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The Missing Chancleta and Other Top-Secret Cases / La chancleta perdida y otros casos secretos

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by Alidis Vicente


  Esa noche, fui a casa y me puse a trabajar. Corté las huellas de los zapatos y las pegué en el piso. Seguí el patrón que había dibujado. Era como caminar en los zapatos de un criminal, y yo lo hacía muy bien. Sin embargo, tenía que tener cuidado. Es muy fácil cruzarse al otro lado. Hay una línea muy fina entre el detective y el capo criminal.

  Para el siguiente ensayo, ya tenía los pasos, los zapatos, y estaba lista para la acción.

  Cuando comenzó la música, empecé con mis pasos.

  Mi pareja gritó —¡Ay! ¡Me pisaste!

  —¡No tienes que poner un pie allí! Estamos en el sexto paso. Apréndete la coreografía —corregí.

  Juan me pidió que me quedara después del ensayo.

  —Flaca, veo que has estado ensayando en casa, pero creo que debemos ensayar juntos —me dijo.

  Decidí hacerlo. Comprobaría que mi investigación me llevó a la salsa perdida. Me puse en posición para empezar. Mi mano izquierda en su hombro y la derecha en la de él, en el aire. De repente dio un paso que no me esperaba. Empezó a moverme los brazos.

  —Brazos de espagueti —dijo.

  —¿Qué? —pregunté—. ¡Pensé que íbamos a hacer salsa, no pasta!

  —Cuando bailas salsa, tienes que mantener una postura firme. Imagina que eres un carro y que estás conduciendo la canción. Tus brazos y manos son el volante. El carro se guía con el volante. Si tu volante se mueve para todos lados, tu auto no sabrá hacia dónde ir. Chocarás —me explicó.

  —¿Así es que no debo mover los brazos cuando baile? —pregunté.

  —Sólo si mis brazos les dicen que los muevas —dijo.

  Al parecer mi familia sabía muy poco sobre la salsa. Siempre aleteaban los brazos cuando bailaban. Intenté bailar otra vez. Esta vez sin brazos de espagueti.

  —Flaca, ¿qué estás haciendo? —dijo Juan—. Estás marchando. No puedes bailar dando pisotones.

  ¡¿Marchar?! Seguro que Juan había estado hablando con la Bruja sin que me diera cuenta. Esto era sabotaje.

  —¡Estoy bailando salsa, no marchando! ¡Estoy haciendo todo lo que usted está haciendo! —le expliqué.

  Guié mi auto hacia mi bolsa y saqué mi mapa para que el señor Juan, el conductor, lo viera.

  —¿Ve? —le mostré el bosquejo del baile—. Esto es lo que usted hizo. ¡Esto es lo que estoy haciendo! ¡ESTO ES SALSA!

  Hubo silencio por un segundo. Supongo que por fin había aprendido el talento de Juan para silenciar a una persona.

  —Ay, ay, ay, Flaca. ¿Crees que eso es salsa? —preguntó.

  Se oía decepcionado, pero yo no iba a ceder. Lo miré fijamente como una persona que no está jugando.

  Juan subió el volumen de la música y me dijo que cerrara los ojos.

  —¿Qué cierre los ojos? —protesté—. ¿Cómo voy a ver si tengo los ojos cerrados?

  —Se supone que no tienes que ver lo que estás haciendo. Lo tienes que sentir —dijo—. Escucha el ritmo. Escucha la canción. Escucha los diferentes sonidos que hacen los instrumentos y cómo todos se unen. No hay fiesta. No hay gente. Sólo estás tú, la canción y el volante.

  ¿En qué estaba pensando este tipo? ¿Qué bailara con los ojos cerrados? ¿Un volante?

  —Ahora sígueme —dijo—. Rápido, rápido, despacio. Rápido, rápido, despacio.

  Antes de que supiera lo que estaba haciendo, mis pies estaban siguiendo el patrón.

  —Ahora abre los ojos —dijo.

  —¡Lo estoy haciendo! —grité—. Pensé que había perdido mi salsa, ¡pero aquí estaba!

  —No perdiste tu salsa, Flaca. Simplemente no la habías encontrado hasta ahora —dijo.

  Terminé el ensayo con mi salsa, una sonrisa y la mejor investigación hasta ahora. Me había comprobado a mí misma que si me enfocaba lo suficiente en las pistas y patrones, podría resolver cualquier caso. Ahora era hora de mostrarle al mundo lo que mis destrezas de detective profesional habían revelado.

  Era el día de la quinceañera y mi madre había contratado a un equipo de profesionales de la belleza para que nos arreglaran a nosotras y a las amigas de mi hermana para la fiesta. Qué asco. Me pusieron espray de químicos voladores en el pelo, me picotearon el cráneo con sanguinarios sujetadores y ahogaron mi cara en un mar de polvos y pintura.

  Me metí al baño para ponerme el horrible vestido color durazno que la Bruja escogió “sólo para mí” y las medias ásperas que me apretaban las piernas. Parecía payaso. Lo único que me faltaba era la nariz roja. Cuando salí del baño mi mamá estaba demasiado entusiasmada.

  —¡Ay, Flaquita! —gritó—. Sólo me dice “Flaquita” cuando se está muy orgullosa de mí—. ¡Te pareces a la Blanca Nieves!

  —Más a un vampiro que a Blanca Nieves —dijo mi hermana—. Mira cómo está de pálida. El cabello negro prácticamente hace que la cara le brille en la oscuridad.

  Sí, parecía vampiro en comparación con las demás. La mayoría de las otras chicas tenían la piel bronceada y brillante y el cabello grueso y lindo. La Bruja puede que tuviera razón pero JAMÁS se lo diría.

  —Prefiero verme como vampiro que como un hombre lobo todo peludo —le respondí cuando la empujé para entrar en la sala. Ya quería que terminara la noche.

  Las luces de la fiesta se fueron apagando cuando nos paramos en la pista del baile a esperar a que comenzara la música. Observé alrededor del salón. Todos me miraban. Los escuchaba susurrar, esperando lo que yo iba a hacer. Vi que mi hermana apuntó hacia a mí y se rio. El sudor me empezó a correr por la cara y mi corazón latió al ritmo de la música. Espera, ¡la música había empezado!

  —¡Vamos, Flaca! —susurró mi pareja y me guió adelante.

  No sabía qué pasaba. Había perdido el paso. ¿Tenía que dar pasos rápidos o lentos? Pensé que había vuelto a perder mi salsa hasta que vi a Juan a un lado de la pista. Me estaba observando, y luego cerró los ojos. Yo cerré los míos. Encontré el paso y di unos más con los ojos cerrados. Me asomé entre las pestañas para ver la reacción del público. ¡La gente estaba sonriendo! ¡Y aplaudiendo! Algunos estaban tomando fotos. Después del baile hasta se pusieron de pie para aplaudirme. Esperaba que alguien me tirara flores a los pies, pero supongo que no quisieron hacer sentir mal a los demás niños.

  La Detective Flaca había vencido otra vez, pero había que seguir investigando. Tenía que encontrar la forma de no volver a perder mi salsa. Al parecer iba y venía. Era una cosita medio escurridiza.

  El caso de la salsa perdida estaba en curso.

  De regreso a casa de la fiesta mi madre me felicitó por mi presentación.

  —Lo hiciste muy bien, Flaca —dijo—. Todos estamos muy orgullosos de ti.

  —Sí, lo hizo bien —dijo mi hermana—. No se tropezó ni cayó como pensé que lo haría.

  ¿Qué … qué era eso … casi me felicita? ¿Se estaría sintiendo mal la Bruja? Tal vez la presión de la brillante corona en su cabeza le estaba cortando el oxígeno.

  —Estuve pensado —le dije a mi mamá— que si no tengo algún plan más importante o si no hay mucho que hacer en mi despacho de investigación, quizás pueda tomar otras cuantas clases de salsa. Aún queda mucha investigación por hacer de la salsa. Por ejemplo, ¿por qué hay un paso llamado Suzie Q? ¿Quién es esa Suzie Q? Y ¿por qué se nombró un paso por ella?

  —¿En serio, Flaquita? —exclamó mi madre—. ¡Eso sería maravilloso! Mañana llamaré a Juan.

  —No te emociones tanto, Mami, dije quizás.

  —Está bien —suspiró mi mamá con una sonrisa—. Me basta con el quizás.

 

 

 
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