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Sangre en la nieve

Page 9

by Maria Parra


  — Mi príncipe no me puede encontrar así —declaró estremecida y decidida se levantó como pudo, seguía muy agarrotada y con el brazo en cabestrillo se manejaba peor, si cabe.

  Lo primero era lavarse, su prometido la repudiaría si la veía con semejante pinta, cubierta de barro de pies a cabeza y toda despeinada.

  Buscó una jofaina con agua cristalina como la que siempre estaba dispuesta en su alcoba. Rebuscó por toda la casucha sin hallar una y se paró confusa, sin comprender por qué allí no había una igual, si la necesitaba y encima con urgencia.

  Su cerebro, no podía dilucidar que en el castillo tenia siempre cuanto requería gracias a unos sufridos sirvientes dispuestos a llevar o traer lo que fuera menester, sin embargo allí no existía servidumbre alguna que llevara a cabo sus deseos.

  Con el obstinado convencimiento de que debía haber una jofaina por algún lado, suponiendo que ella no había mirado bien, volvió a revisar la cabaña, cosa que poco tiempo le requirió siendo tan diminuta.

  Solo encontró el mismo cubo con agua del que había bebido el día anterior.

  Miró suspicaz el incoloro líquido y le pareció más sucio a la otra vez. Aun convencida de que aquella agua era la misma, que no había sido renovada, hizo de tripas corazón y con mucho esfuerzo metió un poco la mano para mojársela.

  La retiró de inmediato. Estaba muy fría, no podía lavarse con eso, cogería una pulmonía, se dijo convencida.

  Entonces, meditó unos instantes como solucionar su problema y decidió al menos cambiarse de ropa y ponerse aquellas prendas, aunque fueran indignas de ella e inapropiadas al ser de chico, se sonrojaba solo de pensar que iba a ponerse unos pantalones.

  Pero antes la lavaría, aquella agua al menos serviría para eso. Si las frotaba con ganas tal vez consiguiera hacerlas más aceptables.

  Sumergió las ropas en el cubo y las frotó cuanto pudo. Con una sola mano no conseguía arreglarse bien y no tenía una tabla para frotar, ni el tan imprescindible jabón.

  Remojó y remojó las prendas sacudiéndolas durante un buen rato pero, al sacarlas del agua para estudiar su estado, siempre le parecían aun intolerablemente sucias y las volvía a sumergir.

  Así se pasó varias horas hasta que en un arranque, entre lágrimas de rabia y frustración extrajo las prendas del cubo y las lanzó con todas sus fuerzas lo más lejos posible de ella.

  Estas chorreando, golpearon contra la pared quedando tiradas en el suelo mientras Blancanieves sollozaba una vez más superada por aquella contrariedad.

  — Mi príncipe no viene porque sabe que soy espantosa —se castigó a sí misma.

  — Espero que esa chica loca no se haya zampao nuestra cena —clamó Karl— o juro que esta vez sí que la arreo —advirtió a Jacob, a punto ya de llegar a casa.

  — Anda, anda, no largues así no te vayas a gana otro sopapo —rió Christian, jocoso.

  Al entrar en la pequeña vivienda encontraron a la muchacha, una vez más acurrucada junto a la pared de la cocina acunándose en trance mientras admiraba el retrato del príncipe niño.

  El alboroto de los chiquillos la sacó de su ensoñación que esta vez no era tan profundo. Les observó sintiéndose inquieta y escondió presurosa su pequeño tesoro debajo de su raido corpiño pero sin moverse de su rincón.

  Mostrándola una amable sonrisa, Jacob se acerco a ella con pasos lentos para no inquietarla, una vez más se había excusado con el capataz y llegaba pronto del trabajo.

  Se alegraba de verla despierta y su corazón parecía festejarlo dando brincos en su pecho.

  En cambio, los demás chiquillos dirigieron un rápido y frio vistazo a la chica, tan solo para comprobar si seguía allí o si al fin se había largado de su casa, para luego ir directos a la alacena.

  — Sigue aquí la comia —comunico Ludwig, a los demás, aliviado sacando parte de lo que podían cenar.

  — Te has librao de una buena —fanfarroneo Karl dirigiéndose a Blancanieves.

  Unas risillas sonaron a su alrededor y todos menos Jacob se pusieron a comer olvidándose por completo de la pareja.

  El muchacho se fijó en que la jovencita seguía con los mismos harapos. Unos instantes después, descubrió las ropas mojadas y abandonas en un rincón de la cocina.

  Las recogió y le hizo unos gestos extrañado.

  Pero ella le observó unos segundos, desconcertada para luego apartar los ojos, intentando no mirar demasiado aquella cara tan sucia.

  Jacob, suspirando, escribió una nota y se la entregó a uno de los mozalbetes. Tendría que hacer mucho uso de sus voces si quería comunicarse con la chica.

  — Quie sabe poque sigues con esas piltrafas —comenzó Christian trasmitiendo el mensaje a su llana manera— en lugar de ponete la ropa que te dejó —termino de leer—. Deberías hacele caso, tas que das pena, casi ni parees una chica —soltó volviéndose a su tomate, el cual le parecía mejor visión que aquella rara y mugrienta muchacha.

  A Blancanieves se le saltaron las lágrimas al escuchar aquellas bruscas palabras de boca de un chiquillo que a su parecer era más semejante a una pequeña bestia que a un ser humano.

  Debo de ser terriblemente espantosa cuando alguien de tal calaña se atreve a insultarme pensó acongojada.

  Jacob soltó un gruñido fulminándolo con la mirada reprimiendo las ganas de ir hasta la mesa y propinarle a su compañero un buen capón.

  Estúpido, mira que has hecho.

  Intento apaciguarla con gestos, contemplándola con ojos suplicantes para que dejara de llorar.

  Escribió otra nota y se la entregó esta vez a Wilhelm. De los siete era al que más le costaba leer, a pesar de los esfuerzos puestos en aprender pues como le había pasado a María Sophia con su madre, él también deseaba complacer a su padre adoptivo, pero a pesar de ello no era bueno en desentrañar el significado de aquellos garabatos.

  El niño miró reconcentrado el papel resoplando e intentando traducir las letras.

  Jacob aguardo con paciencia, sabía que tardaría pero al menos seria literal al realizar la lectura y no añadiría comentarios que podrían ofender a la muchacha.

  — Dice que si quieres lavarte —comenzó a leer en voz alta Wilhelm al cabo de un rato— él te acompaña al rio y luego pues… puedes —se corrigió, intentando no comerse letras como hacían al hablar— ponerte las ropas que te trajo. Que te las seca en una fogata en un momento —terminó devolviéndole el papel a Jacob el cual le revolvió los cabellos agradeciendo su esfuerzo.

  A continuación, Jacob abrió la puerta y le indicó con la mano a Blancanieves que le siguiera.

  Pero entonces, al ver el exterior ella se levantó invadida por una ominosa energía, gritando y lanzándose hacia él.

  — ¡Hay corriente! —clamó— ¡Cierra es muy peligroso, puede entrar el viento!

  Con un ímpetu que le dejó boquiabierto la chica le arrastro hacia dentro para luego cerrar la puerta con un sonoro portazo.

  Él se quedó inmóvil, atónito, mientras los demás chiquillos observaban a la joven, aún más asombrados.

  Blancanieves, volviendo de nuevo a su estado de media serenidad, medio trance, regresó a su rincón, encogiéndose y mirando con fijeza el suelo.

  — Ahora está mejor —farfulló suspirando aliviada.

  El silencio se adueño de la humilde cabaña hasta que Hans saltó descarado:

  — Ta como una cabra —dictaminó absolutamente convencido.

  Jacob le miró mal pero los demás pensaban lo mismo y susurraron entre ellos compartiendo comentarios.

  Rápidamente, viendo el disgusto de su casi padre, hermano mayor, optaron por esfumarse de la cocina. De todos modos, era hora de dormir y preferían estar lo más lejos posible de aquella loca.

  — Esa nos va a crea problemas como no la echemos —vaticinó Achim mientras se tumbaba en su jergón compartido.

  Jacob y María Sophia se quedaron solos en la cocina.

  El muchacho se volvió a acercar a ella con calma y se acuclillo a su lado.

  Aun no sé ni tu nombre se dijo.

  Y con gestos, y
a no podía disponer del servicio de traducción de los chiquillos, le pregunto su nombre.

  Tras repetir los mismos signos un par de veces, ella pareció entenderle.

  — María Sophia von Erthal —susurro— pero me llaman Blancanieves.

  Que nombre más bonito pensó él sonriendo embelesado.

  Jacob quiso decirle su nombre y el de los demás miembros de aquella singular familia pero tendría que aguardar al día siguiente cuando los chicos ya estuvieran levantados.

  Incorporándose, hizo nuevos signos.

  Se fue hasta el cubo de agua, el cual descubrió casi vacío, deduciendo el por que las prendas estaban mojadas, lo tomó y se fue hacia la puerta.

  Ya que no quieres ir al rio, iré yo y te traeré agua para que te puedas asear.

  Cuando el chico abrió la puerta Blancanieves volvió a alterarse un poco, poniéndose en tensión, pero Jacob la abrió justo lo suficiente para poder pasar y la cerró tras él presuroso.

  Desde el exterior se asomo por una de las ventanas y le hizo un rápido gesto.

  Volveré enseguida.

  Se fue con paso ligero hasta el rio, no estaba muy lejos de allí y volvió a llenar el cubo con agua fresca.

  El trayecto de vuelta le llevó más tiempo pues debía caminar despacio para no derramar medio caldero por el camino. Estaba deseando descubrir el aspecto de la joven una vez se deshiciera de la mugre.

  Al regresar a la vivienda, hizo una rápida entrada para no molestar a la chica y la ofreció el agua indicándola con un sencillo gesto que podía lavarse.

  Luego tomó las prendas abandonas, todavía húmedas y salió de nuevo para preparar una pequeña hoguera donde secarlas.

  Blancanieves, ya sola, contemplo analítica el líquido. Tenía mejor aspecto que el de antes, sin embargo no poseía la claridad de la que había a su disposición en el castillo familiar.

  A pesar de ello, estuvo más dispuesta a tocarla para comprobar su temperatura.

  Metió la mano.

  Al momento la sacó espantada ante lo fría que estaba. No podía lavarse con esa agua, se congelaría.

  Cuando tiempo después regreso Jacob, tocando antes a la puerta y asomando la cabeza con cuidado para comprobar que la joven estaba visible se llevó una desilusión al verla igual que antes, no se había lavado. ¿No le habría entendido?

  Le ofreció las ropas ya secas y agradablemente cálidas sin embargo, Blancanieves no hizo intención de tomarlas. Suspirando el chico las depositó sobre la mesa, luego las doblaría un poco y poniéndose a hacer gestos intento averiguar por qué no se había aseado.

  — Me has traído agua helada —le reprochó María Sophia una vez entendió— no puedes esperar que me asee con eso. Además necesito bañarme, un baño de verdad, con agua caliente —le informó como si hablara con uno de sus sirvientes, uno muy deficiente en sus deberes.

  Jacob volvió a suspirar pensando en cómo podría resolver ese nuevo contratiempo. La chica no podía quedarse así y ellos no tenían ni bañera ni jamás ninguno se había dado un baño caliente, mas allá de los eventuales chapuzones en el rio en alguna calurosa mañana veraniega en que el agua estaba muy agradable.

  Los mineros no eran gente muy aficionada al agua. En su duro oficio siempre estaban cubiertos de tierra de pies a cabeza y consideraban una pérdida de tiempo el bañarse, sabiendo de sobra que por mucho que se lavaran nunca lograrían deshacerse del polvo de la mina.

  Trabajando de sol a sol al llegar a sus hogares agotados, con ganas de irse a dormir no tenían ánimos para perder aquellos preciados instantes de sueño estando a remojo. Y a los chiquillos, que laboraban con tanto ahínco como los adultos les pasaba exactamente lo mismo.

  La mitad de las veces se limitaban a lavarse un poco la cara y luego, de vez en cuando se daban algún chapuzón en el rio para quitarse algo de la perpetua costra de mugre que les cubría.

  La reacción de la muchacha le hizo deducir, que dejando aparte algunos de los raros comportamientos de Blancanieves, debía ser de buena familia. Una campesina no hubiera tenido ningún reparo en lavarse con agua del rio por muy fría que estuviera.

  Después de meditar unos momentos, Jacob decidió que estaba muy cansado y que lo resolvería al día siguiente, no importaba mucho si pasaba unas horas más cubierta de suciedad.

  Se cogió su ración de la cena y le ofreció otra a María Sophia. Esta la tomó teniendo buen cuidado de no tocar su oscura mano cubierta de polvillo de un sucio color marrón, el consabido polvo de las minas.

  — ¿Platos? —preguntó ella, en un susurro, temiendo la respuesta.

  Jacob negó con la cabeza. Ese era otro de esos lujos que no podían permitirse y como no comían caliente tampoco los consideraban de vital importancia.

  Blancanieves suspiró resignada y comió las escasas viandas en silencio, mirando con cierta congoja las manchas del suelo.

  Al terminar, se acurruco, echa un ovillo y cerró los ojos pensando en su maravilloso príncipe.

  El muchacho se incorporo, cubrió con el abrigo su cuerpecillo y se fue a dormir.

  ¿Cómo la podre preparar un baño caliente?

  Extenuado, decidió que ya le daría vueltas al asunto por la mañana.

  14

  Jacob se levantó, excitado sabiendo ya como proceder. Durante las horas de descanso la solución a su problema de la noche anterior llegó por si sola.

  Aun faltaban varias horas para el amanecer y en la cocina, seguía durmiendo la muchacha. Pasó casi de puntillas por la estancia y extrajo de su escondite unas monedas.

  Intentare traer lo que vea más barato.

  Lo dejó todo en su sitio y tras coger algo para desayunar salió volando de la casa.

  Vendré enseguida y podrás bañarte pensó animoso al cruzar el umbral de la puerta.

  Una vez más corrió al pueblo para buscar donde adquirir una bañera.

  Comenzaba a surgir un suave fulgor dorado por el horizonte cuando llegó al lugar. Era tan temprano que la plaza estaba desierta, los comerciantes aun no habían llegado para disponer sus tenderetes.

  El único comercio abierto era, como no, la panadería. Por fortuna, en la aldea existía un almacén pequeño pero bien surtido. Y aunque como lo demás estaba cerrado, el dueño y su familia vivían en la planta superior de modo que Jacob se fue para allá. Tocó la puerta del comercio con energía hasta despertar al propietario que bajó a abrirle en camisa de dormir.

  El hombre, se sorprendió un poco por la vespertina llamada mas no se molesto pues fuera la hora que fuera siempre estaba dispuesto a servir a cualquier cliente con una amplia sonrisa en el rostro. Además, estaba bastante acostumbrado a las intempestivas visitas del joven o de alguno de sus compañeros, estos disponían de muy poco tiempo para hacer recados o abastecerse de provisiones pero no les esperaba hasta el comienzo del nuevo mes.

  El chico se disculpo por la urgencia y le solicitó a través de una nota lo que requería. El tendero se quedó algo desconcertado ante la singular petición, las bañeras eran un objeto de lujo. Tenía una pues no quería que nadie pudiera decir que su establecimiento no tenia cuanto uno pudiera necesitar pero ciertamente era un objeto de ricos y aquella llevaba en la tienda bastantes años, olvidada.

  Jacob descubrió asustado lo costosas que eran aquellas tinas de metal, no podía permitirse gastar tantas monedas pero tras informarse con el vendedor se hizo con un barreño de madera barnizada. Era resistente a la humedad y suficientemente grande como para que un adulto se metiera en él encogido.

  Compró después un pedazo de jabón. Jacob y los chiquillos no disponían de él en casa. También se hizo con un paño que sirviera a modo de esponja y una tela con la que la chica pudiera secarse una vez aseada.

  Después, concluidas sus compras, sintiéndose satisfecho corrió de vuelta a la cabaña. Tendría tiempo de prepararlo todo antes de que sus compañeros despertaran. Le quedaban un par de horas antes de marchar a la mina.

  Llegó a la casucha sin resuello, el barreño no pesaba en exceso pero resultaba incomodo de transportar.

  Luego, entró a
hurtadillas en la vivienda y comprobó que, como imaginaba, la jovencita seguía dormida.

  Colocó el barreño en una esquina, el paño, el jabón y la tela a su lado. Recogió la muda que había quedado olvidada desde la noche anterior sobre la mesa y la dejó junto a las demás cosas.

  A continuación, echó el agua del caldero en el barreñon con mucho cuidado de no hacer ruido y salió fuera de nuevo llevándose el cubo vacio.

  Ya en el exterior, prendió la fogata de la noche pasada, añadiendo nuevos leños y una vez listo el fuego rebusco por la zona recogiendo algunas piedras, del tamaño de un puño más o menos que lanzó a las llamas.

  Hecho esto partió al rio e hizo un par de viajes hasta llenar de agua la tina.

  Todos seguían dormidos cuando cogió una pala.

  Las herramientas de su oficio solían dejarlas en la mina, en un almacén al uso, allí estaban protegidas, la mina era vigilada por un guardes durante las noches y de este modo se evitaban el cargar con su material en las idas y venidas al trabajo. Pero Jacob tenía alguna de sobra en la cabaña para cuando se ponía a hacer reparaciones en la vivienda.

  Salió una vez más, apagó la hoguera y recogió con la pala, con cuidado las piedras las cuales ahora estaban incandescentes.

  Con tiento para no tirarlas al abrir la puerta, entró a la cocina y metió las piedras en el barreño rebosante de agua.

  Esta comenzó a borbotear y una columna de vapor se alzó.

  Jacob sonrió con orgullo.

  El muchacho agitó con delicadeza a Blancanieves, a pesar de ello la jovencita despertó sobresaltada. Jacob le señaló el barreñón humeante animándola a levantarse.

  Tu baño está listo se dijo mirándola con dulzura.

  María Sophia se quedó algo sorprendida al contemplar aquella rustica tina, no tenía nada de parecido con la elegante bañera de metal de su hogar pero al menos el agua no estaba helada.

  Metió la mano mientras el chico la observaba expectante, aguardando algún signo de aprobación.

 

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