dejando libre el torrente de lágrimas que corrieron por su cara. Y entre chillidos se apretó desesperada contra la pared intentando alejarse de los terribles seres.

  Se armó un desconcertante alboroto en el cual Jacob hubo de hacer frente a sus jóvenes compañeros pues varios de ellos quisieron increparle directamente a la extraña intrusa.

  Consiguió parar a la mayoría, pero Karl, con solo un año menos que él y casi tan fuerte como Jacob aunque fuera más bajo, consiguió esquivarle y se acerco como un toro enfurecido a Blancanieves.

  — Eres una maldita tragona —le reprochó queriendo tomarla de un brazo para agitarla con brusquedad.

  No pensaba pegarla, los niños de las minas no sabían mucho de modales y no dudaban en pelearse con cualquiera de sus compañeros de trabajo si le armaban alguna picia pero aun con su escasa formación sabía que no debía pegar a una chica, pero no pasaba nada por zarandearla un poco. Seguro que eso la escarmentaría y no volvería a comerse la comida de los demás.

  Pero María Sophia cada vez más histérica, entre incesantes llantos, al notar una voz más fuerte a las demás cerca de ella logró ponerse en pie y agitó con todas sus fuerzas el brazo sano a su alrededor queriendo protegerse.

  Así Karl, sin esperárselo recibió un potente manotazo en la cara.

  Este reculo y se llevó una mano a la mejilla dolorida, sintiéndose atónito, rabioso y avergonzado, todo al mismo tiempo.

  — ¡Menudo sopapo que te ha acaba de arrear la chica! —rió con ganas Christian.

  Los demás mozalbetes a excepción de Jacob y del afectado por el bofetón, estallaron en carcajadas que se unieron a las de Christian, dejando olvidada la afrenta de zamparse su cena.

  Después, Jacob, ceñudo dio un empujón a Karl que tenía la cara roja como la grana por la humillación y el golpe, para alejarlo de la desquiciada muchacha. E indicó al grupo que callaran, todo aquel revuelo solo estaba asustando más a su visitante femenina.

  Una vez logró instaurar el silencio, al menos por parte de los muchachos, Jacob con suaves gestos intento indicarle a Blancanieves que se calmara, pues nadie la iba a dañar.

  Esta se atrevió a abrir los ojos al notar la desaparición de los atronadores ruidos y pudo distinguir al joven que tenia frente a ella. La luz del candil le iluminada.

  No era el hombre malvado que se la llevó del castillo y tampoco parecía un diablo, parecía tan solo un chico, de semejante edad a la suya. Mas frunció el entrecejo disgustada al observar su pelo castaño, corto y revuelto y su cara que le pareció sumamente vulgar y sucia. Sin embargo, sus ojos de un gris amarronado lograron captar su atención por unos instantes.

  Le parecieron amables y sus pulsaciones comenzaron a descender.

  El joven al ver que parecía estar tranquilizándose intento acercarse un poco más a ella pero esta, no pudiendo retroceder al estar ya pegada a la pared, optó por moverse hacia un lado queriendo alejarse de aquellas manos que aunque ya no le producían temor, si asco. La mugre de sus uñas se podía ver a kilómetros, o eso le parecía a ella.

  Al ver su reacción, Jacob retrocedió intentando trasmitirla seguridad. Entre tanto, los demás les observaban. Algunos habían conseguido tras una silenciosa pelea repartirse los restos de la cena y ahora devoraban las cebollas en dos mordiscos mientras se preguntaban a que se andaba su compañero con tantos remilgos con la tragon
a intrusa.

  El muchacho teniendo una idea, tomó la pequeña libreta que colgaba siempre de su cuello y se puso a escribir presuroso unas palabras.

  Después arrancó la hoja y se la tendió a la chica, haciendo un gesto para que la cogiera sin miedo.

  María Sophia confusa y dudosa la tomó tras unos instantes de vacilación.

  La miró pero solo vio en ella unos garabatos, como no sabía leer no podía comprender lo que allí estaba escrito.

  Luego la dejó caer al suelo perdiendo el interés.

  Jacob dedujo rápidamente lo que pasaba y escribió de nuevo una nota que ahora le entregó a uno de los chiquillos.

  — ¿Quies que le lea esto? —preguntó Ludwig, enarcando una ceja.

  Jacob asintió.

  — Está bien —resopló el chico.

  Dejó su asiento con cierto disgusto y se acerco a donde estaba la chica. Tuvo cuidado de no aproximarse demasiado, prefería no acabar luciendo en su cara la marca de una mano como la que ahora adornaba el rostro de Karl.

  — Con lo que me cuesta esto de leer —farfulló el muchacho estudiando con intensidad las palabras del papel— Te dice que se llama Jacob… —comenzó dirigiéndose a Blancanieves— te ha escrito esta nota por que es mudo —le explicó ahora añadiendo información por su cuenta— le cortaron la lengua de niño por ladrón…

  La jovencita al oír eso se volvió a asustar y soltó un gemido de aprensión. La palabra ladrón le preocupaba pero la idea de tener en frente alguien sin una parte de su cuerpo le pareció repugnante y apartó la vista del chico disgustada.

  Jacob observando su reacción propino un empujón a Ludwig.

  La has asustado.

  — ¿Por qué me pegas? —se quejó el chiquillo— No he mentio, te cortaron la lengua por ayuda a tu padre a roba, pa que comierais, no veo por qué te enfadas por decir la verda. Ni que fueras el único que ha robao por un cacho de pan. Ademá —siguió parloteando sin freno— tuviste bien de suerte de que te cortaran la lengua en lugar de una mano como suelen hace, como se nota que les diste pena, que sin manos no pues trabaja pero la lengua no hace falta pa gran cosa. —gruñó— Pos si ya digo que tu padre está en la cárcel me matas —siguió rezongando Ludwig.

  Blancanieves comenzó a llorar volviendo a alterarse tremendamente ¿con que clase de gente había topado en aquella casa?

  El muchacho, exasperado, le indico a su compañero con presurosos gestos que dejara ya de relatarla su vida y se limitara a leer el papel.

  — Vale… ya sigo —aceptó Ludwig volviendo su atención a los trazos de aquellas palabras que tanto le costaba traducir.

  Jacob se había empeñado en que todos sus compañeros, casi hermanos, aprendieran a leer y escribir, a pesar de que la gente llana en general no tenía tales conocimientos y podían pasarse toda la vida sin necesitarlos. Los niños recibieron las lecciones primarias de manos del capataz y después aprendieron el resto de él con mayor o menor interés, aunque ninguno tomó aquellas enseñanzas con demasiado entusiasmo. Tras una larga jornada de trabajo, que se sucedía todos los días de la semana, no tenían muchos ánimos de, encima ponerse a aprender a descifrar aquellos garabatos. Por tanto, los chiquillos tenían los conocimientos cogidos con pinzas y a la mayoría les costaba bastante esfuerzo leer y como tras tantos años junto a él ya entendían perfectamente sus gestos tampoco les parecía muy útil saber eso de leer y escribir. Y al no usarlo, se les iba olvidando.

  — Te pregunta cómo te llamas —siguió el chiquillo traduciendo con esfuerzo— y quie sabe que te ha pasao y cómo has llegao a nuestra casa —terminó acelerado devolviendo el papel a su dueño y regresando a la mesa con los demás, dando por concluida su tarea.

  — Y yo quiero sabe por qué te has tenio que zampa toa nuestra cena —intervino Christian rezongando desde su silla, mientras las tripas le rugían con fuerza.

  El mudo chico hizo un gesto para que se callara y volvió su atención de nuevo hacia Blancanieves esperando que ahora les explicara quien era.

  Pero ella no dijo nada.

  Ya parecía más tranquila, sin embargo su reacción fue encogerse quedando en cuclillas en el suelo.

  Intentó abrazarse a sí misma con el brazo que podía mover y comenzó a murmurar fijando la vista en el suelo.

  — Él vendrá a buscarme pronto —recitaba una y otra vez, tan bajo que Jacob no lograba captar el sentido de las palabras.

  El muchacho no sabía cómo tomarse aquella rara actitud, veía comprensible asustarse al encontrarse rodeada de desconocidos pero no hablarles le pareció muy extraño.

  ¿Qué la pasara?

  Aprovechando la aparente ausencia de la jovencita, se acerco más y recogió su abrigo, que se encontraba tirado, olvidado bastante cerca de ella. Lo sacudió y se lo ofreció. Con aquellos harapos debía de tener frío, imagino volviendo a estudiarla. Sus piernas estaban casi al descubierto al igual que sus brazos.

  Un buen número de moratones se dibujaban en su piel y se fijó en que el brazo que tenia estirado parecía bastante más amoratado al otro.

  A lo mejor tiene algo roto pensó preocupado.

  Y con este pensamiento se acerco más a ella y la tocó el miembro para ver su estado.

  Ella soltó un alarido y se arrastro como pudo alejándose de Jacob, regresando a los pocos instantes a su trance y balbuceos.

  Aún más preocupado, Jacob se levantó. Si solo rozarla le causaba tanto dolor debía de tener el brazo definitivamente roto, se imagino.

  Los galenos eran muy caros, increíblemente caros para el exiguo sueldo de un minero, y más para el de los niños que cobraban la mitad que un adulto, pero en la mina, donde por desgracia no eran raros los accidentes y derrumbes, había varios mineros que de tantos años en el oficio habían aprendido algunas cosas sobre currar a los heridos.

  El chico escribió otra nota y se la entrego a Karl, el mayor después de él.

  Este la tomó con extrañeza.

  — ¿Pa que quies que vaya a estas horas a casa del señor Andersen? —interrogo pasmado.

  Jacob le arranco el papel de las manos y garabateo unas palabras más.

  Karl las leyó.

  — ¿Y no pues esperate a mañana? Si tien roto el brazo ya lo tenía anoche, así que ¿Qué más da que pase con el así unas horas más? —comentó remolón, no le apetecía nada salir de noche y recorrer tanto trecho solo por aquella rara intrusa.

  En respuesta Jacob le tomó con energía por el cuello de la camisa y lo arrastró hasta la puerta.

  — Ta bien, ya voy —rezongó el chico cediendo a regañadientes.

  — Oye, ya que vas a casa del señor Andersen mira a ve si su señora te pue da algo más de come —soltó Achim ocurriéndosele de pronto la idea.

  Así, el chiquillo se interno en la oscuridad de la noche rumbo a la vivienda del minero, sin siquiera llevar consigo el farol, había luna y gracias a su plateado resplandor se distinguía con suficiente claridad el camino.

  El minero en cuestión vivía en el pueblo cercano a la mina de Bieber, donde casi todos los trabajadores y sus familias se asentaban. Ellos siendo, unos huérfanos y otros teniendo a los parientes muy lejos o presos, preferían vivir a su aire alejados de la aldea y los mayores.

  Y entre tanto, Jacob echó con delicadeza su abrigo sobre María Sophia, la cual ni se dio cuenta del gesto, y se sentó en el suelo a unos pasos de ella observándola sumida en su trance, dispuesto a aguardar con paciencia la llegada del curtido minero que sabría juzgar el daño del brazo de la chica y como curarlo.

  Los demás chiquillos pensaron en irse a dormir, ya era tarde y lo sería más aun cuando regresara Karl con el señor Andersen pero existía la posibilidad de que junto con ellos llegara alguna cosa para comer. Así pues optaron por quedarse sentados a la mesa, albergando esperanzas de poder apaciguar su hambre, farfullando entre ellos y algunos cabeceando a ratos.

  11

  Trascurridas unas horas apareció Karl con el señor Andersen. Los chicos que seguían despiertos, el pequeño Wilhelm roncaba hacia mucho con la cabeza apoyada sobre sus brazos qu
e reposaban en la mesa, se incorporaron de inmediato al captar el delicioso aroma a sopa.

  La señora Andersen, gustosa, le había entregado al mensajero una buena pota llena de sopa para él y sus compañeros.

  — Aquí te lo traigo —le dijo escueto Karl al mudo muchacho, este también se había levantado espabilándose al oír el crujido de la puerta al abrirse.

  Luego Karl cargando con su olla calentita, se lanzó directo a la mesa donde los demás le aguardaban comenzando a babear ansiosos.

  Muy pocas veces tenían la suerte de comer caliente, ninguno de ellos sabía cocinar de modo que solo la probaban de cuando en cuando gracias a la generosidad de alguna de las esposas de los mineros.

  Uno de los chiquillos corrió a sacar unas viejas cucharas de madera para a continuación arremolinarse todos alrededor de la olla y comenzar a comer de la cazuela a la vez.

  — ¿Qué es eso de que tenéis una muchacha en vuestra casa? —comenzó extrañado el señor Andersen dirigiéndose a Jacob cuando cayó al fijarse en Blancanieves que seguía sumida en su trance— ¡Por el cielo, es verdad! —exclamó el hombre, pasmado— no me creía mucho el cuento del chico —reconoció.

  Se aproximó más a la jovencita dispuesto a examinarla.

  — A ver niña ¿Qué te duele? ¿Te has roto el brazo? —le interrogo, en tono afable.

  Jacob iba a advertirle que tuviera cuidado al acercarse a ella pues parecía reaccionar muy mal a cuanto intentaban pero no tuvo oportunidad. En cuanto el brioso hombretón que se ofrecía a ayudar sin dudarlo pero que al tiempo deseaba regresar a su casa lo antes posible, aparto el abrigo y la tocó, María Sophia lanzó un potente alarido luchando por alejarse a gatas del nuevo desconocido.

  — ¿Qué la pasa? —interrogó el señor Andersen, atónito volviéndose hacia Jacob— apenas la he rozao, aunque el brazo este roto no pue haberla dolio tanto.

  — Pa mi que ta algo chalaa —soltó Hans desde la mesa donde sorbía con gusto cuanta sopa podía, compitiendo por el sabroso líquido con sus casi hermanos.

  El mudo joven le lanzó una mirada asesina y se volvió al hombre intentando explicarle con gestos el desconcertante comportamiento de su visitante que por algún motivo reaccionaba mal al contacto.

 

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