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Sangre en la nieve

Page 8

by Maria Parra


  — Pos si no la pueo toca a ve como la curo —señaló el hombre, pensando para sus adentros que tal vez Hans estaba en lo cierto y aquella chica no tenía la sesera en su sitio.

  El muchacho meditó unos instantes como proceder. Luego redactó una apresurada nota y se la entregó a uno de los chiquillos para leer, el señor Andersen tampoco entendía las letras.

  — Dice que si mirándole el brazo de lejo pue sabe si tá roto —tradujó Achim.

  El hombre se rascó la espesa barba, pensativo y se volvió a acercar un poco a María Sophia que ahora volvía a estar callada aunque se la veía expectante mirándoles sin comprender. Observó su brazo atento.

  — Tie mal colo —comentó levantando una ceja— se está poniendo mu morao pero no se ven heridas graves ni el hueso asomando… eso es bueno —farfulló— ¿Le has visto movelo? —le preguntó ahora a Jacob.

  Este negó con la cabeza.

  — Pos pa mi que tá roto —dictaminó el señor Andersen con la poca información de la que disponía.

  Jacob garabateo otra nota que le volvió a entregar a Achim.

  — Pregunta que hay que hace pa curáselo —leyó este.

  — Pos hay que entablillarle el brazo —comenzó la explicación el hombre— pone un madero del largo de su brazo inferior, que es lo que se ve más oscuro y atalo bien fuerte al brazo y la mano con tiras de tela. Pa luego ponele el brazo doblao y sujeto al cuello con un pañuelo grande y así dejalo hasta que no duela y tenga buena pinta —le dijo—. Ya traje yo too, que me lo preparo mi señora.

  Y a continuación sacó lo necesario del zurrón que cargaba.

  — Pero si no deja que la toque a ve cómo le entablillo el brazo —repuso encogiéndose de hombros— y si no se cura ya no podrá usalo más —le advirtió, lo había visto otras veces, hombres que perdían la movilidad del miembro para siempre por no curarlo.

  No puedo permitir que eso pase se dijo Jacob.

  Decidido le pidió al solícito minero que le entregara las cosas y le comunico que podía irse dándole las gracias.

  — ¿Te ocupas tú? —interrogó el señor Andersen, dudoso.

  El chico afirmó convencido, lograría curarla… de algún modo.

  — Como tú veas chico, siento no habe sio de más utilida —le dijo encogiéndose de hombros, su labor allí había concluido, no podía hacer más por la muchacha.

  Jacob, le pidió con gestos que aguardara un instante, uno de sus compañeros habría de conducirle hasta el sendero que llevaba al pueblo, solo podría extraviarse en la espesura y más siendo noche cerrada, tan solo ellos, tras tantos años de recorrer la zona, la conocían a la perfección. Además se dio cuenta de algo importante y mientras el minero esperaba ya en el umbral de la puerta se puso a escribir una nueva nota apresurada. Luego fue a la mesa para dársela a otro de los chiquillos y solicitar un guía voluntario para el señor Andersen.

  Mientras esperaba que Christian la leyera en voz alta, vio la olla vacía, ni había probado la sopa pero en aquel momento poco le importaba. Se la tendió a Karl que ya se incorporaba para irse con el señor Andersen, ahora con el estómago lleno y el cuerpo reconfortado gracias al delicioso líquido no le importaba pagar la rica cena con su guía hasta el camino.

  — Le pie que no comente en la mina na sobre la chica —tradujo al fin Christian.

  El señor Andersen miró al mudo joven algo desconcertado.

  — ¿Y eso po qué?

  Jacob se encogió de hombros, ni con palabras habría podido explicar bien la razón pero algo en su interior le aconsejaba actuar con prudencia y ocultar la existencia de su inesperada huésped. Y ahora se le ocurría que tal vez la jovencita estuviera huyendo de algo y que si se empezaba a hablar de ella a lo mejor pondría en alerta a quien la quisiera mal.

  El hombretón pensando que ya era muy tarde y que aquello no era asunto suyo, aceptó no ir con el cuento a nadie. Conocía a los críos desde hacía años y sabía que eran buenos y no le harían ningún daño a la muchacha.

  — Como quieas, y si la consigues cura el brazo, que hable y que se comporte como una chica normal y necesitáis buscala un sitio más adecuao pa dormi seguro que mi muje la acepta en casa pa ayudala en las tareas del hogar —les ofreció como un plan para un posible futuro, despidiéndose, encantado de poder volverse a su casa.

  Jacob le dio las gracias en signos y le despidió cerrando la puerta tras la salida del curtido minero y de Karl que cargaría con la olla hasta que se separaran.

  Hecho esto, el silencioso chico animó a los demás chiquillos a irse a descansar, así estaría la cocina despejada y podría tratar de curarla con más tranquilidad. Karl tardaría un buen rato en regresar a la cabaña y con suerte para cuando apareciera él ya habría concluido la cura. Sus compañeros, gustosos, se arrastraron hasta sus jergones en la estancia contigua.

  Una vez solos Jacob suspiró y se acercó con cuidado a Blancanieves. Se puso de rodillas dejando cerca la lámpara y las cosas necesarias para curarla.

  Intento explicarle con gestos que quería ayudarla, curarla para que se sintiera mejor y que no la haría daño alguno. Ella no pareció entender aquellos movimientos de manos pero al menos le miraba lo cual ya era más de lo que había conseguido hasta entonces.

  María Sophia se sentía más calmada, aquel chico mugriento no parecía malo, solo insoportablemente sucio. Le espantaba pensar en que no tenía lengua, la recorría un escalofrió al imaginarse aquella boca sin el órgano del habla, no obstante sus ojos, le parecían ahora hasta reconfortantes y gentiles.

  Jacob, sin poder evitarlo enrojeció al notar sus pupilas clavadas en las de él. Aguantó la mirada unos instantes, con el pulso acelerado y luego tentando su suerte se acerco un poquito más a ella. Blancanieves no se apartó pensando que mientras no la tocara podría soportar su cercanía.

  Él, con movimientos pausados tomó la tabla y poniéndola debajo de su propio brazo le indicó lo que quería hacer reproduciendo el proceso descrito por el señor Andersen para luego señalar el brazo amoratado de la chica.

  — Me duele mucho —susurró ella, dejando escapar una solitaria lágrima.

  Al fin hablaba y parecía haber entendido.

  Pobrecita pensó Jacob compasivo.

  Seguidamente esperando no provocar un nuevo ataque de gritos, el chico le intento poner la tablilla entre el brazo y su costado. Ella puso mala cara pero lo acepto al ver que no la estaba tocando aunque aquel madero no parecía demasiado limpio.

  Una vez conseguido, Jacob sonrió aliviado mirándola a la cara.

  Una vez limpia ha de ser más que bonita pensó volviendo a notar la sangre agolpándose en sus mejillas.

  Después, recuperando la compostura, la dobló el brazo con suavidad, manteniendo las manos en todo momento en la tabla. Blancanieves gimió de dolor, mordiéndose el labio inferior pero le permitió hacer mientras derramaba alguna lágrima más.

  Lo peor había pasado.

  Más seguro de que no volvería a ponerse a gritar histérica, se ocupó de atar la tablilla al brazo procurando apurarse para minimizar el contacto. Empezaba a entender que por el motivo que fuera no la gustaba que la tocaran.

  Al ponerle el gran pañuelo atado al cuello y con ello finalizar el trabajo Jacob suspiró aliviado.

  Ya estaba y en un tiempo su brazo volvería a estar bien.

  Quiso luego ofrecerla algo de comer y de paso cenar también él pues aun no había probado bocado pero sus compañeros no dejaron ni las migas con lo cual les tocaría irse a dormir con el estómago vacio.

  Le indicó a Blancanieves que se echara a dormir y la cubrió de nuevo con su abrigo. Ella aceptó el amable gesto y cerró los ojos muy cansada.

  Por su parte, el muchacho después de contemplarla una última vez, se arrastró hasta el jergón compartido, extenuado, muerto de sueño pero contento porque la joven hubiera despertado y empezara a poder tratar con ella, aunque por el momento solo le hubiera dirigido tres palabras.

  12

  A la mañana siguiente Jacob despertó con los primeros rayos del sol, en realidad, entre lo que
había trasnochado y lo pronto que se levantaba, apenas había dormido.

  Se fue a la cocina y comprobó aliviado cómo la muchacha seguía allí, durmiendo con aparente sosiego.

  Volvió a notar un ligero rubor en la cara sin despegar la vista de Blancanieves pero sus tripas rugiendo con estrepito le sacaron de su abstracción. Rebusco entre los escasos muebles de la cocina, intentando no hacer ruido, a ver si encontraba alguna cosa comestible que a los demás chiquillos se les hubiera pasado por alto la noche anterior, pero fue inútil, allí no quedaba nada que poder llevarse a la boca.

  Esa mañana no podrían desayunar. Suspiró resignado.

  No sería la primera vez que marcharan a trabajar con el estómago vacío ni sería la última pero al mirar a la jovencita se dijo que estaba débil y requeriría alimentarse para recuperar fuerzas. Además, meditó, ahora que había despertado necesitaría algo de ropa, no podría ir a ningún lado con semejantes andrajos. Tal vez cuando se calmara del todo, lograran hacerla hablar, obteniendo así una explicación sobre cuánto le había pasado y quisiera volver a su casa. Y no podía irse de esa guisa.

  A continuación, se planteo que ropa conseguir para ella. Evidentemente ellos no disponían de ningún vestido en la cabaña.

  En el pueblo podría comprar prendas de mujer, pero no sería barato y además a cualquiera que le viera haciéndose con un vestido, le parecería muy raro y le haría preguntas que no deseaba contestar.

  La miró una vez más, pensativo.

  Sera mejor que la consiga ropa de chico, decidió.

  Calculó su altura aproximada. Era más alta que él y más delgada. Jacob tenía dos mudas pero la que podía cederle no la quedaría nada bien. Y la ropa de sus compañeros, más pequeños que él, ni la entraría. Así pues, sería mejor buscarle una más adecuada.

  Eso le sería más fácil y no despertaría sospechas. Como en su singular familia eran tantos y los chiquillos siempre estaban creciendo, de vez en cuando visitaba los hogares de algunos mineros con hijos preguntando a la señora de la casa si tenían alguna prenda que ya no les sirviera a sus chicos y se la pudieran dar para los suyos.

  Las mujeres, siempre amables y sabiendo lo difícil que era para unos niños sin padres salir adelante en aquel lugar siempre le regalaban alguna cosa. Y así, gracias a la generosidad de la sencilla gente de la aldea estaban servidos de ropa.

  Decidido y pensando que tendría tiempo suficiente para sus gestiones, sacó de su escondite, bajo una de las tablas del suelo, un saquito con los ahorros del grupo.

  Los chiquillos reconociendo que Jacob era más prudente y sabía más de números le entregaban sus sueldos todos los meses y él los juntaba procurando ahorrar cuanto podía. Albergaba la esperanza de que en unos pocos años pudieran reunir el capital suficiente como para irse a vivir a otro lugar donde desempeñar algún oficio que les reportara mejores salarios y no fuera tan duro.

  Muchos niños que trabajaban en las minas no llegaban a adultos y los que lo conseguían no llegaban a viejos.

  Sacó cinco monedas de cobre, lo suficiente para comprar algo de pan y unas verduras, que les duraran un par de días. Ya iría en otro momento, con más calma a la aldea a por provisiones para unas semanas, como solía hacer.

  Guardó de nuevo la bolsa en su sitio y puso la tabla en su lugar.

  Y tras escribir una nota que dejó en la mesa salió de la vivienda dirigiendo una fugaz y cálida mirada al semioculto rostro de Blancanieves.

  Jacob caminó apresurado rumbo al pueblo, era un trecho considerable y tenía poco tiempo para recorrerlo.

  Alcanzó la aldea acalorado a pesar de la brisa fresca de la mañana y de no llevar su abrigo.

  Sin perder un momento, se fue directo a la pequeña plaza. Era muy temprano y los comerciantes que todos los días se congregaban allí para vender sus mercancías acababan de iniciar el montaje de los puestos. Por fortuna, cualquiera de ellos vendía gustoso sus productos aunque aun no fuera la hora de inicio del mercado y hubiera de rebuscar apresurado entre sus cestos y carros.

  Así pues, adquirió, unas cebollas, tomates y zanahorias.

  Luego se adentro, raudo en la única panadería del lugar. A pesar de la temprana hora ya llevaba un buen rato abierta pues la jornada laboral del panadero se iniciaba en plena madrugaba, era el único modo de estar bien surtido de pan y otras delicias para cuando sus vecinos se levantaban.

  Olía a gloria y aquel aroma le abrió más el apetito.

  Compró varias hogazas de pan moreno, más barato al blanco, y salió de allí como un rayo sin dar oportunidad al panadero, al cual poco le importaba que el muchacho fuera mudo, de que le enganchara en su interminable cháchara.

  Aun tenía que conseguir la ropa para Blancanieves y para ello muy posiblemente habría de recorrerse unas cuantas viviendas, regresar a casa para dejarle algo de comer a la chica e irse a la mina con sus jóvenes compañeros.

  Mientras caminaba por la aldea, bastante animada ya, aprovechaba a desayunar algo del pan, recién horneado estaba mucho más blando, y una zanahoria que roía cual conejo.

  Llamó a varias puertas y explicándose por signos, todos le conocían y las mujeres enseguida sabían a qué iba, consiguió varias prendas, entre ellas una camisa, un pantalón y una chaqueta de la talla adecuada. Eran prendas gastadas, con bastantes zurcidos y remiendos pero estaban limpias y a la chica le durarían bastante tiempo, analizó el muchacho.

  No consiguió unos zapatos, eran un objeto demasiado preciado como para que nadie se deshiciera de ellos hasta estar tan gastados que resultaran inservibles. Además, la mayor parte de las familias de aquel lugar no podían permitirse semejante lujo.

  Ni Jacob ni los demás críos llevaban calzado pero estaban acostumbrados de siempre a caminar con los pies, desnudos en verano o cubiertos por protectores trapos cuando el tiempo era muy frío o caía alguna nevada. Y sus plantas eran ya callosas y duras como suelas.

  Le daré algunos trapos a la chica para que se proteja los pies un poco pensó mientras regresaba presuroso a la casucha.

  Llegó con la lengua fuera justo cuando sus compañeros marchaban a la mina, habían leído su nota pero no podían aguardarle más tiempo, aun si les llevaba comida, se ganarían una buena regañina del capataz si llegaban tarde.

  Estos le recibieron alegres al verle y corrieron a cogerse algo para desayunar por el camino.

  — ¿No vienes? —le preguntó el pequeño Wilhem retrocediendo hasta la entrada de la casa y observando desde allí como Jacob guardaba los restantes alimentos en la alacena y depositaba una rebanada de pan, un tomate y un misterioso paquete junto a la muchacha.

  El joven hizo unos gestos indicando que en seguida terminaba.

  Dedicó una mirada a Blancanieves, conteniendo unos instantes la respiración, antes de salir de la casa otra vez.

  Por un momento pensó en dejarle una nota para avisarla que estarían toda la jornada fuera trabajando pero al instante recordó que la joven, como la mayoría de la gente que conocía, no sabía leer y por tanto sería inútil dejársela.

  Espero que te queden bien pensó. Te veré en la noche.

  Wilhelm le ofreció su manita mientras mordisqueaba su cacho de pan, le gustaba ir cogido de la mano de Jacob, para él era su padre, aunque no tuvieran la misma sangre y el chico solo tuviera unos años más que él.

  De este modo, los dos emprendieron el camino a la mina, a la cola de la desenfadada marcha que formaban los siete mozalbetes.

  13

  Hasta media mañana María Sophia no volvió a despertar.

  Parpadeo aturdida hasta adaptarse a la claridad. Después, se incorporo entumecida mirando a su alrededor. Seguía en el refugio donde debía aguardar a su idílico príncipe.

  Suspiró cansada y disgustada por la suciedad de aquel lugar, tenía tantas ganas de regresar a su castillo y de que él viniera a buscarla.

  No le llevó mucho descubrir los alimentos dejados por Jacob para ella y volvió a su mente confundida la imagen del aniñado rostro del muchacho. Tiznado, de rasgos vulgares y con esa espantosa deficiencia.


  A pesar de todas estas imperfecciones, una pequeña parte de su ser hubo de admitir que para ser una criatura tan desagradable estaba siendo muy bueno con ella. Le había hecho no se qué cosa en el brazo y ahora ya no le dolía tanto.

  Dominada por el imperioso apetito tomó el pan, a pesar del disgusto que le producía pensar cuanto se habría manchado al estar en contacto con el suelo, el cual no parecían haber fregado en la vida.

  — Deberían tener platos —farfulló molesta mientras masticaba.

  El tomate decidió no tocarlo, sus tripas seguían rugiendo pero podía resistirlo y sin cubiertos se mancharía toda con el jugo al morderlo.

  Estaba cubierta de mugre reseca pero a su parecer, ya tenía bastante con soportar su actual estado como para añadir más porquería.

  Al cabo de un rato, las prendas dobladas dejadas a su lado por Jacob, atrajeron su atención.

  Miró el bulto con extrañeza.

  Se dibujo una mueca de fastidio en su cara y con dos dedos, intentando tocar lo menos posible los tejidos amarillentos, tomó la camisa y la levantó un poco desplegándola y descubriendo lo que era.

  La dejó caer y repitió el proceso con las otras dos prendas.

  Pensó que aquello no podían ser ropas, nadie en su sano juicio se pondría algo tan viejo, sucio y raido, creía ella, pero entonces se fijó en su propio vestido, o más bien en lo poco que restaba de él.

  Se echó a llorar desconsolada al percatarse del actual estado de su atuendo. Aunque nunca había sido, según su exigente escala de valor, un vestido del todo perfecto, si era bastante aceptable mas ahora se veía horrible y por consiguiente le convertía a ella también en un ser horrible.

  En ese instante se sentía tan imperfecta que por un segundo se alegró de que su madre estuviera muerta y no pudiera verla en tan espantosa tesitura.

 

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