Book Read Free

The Missing Chancleta and Other Top-Secret Cases / La chancleta perdida y otros casos secretos

Page 4

by Alidis Vicente


  Caramba; yo era buena. La señora Caradura no tenía salida. Era ahora o nunca. Estaba a punto de meter el gol y no había nada que ella pudiera hacer al respecto.

  —Le llamaré a tu madre y le explicaré que quieres ir a casa porque estás preocupada por la china que encontraste en tu almuerzo. Ahora vuelve a la cafetería, y yo te llamaré cuando ella llegue.

  ¡GOOOOOOOL! No faltaba mucho para que descubriera a la persona que había tratado de asesinarme.

  Al salir de la enfermería, la señora Caradura me detuvo.

  —Haré esto con una condición —amenazó desde su escritorio.

  Me di vuelta, lista para negociar.

  —Que averigües quién trató de asesinarte y me reveles su identidad.

  —De acuerdo —respondí.

  Creo que fue la primera vez en su vida que alguien la vio sonreír. Jamás pensé que su cara podía hacer ese gesto. Era algo escalofriante.

  Cuando llegué a casa, empecé una investigación detallada. Esta era distinta a las investigaciones tipo “no puedo encontrar mis llaves”. Esta era una alerta roja. Lo primero que tenía que hacer era preparar mi equipo. Pava: Puesta. Cuaderno: En el bolsillo. Sí, aún usaba pluma y cuaderno. Algunos detectives usaban sofisticadas tabletas digitales para tomar notas de sus observaciones, pero yo soy anticuada. Los ladrones me podrían robar toda la valiosa información que tengo. Lo único que me faltaba eran los lentes de Abuelo. Traté de usar una lupa tradicional, pero para serte honesta, nada es más resistente y grueso que los lentes de los abuelos. El problema: Abuelo estaba tomando una siesta. Los lentes estaban en su velador, al lado de un vaso con un líquido que contenía su dentadura. Me encogí cuando me estiré para alcanzar los lentes con dos dedos. No quería acercarme demasiado a su quijada flotante. Supongo que por eso el dentista recomienda que te laves los dientes dos veces al día. Qué asco.

  Con los lentes de Abuelo en la mano, empecé a revisar la bolsa de mi almuerzo para ver si encontraba más pistas. Busqué en mi almuerzo algún rastro de otro veneno o una trampa explosiva. Ahí fue cuando encontré la nota. Estaba escrita en un papelito con pegamento que decía:

  Cómelo

  Así es que el criminal era sarcástico. ¡Ja! Probablemente quisieron decir:

  Cómelo

  Guardé la notita en una bolsita sellada de sándwich que tenía escrito “EVIDENCIA”. Tendría que recurrir al análisis de escritura manuscrita para atrapar al criminal. Por suerte, ya había dedicado horas de investigación a la escritura manuscrita en el Internet, por lo que ya casi era una experta.

  Entrevisté a los miembros de mi familia y les pedí que escribieran la palabra “cómelo” en una hoja de papel. Después los compararía con la evidencia que había encontrado. Usualmente, les habría preguntado a mis familiares si ellos tenían algo que ver con la china asesina. Pero, yo sabía que mis padres jamás harían algo así. Me echarían de menos si me hubiera comido la china. Lo que es peor, tendrían que soportar vivir con La Bruja como hija única. No creo que alguien desee eso. Mi hermana, bueno, ella no es tan inteligente como para planificar un atentado de asesinato tan elaborado. Honestamente, no creo que ni siquiera pueda deletrear “asesinato”. Pero un detective no sólo depende de sus presentimientos, así es que me aseguré de tener todas mis muestras de escritura manuscrita, por si las dudas. Después de revisar la escritura de mis familiares debajo de un foco súper brillante, descubrí que ninguna coincidía.

  EVIDENCIA A: Muestra de Papi

  Cómelo

  Estatus: Negativo

  EVIDENCIA B: Muestra de Mami

  Cómelo

  Estatus: Negativo

  EVIDENCIA C: Muestra de La Bruja

  Cómelo

  Estatus: Espeluznante … pero Negativo

  Al día siguiente estaba en clase esperando que sonara la campana para salir de la escuela. Como siempre, había terminado con mi prueba de ortografía antes de tiempo. Deletrear es una de mis mejores destrezas. Un buen detective tiene que saber deletrear muy bien. Si en algún momento tengo que llevar mis casos ultra secretos a alguna corte, lo cual podría pasar en cualquier momento, tener un error ortográfico resultaría bastante vergonzoso frente a un juez.

  Mientras esperaba que sonara el timbre, mi maestra me entregó los resultados de la última prueba de deletreo. Debajo de mi esperado “100%”, había una notita.

  Mantén el buen trabajo

  Estatus: ¡Sí!

  No cabía duda de que me quedaría después de la escuela para una conferencia estudiante/maestro. Había que aclarar algunas cosas. Mi enemiga parecía haberme leído el pensamiento porque me dijo —Flaca, por favor quédate después de clase. Quiero hablar contigo.

  Ya lo tenía programado, Señora Asesina.

  Cuando sonó el timbre, todos los estudiantes salieron corriendo. Era como si trataran de escapar de una tormenta que se dirigía hacia el salón de clases. Me quedé junto a la puerta, en caso de que tuviera que salir rápidamente.

  —Siéntate —dijo la asesina fracasada.

  —No, gracias —respondí—. Trabajo mejor de pie.

  —Bien. Me dijeron que estabas molesta por el vasito de fruta que encontraste en tu almuerzo el otro día. ¿Quieres hablar de eso? —me preguntó.

  —Claro, si usted quiere hablarme de eso —dije al poner sobre su escritorio la notita original como evidencia. Siempre llevo conmigo la evidencia. Dejarla en casa o en mi mochila puede ser muy peligroso.

  —¿Reconoce esto? —le pregunté.

  —Sí, es la nota que puse en tu almuerzo —respondió la asesina.

  —¡Así es que fue usted! —grité—. ¡Lo sabía!

  El análisis de manuscrito nunca miente. La cara de mi enemiga no cambió. Ni sonrió. Ni frunció el ceño. Era toda una profesional.

  —¿Qué hice? —pregunté—. ¿Estaba haciendo demasiado bien en todas las materias? ¿Era que mi inteligencia le estaba dificultando el trabajo suyo? ¡Dígame por qué lo hizo!

  —¿Por qué hice qué? —me preguntó. Ahora estaba actuando.

  —¡Vamos! Las dos sabemos lo que está pasando aquí. Ya, dígalo de una vez. ¿Por qué intentó asesinarme? —demandé.

  —¿Asesinarte? Flaca, le puse un vasito de fruta en el almuerzo a cada uno de tus compañeros. Era una sorpresa por las buenas notas de sus exámenes —me explicó.

  —¡¿Una sorpresa?! ¿Qué, perdió la cabeza? No puede ir metiendo comida en los almuerzos de los estudiantes. ¡La gente tiene alergias! —dije.

  —Sí, lo sé. Estoy muy consciente de las alergias de mis estudiantes —dijo.

  —¡Así es que SÍ estaba tratando de envenenarme! —grité.

  —Flaca, ¡¿de qué estás hablando?! —preguntó mi supuesta asesina.

  Ahora era el momento de demostrarle que yo sabía exactamente qué pretendía hacer. —Usted sabe que yo soy alérgica a las chinas, y ¡me puso un vasito de fruta con pedacitos de china en el almuerzo a propósito!

  —¡Este vasito de fruta no tiene chinas! —dijo tomando el veneno y moviéndolo en el aire. Fue al gabinete y sacó un paquete de vasitos de fruta.

  —Lee los ingredientes en la etiqueta. No tiene chinas. Lo que viste son mandarinas —dijo.

  Leí la lista de ingredientes en la etiqueta, pero me hubiera gustado tener los lentes de Abuelo a la mano. Existía la probabilidad de que ella hubiera cambiado o dañado la etiqueta. Sin los lentes, no podría saberlo. En todo caso, vi hacia donde se dirigía con esto.

  —Si alguien es alérgico a los huevos, ¿le daría bizcocho? Los cítricos son cítricos. ¡Un veneno es tan malo como el otro! —dije.

  Me levanté y caminé hacia la puerta.

  —Sé lo que está haciendo —le señalé—. Y la próxima, no se escapará tan fácil.

  Mientras caminaba por el pasillo vacío, pasé por la oficina de la señora Caradura. La vi tecleando en su computadora otra vez.

  —Fue mi maestra —le dije desde la puerta—. Bien descuidada. Cuiden la nevera en la sala de maestros. Apuesto a que se roba los almuerzos de otra gente.

  A
sintió. Oficialmente éramos socias silenciosas de la justicia.

  El caso de la china asesina estaba cerrado.

  Seguí caminando hacia la puerta del edificio. Gracias a mis destrezas para resolver crímenes, arruiné un atentado de asesinato. Primera parada: el puesto de malteadas. Próxima parada: Academia de Entrenamiento del FBI.

  Caso #103 y tanto

  Nombre: El caso de la salsa perdida

  Fecha: El día y durante el quinceavo cumpleaños de La Bruja

  Estatus: En curso

  Era la peor tarde que había tenido en mi vida. Mi hermana mayor, el verdugo, decidió arruinarme la vida durante la cena. Iba a cumplir quince años y estaba hablando con nuestros padres sobre ideas para una quinceañera. Qué aburrido.

  —Flaca, ¿no te entusiasma la fiesta de tu hermana? —preguntó mi madre.

  —Supongo que sí —dije, empujando los gandules en mi plato. No era fan de esos impostores de chícharos pequeñitos. Sólo eran una forma sofisticada de servir habichuelas en la cena otra vez.

  —Bueno, si no es gran cosa para ti, tal vez no debemos hacerte una quinceañera —espetó mi hermana.

  —No quiero una —respondí—. Es bien ridículo. Te pones un vestido blanco con una corona. Tus amigos se ponen vestidos largos iguales y sus parejas usan horribles esmóquines con corbatas de colores. Se supone que es una fiesta de quince y no una boda.

  —Ya, niñas —interrumpió mi papá—. Flaca, no tienes que tener una quinceañera tradicional cuando cumplas los quince, pero este es el día especial de tu hermana. Es una forma de celebrar su paso a la madurez. Ella puede organizarla como quiera.

  —Gracias, Papi —se burló La Bruja.

  Una sonrisa retorcida apareció en su rostro. Sabía que era una mala señal. Luego pronunció las terribles palabras.

  —Tengo una idea —explicó—. En vez de que mis amigos y yo hagamos un baile coreografiado para mis invitados, creo que sería maravilloso si ¡todos los niños pequeños de la familia bailaran enfrente de todos! Incluyéndote a ti, querida hermanita.

  Ay no. Eso NO iba a suceder. El baile no era lo mío. Había visto a toda mi familia bailar con la música latina en casa y en fiestas familiares, pero no era algo que yo particularmente hubiera hecho. Claro, probablemente podría ser una súper bailarina debido a mi talento innato, pero yo era una detective y no una bailarina. En ese momento, supe que el propósito de la vida de mi hermana era hacer de la mía un infierno. ¿Por qué era tan … mala? Obviamente, la cambiaron con otra al nacer.

  —¡Qué buena idea! —exclamó mi mamá—. Flaca, te verás linda vestida elegantemente y bailando. Haré una lista de las parejas para la presentación y conseguiré un instructor de baile.

  Me levanté de la silla en protesta. —¡NO voy a bailar en tu fiesta! Ya ni siquiera soy una niña chiquita. Prácticamente soy una preadolescente, ¡por favor! —grité.

  —Ya, Flaca, no te enojes—dijo mi padre mientras comía su cena—. Ni siquiera has intentado bailar. A lo mejor te gusta. Pruébalo.

  —¡Pero no quiero intentarlo! —dije—. Ella está tratando de avergonzarme enfrente de todos. Si tengo que bailar, ¡no iré a esa estúpida fiesta!

  —Flaca, irás a la fiesta de tu hermana y bailarás. ¡Se acabó la discusión! —dijo mi padre.

  Fulminé con la mirada a La Bruja cuando ella me alzó las cejas y cruzó los brazos. —Deberías sacarte las cejas para tu súper fiesta —sugerí antes de salir furiosa hacia mi cuarto—. Se supone que tienes que tener dos. Tú sólo tienes una.

  A la semana siguiente tuvimos el primer ensayo en un estudio de baile local. Mi madre había conseguido un instructor de salsa llamado Juan Camarón quien había coreografiado el baile de una quinceañera. Sabía que mi peor pesadilla estaba a punto de empezar, y no había ninguna destreza detectivesca que pudiera ayudarme. Por lo menos eso creía.

  Era un terrible día de lluvia. Los cielos estaban vaciando toneladas de agua en la tierra. Sabía que las nubes estaban llorando por mí y por la terrible tortura que me esperaba en el ensayo. Llevaba un vestido negro con unas botas para el agua también negras para compartir la pena.

  Cuando llegué a la clase de baile todos los otros niños de la familia ya habían llegado: primos, primos de primos, amigos de la familia, cualquiera con doce años de edad o menos y que tuviera dos piernas. Parecían estar emocionados con el baile mientras conversaban y se reían unos con otros. Raro.

  —¡Muy bien, todos! —gritó Juan—. ¡Pónganse los zapatos de baile y párense enfrente del espejo!

  Mi mamá me llevó del brazo para presentarme al instructor.

  —Hola, Juan —dijo—. Ella es mi hija, Flaca. También va a participar en el baile.

  —Hola, Flaca —dijo Juan con una sonrisa.

  —Hola —dije.

  —¿Por qué no te pones los zapatos de baile para empezar con el ensayo? —sugirió.

  —Estos SON mis zapatos de baile —le expliqué al mirar las botas de agua.

  Juan miró a mi madre confundido.

  —¿No trajiste zapatos? —preguntó ella sorprendida.

  —¿Para qué iba a traer otro par de zapatos? —le respondí—. No me dijiste que necesitaría zapatos especiales.

  —¡Es una clase de baile, Flaca! ¡Claro que necesitas zapatos! ¿Cómo rayos pudiste pensar que podrías bailar con las botas de agua? —preguntó.

  —Tú bailas salsa en la cocina con tus chinelas —dije—. ¿Por qué no puedo yo bailar con las botas de agua?

  —Yo bailo con chinelas en mi CASA. ¡Esta es una clase de baile! —exclamó.

  —No importa si olvidaste los zapatos, Flaca —interrumpió Juan—. Hoy puedes bailar en tus medias. Sólo asegúrate de que bailes sobre el balón de tus pies. Para la próxima trae tus zapatos.

  —Mis pies no tienen balones —dije, mirando mis medias.

  Juan apuntó a la planta del pie justo debajo de los dedos.

  —Esos son los balones de los pies. Levanta los talones —dijo—. Vamos.

  Normalmente me habría rehusado a bailar en mis medias. Pero este tipo había logrado que mi mamá dejara de seguir y seguir discutiendo. Jamás había visto algo semejante. Nadie logra silenciarla cuando se enoja. Era un talento que tenía que aprender. Lo estaría estudiando con cuidado.

  Después de una interminable hora de estar parada, pisando, retorciéndome y dando vueltas, las piernas me estaban matando. Definitivamente no me pondría botas de agua para la próxima.

  Para la siguiente clase, mi mamá me trajo un par de zapatos de baile … con tacón.

  —Aquí están tus tacones, Flaca —dijo—. Estos te ayudarán a bailar.

  —¿Qué, no hay tenis de baile o algo más que pueda usar en vez de tacones? —le pregunté a Juan.

  —Sí los hay —dijo—. Pero en la fiesta vas a usar este tipo de zapato. Así es que debes ensayar con ellos.

  Aún con los tacones, el baile no era nada fácil. De hecho, se me estaba haciendo más difícil. Apenas podía caminar con los tacones, mucho menos bailar con ellos. No podía. ¿Dónde estaba mi ritmo? ¿Por qué no se meneaban caderas? ¡¿Dónde estaba mi salsa?!

  Cuando regresé a casa empecé una investigación detallada. Tenía que averiguar adónde se había ido mi salsa. Saqué mis herramientas de investigación e inicié las entrevistas con los sospechosos de siempre. Mi salsa estaba perdida, y tenía que encontrarla antes de la fiesta.

  La primera persona con quien hablé fue la Bruja. Si alguien se había llevado mi salsa era ella.

  —¿Sabes en dónde puede estar mi salsa? —le pregunté.

  —No puedes perder algo que no tienes, Flaca —me respondió mientras se limaba las uñas—. Tú marchas en vez de bailar. Yo tengo todo el ritmo de la familia.

  —¿Así es que tú me robaste el ritmo? —le pregunté.

  —Está en mis genes —dijo—. Tal vez tú tienes genes distintos. Quizá te adoptaron o algo.

  —Bueno, eso explicaría por qué yo soy mucho más formidable que tú —dije—. Ya te puedes ir.

  Ahora entrevistaría a mi ma
má. Siempre la veía bailando en casa. Ella tenía que saber dónde estaba mi salsa.

  —Si quieres encontrar tu salsa perdida, pregúntale a tu padre. Tiene que ser un atributo perdido de su lado de la familia, porque la salsa corre por mis venas. Se me da naturalmente —explicó.

  El último sospechoso con quien hablaría era mi papá. ¿Había otras personas en su familia que no tenían salsa?

  —Escuché que tu lado de la familia ha tenido perdida la salsa por generaciones —dije—. ¿Me puedes hablar más sobre el tema?

  —No sé quién te dijo eso —dijo—. Yo puedo bailar salsa. ¿Ves?

  Empezó a cantar mal la letra de una vieja canción de salsa mientras pisoteaba y aleteaba los brazos en la sala.

  —Para, por favor, para —le rogué—. Ya vi suficiente. Gracias.

  Mi madre tenía razón. Si yo había perdido mi salsa, definitivamente era culpa de mi padre. Pero hasta ahora nadie en mi familia había sido de mucha ayuda.

  Llegué con mis herramientas de investigación al próximo ensayo y me senté en la parte de atrás del salón desde donde podría ver a todos sin problema.

  —Vamos, Flaca —ordenó Juan—. Va a empezar el ensayo.

  —Hoy no voy a ensayar, Señor Camarón. Hoy voy a observar —expliqué.

  Me miró confundido. Tuve que darle más explicaciones.

  —En otras palabras, estoy aquí pero NO estoy aquí. ¿Me entiende? —pregunté.

  Juan miró hacia mi madre. Ella asintió con la cabeza.

  —Está bien, Flaca. Pero la próxima semana vas a bailar. No hay excusas —dijo.

  —Como estoy aquí por un asunto oficial, le agradecería que me llamara “detective Flaca” —demandé.

  —De acuerdo, detective —dijo.

  —Gracias. Ya se puede ir —dije mientras le hacía un gesto con la mano para despedirlo.

  Mientras todos mis primos bailaban, yo los estudiaba y dibujaba sus pasos en mi cuaderno. Era una especie de escena de crimen. Los bailarines compartían algunas similitudes con los criminales. Los buenos tenían movimientos precisos, y casi siempre trabajaban con patrones. Iba a recuperar mi salsa bien rápido.

 

‹ Prev