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The Poems of Octavio Paz

Page 38

by Octavio Paz


  the breezes in gardens, the throbbing of night,

  the camps of stars on the burnt field,

  the battle of reflections on the white salt flats,

  the fountain and its monologue,

  the held breath of outstretched night

  and the river that entwines it, the pine under the evening star

  and the waves, instant statues, on the sea,

  the flock of clouds that the wind herds

  through drowsy valleys, the peaks, the chasms,

  time turned to rock, frozen eras,

  time maker of roses and plutonium,

  time that makes as it razes.

  The ant, the elephant, the spider, and the sheep,

  our strange world of terrestrial creatures

  that are born, eat, kill, sleep, play, couple,

  and somehow know that they die;

  our world of humanity, far and near,

  the animal with eyes in its hands

  that tunnels through the past and examines the future

  with its histories and uncertainties,

  the ecstasy of the saint, the sophisms of the evil,

  the elation of lovers, their meetings, their contentions,

  the insomnia of the old man counting his mistakes,

  the criminal and the just: a double enigma,

  the Father of the People, his crematory parks,

  his forests of gallows and obelisks of skulls,

  the victorious and the defeated,

  the long sufferings and the one happy moment,

  the builder of houses and the one who destroys them,

  this paper where I write, letter by letter,

  which you glance at with distracted eyes,

  all of them and all of it, all

  is the work of time that begins and ends.

  III

  From birth to death time surrounds us

  with its intangible walls.

  We fall with the centuries, the years, the minutes.

  Is time only a falling, only a wall?

  For a moment, sometimes, we see

  —not with our eyes but with our thoughts—

  time resting in a pause.

  The world half-opens and we glimpse

  the immaculate kingdom,

  the pure forms, presences

  unmoving, floating

  on the hour, a river stopped:

  truth, beauty, numbers, ideas

  —and goodness, a word buried

  in our century.

  A moment without weight or duration,

  a moment outside the moment:

  thought sees, our eyes think.

  Triangles, cubes, the sphere, the pyramid,

  and the other geometrical figures

  thought and drawn by mortal eyes

  but which have been here since the beginning,

  are, still legible, the world, its secret writing,

  the reason and the origin of the turning of things,

  the axis of the changes, the unsupported pivot

  that rests on itself, a reality without a shadow.

  The poem, the piece of music, the theorem,

  unpolluted presences born from the void,

  are delicate structures

  built over an abyss:

  infinities fit into their finite forms,

  and chaos too is ruled by their hidden symmetry.

  Because we know it, we are not an accident:

  chance, redeemed, returns to order.

  Tied to the earth and to time,

  a light and weightless ether,

  thought supports the worlds and their weight,

  whirlwinds of suns turned

  into a handful of signs

  on a random piece of paper.

  Wheeling swarms

  of transparent evidence

  where the eyes of understanding

  drink a water simple as water.

  The universe rhymes with itself,

  it unfolds and is two and is many

  without ceasing to be one.

  Motion, a river that runs endlessly

  with open eyes through the countries of vertigo

  —there is no above nor below, what is near is far—

  returns to itself—without returning, now turned

  into a fountain of stillness.

  Tree of blood, man feels, thinks, flowers,

  and bears strange fruits: words.

  What is thought and what is felt entwine,

  we touch ideas: they are bodies and they are numbers.

  And while I say what I say

  time and space fall dizzyingly,

  restlessly. They fall in themselves.

  Man and the galaxy return to silence.

  Does it matter? Yes—but it doesn’t matter:

  we know that silence is music and that

  we are a chord in this concert.

  Mexico City, April 20, 1996

  * * * *

  Estrofas para un jardín imaginario

  Los ocho versos describen un jardín más bien rústico, pueblerino. Un pequeño recinto cerrado; muros y dos entradas (Revolución y Patriotismo). Además de las palmeras, que ya existen, deben plantarse buganvilias, heliotropos, un fresno y un pino. Asimismo hay que instalar una pequeña fuente.

  Este texto podría ir en una de las entradas del jardincillo, ya sea seguido, como una sola estrofa, en el dintel o en el frontón, ya sea dividido en dos cuartetos en cada una de las jambas:

  Cuatro muros de adobe. Buganvilias.

  En sus llamas pacíficas los ojos

  se bañan. Pasa el viento entre alabanzas

  de follajes y yerbas de rodillas.

  El heliotropo con morados pasos

  cruza envuelto en su aroma. Hay un profeta:

  el fresno—y un meditabundo: el pino.

  El jardín es pequeño, el cielo inmenso.

  Estos cuatro versos podrían ir en la otra entrada, en el dintel o en el frontón:

  Rectángulo feliz: unas palmeras,

  surtidores de jade; fluye el tiempo,

  canta el agua, la piedra calla, el alma,

  suspensa en el instante, es una fuente.

  Este texto podría ir en el interior del jardín. Por ejemplo, en la fuente. Pienso en un muro sobre el que cayese una cortina transparente de agua que dejase leer los cuatro versos:

  La lluvia, pie danzante y pelo suelto,

  el tobillo mordido por el rayo,

  desciende acompañada de tambores:

  abre el árbol los ojos, reverdece.

  Colofón

  Escrito después de visitar el lugar:

  Populoso baldío, unas palmeras,

  plumeros desplumados, martilleo

  de motores, un muro carcelario,

  polvo y basura, patria de ninguno.

  Escrito al recordar cierto jardín:

  Verdor sobreviviente en mis escombros,

  en mis ojos te miras y te tocas,

  te conoces en mí y en mí te piensas,

  en mí duras y en mí te desvaneces.

  «Epitafio sobre ninguna piedra»:

  Mixcoac fue mi pueblo: tres sílabas nocturnas,

  un antifaz de sombra sobre un rostro solar.

  Vino Nuestra Señora, la Tolvanera madre.

  Vino y se lo comió. Yo andaba por el mundo.

  Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire:

  Mayo de 1989

  Verde noticia

  A Roger Munier

  Nacida al borde de un ladrillo

  en un rincón del patio,

  brizna de yerba combatiente

 
contra el aire y la luz,

  aire y luz ella misma.

  Claridad afilada

  en alfileres denodados,

  savia tenaz resuelta en transparencia:

  sobre diáfanos tallos

  instantáneas esmeraldas.

  Espiga de rocío,

  brotaste de la piedra

  como una exclamación.

  Acabas de nacer,

  tienes mil años y un minuto,

  cada día primer día del mundo.

  Eres un poco de aire

  y una gota de sol,

  eres un parpadeo.

  Bailas y no te mueves,

  ondeante quietud

  en la palma del viento.

  Haz de lanzas de vidrio y centelleos,

  terrestre voluntad vuelta reflejos,

  más luz que yerba y más que luz

  exhalación palpable y no tocada:

  el repentino cuerpo del instante.

  Abre la hora su corola,

  se inmoviliza el mediodía,

  yo escribo en una mesa, me detengo,

  oigo el callar de la madera,

  miro el verde resol, el tiempo se entreabre.

  Respiro

  No tiene cuerpo todavía

  la despeinada primavera.

  Invisible y palpable

  salta por una esquina,

  pasa, se desvanece,

  toca mi frente: nadie.

  Aire de primavera.

  No se sabe por dónde

  aparece y desaparece.

  El sol abre los ojos:

  acaba de cumplir

  veinte años el mundo.

  Late la luz tras la persiana.

  Brotan retoños en mi pensamiento;

  son aire más que hojas,

  un aleteo apenas verde.

  Giran por un instante y se disipan.

  Pesa menos el tiempo. Yo respiro.

  Soliloquio

  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

  fluye tenaz entre sombras caídas,

  cava túneles, taladra silencios,

  insiste, corre bajo mi almohada,

  roza mis sienes, recubre mis párpados

  con otra piel impalpable hecha de aire,

  sus naciones errantes, sus tribus soñolientas

  recorren las provincias de mi cuerpo,

  pasa y repasa bajo puentes de huesos,

  se desliza por mi oreja izquierda,

  se derrama por mi oreja derecha,

  asciende por mi nuca,

  da vueltas y vueltas en mi cráneo,

  vaga por la terraza de mi frente,

  suscita las visiones, las disipa,

  uno a uno con manos de agua que no moja

  borra mis pensamientos, los esparce,

  negro oleaje, marea de pulsaciones,

  rumor de agua que avanza a tientas

  repitiendo la misma sílaba sin sentido,

  oigo su desvarío sonámbulo

  perderse en serpeantes galerías de ecos,

  vuelve, se aleja, vuelve,

  por mis desfiladeros

  interminablemente se despeña

  y no acabo de caer y caigo

  interminablemente en su caída,

  caigo sin moverme, caigo

  con un rumor de agua que cae,

  caigo en mí mismo y no me toco,

  caigo en mi centro, lejos de mí, lejos,

  estoy aquí y no sé dónde está aquí,

  ¿qué día es hoy? hoy es hoy,

  siempre es hoy y yo soy una fecha

  perdida entre el antes y el después,

  el sí y el no, el nunca y el siempre,

  el ahora mismo y su solo de flauta

  al filo del vacío, las geometrías

  suspendidas en un espacio sin tiempo,

  cubos, pirámides, esferas, conos

  y los otros juguetes de la razón en vela,

  hechuras de cristal, luz, aire: ideas,

  en el abstracto cielo de la mente

  fijas constelaciones, ni vivas ni muertas,

  hilos de araña y baba cristalina,

  tejidos del insomnio destejidos al alba,

  río de pensamientos que no pienso: me piensan,

  río, música que anda, delta de silencio,

  callada catarata, marea contra mis tímpanos,

  el deseo y sus ojos que tocan,

  sus manos que miran,

  su alcoba que es una gota de rocío,

  su cama hecha de un solo reflejo, el deseo,

  obelisco tatuado por la muerte,

  la cólera en su casa de navajas,

  la duda de cabeza triangular,

  el remordimiento, su bisturí y su lente,

  las dos hermanas, fatiga y desvelo,

  que esta noche pelean por mi alma,

  todos, uno tras otro, se despeñan,

  apagado murmullo de ojos bajos,

  confuso rumor de agua hablando a solas,

  no, no es un rumor de agua sino de sangre,

  va y viene incesante por mis arterias,

  yo soy su cárcel y ella mi carcelera,

  no, no es la sangre, son los días y los años,

  las horas muertas y este instante

  todavía vivo, tiempo cayendo

  interminablemente en sí mismo,

  oigo mi respiración, mi caída, mi despeño,

  estoy tendido al lado de mí mismo,

  lejos, lejos, estoy tendido allá lejos,

  ¿dónde está el lado izquierdo,

  dónde el derecho, el norte dónde está?

  inmóvil, mecido por la ola sin cuerpo,

  soy un latido, un parpadeo

  en un repliegue del tiempo,

  el instante se abre y se cierra,

  una claridad indecisa despunta

  ¿viene o se va? ¿regresa o se aleja?

  ecos de pasos, procesión de sombras

  en el teatro de los ojos cerrados,

  manar de latidos, redoble de sílabas

  en la cueva del pecho, salmodias

  en el templo de vértebras y arterias,

  ¿es la muerte que llega? ¿es el día,

  el inflexible cada día? hoy ya no es hoy,

  me arrastra un río negro y yo soy ese río

  ¿qué hora es, cruel reloj, reloj sin horas?

  México, a 26 de agosto de 1991

  Instantáneas

  Aparecen, desaparecen, vuelven, pían entre las ramas del árbol de los nervios, picotean horas ya maduras—ni pájaros ni ideas: reminiscencias, anunciaciones;

  cometas-sensaciones, pasos del viento sobre las ascuas del otoño, centelleos en el tallo de la corriente eléctrica: sorpresa, rosa súbita;

  caracola abandonada en la playa de la memoria, caracola que habla sola, copa de espuma de piedra, alcoba del océano, grito petrificado;

  lenta rotación de países, incendios nómadas, parálisis repentina de un desierto de vidrio, transparencias pérfidas, inmensidades que arden y se apagan en un cerrar de ojos;

  la sangre fluye entre altas yerbas de menta y colinas de sal, la caballería de las sombras acampa en las orillas de la luna, redoble de tambores en el arenal bajo un planeta de hueso;

  melancolía de una tuerca oxidada, coronan a un escarabajo rey de una taza rota, mariposas en vela sobre un fuselaje dormido, girar de una polea sonámbula: premoniciones y rememoraciones;

  lluvia ligera sobre los párpados del alba, lluvia tenaz sobre el verano devastado, lluvia tenue sobre la ventana de la convalesciente, lluvia sobre el confeti de la fiesta, lluvia de pies leves y sonrisa triste;

  calavera de cuarzo sob
re la mesa del insomnio, cavilaciones de madrugada, huesos roídos, tijeras y taladros, agujas y navajas, pensamiento: pasadizo de ecos;

  discurso sin palabras, música más vista que oída, más pensada que vista, música sobre tallos de silencio, corola de claridades, llama húmeda;

  enjambre de reflejos sobre la página, ayer y hoy confundidos, lo visto enlazado a lo entrevisto, invenciones de la memoria, lagunas de la razón;

  encuentros, despedidas, fantasmas del ojo, encarnaciones del tacto, presencias no llamadas, semillas de tiempo: destiempos.

  Lo mismo

  Al comenzar la mañana

  en un mundo bien plantado

  cada cosa es ella misma.

  Quietud de la llamarada

  de la rosa que se abre

  entre los brazos del aire.

  Y quietud de la paloma

  llegada de no sé dónde,

  plumas blancas y ojos rápidos.

  Frente a frente, cerca y lejos,

  la rosa que se despeina,

  la paloma que se alisa.

  El viento no tiene cuerpo

  y traspasa los ramajes:

  todo cambia y nada queda.

  La rosa tiene dos alas

  y anida en una cornisa

  sobre el vértigo posada.

  La paloma es flor y llama,

  perfección que se deshoja

  y en su aroma resucita.

  Lo distinto es ya lo mismo.

  Houston, a 10 de febrero de 1995

  Ejercicio de tiro

  La marea se cubre, se descubre, se recubre y siempre anda desnuda.

  La marea se teje y se desteje, se abraza y se divide, nunca es la misma y nunca es otra.

  La marea, escultora de formas que duran lo que dura su oleaje.

  La marea pule conchas, rompe rocas.

  La marea siempre al asalto de sí misma.

  La marea, oleaje de sílabas de la palabra interminable, sin fin y sin principio, que le dicta la luna.

  La marea es rencorosa y ciertas noches, al golpear el peñasco, anuncia el fin del mundo.

  La marea, transparencia coronada de espumas que se desvanecen.

  La perpetua marea, la inestable, la puntual.

  La marea y sus puñales, sus espadas, sus banderas desgarradas, la derrotada, la victoriosa.

  La marea, baba verde.

  La marea, adormecida sobre el pecho del sol, sueña con la luna.

  La marea azul y negra, verde y morada, vestida de sol y desvestida de luna, centelleo del mediodía y jadeo de la noche.

 

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