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Paranoia

Page 23

by Joseph Finder


  En otras palabras, sabía quién era yo en realidad.

  – ¡Adam! -insistió-. ¡Adam Cassidy! Oye, ¿qué haces tú aquí?

  No podía precisamente seguir ignorándolo, así que me di la vuelta. Kevin tenía una mano sobre las puertas del ascensor para evitar que se cerraran.

  – Ah, hola, Kevin -dije-. ¿Ahora trabajas aquí?

  – Sí, en Ventas -parecía emocionado, como si esto fuera una reunión de la escuela o algo así. Bajó la voz-: ¿No te despidieron de Wyatt por esa fiesta? -Soltó una risita, no desagradable ni nada parecido, sino conspiradora.

  – No, qué dices -dije, titubeando un instante, tratando de sonar desenfadado y divertido-. Fue todo un gran malentendido.

  – Ya -dijo con recelo-. ¿Y aquí en qué trabajas?

  – En lo mismo de siempre -dije-. Oye, tío, me alegro de verte, pero tengo que irme. Lo siento.

  Me miró con curiosidad mientras las puertas del ascensor se cerraban.

  Esto no pintaba nada bien.

  Quinta Parte. Quemado

  Quemar: Poner al descubierto a una persona, una instalación (como un piso franco) u otros elementos de una organización o actividad clandestina. Un agente quemado es aquel cuya identidad conoce la oposición.

  El libro del espía:

  Enciclopedia del espionaje.

  Capítulo 46

  Me habían jodido. Kevin Griffin sabía que yo no había formado parte del proyecto Lucid en Wyatt, sabía también que yo no era ninguna superestrella. Conocía la verdadera historia. Probablemente ahora mismo estaba de vuelta en su cubículo buscándome en el intranet de Trion, sorprendido de verme aparecer como asistente del presidente ejecutivo. ¿Cuánto tardaría en empezar a hablar, a contar cosas, a hacer preguntas? ¿Cinco minutos? ¿Cinco segundos?

  ¿Cómo diablos podía haber pasado esto, después de los cuidadosos planes, de todo el trabajo preliminar por parte de la gente de Wyatt? ¿Cómo pudieron permitir que Trion contratara a alguien capaz de sabotear el plan entero?

  En el mostrador de la cafetería miré alrededor, aturdido. De repente, había perdido el apetito. Tomé un sándwich de jamón y queso, de todas formas, porque necesitaba proteínas, y una Pepsi Light, y regresé a mi nuevo despacho.

  Jock Goddard estaba en el corredor, cerca de mi despacho, hablando con otra persona con pinta de ejecutivo. Me hizo señas, sostuvo en el aire un dedo índice para hacerme saber que quería hablarme, así que me quedé allí, a cierta distancia, sintiéndome incómodo, mientras él terminaba su conversación.

  Después de un par de minutos Jock le puso una mano en el hombro al otro tipo, solemnemente, y me condujo a mi propio despacho.

  – Usted -dijo, al sentarse en la silla de los visitantes. El otro lugar era detrás de mi escritorio, y me pareció raro, porque después de todo él era el presidente, pero no tuve opción. Me senté y le sonreí, vacilante; no sabía qué esperar de aquella situación-. Creo que ha pasado con matrícula de honor. Enhorabuena.

  – ¿En serio? Pensé que había metido la pata -dije-. No me siento demasiado cómodo poniéndome del lado de otro.

  – Para eso lo he contratado. No para que se ponga en mi contra, claro. Para que se dirija al poder con la verdad, por así decirlo.

  – No ha sido la verdad -dije-. Ha sido la opinión de un tío cualquiera.

  Tal vez eso fue ir demasiado lejos. Goddard se frotó los ojos con una mano regordeta.

  – Lo más fácil para un presidente -dijo-, y también lo más peligroso, es perder el contacto. Nadie quiere nunca decirme la verdad. Me quieren contar cuentos. Todo el mundo tiene sus propias prioridades. ¿Le gusta la historia?

  Nunca se me había ocurrido que a uno le pudiera «gustar» la historia. Me encogí de hombros.

  – Un poco -dije.

  – Durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill puso una oficina fuera de la cadena de mando cuyo trabajo era decirle la verdad, directa y franca. Me parece que la llamó Oficina de Estadística, o algo así. El asunto es que nadie quería darle malas noticias, pero él supo que tenía que recibirlas o no podría hacer su trabajo.

  Asentí.

  – Fundas una compañía, tienes un par de rachas de suerte y enseguida te conviertes en una especie de figura de culto para quienes no han visto nada mejor en su vida -continuó Goddard-. Pero yo no necesito que me besen el, eh, el anillo. Necesito franqueza. Ahora más que nunca. En este negocio hay un axioma: las compañías tecnológicas crecen más que sus fundadores. Sucedió con Rod Canion en Compaq, Al Shugart en Seagate. Apple Computer llegó a despedir a Steve Jobs, recuérdelo, hasta que él mismo volvió cabalgando su caballo blanco para salvarlos a todos. Lo cierto es que ya no hay fundadores viejos y aguerridos. Mi junta directiva siempre ha tenido toda la fe del mundo en mí, pero sospecho que esos días comienzan a desaparecer.

  – ¿Por qué dice eso, señor?

  – Eso de «señor» tiene que terminarse -dijo bruscamente Goddard-. El artículo del Journal fue un cañonazo de advertencia. No me sorprendería que viniera de algunos miembros de la junta, gente descontenta para la cual ya es hora de que deje el puesto, de que me retire a mi casa de campo y me dedique solamente a jugar con mis cochecitos.

  – Y usted no quiere hacerlo, ¿verdad?

  Frunció el ceño.

  – Yo haré lo que sea mejor para Trion. Esta maldita empresa es mi vida entera. De todas formas, los coches no son más que un hobby: si uno se dedica al hobby a tiempo completo, el hobby deja de ser divertido. -Me entregó un grueso sobre de papel manila-. En su correo electrónico hay una copia de esto en Adobe PDF. Nuestro plan estratégico para los próximos dieciocho meses: nuevos productos, actualizaciones, el paquete completo. Quiero que me dé su opinión más pura y franca: hágame una presentación, o como quiera llamarla. Una perspectiva general, un paseo en helicóptero.

  – ¿Para cuándo lo quiere?

  – Tan pronto como sea posible. Y si le interesa involucrarse especialmente en algún proyecto, como emisario mío, por favor hágalo. Verá que hay varias cosas interesantes entre los proyectos. A algunos los llevamos con las riendas muy cortas. Hay algo en curso, por ejemplo, el llamado proyecto Aurora, que puede cambiar completamente nuestra suerte.

  – ¿Aurora? -dije, tragando con fuerza-. Me parece que lo ha mencionado antes, en la reunión, ¿no es cierto?

  – Le he encargado a Paul que lo lleve. Es algo absolutamente alucinante. Hay algunos problemillas que hay que solucionar en el prototipo, pero ya está casi listo para salir a la luz.

  – Suena interesante -dije, tratando de parecer despreocupado-. Me encantaría echar una mano en eso.

  – Lo hará, ya lo creo que sí. Pero todo a su debido tiempo. No quiero distraerlo aún de las tareas domésticas, porque una vez se meta en Aurora… bueno, no quiero mandarlo en demasiadas direcciones a la vez, no quiero dispersarlo demasiado. -Se levantó, se frotó las manos-. Ahora debo ir al estudio para grabar el anuncio. No es algo que me entusiasme demasiado, tengo que decirlo.

  Sonreí con comprensión.

  – En fin -dijo Goddard-, siento haberlo metido tan bruscamente en todo esto, pero tengo la sensación de que le va a ir muy, muy bien.

  Capítulo 47

  Llegué a casa de Wyatt al mismo tiempo que Meacham, que soltó una broma acerca de mi Porsche. Nos condujeron al completo gimnasio de Wyatt, que estaba al nivel del sótano, pero, debido al diseño del paisaje, no quedaba bajo tierra. Wyatt estaba levantando pesas -setenta kilos- sentado en una silla reclinable. Llevaba sólo un par de brevísimos shorts: no llevaba camiseta, y parecía más fornido que nunca. El tío era un camión.

  Terminó la serie sin decir una palabra, se puso de pie y se pasó una toalla por el cuerpo.

  – ¿Qué, lo han despedido ya?

  – No todavía.

  – No, Goddard tiene otras cosas en qué pensar. Como el hecho de que su empresa esté cayéndose a pedazos. -Miró a Meacham, y ambos soltaron una risita-. ¿Qué dijo san Agustín al respecto?

  La pregunta no me pareció imprevista, pero me llegó tan abruptame
nte que no estaba del todo preparado.

  – No mucho -dije.

  – Y una mierda -dijo Wyatt, acercándose a mí, mirándome fijamente e intentando intimidarme con su presencia física. Un aire cálido y húmedo salía de su cuerpo, maloliente como el amoniaco: el olor de los levantadores de pesas que ingieren demasiadas proteínas.

  – No mucho mientras yo estaba presente -corregí-. Creo que el artículo los asustó, porque hubo revoloteos por todas partes. Más actividad que de costumbre.

  – ¿Qué sabe usted sobre lo que se acostumbra? -dijo Meacham-. Es su primer día en el séptimo piso.

  – Eso fue lo que me pareció -dije sin convicción.

  – ¿Cuánto del artículo es cierto?

  – ¿Quiere decir que no lo ha colocado usted?

  Wyatt me miró.

  – ¿Van a tener pérdidas este trimestre o no?

  – No tengo ni idea -mentí-. No me paso el día en el despacho de Goddard.

  No sé por qué estuve tan reticente a la hora de revelarles las desastrosas cifras trimestrales o las noticias de los despidos inminentes. Tal vez sentí que Goddard me había confiado un secreto y habría estado mal traicionar esa confianza. Por Dios, yo era un topo, un espía, ¿de dónde habían salido mi altivez y mi arrogancia? ¿Por qué estaba de repente marcando fronteras, esto te lo digo, esto no? Al día siguiente, cuando salieran las noticias de los despidos, Wyatt se pondría hecho una furia conmigo por no habérselo dicho. No creería que no me hubiera enterado. Así que empecé a dar rodeos.

  – Pero algo sucede -dije-. Algo grande. Van a anunciar algo.

  Le entregué a Wyatt una carpeta con una copia del plan estratégico que Wyatt me había pedido revisar.

  – ¿Qué es esto? -dijo Wyatt. Lo dejó en el banco, se puso una camiseta sin mangas y comenzó a hojear el documento.

  – El plan estratégico de Trion para los próximos dieciocho meses. Incluyendo descripciones detalladas de todos los nuevos productos.

  – ¿Incluyendo Aurora?

  Negué con la cabeza.

  – Sin embargo -dije-, Goddard me lo ha mencionado ya.

  – ¿Cómo?

  – Sólo dijo que había un gran proyecto llamado Aurora, y que le daría un vuelco a la compañía. Dijo que se lo había encargado a Camilletti.

  – Ajá. Camilletti está a cargo de las adquisiciones, y mis fuentes me han dicho que el Aurora se montó a partir de una serie de compañías que Trion ha comprado en secreto durante los últimos años. ¿No dijo de qué se trataba?

  – No.

  – ¿Y usted no preguntó?

  – Claro que sí. Le dije que me interesaba hacer parte de algo tan importante.

  Wyatt hojeó en silencio la totalidad del plan estratégico. Sus ojos recorrían las páginas rápida, excitadamente. Mientras tanto le pasé a Meacham una tira de papel.

  – El número del móvil privado de Jock.

  – ¿Jock? -dijo Meacham, disgustado.

  – Todos lo llaman así. Eso no quiere decir que andemos cogidos de la mano. De todas formas, esto ayudará a que rastreen sus llamadas más importantes.

  Meacham lo recibió sin agradecimiento alguno.

  – Algo más -le dije a Meacham mientras Wyatt seguía leyendo, fascinado-. Hay un problema.

  Meacham me miró fijamente.

  – Cuidado. No nos toque los cojones.

  – Hay un nuevo empleado en Trion, un tío llamado Kevin Griffin, está en Ventas. Lo contrataron de aquí, de Wyatt.

  – ¿Y?

  – Éramos amigos.

  – ¿Amigos?

  – Más o menos. Jugábamos a baloncesto.

  – ¿Se conocían de la empresa?

  – Sí.

  – Mierda -dijo Meacham-. Esto sí que es un problema.

  Wyatt levantó la cara del documento.

  – Sácalo -dijo.

  Meacham asintió.

  – ¿Qué quiere decir eso?

  – Que nos encargaremos de él -dijo Meacham.

  – Esto es información muy valiosa -Wyatt dijo al fin-. Muy útil. ¿Qué se supone que debe usted hacer con esto?

  – Goddard quiere mi opinión general sobre el portafolio de productos. Lo que promete, lo que no, lo que puede tener problemas. Todo eso.

  – Eso no es muy preciso.

  – Me dijo que quería un paseo en helicóptero sobre el terreno.

  – Pilotado por Adam Cassidy, genio del marketing -dijo Wyatt, divertido-. Pues bien, saque lápiz y papel y comience a tomar notas. Voy a lanzarlo al estrellato.

  Capítulo 48

  Estuve despierto la mayor parte de la noche: desafortunadamente, me empezaba a acostumbrar.

  El detestable Nick Wyatt se había pasado más de una hora dándome su opinión completa sobre la línea de producción de Trion, incluyendo todo tipo de informaciones confidenciales, cosas que muy pocos podían saber. Era como recibir la opinión de Rommel sobre Montgomery. Obviamente sabía una barbaridad sobre el mercado, dado que él era uno de los principales competidores de Trion, y tenía todo tipo de informaciones valiosas a las que estaba dispuesto a renunciar sólo para tener a Goddard contento conmigo. Su pérdida estratégica a corto plazo sería su ganancia a largo plazo.

  Regresé a Harbor Suites a medianoche y me puse a trabajar con el PowerPoint, arreglando mis diapositivas para la presentación frente a Goddard. Para ser honesto, estaba bastante excitado. Sabía que no podía relajarme; que debía mantener mi rendimiento al máximo. Mientras siguiera recibiendo información confidencial de Wyatt, seguiría causándole buena impresión a Goddard, pero ¿qué pasaría cuando eso ya no sucediera? ¿Qué pasaría si me preguntaba mi opinión sobre algo y yo revelaba mi personalidad verdadera, mi personalidad ignorante? ¿Qué ocurriría entonces?

  Cuando no pude seguir trabajando en la presentación, me tomé un descanso y revisé mi correo electrónico personal en Yahoo y Hotmail y Hushmail. La basura acostumbrada: «Viagra Online cómprelo aquí, viagra sin prescripción», y «La mejor página xxx» y «Su hipoteca concedida». Nada de parte de «Arthur». Enseguida entré en la página de Trion.

  Un correo me llamó la atención: era de KevinGriffin@trionsystems.com. Lo abrí.

  Asunto: Tú

  De: KevinGríffin

  Para: Acassidy

  ¡Tío! ¡Cómo me alegro de haberte visto! Qué gusto verte tan elegante y que te vaya tan bien, ¡enhorabuena! Muy impresionado por tu carrera aquí. ¿Qué has bebido? ¡Dame un poco! Estoy tratando de conocer a la gente de Trion y me encantaría comer contigo o algo así. ¡Dime algo!

  Kev

  No contesté: antes tenía que decidir cómo manejar ese asunto. Era obvio que el tío me había buscado, había visto mi nuevo cargo y no lograba entenderlo. Quería que nos viéramos, y ya fuera para pasar un rato juntos o para husmear, el asunto era grave. Meacham y Wyatt habían dicho que lo «sacarían» (yo no sabía qué podía significar eso), pero hasta que hicieran lo que planeaban hacer tendría que ser más cuidadoso que de costumbre. Kevin Griffin era una bomba montada y lista para estallar. Sería mejor que ni siquiera me acercara a él.

  Salí de la página y volví a entrar usando la identificación y lo contraseña de Nora. Eran las dos de la madrugada, y supuse que no estaría conectada. Era un buen momento para tratar de entrar en sus correos archivados, revisarlos y bajar cualquier cosa relacionada con el Aurora, si es que había algo.

  Pero me salía contraseña inválida, por favor reintente.

  Volví a escribir su contraseña, con más cuidado esta vez, pero volvió a salirme contraseña inválida. Esta vez estaba seguro de no haberme equivocado.

  Había cambiado su contraseña.

  ¿Por qué?

  Cuando por fin me fui a la cama, mientras repasaba las posibles razones por las que Nora hubiera cambiado su contraseña, la cabeza me iba a mil por hora. Tal vez el vigilante, Luther, había pasado una noche por su despacho; esperaba encontrarse conmigo para hablar de Mustangs, y en cambio se había encontrado con Nora, que se había quedado a trabajar hasta tarde. Se habría preguntado qué ha
cía ella en ese despacho, e incluso -no era del todo improbable- la habría interrogado. Y luego le habría dado una descripción y ella lo habría comprendido todo; no habría tardado ni dos segundos.

  Pero si era eso lo ocurrido, Nora no se habría limitado a cambiar su contraseña, ¿o sí? Habría hecho mucho más. Habría querido saber qué hacía yo en su despacho sin su permiso. No quise imaginar adónde podía llevar todo aquello.

  O tal vez no hubiera malicia alguna en ello. Tal vez ella cambiaba su contraseña rutinariamente, como debían hacerlo cada sesenta días todos los empleados de Trion.

  Tal vez no fuera más que eso.

  No dormí bien, y tras un par de horas de dar vueltas en la cama, decidí levantarme, darme una ducha e irme al trabajo. El asunto Goddard estaba terminado; era el asunto Wyatt, el espionaje, lo que iba muy, pero muy atrasado. Si llegaba al trabajo suficientemente temprano, tal vez podría averiguar algo acerca del Aurora.

  Me miré al espejo al salir. Estaba hecho polvo.

  – ¿Levantado ya? -dijo Carlos, el conserje, mientras mi Porsche se detenía frente a la acera-. No puede seguir con este horario, señor Cassidy. Va a ponerse malo.

  – Qué va -dije-. Me mantiene en forma.

  Capítulo 49

  Poco después de las cinco, el parking de Trion estaba prácticamente vacío. Era raro estar allí a esas horas en que el lugar estaba poco menos que desierto. Las luces fluorescentes zumbaban y lo bañaban todo con una especie de niebla verdosa, y olía a gasolina y a aceite de motor y a las demás cosas que gotean de los coches: líquido de frenos, anticongelante, acaso un poco de soda, una Mountain Dew derramada. Mis pasos hacían eco.

 

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