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El Diccionario del Mago

Page 28

by Allan Zola Kronzek


  Durante los siglos XV y XVI los viajeros europeos regresaban de Asia, África y las Américas diciendo que habían visto unicornios. Como las descripciones eran diferentes, se supuso que existían bastantes variedades.

  (Fuente de la imagen 96)

  A lo largo de los siglos, aumentó la creencia en la huidiza criatura, aunque seguía sin haber pruebas de su existencia. Aristóteles y Julio César, citados como autoridades en la materia, describían animales con un solo cuerno. El naturalista romano Plinio añadió detalles al aspecto del unicornio; le atribuyó cabeza de ciervo, patas de elefante, cola de oso y un cuerno negro de noventa centímetros de longitud. (Escritores posteriores sugirieron que estas antiguas representaciones se basaban en descripciones equivocadas de los rinocerontes indios o en avistamientos de animales de dos cuernos, vistos de perfil o que habían perdido un cuerno). Plinio confirmó también la naturaleza feroz del unicornio y dijo que la bestia tenía una voz profunda y poderosa.

  En la Edad Media, la popular imagen del unicornio había evolucionado. Ya no era una suma de características de otros animales, sino la elegante criatura que conocemos hoy en día. En las pinturas y los tapices de la época aparece como un animal parecido a un caballo, hermoso, blanco, con un blanquísimo cuerno que se alza en espiral y las pezuñas hendidas de un ciervo. En la literatura, el unicornio pasó a representar la fortaleza, el poder y la pureza. Se incorporó al simbolismo cristiano y entró a formar parte del escudo de armas de Inglaterra y Escocia. Los unicornios aparecen en la leyenda artúrica, los cuentos de hadas y los romances de las gestas de Gengis Kan y Alejandro Magno.

  Una típica historia medieval que realza la pureza del unicornio cuenta que un grupo de animales del bosque fueron a un estanque a beber, pero encontraron el agua envenenada. Los sedientos animales se salvaron cuando apareció un unicornio y sumergió el cuerno en el agua, que se volvió fresca e inmaculada. Tanto es el amor que sienten los unicornios por las cosas puras e inocentes que, según otro cuento, cuando un unicornio se encuentra con una doncella virgen sentada bajo un árbol, apoya la cabeza en su regazo y se duerme. Esta idea atraía mucho a los interesados en capturar unicornios para quitarles sus valiosos cuernos. La caza del unicornio era una tarea aterradora, porque se decía que estos animales eran capaces de usar el cuerno a modo de espada y que, si se los perseguía, podían saltar a un precipicio, aterrizar sobre el cuerno y escapar ilesos. Una manera más segura y menos agotadora de acercarse a ellos era, por lo visto, usar a una doncella virtuosa como cebo. Una vez que el unicornio se dormía sobre su regazo, los cazadores que estaban al acecho podrían capturarlo.

  El interés por atrapar unicornios se perdió en el siglo XVIII, cuando bastantes escépticos señalaron que era imposible encontrar a alguien que hubiese visto realmente una de estas criaturas con sus propios ojos. Unos cuantos escritores insistieron en incluir los unicornios en sus libros de historia natural, repitiendo los relatos antiguos y medievales, pero la mayoría se convencieron de que había llegado la hora de relegar al animal al mundo de lo fantástico. Pero esto no disminuyó apenas el entusiasmo popular por el unicornio, que se mantuvo en el arte, la literatura y la imaginación, y se mantiene todavía en nuestros días.

  Cuerno de narval

  En el siglo XVI era imposible encontrar a alguien que hubiese visto un unicornio, pero dar con un cuerno de unicornio era otra historia muy distinta. Eso era porque el cuerno de unicornio se vendía en cualquier botica (una tienda parecida a las actuales farmacias) como cura para la mayoría de enfermedades y como protección contra los venenos. Tenía mucha demanda y su precio estaba por las nubes. El cuerno en polvo, llamado también alicorno, podía tomarse solo o combinado con otros agentes medicinales. Para los que no podían pagar su precio, existía la posibilidad de hacerse con un vial que contuviera agua en la que se hubiese sumergido un cuerno de unicornio.

  Por supuesto, el producto que se vendía en las boticas no procedía de ningún unicornio. De hecho, era colmillo de narval, una especie de ballena ártica con un único cuerno que crece en espiral y puede llegar a medir casi tres metros de longitud. A medida que aumentaban las expediciones balleneras, en los siglos XVI y XVII, crecieron las reservas del supuesto cuerno de unicornio. Las pruebas para verificar la autenticidad del alicorno, la mayoría de las cuales consistían en colocar arañas cerca del cuerno y observar sus reacciones, fueron muchas, pero por lo visto pocas veces se detectaron falsos cuernos, por lo que los colmillos de narval continuaron vendiéndose en las tiendas de toda Europa como cuernos de unicornio.

  No todo el alicorno se dedicaba a usos medicinales. La legendaria propiedad de las copas hechas con cuerno de unicornio, de la que por primera vez hablara Ctesias más de mil años antes, continuaba haciendo de esta copas un producto muy preciado, sobre todo por la realeza, para cuyos miembros el temor al envenenamiento era un hecho cotidiano. Las copas de cuerno de unicornio eran tan valiosas que, en 1565, al rey Federico II de Dinamarca le bastó una como garantía para un préstamo destinado a financiar una guerra contra Suecia.

  Dibujo del siglo XVII de un narval, la ballena ártica cuyo colmillo espiral se vendía a un precio desorbitado como si fuera cuerno de unicornio. Se calcula que la población de narvales es hoy de entre 25 000 y 45 000 ejemplares.

  (Fuente de la imagen 97)

  Solitarios y sin amigos, vagan de noche en su eterna búsqueda de sangre fresca. Pasan las horas diurnas en las criptas mohosas de castillos situados en la cima de una montaña. Nunca envejecen y no temen la muerte, porque ya están muertos. Si ves a uno por la calle, puede que no tengas la más mínima idea de que estás mirando a un monstruo a la cara.

  (Fuente de la imagen 98)

  De todos los fantasmas, demonios necrófagos y demonios que se estudian en la clase de Defensa contra las Artes Oscuras, pocos son tan universalmente famosos como los vampiros sedientos de sangre. Su descripción física varía de una cultura a otra, y va desde una bestia de ojos rojos con el pelo rosa o verde (China), pasando por una criatura parecida a una serpiente con cabeza de mujer (la griega Lamia), hasta el alto y sofisticado caballero de ciudad con capa de cuello levantado procedente de las leyendas del este de Europa. En muchos cuentos, el vampiro es un ser humano que, una vez muerto, resucita con la compulsión de beber la sangre de los vivos.

  Los vampiros han formado parte de la tradición popular y de la leyenda durante centenares de años, aunque la verdadera fama les llegó con la publicación, en 1897, de la novela clásica de Bram Stoker, Drácula. El vampiro de Stoker tenía los caninos alargados y puntiagudos, pelo en las palmas de las manos y era sorprendentemente pálido, pero por lo demás su aspecto era relativamente humano. Al parecer, el personaje del conde Drácula está basado en Vlad Tepes, un gobernante de Valaquia (parte de la actual Rumania) del siglo XV, conocido por su carácter cruel y sanguinario. Vlad tenía fama de atravesar el corazón de sus enemigos con estacas de madera y de bañarse en la sangre de los fallecidos después de una batalla especialmente cruenta. Con el paso del tiempo, esas costumbres evolucionaron basta convertirse en elementos esenciales de la leyenda de los vampiros. Vlad, por lo visto un sujeto muy teatral, firmaba sus cartas como «Vlad Dracul», que puede traducirse libremente como «Vlad, hijo del Diablo».

  Los poderes de un vampiro se han ido detallando a través del tiempo. En el siglo XVI, los conquistadores españoles de Suramérica y Centroamérica dieron con una especie de murciélago con hábitos dietéticos parecidos a los del conde Drácula y los suyos. Desde entonces, se ha dicho que los vampiros pueden transformarse en murciélagos. También se creía que podían convertirse en lobos, ratas o ratones, y que algunos eran capaces de controlar a estas criaturas y de comunicarse con ellas. Los vampiros poseen una fuerza y una destreza muy superiores a las humanas, y algunos incluso pueden volar. Por último, algunos de los vampiros más poderosos tienen la capacidad de hipnotizar a un ser humano con la mirada, controlar su actos e incluso ver a través de sus ojos.

  Sin embargo, a pesar de estos poderes, el vampiro tiene muchas debilidades. Todo el mundo sabe que no s
oporta la luz diurna. El sol se ha considerado siempre un símbolo de verdad y bondad, conceptos que van contra la naturaleza de los vampiros. Por lo tanto, la exposición directa a los rayos solares destruye al vampiro, que suele quedar reducido a un inofensivo montón de polvo. Otras maneras sobradamente conocidas de destruir a un vampiro son decapitarlo, quemarlo y clavarle una estaca de madera en el corazón. Contrariamente a la creencia popular, la mayoría de leyendas mantienen que los vampiros no son vulnerables a las armas fabricadas con plata; el hierro es el metal que debes escoger si quieres acabar con una de estas criaturas. En el folklore eslavo, un vampiro puede ser destruido si se lo rocía con agua bendita, se le practica un exorcismo o si se le roba el calcetín izquierdo, se rellena de piedras y se arroja a un río.

  Como sabe el profesor Quirrell, los vampiros no toleran el olor del ajo fresco. Pueden colocarse ristras de esta poderosa planta en los dormitorios (o en las aulas) para proteger a sus ocupantes. La gente supersticiosa pondrá dientes de ajo en la nariz, los ojos y las orejas de los recién nacidos para que no se les acerquen los vampiros. También se cree que los vampiros sienten fascinación por el cálculo; si uno pasa entre semillas esparcidas, empezara a contarlas y no parará hasta terminar, aunque eso le acarree una muerte polvorienta con las primeras luces del amanecer. Por último, un vampiro debe dormir cada día sobre tierra de su país natal. Cuando el Drácula de Stoker deja Transilvania (un lugar situado al sur de la Valaquia de Vlad) para ir a Inglaterra, se lleva consigo varios cajones llenos de tierra de Rumania y los instala en su nueva residencia londinense.

  Distintas leyendas dan versiones diferentes de la personalidad del vampiro. Algunas lo describen como un asesino sin mente ni alma. El conde Drácula de Bram Stoker, por el contrario, es un ser inteligente y encantador, de maneras impecables y muy educado. En otros cuentos, los vampiros son seres básicamente decentes y eternamente torturados por las terribles cosas que se ven obligados a hacer para sobrevivir. Esta multiplicidad es quizás una de las razones por la que el vampiro continúa inspirando nuevas historias en la actualidad.

  ¿Quién no ha deseado tener, aunque solo sea una vez, una varita mágica? Las varitas mágicas, sencillas, elegantes, de fácil transporte, son conocidas en todo el mundo como símbolo de la capacidad para hacer que las cosas sucedan. Un gesto de varita y la vajilla limpia, la habitación ordenada, la copa de helado es tres veces más grande y tía Henrietta llama para decir que al final no viene. Pero, como nos muestran las experiencias de Harry, tal vez no sea tan sencillo. Quizá necesites una cierta habilidad con conjuros y transformaciones junto con la varita, además de algunos consejos acerca de qué tipo de madera te conviene. ¿Caoba, roble, avellano o acebo? ¿Y qué me dices de los pelos de unicornio, las plumas de fénix y otros elementos que debe contener tu varita? Son detalles que no se pueden pasar por alto.

  Las varitas mágicas existen desde hace mucho tiempo. Aparecen en pinturas rupestres y en el arte del antiguo Egipto. Los magos de la sociedad druídica que floreció en la Europa precristiana presidían las ceremonias religiosas con varitas fabricadas con espino, tejo, sauce y maderas de otros árboles que para ellos eran sagrados. Estas varitas se tallaban solo al amanecer o al atardecer, que se consideraban los mejores momentos para capturar los poderes del Sol, y era necesario usar un cuchillo sagrado bañado en sangre. En el Antiguo Testamento, Moisés usa una varita mágica en forma de cayado de pastor para separar las aguas del mar Rojo y para hacer brotar un manantial de una roca. Una imagen del siglo IV muestra a Jesús resucitando a Lázaro al tocarlo con una varita. Estos ejemplos sugieren que, históricamente, las varitas no solo se utilizaban para canalizar las fuerzas sobrenaturales sino también como instrumento en las ceremonias religiosas y como símbolo de poder.

  En estas cartas del tarot vemos dos conceptos diferentes de las varitas mágicas. A la izquierda, la varita del mago callejero le sirve como símbolo de su profesión y para dirigir la atención del público. A la derecha, un brujo auténtico usa su varita para convocar los poderes de los cielos con intención de utilizarlos en la Tierra.

  (Fuente de la imagen 99) (izquierda)

  (Fuente de la imagen 100) (derecha)

  En la literatura, las varitas mágicas aparecen por primera vez en la Odisea, escrita por el poeta griego Homero hacia el siglo IX o el X a. C. La hermosa bruja Circe usa su varita para transformar a la tripulación del héroe en una piara de cerdos chillones. El uso clásico que se da en la literatura a la varita mágica, descrito en incontables cuentos de hadas, es la transformación de una cosa en otra distinta. El ejemplo más conocido es el de la varita con punta de estrella que utiliza el hada madrina de Cenicienta para transformar a los ratones en caballos y la calabaza en una carroza. Otras varitas legendarias son la de Merlín, mago y mentor del rey Arturo, y la del dios griego Hermes, que usaba su vara (o caduceo) para hacerse invisible a los ojos humanos.

  En los primeros tiempos de la Europa moderna, la varita era una herramienta considerada esencial por muchos de quienes practicaban la magia. La usaban los magos rituales para lanzar conjuros y para dibujar «círculos mágicos» que protegían al mago de la influencia indeseada de cualquier demonio o espíritu cuya presencia planeara invocar. Como no disponían de la comodidad de hacer las compras en el callejón Diagon, los aspirantes a mago recurrían a libros de conjuros en busca de instrucciones sobre cómo diseñar y fabricar una buena varita. Según Las clavículas de Salomón, uno de los más famosos libros de conjuros de la Edad Media, la varita ideal debía hacerse de madera de avellano cortada del árbol con un solo golpe de un hacha nueva. Algunas autoridades en la materia aseguraban que el poder de la varita podía incrementarse añadiéndole puntas magnéticas en los extremos, incrustándole cristales, o inscribiéndole palabras mágicas o nombres sagrados. Una vez tallada la varita, el mago invocaba a los espíritus, demonios o dioses apropiados para que dotaran a la varita de sus preciados poderes: curar enfermedades, controlar las fuerzas de la naturaleza o hacer realidad cualquier deseo del mago.

  Mientras que los magos rituales se tomaban muy en serio su trabajo, a principios del siglo XV las varitas también se utilizaban con fines más lúdicos: como utillería de los artistas callejeros para quienes la «magia» era una forma de ganarse la vida. Desde su punto de vista, la varita tenía como mínimo dos importantes funciones: era el agente que, en apariencia, causaba la magia, y ayudaba a distraer a la audiencia atrayendo su atención hacia una cosa mientras el mago hacía otra disimuladamente. Las varitas mágicas son, desde luego, el sello distintivo de los actuales artistas de la magia. Algunos magos que conocemos coleccionan «varitas trucadas» que se pliegan, se doblan, cambian de color, lanzan cintas o se parten en trozos. Eso recuerda aquellas varitas trucadas fabricadas por los emprendedores gemelos Weasley, que parecían haber usado magia para fabricar la misma clase de artículo trucado que cualquiera podría comprar en una tienda de bromas o en una tienda de suministro de conjuros: un gesto de varita y esta se convierte en un pollo de goma.

  El garrote mágico

  El cetro del rey, igual que la varita del mago y el garrote del hombre de las cavernas, es un símbolo de poder.

  (Fuente de la imagen 101)

  ¿Por qué una varita y no, por ejemplo, una pluma se convirtió en el símbolo de la magia? ¿Por qué ese palito representa los formidables poderes del mago? La respuesta, según algunos estudiosos, debe buscarse en el primer instrumento de poder del hombre prehistórico: el garrote del cavernícola. Aunque tenía poco de «mágico», el garrote, en la forma de un pesado trozo de rama de árbol, dotaba indudablemente a su portador de un extraordinario poder del que carecía sin él: el poder de defenderse, de vencer a sus enemigos y de llevar comida a casa. En una pelea contra un enemigo, el simple hecho de alzar el garrote con gesto amenazador era reconocido como un signo de poder. Cuando las lanzas y las espadas reemplazaron al garrote como arma, dice la teoría, el garrote dejó de ser de uso cotidiano, pero se mantuvo en su forma más reducida y simbólica. Se convirtió, en una de sus versiones, en el cetro, el emblema del poder del rey o d
el emperador; en otra, el garrote tomó la forma del bastón del heraldo, que investía a su portador con los poderes del rey a quien representaba. Y en las manos de un mago, el pequeño garrote se convirtió en la varita, que simboliza el dominio de los poderes de la naturaleza y de lo sobrenatural. Aunque la varita se parece poco al garrote a partir del cual evolucionó, continúa siendo el arma más poderosa de la hechicería.

  El caduceo

  Una de las varitas más curiosas es el caduceo, alado con serpientes enroscadas, que llevaba Hermes, el dios griego de la comunicación y maestro de la magia y el engaño. Lo obtuvo de su hermano Apolo a cambio de una flauta, y se convirtió en su emblema.

  El diseño del caduceo (dos serpientes enroscadas sobre una vara central) se halla presente en el arte mesopotámico desde tiempos tan antiguos como el 3500 a. C. Siglos más tarde, los griegos añadieron alas a la vara para representar la ligereza de Hermes y colocaron un orbe o globo en su punta. Según la leyenda romana, el caduceo se creó cuando Hermes (a quien los romanos llamaban Mercurio) se encontró con dos serpientes que luchaban. Colocó su varita entre ambas, en ese momento las serpientes se reconciliaron y se enroscaron juntas a ella, y así han permanecido por siempre. En esta versión de la historia, la varita representa la armonía a través de la comunicación. Durante la Edad Media, los alquimistas como Nicholas Flamel creían que las serpientes representaban la unión de los contrarios.

 

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