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Lord Tyger

Page 30

by Farmer, Phillip Jose


  La carta le afectó mucho porque, por primera vez, Ras sintió que podía existir un mundo fuera de los acantilados, perdido en algún lugar de la nada. Tenía que haber otro mundo.

  —La carta fue enviada desde Inglaterra hace un mes y entregada en Adis Abeba, Etiopía—dijo Eeva—. Debieron recogerla allí.

  Encendió el mechero, consiguiendo que Ras diera un salto al ver brotar la llama. Después prendió un cigarrillo y aspiró profundas bocanadas de humo con cara de éxtasis, que perdió rápidamente cuando empezó a toser. Acabó tirando el cigarrillo al suelo con una mueca.

  —¡Sabe horrible! Bueno, quizá sea mejor, porque me los habría fumado todos y después habría tenido que pasar otra vez por el mismo síndrome de abstinencia.

  Arrojó el paquete de cigarrillos y dijo:

  —El piloto debe haber enviado un mensaje por radio, y estoy segura de que nuestro desconocido enemigo debe tener más de un helicóptero. No creo que quiera correr el riesgo de verse clavado encima de esa columna. Tendremos que marcharnos.

  Ras dejó caer el cadáver en el estanque. El cuerpo se hundió con un chapoteo y desapareció en la oscuridad. Ahora el gran cocodrilo estaba debajo del agua. Ras volvió a examinar a Bigagi y se convenció de que había muerto o se encontraba tan cerca de la muerte que no tardaría en estarlo. Le llevó hasta el borde del estanque y dijo:

  —¡Perdóname, Bigagi! Estaba absolutamente seguro de que habías matado a mi padre y a mi madre. Mataré al hombre responsable de todo esto; ¡le mataré incluso aunque no sea un hombre sino un dios!

  Alzó el fláccido cuerpo por encima de su cabeza y lo arrojó a las aguas. Bigagi se hundió inmediatamente pero no tardó en emerger de nuevo, flotando con el rostro hacia arriba, como si deseara echarle otra mirada a Ras. Después se hundió. Unos cuantos segundos más tarde Baastmaast apareció al otro extremo del estanque, agitó su cola para impulsarse unos cuantos metros hacia delante y se sumergió.

  Una vez fuera del templo, Ras cogió la canoa para llevarla hacia la orilla este de la isla. Eeva transportaba el rifle v el revólver. Los dos remos iban dentro de la canoa. Gilluk se dio cuenta de su marcha pero no hizo nada salvo quedarse inmóvil y mirarles. Fueron hacia el otro lado del edificio, recogieron las dos lanzas, y pronto estuvieron remando a través del lago hacia la orilla este. Una vez en ella, Ras llevó la canoa tierra adentro durante casi un kilómetro antes de esconderla en una cañada. Después, siguieron avanzando a través‚s de la espesa vegetación hasta llegar a una colina bastante alta. Eeva recogió madera mientras Ras iba de caza, volviendo una hora después con un pangolín. Eeva le preguntó si había visto al helicóptero y Ras dijo que no lo había visto, pero lo había oído. Debía haber estado examinando la isla y la orilla del lago, buscándoles.

  Eeva se acostó en el suelo y empezó a roncar mientras Ras destripaba y limpiaba al devorador de hormigas. Después usó el encendedor para prenderle fuego al montón de madera que Eeva había preparado. El encendedor le parecía maravilloso, pero dejó de utilizarlo después de haber hecho aparecer la llama unas cuantas veces. El fuego desprendía un poco de humo pero a Ras no le importaba. Asó la carne, y después apagó la hoguera y despertó a Eeva. Comieron. Después de comer, Eeva se encargó de la primera guardia y Ras durmió.

  Se hizo de noche. Las estrellas ya habían salido pero la luna no aparecería hasta pasadas unas horas. Comieron un poco más de carne, y uno durmió mientras el otro montaba guardia. Los animales de la noche se encargaban de hacer todo el ruido y alboroto que los animales del día habían dejado acallar con la llegada del crepúsculo. Volvieron a la canoa, y Ras la llevó hasta la orilla. Al otro lado del lago ya no se veía señal alguna de que hubiera fuego: o todas las casas se habían consumido, o habían logrado apagar los incendios.

  La mayor parte de la travesía por el lago hasta la boca del río la hicieron bajo la luz de las estrellas. El cielo ya empezaba a palidecer por el este, traicionando el lento y cauteloso trepar de la luna cerca del horizonte. Delante de ellos, los árboles situados en la parte norte del lago se agrupaban para formar una masa continua de tensa oscuridad. En su centro había un hueco que Ras presentía pero que aún no podía ver. Ese hueco carente de árboles era su primer objetivo, el ensanchamiento del río que fluía desde las raíces del pantano situado a unos cuantos kilómetros hacia el norte.

  Ras estaba sentado en la proa de la canoa. Remaba con golpes lentos pero poderosos. El viento del oeste ya casi había dejado de soplar. Sintió, o creyó sentir, que un pez rozaba su remo. Algo escamoso con las fauces abiertas y los ojos saltones había tocado su remo y se había escabullido rápidamente. Ahí abajo reinaban el frío y la oscuridad. Pero jamás había lágrimas. Era demasiado frío y húmedo para las lágrimas. Cuando vivías en medio de las lágrimas, respirando lágrimas y moviéndote entre ellas, no llorabas.

  Eeva, que había estado empezando a gemir y agitarse, dijo:

  —¡Para un minuto para que pueda descansar! ¡Ya no puedo levantar los brazos y tengo la espalda cristalizada; de un momento a otro se hará añicos!

  Ras podría haber seguido remando mientras ella descansaba, pero aprovechó aquella oportunidad para quedarse muy quieto y escuchar. El bote fue yendo cada vez más despacio, se detuvo, y después empezó a deslizarse hacia atrás, impulsado por la corriente, y su proa comenzó a dar vueltas como si estuviera buscando el olor del este. Ras escuchaba. De todos los sonidos, el más fuerte era la respiración de la mujer. Entre aquel sonido y la orilla del lago había una zona de silencio, y en la orilla se oía el apagado kul-kul-gurruk de un pájaro. Muy débil, en la lejanía, el rugir de un cocodrilo. Y, bajo ese rugido, casi tan indistinguible como una huella en el fango cuando el pie que se acaba de posar sobre ella vuelve a levantarse un ruido que era casi familiar. Pero desapareció antes de que pudiera ser identificado. Su recuerdo le dejó lleno de una inquietud que no tardó en desvanecerse.

  Ras se inclinó hacia un lado con mucha cautela para no hacer volcar la siempre inestable canoa y acercó su oreja al agua tanto como le fue posible. Lo único que podía oír era el suave lamer de las pequeñas ondulaciones del agua contra la madera del bote. Ahora el viento no le llevaba ningún sonido: lo único que transportaba era el olor de la madera mohosa, del barro que era en parte carne vuelta a convertir en barro, la pestilencia de la fruta podrida, un olor verde de alguna flor nocturna imposible de identificar, y un zarcillo maloliente que se le escapó en un instante, como salido de un huevo de cocodrilo que había contenido un feto muerto hasta que la cáscara fue reventada por los gases en expansión.

  Ras volvió a su posición anterior, sentado en la canoa. Eeva dijo que ya podía volver a remar... durante un rato. La canoa empezó a deslizarse nuevamente hacia delante, y pronto el escudo de la oscuridad se hendió para revelar una oscuridad más pálida encuadrada por dos masas negras. Ahora la canoa resistía más tercamente los impulsos de su remo. Estaban cerca de la boca del río. Cuando se encontraban a unos doce metros del hueco ocurrieron dos cosas a la vez. La luna impulsó su arco de un reluciente gris amarillo por encima del acantilado, y su luz rebotó en un objeto metálico que se alzaba por el aire. El objeto brillante era la punta de una lanza, y el arco que estaba describiendo terminaría en el agua, en la madera de la canoa o en la carne de Eeva. Ras gritó al mismo tiempo que lo hacían quienes habían tendido la emboscada. La punta de lanza arrancó astillas de la proa y el astil, impulsado hacia un lado por el golpe, se estrelló contra el costado de la embarcación: un instante después la lanza se había esfumado, tragada por el agua.

  Cinco canoas pequeñas y una gran canoa de guerra asomaron por entre las sombras de los árboles a los dos lados de la boca del río. Ahora la luz de la luna era lo bastante fuerte como para que Ras pudiera distinguir cuatro siluetas en cada canoa pequeña y nueve en la gran canoa de guerra. Veintiocho remos subían y bajaban como si los brazos que los sostenían estuvieran unidos por un hilo al que el rey iba dando tirones. Gilluk iba en una pequeña plataforma situada en la proa, y ya levantaba otra lanza por encima de su hombro. Probablemente ahora estaría
reprochándose el no haber esperado a que Ras estuviera más cerca. Pero la brusca aparición de la luna le había hecho temer que Ras viera a los sharrikt.

  —¡Pon la canoa de costado hacia ellos! ¡De costado!—dijo Eeva.

  A su espalda hubo un chasquido metálico. Estaba preparándose para utilizar el arma contra los sharrikt. Gilluk lanzó un grito y arrojó su lanza al mismo tiempo que gritaba. E, inmediatamente después, el sonido que Ras había creído oír antes se hizo inconfundible. Después, el rifle hizo erupción junto a su oreja. No pudo oír nada más que la detonación y sintió el calor que brotaba de su cañón. Largas líneas blancas aparecieron en el aire, líneas que venían de su espalda, fantasmas de los pequeños heraldos de muerte que había en el vientre del arma.

  Eeva había dicho que eran trazadoras.

  La luna centelleó en la punta de la segunda lanza, que no se aproximó tanto como la primera. La lanza creó su propio blanco en el agua, formando su ojo y los círculos de plata que brotaban de su centro.

  El sonido que había oído antes se convirtió en una especie de jadeo, y después el sonido devoró las voces de los hombres y fue el único ruido que se pudo oír, dado que Eeva había dejado de disparar el rifle. En ese mismo instante apareció una luz. Era un gran ojo que proyectaba un haz luminoso tan brillante como la ira de Dios. Volaba a unos seis metros por encima de la superficie del río y había aparecido por detrás de un recodo. La claridad iluminó los árboles de ambas orillas; primero se movió hacia un lado y hacia otro, por encima de ramas y troncos, y después brilló sobre la superficie verde marrón del mismo río. El ojo se lanzó por el pasillo que formaban los árboles de las dos orillas, y un instante después estuvo fuera de la boca del río, sobre el lago, dominando a los botes de los sharrikt.

  El ojo se detuvo de repente, todavía a unos seis metros de altura, y su brillante dedo rozó la zona que tenía debajo. Tocó las canoas y mostró los cuerpos desparramados dentro de ellas, los fondos entre negros y marrones de las canoas que habían sido volcadas cuando los hombres cayeron al agua, muertos, o se pusieron en pie para saltar de las embarcaciones, así como los cadáveres que flotaban en el agua y el debatirse de los vivos.

  —¡Agáchate!—gritó Eeva—. ¡Voy a disparar! ¡Agáchate!

  Ras hizo lo que ella le decía. El rifle estalló una vez más en sus oídos, tan cerca que casi era más potente que el rugir de las alas del Pájaro. El fuego voló por encima de Ras; hebras blancas pintaron el rostro de la noche; las hebras fueron subiendo y subiendo y al trepar se desviaron hacia la derecha. Hacia el Pájaro, el helicóptero.

  De repente el ojo parpadeó y acabó sumiéndose en la negrura, para no volver a encenderse. Por debajo del ruido de las palas se oyó una especie de chasquido, y líneas de fuego asomaron del negro cuerpo del helicóptero; destellos blancos recorrieron velozmente la superficie del lago, levantando salpicaduras de plata bajo la luz de la luna y acercándose a Eeva y a Ras.

  Las líneas del lago y las líneas del aire se cruzaron e, inmediatamente después de que lo hicieran, como una idea maligna a la que se ha contenido demasiado tiempo, un globo de fuego floreció en el aire. El viento de la explosión ahogó todos los demás sonidos, incluso el grito de Ras. El resplandor le cegó durante un segundo y, cuando salió del agua, a la que había saltado sin ni tan siquiera pensarlo, ya podía ver de nuevo. El helicóptero estaba sumergido pero su sangre ardía brillantemente en un charco, a sólo unos metros de distancia.

  Los sharrikt que aún seguían con vida ya habían tenido suficiente. La mayor parte de ellos habían saltado al agua. La canoa de Gilluk era la única que aún contenía hombres; de esos hombres, todos estaban muertos o heridos salvo Gilluk, que seguía sobre su pequeña plataforma y miraba por encima del fuego, hacia Ras. De repente Gilluk dejó de ser piedra, bajó dando un salto de la plataforma, y cogió un remo. Hundió el remo en el agua, pero él solo no podía hacer que la canoa girase con rapidez.

  Eeva estaba ahora junto a Ras. Cuando habló en su lengua nativa estaba jadeando, y después, cuando le habló en inglés, confirmó lo que Ras había creído oír: juramentos.

  —¡He perdido el rifle! ¡Oh, maldición, maldición, maldición!

  Su canoa había volcado y tenía el fondo hacia arriba.

  La canoa de guerra de Gilluk, entorpecida por el peso de los muertos, se acercaba tan despacio como un elefante caminando sobre un barro que no le resulta familiar. Gilluk se esforzaba frenéticamente, hundiendo el remo primero a un lado de la canoa y luego al otro para hacer que avanzara en línea recta. Se dio cuenta de que se estaba acercando demasiado al fuego y se inclinó, clavando el remo en el agua aún más deprisa para alejarse de las llamas. Ras vio un remo que pasaba a la deriva ante él, lo empujó hacia Eeva, le dijo que se agarrara a él y nadó hacia otro remo, que mandó también hacia donde estaba Eeva antes de enderezar la canoa. Al ver lo que hacía, Gilluk gritó algo y después no dijo nada más.

  Ras se izó a la canoa, cogió los remos que le tendía Eeva, y después la ayudó a subir, cuidando de que la embarcación no volviera a volcarse. El fuego ya se había extendido tanto como si fuera una llaga y el lago estaba sangrando. Seguía sin hacer viento, por lo que el humo se mantenía suspendido encima de las llamas, subiendo un poco y difundiéndose lentamente. Gilluk había quedado oculto por el humo. Ras se quedó quieto durante un minuto para recuperar el aliento y poner un poco de orden a sus pensamientos. Podía ir hacia la derecha y escapar a la orilla del lago y, desde allí, a la boca del río. Podía ir a la izquierda y enfrentarse a Gilluk, Quizás incluso sorprenderle cuando saliera del humo, con lo que conseguiría acabar con él antes de que Gilluk pudiera usar su lanza. Y también podía rodear el fuego yendo hacia la derecha e intentar sorprender a Gilluk por detrás.

  Se dio la vuelta y le explicó a Eeva lo que podían hacer.

  —Es posible que pronto aparezca otro helicóptero para averiguar lo que le ha sucedido al primero—dijo ella—. Creo que haríamos mejor saliendo del lago y buscando algún sitio donde escondernos tan pronto como nos sea posible. ¿Por qué preocuparse por Gilluk?

  Las llamas estaban viniendo hacia ellos, impulsadas por la corriente del río. Su calor estaba secando el agua que cubría sus cuerpos y les hacía apartar las caras del incendio. Un heraldo de la masa principal de humo les hizo toser. Ras intentó que sus ojos atravesaran las llamas y el humo para ver a Gilluk, pero no tuvo más remedio que apartar nuevamente el rostro del incendio.

  —Lo que más deseo es matar al hombre, al dios o lo que sea que mató a mi madre y que me hizo matar a los wantso—dijo—. Pero Gilluk mató a Janhoy y ha intentando matarme, y si ahora le dejo con vida me perseguir y siempre ser un peligro que tendré a la espalda. Ahora lo tengo cerca. Sería un idiota si le dejara marchar. Le sorprenderemos atacándole directamente. Saldremos por entre el humo y el fuego y caeremos sobre él antes de que sepa lo que está pasando.

  Eeva lanzó un gemido y dijo:

  —¡Eres terco, tan terco como una mula!

  Ras se quedó algo asombrado ante aquella comparación, ya que no conocía a ese animal y no podía imaginar en qué‚ se podía parecer a él. Pero no era momento de hacer preguntas. Hundió el remo en el agua y llevó la canoa a lo largo del frente de llamas, que cada vez era más grande. Apenas habían pasado unos segundos cuando se vio obligado a desviarse de él para evitar que le quemaran, pero intentó mantenerse tan cerca como le era posible de aquella maleza formada de humo y fuego para que siguiera ocultándole. Gilluk no debería tardar en hacerse visible. Lo último que esperaría era que su enemigo fuese hacia él.

  ¿O quizá lo estaba esperando? A esas alturas ya había tratado lo suficiente a Ras como para saber que intentaría lo más imprevisible. ¿Estaría Gilluk esperándole al otro lado de esa esquina formada por el fuego?

  ¿O habría dado la vuelta en la otra dirección para sorprenderle por la espalda?

  Ras estaba demasiado ocupado manejando el remo para encogerse de hombros, pero su mente se encargó de hacer ese gesto. El futuro era el presente materializado a partir de muchas
cosas posibles. El futuro estaba escondido entre un humo igual a este humo que iba extendiéndose por encima del lago, oscureciendo la luna haciéndole sentir deseos de toser. Muy pronto estaría dentro del humo y lo vería. Lo vería...

  El corazón del cocodrilo

  La negrura se apartó para revelar la luz y el dolor.

  Le dolía la cabeza. Sentía un dolor en la espalda, allí donde algo afilado se clavaba en ella. Tenía la boca seca y algo le obstruía la garganta. Tosió, sentándose o intentando hacerlo, y el dolor de su cabeza se hizo todavía más fuerte. La sustancia que le obstruía la garganta se desprendió, haciéndole sentir náuseas. Ras se apoyó en el codo izquierdo y la escupió. Se encontraba sobre el fango, debajo de un arbusto. Por encima del arbusto y rodeándole en todas direcciones había grandes árboles unidos por lianas.

  —Vuelve a tenderte—dijo Eeva.

  Ras le obedeció, lanzando un gemido, y después dijo:

  —¿Y bien?

  Tenía las piernas medio hundidas en la humedad del barro, y tanto su espalda como sus brazos reposaban sobre la hierba, una hierba áspera y de bordes cortantes. Cuando se llevó la mano a la sien derecha tocó la sangre seca que había en sus cabellos y sintió un corte en la piel, no demasiado profundo. El contacto de sus dedos hizo nacer un relámpago de dolor.

  Volvió a gemir.

  —¿Y bien?—dijo.

  —Una lanza te acertó en la cabeza—dijo ella—. Salió volando por entre el humo..., no sé cómo pudo verte Gilluk. Quizá no te viera, puede que se limitara a lanzarla y tuviera suerte, aunque no me parece probable que estuviera dispuesto a desperdiciar una lanza.

 

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