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Lord Tyger

Page 25

by Farmer, Phillip Jose


  atrás.

  La madre de Gilluk, con el cabello ya canoso, bajó la colina en una silla de manos transportada por dos fuertes esclavos wantso y vino a saludarles. Lloró de alegría porque Gilluk estaba vivo y de pena porque el más joven de sus hijos había muerto. Un sacerdote vestido con una túnica blanca tan larga que se arrastraba por el cuello y llevando una triple tiara con una cría de cocodrilo disecada en la punta saludó a Gilluk, y después de hacerlo pronunció un largo discurso mientras todos, salvo las esposas y la madre de Gilluk, debían aguantar el sol sin ningún tipo de protección.

  Ras, hambriento e impaciente, interrumpió el discurso varias veces con unas sonoras ventosidades. Las esposas se rieron. Gilluk se dio la vuelta y las miró fijamente, lo que las hizo callar al momento. El sacerdote terminó por fin su discurso, y el cortejo subió la colina por unos anchos peldaños de piedra. Una vez en la cima, Gilluk guió al cortejo por una gran entrada de forma cuadrada que daba al edificio, el cual era todavía más enorme de lo que había creído Ras y, en realidad, lo que desde lejos había parecido un solo edificio resultó ser dos, con una pared bastante alta rodeándolos. En el espacio que había entre los edificios, sobre una plataforma de madera, se veían varias jaulas de bambú.

  Bigagi estaba en una de ellas.

  Ras se llevó una gran sorpresa. Abrió la boca para preguntarle a Gilluk cómo habían capturado a Bigagi, y también por qué‚ no le había dicho nada sobre aquello. Gilluk señaló a Ras y le ordenó a los centinelas que le metieran dentro de una jaula. Dado que los centinelas tenían rodeado a Ras y que las puntas de sus lanzas se encontraban tan sólo a unos treinta centímetros de él, Ras no intentó resistirse.

  Después de haber sido enjaulado, Ras le preguntó a Gilluk por qué‚ había hecho eso.

  —Es un asunto de pura justicia—dijo Gilluk—. Me tuviste encerrado en una jaula durante seis meses, así que...

  —Y cuando se hayan acabado los seis meses, ¿qué‚ harás?

  —No lo sé. Eres un problema.

  —¿Por qué? —le preguntó Ras—. ¿Por qué no puedo vivir con vosotros los sharrikt siendo un sharrikt? No tengo intención de haceros ningún daño.

  —Bueno, no sé qué actitud tomar hacia ti—dijo Gilluk—. No se te puede tratar como a un sharrikt divino. Por otra parte, eres demasiado peligroso para ser un esclavo. Escaparías a la jungla y nos harías el mismo tipo de guerra que les hiciste a los wantso. No puedes ser un hombre libre dado que jamás trabajarías en una granja y no aceptarías recibir órdenes de nosotros.

  »Aun así, no me has hecho daño, y no has amenazado la existencia de los sharrikt. Y me gustas, aunque seas un salvaje. Ésa es la razón de que en este momento no sepa qué haré cuando los seis meses hayan terminado. Mientras tanto, debes pagar el haberme tenido prisionero.

  Gilluk sonrió y dijo:

  —Serás tratado bien, al igual que tú me trataste bien. Naturalmente, eso quiere decir que no tendrás mujeres. Ya recordarás que te pedí mujeres y que tú no quisiste traerme ninguna, ¿verdad?

  —No es que no quisiera. No podía.

  —Oh, sí que habrías podido. No querías, eso es todo.

  Ras señaló hacia Bigagi.

  —Tengo que matarle porque mató a mis padres. ¿Qué hay de él?

  —Ya me lo pensaré—dijo Gilluk—. Le capturaron la noche antes de que me fuera al Gran Pantano. Estaba intentando convencer a una esclava para que huyese con él, pero ella no quería. Tenía un esposo que le gustaba..., compréndelo, los wantso que han nacido aquí no están circuncidados, y Bigagi no tenía nada que ofrecerle salvo peligros y pasar mucha hambre. La mujer le delató, y Bigagi mató a la mujer y a un soldado antes de ser capturado. Es una hiena enloquecida. Normalmente sería torturado como ejemplo público, pero en este caso..., no sé. Sería interesante hacerle luchar contigo. Algunas veces hacemos luchar entre ellos a los guerreros wantso que hemos capturado. No quieren luchar, pero siempre acaban haciéndolo porque de lo contrario los dos morirían. Claro que en este caso a cada uno de vosotros le gustaría matar al otro así que en realidad el que lucharais a muerte sería mucho más gratificante para vosotros que no para nosotros.

  Ras preguntó Cuál sería el destino del ganador.

  —Bueno, si el wantso supiera que iba a ser torturado en caso de que ganara, quizá te dejara que le matases para escapar a la tortura. Por lo tanto, le prometeré que si vence vivirá, aunque será preciso dejarle ciego. Si le matas serás torturado. Creo que es justo, teniendo en cuenta que nos habrás dejado sin el placer de torturarle.

  Ras dijo que no lograba ver dónde estaba la lógica de todo aquello. Gilluk le contestó que no se podía esperar de él que hubiese dado, que no era más que un salvaje desteñido. Sin embargo, no debía quejarse, porque se le iban a dar seis meses de vida cómoda y fácil..., dejando aparte la falta de mujeres, claro está .

  —Quizá no te haga luchar con el wantso—siguió diciendo Gilluk—. ¿Quién sabe? Puede que te permita seguir con vida, y quizás incluso llegue a dejarte marchar.

  —¿Conservando la vista?

  —¿Quién sabe?—La sonrisa de Gilluk mostraba bien claramente su conocimiento de que aquella incertidumbre iba a ser seis meses de tortura—. No quiero hacerlo —dijo—. Me gustas. Pero un rey debe procurar que se haga justicia, sin importar lo mucho que eso le apene personalmente. Y ahora, ¿qué‚ puedo hacer por ti?

  —Traerme comida—dijo Ras—. Tengo hambre. Y luego márchate, para que el verte no me estropee el apetito.

  Un muerto, un agonizante, un vivo

  —¿Qué‚ quieres ahora?—preguntó Gilluk.

  Ras no podía explicárselo en una sola palabra, pues el idioma de los sharrikt no tenía el concepto de la «jaula para ardillas», por lo que describió detalladamente lo que deseaba y cómo se podía construir.

  —Ya te he construido una jaula más grande con barras para que te ejercites dentro de ella —dijo Gilluk—. He instalado cañerías, desagües, una noria para llevar agua, y esclavos que se encargan de moverla para que puedas beber y bañarte cada vez que lo desees. Para eso hicieron falta muchos materiales y mucho trabajo...

  —Pero te resultó interesante, ¿no? —dijo Ras—. Impidió que te aburrieras, ¿verdad?

  Gilluk lanzó una risita, frunció el ceño y dijo:

  —Cierto. He estado pensando en construir un sistema parecido para mis aposentos. ¡Pero esta jaula rotatoria...! ¿Para qué‚ la quieres?

  —No tengo el espacio adecuado para ejercitarme adecuadamente. Necesito correr y correr deprisa, un kilómetro detrás de otro. En esta jaula tan estrecha no puedo hacerlo a menos que tenga una jaula rotatoria. Naturalmente, podrías construirme una jaula que tuviera un kilómetro de largo, y entonces tendría el espacio suficiente.

  Ras se rió.

  —¿Y si te construyo una jaula que abarque todo mi país?—le dijo Gilluk—. ¿Te quedarías satisfecho con eso?

  —Seguiría estando dentro de una jaula—dijo Ras.

  —Est bien—dijo Gilluk—. Haré esa jaula para ti, dado que me trataste muy bien cuando era tu prisionero. Pero no me pidas más cosas. No me pidas la luna.

  —¿Podrías conseguirla? —le preguntó Ras—. Tengo entendido que uno de tus títulos es Domador de la Luna.

  —En tanto que jefe de los sacerdotes tengo jurisdicción sobre ella —dijo Gilluk—. Algunas veces tengo la sensación de que te burlas de mí. No pareces comprender lo seria que es tu situación. Puedo hacer que te torturen o te maten en cualquier momento.

  —Me prometiste seis meses. ¿Acaso tu palabra no es mejor que la de cualquier esclavo?

  —Algunas veces las consideraciones de estado obligan a un rey a romper su palabra. El bienestar del pueblo es lo primero.—Y, con un gesto, hizo callar a Ras, que se disponía a protestar—. Todavía no te has quitado la piel de leopardo. Sé que te dije que la conservaras puesta, pero he cambiado de opinión. Ver que la llevas hace que mi pueblo esté algo confuso.

  —Diles que soy el hijo de Dios, y que eso me hace divino y me da derecho a llevar la piel del
leopardo.

  —No lo entenderían, porque no eres un sharrikt. Y no puedo admitir ese razonamiento porque va contra el bienestar de mi pueblo.

  —Oh, entonces, ¿admites que podría ser el hijo de Dios?

  —No en el sentido de que El sea tu Padre inmediato. Naturalmente, todas las criaturas son hijas de Dios en el sentido de que ha sido Él quien las ha creado. Y, ciertamente, los sharrikt son Sus hijos en el sentido de que Dios se acostó con la madre divina, la Tierra. Pero tú, según tú mismo has admitido, eres hijo de una hembra de mono. Esto parece indicar que eres un wantso desteñido, ya que ellos descendían de una hiena y una hembra de chimpancé.

  —Los wantso no piensan..., no pensaban de esa forma. Afirmaban ser los únicos hombres auténticos. De hecho, wantso quiere decir «Hombres Auténticos».

  —Al chacal le gustaría ser un leopardo—dijo Gilluk—. Basta ya de estupideces. ¿Vas a darme tu piel de leopardo?

  —¿Y si no te la doy?

  —Te dejaré sin agua y sin comida.

  —Yo no te privé de nada —dijo Ras—. ¿Acaso amenacé con quitarte tu ridícula túnica blanca?

  —No tenías ninguna razón para hacerlo.

  Ras vaciló durante unos instantes. Entregarle la piel de leopardo le parecía como abandonar uno de sus principios, como rendirse. Por otra parte, la piel no le importaba en lo más mínimo, y lo cierto es que Gilluk era lo bastante terco como para dejarle morir de sed. Con todo, si accedía perdería el respeto de Gilluk..., y también el suyo propio. Pero..., Ras quería vivir para poder escapar.

  —¿Y bien?—dijo Gilluk.

  —Tendrás que quitármela—dijo Ras—. Manda a tus hombres; haz que lo intenten.

  Gilluk sonrió levemente.

  —Te gustaría matar a unos cuantos si pudieras, ¿eh? Y probablemente conseguirías hacerlo antes de que te dominaran... No. Entrégame la piel a través de los barrotes.

  —Entonces, admites que soy superior a los guerreros sharrikt —dijo Ras—. En tal caso yo también debo ser divino, y más divino que los sharrikt. Por lo tanto, tengo derecho a llevar la piel de leopardo.

  Gilluk frunció el ceño.

  —Es difícil encontrarle defectos a tu lógica—dijo—. De todas formas, tengo un argumento más fuerte que tu lógica, y ese argumento es mi poder. Veremos cuán lógico o resistente te muestras después de que tu lengua empiece a hincharse en tu garganta y tu cuerpo llore polvo porque tiene sed.

  Ras estaba luchando consigo mismo, y la intensidad de aquel conflicto era tal que le hacía temblar. Rechinó los dientes y, después de varios minutos, le dijo:

  —Toma. Puedes quedártela.

  Alargó la piel a través de los barrotes y la dejó caer al suelo. Gilluk, sonriendo, le hizo una seña a una esclava para que la cogiera. Las tres esposas de Gilluk, que estaban unos cuantos pasos detrás de él, lanzaron una risita y se murmuraron algo entre ellas. Gilluk dejó de sonreír y les ordenó secamente que se marcharan, con el rostro oscurecido por la ira.

  —Ya te lo advertí—dijo Ras. Agarró un barrote de bambú con cada mano y puso el rostro entre ellos—. Puede que ahora tengas mi piel de leopardo, pero aun así continuo llevándola.

  Gilluk puso cara de asombro.

  —¿Qué quieres decir?—le preguntó.

  Ras intentó acordarse de Cuál era la palabra sharrikt para «espiritual». Quizá los sharrikt no tuvieran semejante palabra.

  —Te has llevado mi piel material —dijo—. Sin embargo, aún llevo la idea de una piel de leopardo. Una piel fantasma, por así decirlo.

  Aunque Gilluk soltó un bufido al oírle decir eso, estaba intrigado y le pidió a Ras que se explicara.

  —Puedes quitarme mi piel de leopardo. Puedes matarme. Pero no puedes hacer nada para arrebatarme la idea de que soy merecedor de llevar la piel del leopardo. Aunque me mates, seguiré sin estar de acuerdo contigo. Y, además, está la idea, la idea de que llevo la piel. Sigue existiendo aunque yo esté muerto.

  —Pero...—dijo Gilluk y se detuvo, con el ceño fruncido. Sus ojos parecieron volverse hacia el interior de su ser—. Tendrá que pensar un poco más en eso —dijo—. Haces que sienta un picor en el cerebro y, cuanto más me rasco, más me pica. Cuando me tenías en tu jaula ocurría igual. Ahora eres tú quien está en mi jaula, pero sigues haciéndome lo mismo.

  —La idea de mi libertad sigue existiendo incluso cuando estoy encerrado—dijo Ras.

  Gilluk se alejó agitando la cabeza. Ras se alegró de que no se hubiera quedado para seguir conversando. No estaba demasiado seguro de lo que había querido decir con aquellas palabras. La «idea» había venido a él como un fruto maduro que cae de un árbol.

  Las ideas eran sombras. Aparecían tan repentinamente como la sombra cuando un hombre salía de su casa y empezaba a caminar bajo el sol.

  Ras sintió una nerviosa excitación. ¿Serían las «ideas» criaturas con una vida propia? ¿Eran como los fantasmas o los demonios, que podían poseer a un hombre y cambiar luego de morada cuando el hombre moría o cuando las «ideas» eran exorcizadas? Si esto era verdad, entonces debían tener un cierto sentido de la discriminación, pues de lo contrario todos los hombres tendrían las mismas ideas. Por ejemplo, ¿por qué‚ esta «idea sobre las ideas» se le había ocurrido a él y no a Gilluk?

  Al día siguiente llegaron los artesanos para recibir instrucciones de Ras sobre cómo construir la jaula de ardillas. Gilluk y dos lanceros estuvieron vigilando la jaula para asegurarse de que los artesanos no se acercaban demasiado a Ras y de que éste les hablaba tan sólo del proyecto. Después, cuando los artesanos volvieron con bambú y empezaron a trabajar, se les advirtió que debían mantener bien lejos de Ras todas sus herramientas, tanto los cuchillos de cobre como las sierras, punzones, leznas, taladros y hachas. Se construyó un pequeño anexo incorporado a la jaula y dentro de él se instaló la rueda. Los artesanos usaron sierras atadas a los extremos de largos palos y cortaron los barrotes de la jaula grande allí donde formaban un lado de la jaula pequeña. Después le pidieron cortésmente a Ras que arrojara los pedazos de madera aserrada fuera de la jaula. Ras, cortésmente, les obedeció.

  La construcción de la jaula duró una semana. Durante ese tiempo, tanto la madre de Gilluk como sus tres esposas acudieron con frecuencia a observar los trabajos. Las esposas pasaban más tiempo observando a Ras que a los artesanos, aunque siempre lo hacían cuando Gilluk tenía la espalda vuelta hacia otro lado. Gilluk no les permitía hablar con Ras y tampoco quería que su madre hablara con él, pero ella no le hacía caso. Su vida era aburrida y estaba llena de dolor, por lo que no pensaba perderse aquella diversión. Llevaba unos cuantos años sufriendo hinchazón en las articulaciones y cierta rigidez en las manos y los pies. La conversación con sus hijas y sus sobrinas le resultaba insufrible, y las trivialidades que llenaban la

  conversación de las esclavas la irritaban. En la vida de la corte había muy pocas cosas interesantes, por lo que la captura de Ras fue un autentico deleite para ella. Al principio se contentó con estar sentada en una silla de madera con un almohadón y contemplarle mientras dos esclavas la abanicaban y ahuyentaban las moscas. Escuchaba las conversaciones de Ras y Gilluk. Pero, pasado un tiempo, empezó a hacerle preguntas a Ras.

  Ras acabó cobrándole afecto a la anciana, especialmente cuando descubrió que tenía una mente tan aguda como la de su hijo, y que, cuando el dolor de sus enfermedades no la molestaba demasiado, también poseía un notable sentido del humor.

  Gracias a ella consiguió recuperar su bolsa de piel de antílope y la mayor parte de su contenido. Desde su segundo día de confinamiento se quejó a Gilluk de que necesitaba afeitarse. Gilluk se había negado a entregarle la bolsa, diciendo que no le permitiría tener en su poder ni la navaja ni el espejo. La navaja podía ser usada para cortar la cuerda de cuero que sujetaba la puerta de la jaula. En cuanto al espejo, era un objeto maligno. Si un hombre miraba en él durante el tiempo suficiente, el espejo acabaría capturando su alma.

  Ras dijo que devolvería la navaja cada mañana cuando hubiera terminado de afeitarse. Y para afeitarse
necesitaba el espejo. ¿Qué le importaba a Gilluk que el espíritu de Ras acabara atrapado en el espejo? Gilluk siguió diciéndole que no. A medida que iba creciéndole la barba, Ras sentía un agudo picor en todo el rostro. Empezó a volverse irritable. Además, había planeado usar el espejo como algo más que un utensilio para afeitarse.

  Shikkut, la madre de Gilluk, estaba fascinada por su barba y, al mismo tiempo, sentía una gran repugnancia hacia ella. Ras le explicó de qué‚ forma podía librarse de la barba, lo incómodo que le hacía

  sentirse, y cómo sus padres le habían dicho que el afeitado diario era un deber religioso. Al día siguiente Gilluk le arrojó la bolsa a través de los barrotes, con cara de mal humor. Dejó órdenes de que Ras debía devolver la navaja cada mañana, tan pronto como hubiera terminado con ella. Todo lo demás que había en la bolsa podía quedárselo.

  Gilluk se marchó sin responder a la pregunta que Ras le hacía sobre por qué había cambiado de opinión. Una hora después, Shikkut vino a verle y le contó lo sucedido. Le había suplicado a Gilluk que le permitiese tener los utensilios de afeitarse. Cuando se dio cuenta de que los argumentos amables no servían de nada, le dio una buena reprimenda verbal. Cuando hacía eso, su hijo siempre se mostraba incómodo y acababa llegando a preocuparse. Finalmente, se había rendido.

  Ras le dio las gracias y, después de aquello, tuvo más conversaciones con Shikkut. Gracias a ella aprendió muchas cosas sobre la estructura del palacio y la topografía del país de los sharrikt. Salvo Gilluk, nadie más tenía permiso para hablar con él de nada que no fuera lo estrictamente relacionado con la jaula y su mantenimiento.

  A pesar de eso, de noche hablaba con los dos centinelas.

  También había intentando hablar con Bigagi, pero el wantso no quería hablar ni con él ni con nadie. Se pasaba el tiempo encogido en una esquina de la jaula, y rara vez se movía.

  Un día, el Pájaro de Dios pasó volando por encima del castillo. Ras no pudo verlo porque su jaula estaba cubierta por arriba. Los sharrikt se refugiaron en el interior del edificio, dando gritos. Sólo el centinela de día y Gilluk permanecieron en el exterior. Al centinela le habían dicho que moriría si abandonaba su puesto fuera por la razón que fuese, y Gilluk, el defensor de su pueblo, debía demostrar que estaba dispuesto a morir por ellos. Agitó su espada y le gritó desafíos al Pájaro, de pie junto a la gran entrada en forma de cuadrado. El Pájaro no tardó en alejarse hacia el río, para alivio de todos. Volvió una media hora después, y entonces se repitió la misma escena de antes.

 

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