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El Diccionario del Mago

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by Allan Zola Kronzek


  Muchas de las palabras que suenan a latín usadas en Hogwarts significan exactamente lo que dicen. Petrificus totalus petrifica por completo a la víctima y ridiculus hace que lo que antes era un aspecto espantoso de boggart, sea, bueno, ridículo. Pero las palabras mágicas no tienen por qué significar nada. En un libro medieval de conjuros se nos dice que con las palabras sin sentido saritap pernisox ottarim, por ejemplo, se abrirá cualquier cerradura, mientras que onaim peranties rasonastos te guiará hasta un tesoro enterrado y agidem margidem sturgidem curará un dolor de muelas si se dice siete veces un martes o un jueves. De dónde proceden esas palabras tan curiosas y por que se creía que funcionaban es algo que nadie sabe. Es indudable que algunas de ellas las inventaron los magos para impresionar a sus clientes. Sin embargo, otras palabras mágicas parece que se formaron hace miles de años: eran nombres de dioses y seres sobrenaturales, que pronunciados de un modo confuso y mal traducidos a lo largo de siglos, acabaron por ser irreconocibles. Incluso sin tener un significado claro, se atribuía a la palabra un tremendo poder, capaz de hacer realidad las intenciones del mago. De hecho, la idea de que las palabras son instrumentos de poder es quizá tan antigua como el propio lenguaje, y una de las más antiguas creencias es que decir algo es hacerlo.

  Una serie de palabras mágicas, especialmente si se pronuncia de forma ritual, se llama encantamiento o fórmula mágica, y se usa para lanzar un conjuro o un encanto. En muchas culturas tribales tradicionales, los encantamientos se cantaban o entonaban acompañados de baile y percusión (las palabras «canto», «encanto», «encantamiento» comparten una raíz latina que significa «canción» y «cantar»). En la Roma y la Grecia clásicas, los hechiceros solían lanzar sus conjuros ululando o gimiendo, como un perro que aúlla a la Luna. En algunas tradiciones hindúes y budistas se asociaban poderes extraordinarios a la repetición de determinadas palabras o frases, llamadas mantras, que eran secretas y solo podían ser transmitidas por un maestro especial o gurú. Al parecer un mantra daba a quien lo recitaba 200 000 veces el poder de controlar la naturaleza, y de ser transportado instantáneamente a cualquier lugar del universo si lo repetía un millón de veces.

  Abracadabra, la palabra mágica más conocida de la historia, fue considerada durante siglos extraordinariamente poderosa. Aparece por primera vez en el libro Res Reconditae («Asuntos secretos») de Serenus Sammonicus, un médico romano que vivió en el siglo III d. C. Serenus recomienda abracadabra para curar la fiebre terciana, una enfermedad terrible parecida a la gripe con síntomas recurrentes. La palabra puede decirse en voz alta pero, según Serenus, el tratamiento resulta más eficaz si se escribe abracadabra en un trozo de pergamino formando un triángulo invertido y se cuelga al cuello a modo de amuleto.

  Al igual que la palabra abracadabra se reduce progresivamente, eliminando una letra cada vez, la enfermedad del paciente irá remitiendo gradualmente. Al cabo de nueve días, para finalizar el tratamiento, se quita el amuleto y se arroja hacia atrás en un río que fluya hacia el este.

  Abracadabra se seguía usando como palabra mágica bien entrado el siglo XVII. En su Diario del año de la peste (1722), el novelista inglés Daniel Defoe relataba que muchos londinenses intentaban protegerse de la epidemia de peste bubónica de 1665 usando «ciertas palabras o imágenes, en particular la palabra “Abracadabra” formando un triángulo o una pirámide».

  Algunas de las palabras mágicas más poderosas de la Edad Media eran palíndromos (palabras o frases que se leen igual al derecho que al revés). Especialmente atractivas eran las palabras con las que podía formarse un «cuadrado mágico» en el que estas se leían igual de arriba abajo, de abajo arriba, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. El más conocido de todos ellos, desde por lo menos el siglo VIII, es el cuadrado formado por el palíndromo sator arepo tenet opera rotas.

  S A T O R

  A R E P O

  T E N E T

  O P E R A

  R O T A S

  El significado de las palabras también es oscuro, pero según muchos libros de conjuros, este cuadrado poseía por lo menos tres propiedades destacadas: era un buen detector de brujas (cualquier bruja que estuviese en la misma habitación que el cuadrado se veía forzada a huir); servía como encantamiento contra la hechicería y la enfermedad, y escrito sobre una bandeja de madera, ¡actuaba como extintor de incendios si se arrojaba a un edificio en llamas! Otros cuadrados mágicos, como los que recomienda el libro de conjuros La magia sagrada de Abremelin el Mago, ofrecían palíndromos como odac dara arad cado, que permitía volar «como un buitre» a quien lo pronunciaba (había otro palíndromo para los que preferían volar «como un cuervo»), o como milon irago lamal nolim que, escrito en un pergamino y aguantado sobre la cabeza, proporcionaba el conocimiento de todas las cosas pasadas, presentes y futuras, como si un demonio las susurrara al oído.

  Hocus Pocus

  Hay por lo menos un lugar en el que las palabras mágicas siempre parecen haber funcionado: en los espectáculos de magia. Los hacedores de portentos del siglo XVII le tenían mucho aprecio a hocus pocus, que era originalmente parte de un antiguo encantamiento más largo: hocus pocus, toutous talontus, vade celerita jubes. Como otros encantamientos pseudolatinos, estas palabras no significan nada, pero suenan a misterio y muchísimos artistas las usaban.

  Hocus pocus fue originalmente una frase del mundo del espectáculo. A diferencia de abracadabra, nunca aparecía en amuletos o en libros de conjuros, y su origen es un misterio. Algunos historiadores dicen que viene de Ochus Bochus, el nombre de un legendario mago italiano. Otra teoría se refiere al hocea pwca galés, que significa un «ardid de trasgo». También se ha sugerido que este hocus pocus es una degeneración de la frase latina hoc est corpus meum («este es mi cuerpo»), utilizada en la misa católica. Sin embargo, para muchos entendidos, esto no parece probable ya que los artistas de la magia difícilmente se habrían arriesgado a ofender a la Iglesia (cuya oposición a la magia de cualquier tipo era sobradamente conocida) tomando prestadas «palabras mágicas» de los servicios religiosos.

  Todo lo que podemos asegurar con certeza es que hocus pocus era de uso común a principios del siglo XVII. El dramaturgo inglés Ben Jonson nos habla de un mago de salón que se hacía llamar Hokus Pokus en 1625, y las palabras forman parte del título de un antiguo libro de magia práctica, Hocus Pocus Junior, publicado en 1634. En la actualidad, muchos magos han abandonado el uso de palabras mágicas, y hocus pocus ha llegado a tener el significado general de artimaña o engaño. Podría ser la raíz de la palabra inglesa hoax («patraña»).

  Como cabe suponer, obtener el resultado deseado no siempre era tan simple como copiar las palabras. Los cuadrados tenían que escribirse sobre el material adecuado, bajo la influencia astrológica de las estrellas y los planetas apropiados y en el momento justo. Y los resultados no estaban garantizados ni siquiera así. Sin embargo, cuando un cuadrado o una palabra mágica no funcionaba, el error solía achacarse al practicante, que los había pronunciado mal, tenía una actitud inadecuada o había olvidado algún paso crucial. Por otra parte, que un enfermo se recuperara de una enfermedad o los demonios se alejaran probaba la eficacia de las palabras.

  La creencia en el poder de las palabras mágicas no ha disminuido demasiado a lo largo de los siglos. Todavía se enseña a los niños (al menos algunos lo hacen) que decir «por favor» o «gracias» obra milagros. Los universitarios y los expertos en publicidad saben que con las palabras adecuadas se consiguen buenas notas y ventas espectaculares. Las grandes compañías pagan muchísimo dinero a los creadores que aciertan con el nombre o la palabra «mágicos» que convertirá su producto en una marca conocida, y que les hará ganar una fortuna.

  Un busto de su venerable cabeza ocupa un lugar de honor en los pasillos de Hogwarts. Su rostro adorna los cromos que vienen con las ranas de chocolate y los detalles de su colorida y turbulenta vida son bien conocidos por todos los estudiantes de quinto que tienen en mente una carrera dedicada a las artes curativas. Su nombre real era Philippus Aureolus Theophrastus Bombast von Hohenheim, pero es más cono
cido como médico y brujo por el nombre latín que él mismo se adjudicó: Paracelso.

  Nacido en 1493 en la ciudad de Einsiedeln, Suiza, Paracelso creció inmerso en las prácticas mágicas y médicas de su época. Su padre, Wilhelm, era un médico rural que estaba muy interesado en la alquimia (véase piedra filosofal) y Paracelso aprendió de él lo necesario sobre el poder curativo de las plantas y las piedras, así como sobre la influencia que los astros y los planetas irradiaban sobre todos los aspectos de la vida terrestre (véase astrología y magia). Aunque la familia era pobre, Wilhelm coleccionaba libros de magia y Paracelso se convirtió en un estudiante ávido. Con la práctica, también desarrolló gran experiencia en hierbas y plantas y aprendió a utilizarlas como medicinas según «la doctrina de las signaturas», que defendía que el valor medicinal de una planta se revelaba a través de su forma o color (véase herbología). Gracias al hecho de que su padre ejercía en poblaciones mineras cercanas, Paracelso aprendió los principios básicos de la metalurgia y estudió las propiedades del hierro, el estaño y otros metales, conocimientos que después aplicaría a la creación de nuevas medicinas. También interrogó a campesinos, pastores y «mujeres sabias» sobre los remedios que habían ido pasando de generación en generación. Su inclinación a formular preguntas y ensayar nuevos tratamientos fue la clave de la futura obra de Paracelso.

  Se creía que Paracelso llevaba la piedra filosofal en la empuñadura de su espada.

  (Fuente de la imagen 75)

  A los catorce años, abandonó su hogar para estudiar y ver mundo. Tras graduarse en la Universidad de Viena, donde estudió «las grandes artes del cuadrivio» (aritmética, geometría, música y astrología), se trasladó a Italia con la intención de matricularse en una escuela de medicina. Sin embargo, el inicio de la guerra truncó sus estudios y, en lugar de obtener un título de medicina, se convirtió en cirujano militar.

  En el campo de batalla, Paracelso comenzó a introducir algunas de sus originales ideas sobre la medicina. En aquel entonces, la cirugía era algo extremadamente ordinario (la posición de «cirujano» era inmensamente inferior en rango a la de doctor; los que tenían el título de medicina jamás operaban). Paracelso se rebelaba intuitivamente contra las prácticas comúnmente aceptadas. En la época, por ejemplo, se estilaba tratar las heridas con una pasta compuesta por excrementos de vaca, plumas y grasa de serpientes venenosas. Los brazos y las piernas heridas se dejaban hasta que se infectaban y luego se amputaban. Paracelso optó por limpiar las heridas y dejar que se curaran solas, una práctica que actualmente nos parece de lo más obvio, pero que en su tiempo no se veía tan clara.

  Después de la guerra, Paracelso pasó varios años como médico ambulante viajando por Europa, años que aprovechó para aplicar sus conocimientos, desarrollar nuevos medicamentos y ganarse la reputación de curar a pacientes que los demás médicos habían dado por perdidos. Como la mayoría de médicos de su época, Paracelso aceptó el valor de los horóscopos, amuletos, encantos y hechizos en el diagnóstico y tratamiento de los pacientes. Lo que le hacía diferente era su interés por la investigación y su disposición a aceptar lo que funcionaba y rechazar lo que no, independientemente de lo que dijeran los libros. Llevó a cabo incontables experimentos y escribió obras sobre sus teorías y tratamientos. Descubrió que, en algunas ocasiones, los huevos de rana aplicados a las heridas podían prevenir infecciones (contienen yodo). También descubrió que las dosis y la frecuencia de administración eran factores muy importantes en el rendimiento obtenido de los medicamentos, y desarrolló un completo abanico de nuevos productos farmacéuticos basados en compuestos minerales y metálicos para complementar la medicación tradicional basada en plantas. Y, aunque creía en la existencia de criaturas mágicas, no dejaba que estas creencias lo distrajeran de las pruebas que observaba con sus propios ojos. Escribió que las enfermedades de los mineros no las causaban gnomos hostiles, tal como creía la mayoría de la gente, sino las emanaciones de metales y gases tóxicos. Paracelso creía en la existencia de gnomos, demonios y hadas, pero sostenía que vivían en un mundo distinto al de los humanos y que no eran la causa de las enfermedades, ya que estas provenían de fuerzas naturales, no sobrenaturales.

  A medida que iba creciendo su fama de sanador, también lo hacía su reputación de fanfarrón, arrogante, camorrista y, en general, alborotador. Sus colegas de profesión eran, según él, «necios» e «imbéciles acreditados» que se aprovechaban de la riqueza y el prestigio que acompañaba al hecho de ser médico, pero que se preocupaban muy poco por sus pacientes. Cuando consiguió un puesto de profesor en la Universidad de Basilea, mostró abiertamente su desdén por el currículum académico lanzando uno de los libros de medicina más valorados de la época, el Canon de Medicina, de Avicena, a una hoguera el día de graduación. En cuanto a Galeno y Celso, los antiguos médicos romanos cuyas enseñanzas eran el fundamento de toda la práctica médica, Paracelso presumía de que sus conocimientos eran mucho mejores que los de ellos. De hecho, Paracelso, el nombre latino que él mismo había escogido, significa «superior a Celso».

  Este era su comportamiento habitual y explica por qué Paracelso se encontraba siempre en el punto de mira. «Era extraño —escribía él mismo— y nadie podía conmigo». A pesar de la controversia que siempre le rodeaba, de una cosa no había duda: la efectividad de sus métodos. Cuando murió en 1541, a los 48 años, Paracelso va era una leyenda en toda Europa, y no solo como médico notable, sino como brujo con poderes espectaculares. Algunos decían que había usado sus conocimientos de alquimia para crear la piedra filosofal que había incrustado en la empuñadura de la enorme espada que siempre le acompañaba. Se rumoreaba que podía estar en dos lugares a la vez y que podía fabricar oro a voluntad (en realidad, casi siempre estaba sin blanca). Paracelso no negaba estos rumores. Le gustaba aquella imagen de brujo y reconocía que los que creían en sus poderes milagrosos eran más influenciables. Hoy en día, el poder del convencimiento se reconoce como un factor importante en la curación y la recuperación.

  De todas sus prescripciones originales, la única que aún perdura es la pomada de zinc, un tratamiento para enfermedades de la piel. Sin embargo, el impacto de Paracelso en la ciencia médica fue enorme. Sus feroces ataques contra las antiguas autoridades ayudaron a abrir las puertas a nuevos tratamientos y teorías. Sus experimentos con metales y minerales ayudaron a instaurar la ciencia química. También fue el primero en escribir un libro sobre enfermedades laborales (enfermedades de los mineros) y uno de los primeros en reconocer la importancia del ejercicio y el aire fresco para la salud. Aunque en la época en que él vivió no existía la medicina tal como nosotros la conocemos, Paracelso tenía un fuerte espíritu científico: la pasión por explorar y descubrir los secretos del universo. «Solo los ignorantes —escribió— alegan que la Naturaleza no ha dispuesto un remedio para cada enfermedad». Por lo que respecta a su legado en el seno de la comunidad mágica, no podría haberse conservado mejor: en el corazón y la mente de los alumnos de Hogwarts.

  En cierto sentido, todos sabemos lo que es quedarse petrificado: preso del pánico hasta tal punto que resulta imposible moverse. Pero, por suerte, no hemos compartido la desagradable experiencia de Hermione: la petrificación real, ser convertido en piedra.

  Muchas almas desgraciadas de la mitología de la antigua Grecia sabían lo que era quedarse con los miembros permanentemente rígidos e inmóviles. Algunos eran víctimas de Medusa, cuya espantosa cara y melena de serpiente sibilante la hacían tan terrorífica que cualquiera que la mirara quedaba inmediatamente convertido en piedra. La cueva en la que vivía estaba llena de los cuerpos transformados en estatuas de los que habían osado acercársele. Finalmente, Medusa murió a manos del joven héroe Perseo, quien le cortó la cabeza, usando su escudo como un espejo para acercarse hasta ella sin mirarla. La cabeza de Medusa seguía conservando el poder de petrificación incluso después de la muerte, y Perseo llevó este trofeo consigo en muchas aventuras; lo sacaba de la bolsa y lo alzaba para detener a sus enemigos.

  Pero convertir a la gente en piedra no era un
placer solo reservado a los monstruos como Medusa. La petrificación era también uno de los castigos favoritos de los dioses del Olimpo, que lo infligían a los mortales que consideraban arrogantes o desobedientes. La más famosa de todos ellos fue Niobe, reina de Tebas, que encolerizó a los dioses al presumir de que tenía doce hijos mientras que la diosa Leto solo tenía dos. Los hijos de Leto (Apolo y Artemisa), rápidamente respondieron a este insulto contra su madre bajando de los cielos y disparando flechas mortales a toda la prole de Niobe. La desolada Niobe empezó a llorar de manera incontenible. Postrada en el suelo, inmovilizada por el dolor, quedó transformada en una piedra que permanecería para siempre húmeda de lágrimas.

  La petrificación ha sido un tema destacado en el folklore, sobre todo allí donde existen formaciones rocosas con formas curiosas que sugieren animales o seres humanos. Los habitantes de una ciudad de Alemania, donde los acantilados parecen hombres (por lo menos a las personas de imaginación despierta), cuentan una vieja historia acerca de un grupo de enanos de las montañas que habían salido a celebrar una boda cuando un fantasma maligno los convirtió en piedra. En Escandinavia, suele decirse que unas rocas de formas extrañas son en realidad los cuerpos petrificados de trolls, que se convirtieron en piedra porque no pudieron regresar a su hogar subterráneo antes de que amaneciera.

  En el folklore británico, la petrificación de gente explica la existencia de centenares de círculos de piedras: monumentos misteriosos construidos en realidad por los pueblos prehistóricos del oeste de Europa entre el 3000 y el 1200 a. C. Según una leyenda local, Meg la Larga y sus hermanas, un círculo de piedras en Cumbria, Inglaterra, era un grupo de brujas reunidas que fueron convertidas en piedra por un brujo que las descubrió. Se dice que uno de los círculos llamados Stanton Drew, de Avon, Inglaterra, son el novio, la novia, los bailarines y los violinistas de un banquete de bodas, todos ellos petrificados por el Diablo, que acudió disfrazado a la fiesta.

 

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