Book Read Free

El Diccionario del Mago

Page 29

by Allan Zola Kronzek


  (Fuente de la imagen 102)

  El caduceo se usa a veces como símbolo de la profesión médica, aunque el verdadero emblema de esta profesión es el bastón de Asclepio, el dios griego de la medicina: un bastón largo con solo una serpiente enroscada. Esta serpiente representa el rejuvenecimiento, porque las serpientes mudan anualmente de piel. Por lo tanto simboliza el rejuvenecimiento físico que aportan la medicina y la curación. Los médicos de la Edad Media solían llevar una vara o un bastón como símbolo de su profesión, y muchos le atribuían poderes curativos mágicos. Debido a los años de confusión entre el caduceo y la vara de Asclepio, ambas varitas se asocian en la actualidad con la medicina, la curación y, en algunos lugares, con garantía de salud.

  Los aficionados a los deportes suelen sucumbir al hechizo de las animadoras, pero no es lo habitual que se caigan de las gradas como Harry y Ron están a punto de hacer cuando ven una veela, la cautivadora mascota del equipo de quidditch búlgaro.

  Las veelas, espíritus femeninos del folklore del este de Europa, son criaturas capaces de metamorfosearse que habitan en bosques, lagos, montañas y nubes. En su forma animal pueden ser cisnes, caballos, halcones, serpientes o lobos, pero son más atractivas y peligrosas en forma humana: hermosas jóvenes de melena larga y suelta que visten nebulosas túnicas y bailan bajo la luz de la luna en verano. Los jóvenes que caen bajo su influjo pierden la razón: se aturden y olvidan comer, beber y dormir, a menudo durante días. Cualquiera lo suficientemente desafortunado como para ver un baile de veelas tendrá que unirse a ellas y bailar, bailar y bailar hasta morir de agotamiento. Y aquel que pise un círculo de hada, el círculo de hierba pisoteada por las veelas cuando bailan, tendrá a buen seguro mala suerte o enfermará. Aunque las veelas pueden ser bondadosas con los humanos y compartir con ellos sus dones curativos y proféticos, son muy temperamentales. No tolerarán que se les mienta o se les engañe, y pueden infligir castigos terribles, en especial a quien incumple una promesa.

  (Fuente de la imagen 103)

  En algunas tradiciones, se sabe de veelas que se han casado con humanos, y han fundado una familia y criado hijos, por lo visto sin ningún efecto perjudicial para ninguna de ambas especies. Fleur Delacour, la campeona del Torneo de los Tres Magos de Beauxbatons, tenía una abuela veela y parecía bastante simpática, pero no quisiéramos hacerla enfadar.

  En las profundidades del Ministerio de la Magia, en el Departamento de Misterios, una cortina raída y ondulante cuelga de un antiguo arco de piedra. La primera vez que Harry y Luna se acercan al arco en ruinas ambos están seguros de haber escuchado voces en su interior, más allá de la cortina o velo. Hermione advierte que eso es imposible, porque no hay espacio suficiente entre el arco y la pared para que pueda esconderse alguien tras la cortina. Sin embargo, en aquel velo que se balancea, aunque es un objeto de finalidades obscuras, Harry percibe algo inquietante y, a la vez, extrañamente cautivador. No obstante, el significado de aquel arco se le manifiesta con escalofriante claridad cuando sufre la pérdida de la persona más importante de su vida. Se trata nada más y nada menos que de un portal entre la vida y la muerte. En un lado está el mundo que conocemos y, en el otro, el impenetrable misterio del más allá.

  El uso de un velo para representar el umbral entre la vida y el más allá encuentra su origen en los tiempos bíblicos y formó parte de las creencias populares hasta el siglo XIX. La gente solía decir «detrás del velo» para referirse al mundo espiritual habitado por aquellos que habían traspasado el umbral de la muerte. En la antigua Jerusalén, «el velo» era una bonita tela que separaba la zona principal del templo hebreo de la sala sagrada que albergaba el Arca de la Alianza y las tablas de piedra de los Diez Mandamientos. Esta sala, «sagrada entre las sagradas», era un lugar tan temido e inundado de la presencia de Dios que solo tenía permitida la entrada en él el sumo sacerdote, y únicamente el día más sagrado del año (el día de la expiación, el Yom Kippur). El sacerdote oraba en nombre del pueblo de Israel y pronunciaba el sagrado nombre de Dios, que solo podía verbalizarse ese día. El ritual se consideraba muy peligroso, ya que si algún pensamiento falso o pecaminoso penetraba en la mente del sacerdote, el mundo sería destruido. Así, el velo original del templo separaba dos mundos profundamente distintos. En una parte estaba lo conocido, lo rutinario, lo efímero; y en el otro lado, lo misterioso, lo eterno, lo divino o celestial.

  Durante el auge del espiritismo en el siglo XIX, la gente se reunía alrededor de una mesa para intentar conectar con sus seres queridos que estaban «detrás del velo».

  (Fuente de la imagen 104)

  Cuando se escribió el Nuevo Testamento en el siglo I d. C., el velo ya representaba la frontera entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. El Evangelio de san Mateo relata que en el momento de la muerte de Jesús, el velo del templo «se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra se estremeció, y las rocas se quebraron; también se abrieron las tumbas y muchos cuerpos de santos que habían permanecido dormidos se levantaron, y […] fueron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos». Varios siglos después, la idea del velo quedaría fijada en la imaginación de diversas generaciones de británicos y norteamericanos que buscaban una forma de comunicarse con sus seres queridos fallecidos.

  La creencia en la otra vida es muy antigua (se remonta como mínimo al Neandertal, 10 000 años atrás), así como la creencia en la posibilidad de contactar con los muertos o «espíritus». Tanto en tiempos bíblicos como en la mayor parte de la historia europea, el intento de ponerse en contacto con los que han abandonado este mundo ha sido considerado parte de las artes oscuras y las autoridades religiosas lo prohibían. Sin embargo, al entrar en el siglo XIX, estas prohibiciones tradicionales comenzaron a desaparecer. En 1848, las jóvenes hermanas Margaret y Kate Fox de Hydesville, Nueva York, sorprendieron al mundo al afirmar que podían comunicarse con los espíritus, hacerles preguntas e interpretar los ruidos que escuchaban por respuesta. Miles de personas se mostraron dispuestas a creer aquella historia, ávidas por intentar contactar con los que estaban al otro lado del velo.

  Durante el apogeo del popular movimiento del siglo XIX conocido como «espiritismo», once millones de personas de todo tipo de procedencia se declararon convencidas de la autenticidad de los contactos espirituales y muchos juraban que los habían experimentado en persona. En su libro Vida en el más allá, el reverendo Vale Owen explicaba que la información sobre la vida del más allá aparecida en su obra le había sido transmitida por seis espíritus diferentes, entre ellos el de su madre; el de su hermana (que había muerto a los quince meses de edad); el de un maestro de escuela británico del siglo XVIII, llamado Astriel; el de una costurera de Liverpool, Inglaterra, llamada Kathleen; y los de Arnel y Zabdiel. Según Owen, estos espíritus proyectaban imágenes «a través del velo» en su mente para que pudiera transcribirlas para la posteridad. Hubo muchos más libros y ensayos que aseguraban haber sido escritos con este método, con espíritus que confiaban sus mensajes a escribanos del mundo terrenal. Hasta se afirma que, supuestamente, Mark Twain escribió una novela desde el más allá y se comunicó con dos mujeres a través de una tabla ouija. No obstante, la hija de Twain, Clara Clemens, no se lo creyó y fue a los tribunales para detener la publicación de aquella novela.

  Cuando se hizo evidente que la comunicación con los muertos podría dar grandes beneficios, centenares de personas descubrieron su habilidad para cruzar el velo y reunirse con los espíritus. Los médium colgaban rótulos y anunciaban sus servicios en la prensa diaria. A medida que la gente iba asistiendo a las sesiones, los simples golpes fueron reemplazados por pruebas más contundentes que mostraran la conexión con el mundo espiritual. En algunas sesiones, los médium adoptaban personalidades y voces distintas de las suyas como si los espíritus de los fallecidos hablaran a través de ellos. En las salas oscuras de las sesiones había fuerzas invisibles que hacían sonar campanas, sacudían sillas, levantaban mesas, movían muebles, escribían mensajes en pizarras y hasta flotaban sobre las cabezas de los presentes. Todo esto, tal como los escépticos descubriero
n pronto, era posible gracias a trucos y engaños. En realidad, cuarenta años después de sus declaraciones, Margaret Fox admitió que los sonidos que su hermana y ella habían dicho que pertenecían a espíritus los habían provocado ellas mismas haciendo crujir los dedos de los pies.

  El hecho de que el movimiento espiritista estuviera ampliamente fundado en fraudes y se mantuviera gracias a ellos no implica necesariamente que todos estos fenómenos fueran fraudulentos. Había muchos médium sinceros que verdaderamente creían en sus poderes. Los espiritistas sinceros fundaron periódicos y semanarios, sufragaron reuniones públicas en las que los oradores hablaban de temas como el paisaje del cielo y la vida diaria del más allá, y se solidarizaron con causas sociales de la época, como los derechos de la mujer y la abolición de la esclavitud.

  El atractivo del espiritismo es fácil de captar: el ardiente deseo de contactar con un ser querido que ya no está y el alentador mensaje de la existencia de una vida eterna. Aunque el espiritismo no conserva el frenesí de otros tiempos, el deseo de saber qué hay al otro lado del velo sigue estando presente. Los médium de hoy en día aún celebran sesiones espiritistas, publican libros de divulgación, hacen programas en televisión y afirman que hablan en nombre de los muertos. Los escépticos siguen encontrando argumentos para desacreditarlos y demostrar cómo hacen en realidad su trabajo. Al fin y al cabo, la gente cree lo que quiere creer. Y, en las profundidades del Ministerio de la Magia, en algún rincón del Departamento de Misterios, los brujos eruditos siguen investigando el antiguo arco de piedra con un velo serpenteante con la esperanza de descubrir todo lo que el Nick Casi Decapitado resume como «los secretos de la muerte». Por lo que parece, ni siquiera los brujos lo saben todo.

  En Nepal se le conoce como rakshasa, que en sánscrito significa «demonio». Si vives en Canadá, puedes llamarlo sasquatch («hombre peludo» en la lengua indígena), mientras que en los Estados Unidos es conocido simplemente como bigfoot («pie grande» en inglés). Su nombre correcto, sin embargo, es yeti y, según se dice, ha deambulado por el planeta durante milenios. Ya en el siglo IV existían relatos acerca de su existencia, y todavía continúa habiéndolos. Mucha gente asegura haber visto a uno, aunque son pocas las pruebas que indican que la criatura sea real. Pero si hay algún experto al que poder consultar sobre el tema, ese es probablemente Rubeus Hagrid, porque en la lengua tibetana yeti significa «criatura mágica».

  Según la mayoría de las tradiciones, el clásico yeti mide entre dos y tres metros de altura, tiene los brazos muy largos, cara de mono y la nariz achatada. Los miembros jóvenes de la especie están cubiertos por una espesa capa de pelo rojo, que se vuelve negro cuando se hacen adultos. Tremendamente fuertes, se dice de ellos que son capaces de lanzar rocas como si fueran pelotas de béisbol. También se mueven a gran velocidad sobre sus grandes pies; son dos veces más rápidos que los mejores velocistas humanos. Se comunican con rugidos y silbidos. Por desgracia, el yeti no cuida demasiado su higiene personal; prácticamente todas las leyendas hacen hincapié en el hedor que desprende, al parecer tan penetrante que te corta la respiración y se te aguan los ojos.

  Con una apariencia tan particular, puede parecer fácil dar con un yeti. Pero incluso el profesor Gilderoy Lockhart, que asegura haber pasado Un año con el yeti, no tuvo probablemente más suerte que la mayoría de los buscadores de yetis. En primer lugar, el yeti es notablemente tímido, y centenares de expediciones que han intentado localizarle han obtenido solo fotografías borrosas y huellas, muchas de ellas falsas. Sir Edmund Hilary, el explorador inglés que fue el primer hombre en llegar a la cima del Everest, dirigió una búsqueda intensiva de la escurridiza criatura (a la que los periodistas apodaron «abominable hombre de las nieves») por el Himalaya. Todo cuanto pudo encontrar fue una calavera enorme y algunas pisadas de un tamaño desconocido en la zapatería de tu barrio.

  (Fuente de la imagen 105)

  Además, los lugares que frecuenta el yeti son bastante inhóspitos. Alguna vez ha sido visto en partes agradables de Australia (la gente de allí los llama yowies), en las islas Queen Charlotte canadienses (donde son conocidos como gogete y se piensa que son anteriores a los humanos), en Oriente Medio y, más recientemente, en la localidad estadounidense de Spalding, Idaho. Pero en los lugares en los que la criatura prefiere vivir (las Rocosas, el Himalaya y la zona despoblada del interior de Australia), las condiciones ambientales extremas no favorecen la presencia de viajeros.

  Y existe todavía un obstáculo más: el yeti no es precisamente el mejor anfitrión. Algunas historias indican que es bastante tranquilo si no se siente amenazado, pero otras describen un comportamiento agresivo con la gente. El presidente estadounidense Teddy Roosevelt contaba la anécdota de un amigo trampero que se aventuró en territorio yeti con su socio. La criatura, asustada por la fogata del campamento, había acechado desde el bosque unos cuantos días sin atreverse a acercarse a los tramperos. Finalmente superó el miedo y se abalanzó sobre ellos. Uno tuvo un destino bastante desagradable y el otro, por suerte, escapó para contarlo.

  Si vagas por el Himalaya en una tarde de nieve, y ves el destello de un pelaje rojo y hueles algo que te recuerda el dulce aroma de huevos podridos, no te olvides de saludar; después de todo, estás ante una celebridad. Luego recoge tus bártulos y pon pies en polvorosa. Puede que el yeti no sea más que una amable «criatura mágica», pero la prudencia nunca está de más.

  Cuando el profesor Quirrell presume de que obtuvo su turbante como un regalo de agradecimiento por deshacerse de un molesto zombi, muchos de sus alumnos no acaban de creérselo. Primero: su inusual tocado huele a ajo, señal de que en realidad está pensado para proteger a su portador de los vampiros. Y segundo: el buen profesor cambia rápidamente de tema cuando se le pregunta cómo combatió al zombi. Cualquier profesor de Defensa contra las Artes Oscuras debería ser capaz de responder a eso, porque un zombi es la creación de uno de los practicantes de la magia negra más perversos: un hechicero vudú.

  Un zombi es, básicamente, un cadáver andante, un ser que parece humano, pero que no tiene mente, ni alma, ni voluntad. Se limita a cumplir las órdenes de su creador. Incapaz de sentir dolor, miedo o remordimientos, un zombi es, por tanto, un arma muy peligrosa en manos de cualquier practicante de las artes oscuras.

  Aunque no hay pruebas de la verdadera existencia de los zombis, las leyendas acerca de ellos abundan en los lugares donde se practica el vudú.

  El vudú es un conjunto de creencias religiosas que desarrollaron los esclavos africanos llevados a Haití durante los siglos XVII y XVIII.

  Los ritos mágicos son una parte esencial del vudú. Normalmente se celebran con fines curativos o de culto, pero algunas veces su finalidad es dañar a un enemigo u obtener poder. Se dice que los bokor, que se dedican a la magia negra, crean zombis para que les sirvan como esclavos. Según parece, a algunos zombis se les encargan las labores agrícolas o tareas de poca importancia, mientras que otros trabajan en oficinas. Los bokor más malvados, sin embargo, pueden utilizar a sus zombis para propósitos más perversos y usarlos para destruir las propiedades de sus enemigos o incluso cometer asesinatos.

  Tradicionalmente, un bokor puede crear un zombi a partir de un humano vivo o de un cadáver. Según algunos relatos, el bokor administra a su víctima viva una poción que le produce un coma profundo. Creyéndola muerta, la familia la entierra. El bokor la saca de la tumba y, con una segunda poción, consigue que hable, camine y respire de nuevo, pero la mantiene sin voluntad propia y bajo su completo dominio.

  Según otros relatos, el hechicero vudú mata a la víctima o roba algún cadáver reciente. Tras capturar el alma de la persona, que según el vudú permanece en el cuerpo, como mínimo, durante un corto período después de la muerte, el bokor usa conjuros para devolver el cadáver a la vida en forma de zombi. Sea cual sea el método utilizado, crear un zombi es un acto considerado maligno en las islas caribeñas. De hecho, las leyes vigentes en Haití equiparan la creación de un zombi al asesinato y le aplican la misma pena.

  El miedo a ser convertido en zombi estuvo muy extendi
do en Haití durante siglos y todavía lo está. Las familias suelen enterrar a sus muertos con un cuchillo para que puedan apuñalar a un posible intruso bokor. Se aconseja rellenar el ataúd con semillas porque, según la tradición, el bokor tendrá que contarlas antes de llevarse el cadáver.

  Si hay suficientes, no le dará tiempo a terminar antes de que el sol salga y no podrá llevar a cabo su ritual, porque la magia negra no funciona de día.

  Deshacerse de un zombi es un verdadero problema. Aunque se dice que algunos hablan despacio, se mueven con torpeza y se comportan como unos estúpidos (de ahí la expresión «parecer un zombi»), se cree que no hay manera de distinguir un zombi bien hecho de una persona normal y que además obedece con rapidez las órdenes de su amo.

  Como debe saber el profesor Quirrell (o no), algunas tradiciones tienen la creencia de que echar sal a un zombi hace que este vuelva a la tumba (presumiblemente también libera al zombi vivo de su estupor).

  Otra solución es pedir la ayuda divina. Según parece, Ghede, el dios haitiano de la muerte, detesta los zombis, y se le puede persuadir para que los vuelva a la vida devolviéndoles el alma.

  Ahora bien, si eso falla, lo mejor para vencer al zombi es acabar con el bokor que lo creó. Como sucede con muchos seres malignos, el zombi solo es peligroso debido a las órdenes que recibe de su amo.

  La mayor parte de la información que contiene este libro se habría podido encontrar seguramente en la biblioteca de Hogwarts. Pero como este centro todavía no se ha incorporado al sistema de préstamo entre bibliotecas, hemos tenido que recurrir a las nuestras y a la generosa ayuda de algunos amigos para recopilar los hechos, las costumbres, las ideas y las ilustraciones que hemos incluido en El diccionario del mago.

 

‹ Prev