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Paranoia

Page 28

by Joseph Finder


  Me puse de pie, vacilante, mareado, sorprendido. En el umbral me detuve y me di la vuelta.

  – Le pido disculpas -dije con voz ronca-. Pensé que le sería de ayuda. Recogeré mis cosas inmediatamente.

  – Por todos los cielos, Adam, venga, vuelva a sentarse -dijo. La tormenta parecía haber pasado-. No tiene tiempo ni para recoger sus cosas. Tengo mucho que pedirle. -Su voz se hizo más amable-. Entiendo que trataba usted de protegerme. Lo entiendo, Adam, y lo aprecio. Y no niego que lo de Paul me ha dejado estupefacto. Pero hay maneras correctas y maneras incorrectas de hacer las cosas, y yo prefiero las correctas. Uno comienza a monitorear correos y registros telefónicos y de repente se ve pinchando teléfonos y antes de darse cuenta ha convertido la empresa en un estado policial. Y ninguna compañía puede funcionar de esa manera. No sé cómo hacen las cosas en Wyatt, pero aquí no las hacemos así.

  – Comprendo -dije-. Lo siento.

  Levantó ambas manos.

  – Esto no ha sucedido. Olvídese de ello. Y le diré algo más: a fin de cuentas, ninguna compañía ha quebrado porque uno de sus ejecutivos fanfarroneara ante la prensa. Por la razón que sea, tan inimaginable como pueda ser. Ya se me ocurrirá la forma de lidiar con esto. A mi modo.

  Juntó las palmas de sus manos, como dando a entender que la entrevista había terminado.

  – Ahora mismo no necesito situaciones desagradables. Tenemos algo mucho más importante entre manos. Ahora bien, necesitaré su aportación en un asunto de la mayor confidencialidad. -Se acomodó tras su escritorio, se puso sus gafas de lectura y sacó su libreta de cuero negro y gastado-. Eso sí, nunca le diga a nadie que el fundador y presidente ejecutivo de Trion Systems es incapaz de recordar sus propias contraseñas. Y mucho menos se refiera al sistema portátil que utilizo para almacenarlas.

  Miró de cerca su cuadernito y tecleó. En unos minutos su impresora volvió a la vida y escupió unas cuantas páginas. Goddard las cogió y me las entregó.

  – Estamos en la etapa final de una adquisición importante, muy importante -dijo-. Probablemente la adquisición más costosa en la historia de Trion. Pero tal vez sea también la mejor inversión que jamás hemos hecho. No puedo darle los detalles todavía, pero si las negociaciones de Paul siguen por buen camino, deberíamos poder anunciar un acuerdo a finales de la próxima semana.

  Asentí.

  – Quiero que todo salga sin complicaciones. Éstas son las especificaciones principales de la nueva compañía: número de empleados, requerimientos de espacio, etcétera. Se integrará de inmediato a Trion, y quedará ubicada en este mismo edificio. Eso significa, como es obvio, que algo tendrá que irse. Alguna de las divisiones existentes deberá mudarse de las oficinas principales a nuestro campus de Yarborough o al Research Triangle. Necesito que me diga qué división o divisiones pueden trasladarse con el menor trastorno, y así abrir espacio para… para la nueva adquisición. ¿De acuerdo? Revise estas páginas, y, cuando haya terminado, por favor destrúyalas. Y cuénteme su opinión tan pronto como pueda, ¿vale?

  Capítulo 60

  Jocelyn, gracias a Dios, parecía hacer cada vez más pausas -para tomarse un café o ir al lavabo de las chicas- desde que había comenzado a trabajar para mí. Durante la pausa siguiente, cogí los papeles sobre Delphos que Goddard me había dado -sabía que era Delphos, aunque el nombre de la empresa no estuviera por ninguna parte en esas páginas- e hice una rápida fotocopia en la máquina que había detrás de su escritorio. Luego metí las copias en un sobre de papel manila.

  Mandé un mensaje a «Arthur» diciéndole, en lenguaje cifrado, que tenía nuevo material para darle: que deseaba «devolver» las «prendas» que había comprado.

  Sabía que era arriesgado mandar un mensaje desde el trabajo. Incluso en lenguaje cifrado, cosa que no había hecho Camilletti. Pero tenía prisa. No quería esperar a llegar a casa, y tal vez tener que salir de nuevo…

  La respuesta de Meacham llegó casi de inmediato. Me decía que no enviara la mercancía al apartado postal sino a la dirección indicada. Traducción: no quería que escaneara los documentos y los mandara por correo electrónico, quería ver las copias en papel, aunque no decía por qué. ¿Quería asegurarse de que fueran originales? ¿Significaba eso que ya no confiaban en mí?

  Además quería verlas de inmediato, y por alguna razón prefería que no nos viéramos en persona. ¿Por qué? ¿Tenía miedo de que alguien me siguiera? En todo caso, quería que le dejara los documentos en uno de los puntos de contacto que habíamos acordado semanas antes.

  Pasadas las seis, salí del trabajo y conduje hasta un McDonald's ubicado a unos cinco kilómetros de las oficinas principales de Trion. El lavabo de hombres era pequeño, para una sola persona, y la puerta podía cerrarse con pestillo. La cerré, encontré el dispensador de toallas de papel y lo abrí, puse dentro el sobre de papel manila y volví a cerrarlo. Hasta que fuera necesario cambiar el rollo de papel, nadie miraría lo que había dentro. Nadie excepto Meacham.

  De salida compré una Cuarto de Libra -no es que tuviera hambre, pero lo hice como coartada, tal y como me habían enseñado. Un par de kilómetros más allá había un Seven-Eleven con una pared de hormigón de poca altura alrededor del parking. Aparqué, entré y compré una Pepsi Light, bebí tanto como pude y el resto lo tiré por una alcantarilla del parking. Saqué un plomo de pescar de la guantera y lo metí en la lata vacía, y puse la lata sobre la pared de hormigón.

  La lata de Pepsi era una señal para Meacham, que pasaba regularmente por este Seven-Eleven; mediante ella le decía que ya había cargado el punto de contacto número tres, el McDonald's. Esta simple estrategia de espionaje permitiría a Meacham recoger los documentos sin ser visto conmigo.

  Hasta donde pude ver, la entrega ocurrió sin complicaciones. No tenía razones para pensar lo contrario.

  Vale, todo aquello me hacía sentir ruin. Pero al mismo tiempo, no podía evitar una cierta sensación de orgullo: estaba mejorando en esto del espionaje.

  Capítulo 61

  Cuando llegué a casa, había en mi cuenta de Hushmail un correo electrónico de «Arthur». Meacham quería que fuera inmediatamente a un restaurante ubicado en mitad de la nada, a más de media hora de allí. Era obvio que les parecía urgente.

  El lugar resultó ser un lujoso restaurante-balneario, una famosa meca de sibaritas llamada Auberge. Las paredes del vestíbulo estaban decoradas con artículos sobre el lugar sacados de Gourmet y revistas similares.

  Las razones por las que Wyatt me había citado allí resultaban obvias, y no todas tenían que ver con la comida. El restaurante estaba diseñado para ofrecer la mayor discreción posible: para reuniones privadas, relaciones extramatrimoniales, etcétera. Además del comedor principal, había pequeños reservados para cenas privadas a los que podía accederse directamente desde el parking sin tener que pasar por la zona principal del restaurante. Me hizo pensar en un motel de alta categoría.

  Wyatt estaba en un reservado con Judith Bolton. Judith se mostró cordial, e incluso Wyatt parecía menos hostil que de costumbre, quizá porque yo había conseguido con éxito lo que él quería. Tal vez iba ya por su segunda copa de vino, o tal vez era Judith, que parecía ejercer un misterioso influjo sobre él. Yo estaba seguro de que no había nada entre Wyatt y Judith, por lo menos a juzgar por su lenguaje corporal; pero su intimidad era evidente, y Wyatt la respetaba como no respetaba a nadie más.

  Un camarero me trajo una copa de Sauvignon blanc. Wyatt le dijo que se fuera y regresara en quince minutos, cuando hubiera decidido qué pedir. Ahora estábamos solos: Wyatt, Judith Bolton y yo.

  – Adam -dijo Wyatt mientras mascaba un trozo de focaccia-, esos archivos que consiguió en el despacho del jefe de servicios financieros… resultaron muy útiles.

  – Bien -dije. ¿Ahora me llamaba Adam? ¿Y me hacía cumplidos de verdad? Aquello me ponía los pelos de punta.

  – En particular la lista de requisitos de esa compañía, Delphos -continuó. Despidió al camarero con la mano-. Es obvio que se trata de un factor vital, una adquisición crucial para Trion. No es extraño que est�
�n dispuestos a pagar por ella quinientos millones de dólares en acciones. En fin, eso fue lo que resolvió el misterio. Eso puso la última pieza del puzzle en su sitio. Hemos descubierto de qué se trata Aurora.

  Lo miré inexpresivamente, como si en realidad no me importara, y asentí.

  – Todo esto valió la pena -dijo-. El enorme esfuerzo que nos costó meterlo en Trion, el entrenamiento, las medidas de seguridad. Los gastos, los riesgos inmensos… todo eso valió la pena. -Levantó la copa hacia Judith, que sonrió con orgullo-. Estoy en deuda contigo -le dijo.

  Pensé: ¿Y conmigo qué, estoy pintado en la pared?

  – Ahora quiero que me escuche con mucha atención -dijo Wyatt-. Porque lo que está en juego es inmenso, y necesito que comprenda la urgencia. Trion Systems parece haber desarrollado el avance tecnológico más importante desde los circuitos integrados. Han resuelto un problema en el que los demás hemos trabajado durante décadas. Han cambiado la historia.

  – ¿Está seguro de que quiere explicarme esto?

  – Más aún, quiero que tome notas. Usted es listo, Adam, ponga atención. La era del chip de silicona ha terminado. De alguna manera, Trion ha logrado desarrollar un chip óptico.

  – ¿Y qué?

  Me miró con infinito desprecio. Judith habló rápidamente y con seriedad, como para cubrir mi metedura de pata.

  – Intel se ha gastado miles de millones tratando de lograrlo, y no ha tenido éxito. El Pentágono ha estado trabajando en ello durante más de una década. Saben que esto revolucionaría sus sistemas de navegación aérea y marítima, así que pagarán casi cualquier cosa para poner sus manos sobre un chip óptico que funcione.

  – El opto-chip -dijo Wyatt- maneja señales ópticas, es decir, luz, en lugar de electrónicas, usando una sustancia llamada fosfato de indio.

  Recordé haber leído algo sobre el fosfato de indio en los archivos de Camilletti.

  – Eso es lo que se utiliza para hacer láseres.

  – Trion ha acaparado el mercado de este producto. Eso lo dice todo. Necesitan fosfato de indio para el semiconductor del chip, que soporta velocidades de transferencia de datos mucho más altas que el arsénico de galio.

  – Me he perdido -dije-. ¿Qué tiene eso de especial?

  – El opto-chip tiene un modulador capaz de intercambiar señales a cien gigabytes por segundo.

  Parpadeé. Era como si me hablaran en urdu. Judith observaba a Wyatt, embelesada. Me pregunté si ella comprendía algo de lo que estaba diciendo.

  – Estamos hablando del puto Santo Grial, Adam. Déjeme que se lo explique en términos más sencillos. Una sola partícula de opto-chip, de una centésima parte del diámetro de un pelo humano, será capaz de manejar el sistema telefónico entero de una compañía, sus ordenadores, su comunicación por satélite y su tráfico televisivo, y todo a la vez. O si lo prefiere, véalo de este modo: con el chip óptico, podrá bajarse una película de dos horas en formato digital en una vigésima parte de segundo, ¿me entiende? Esto es un salto mayúsculo en la industria, en ordenadores y sistemas manuales y satélites y transmisiones de televisión por cable, lo que se le ocurra. El opto-chip hará posible que cosas como ésta -levantó su Wyatt Lucid- reciban imágenes de televisión de óptima calidad. Es tan inmensamente superior a cualquier tecnología existente… Es capaz de velocidades más altas y con menos voltaje, menos pérdida de señal, menos niveles térmicos… Es sorprendente. Es el gran descubrimiento.

  – Excelente -dije en voz baja. Comenzaba a comprender la magnitud de lo que había hecho, y ahora me sentía como un traidor contra Trion, como el Benedict Arnold [16] de Goddard. Acababa de entregarle al detestable Wyatt la tecnología más valiosa y revolucionaria desde la televisión en color-. Me alegra haber sido útil.

  – Quiero hasta la última especificación -dijo Wyatt-. Quiero el prototipo. Quiero las solicitudes de patente, las notas de laboratorio, todo lo que tengan.

  – No sé cuánto más pueda conseguir -dije-. A menos que me meta en el quinto piso…

  – Eso también, campeón, eso también. Lo he puesto en la silla del copiloto. Usted trabaja directamente para Goddard, es uno de sus lugartenientes principales, tiene acceso a casi cualquier cosa.

  – No es así de simple, y usted lo sabe.

  – Usted goza de una incomparable posición de confianza, Adam -intervino Judith-. Puede tener acceso a una amplia gama de proyectos.

  Wyatt interrumpió:

  – No quiero que se guarde nada.

  – No me guardo…

  – Ya, y los despidos lo tomaron por sorpresa, ¿no?

  – Le dije que anunciarían algo importante. De verdad que no sabía nada más en ese momento.

  – «En ese momento» -repitió Wyatt de manera desagradable-. Usted supo lo de los despidos antes que la CNN, gilipollas. ¿Dónde quedó nuestra inteligencia? ¿Acaso tengo que ver la CNBC para enterarme de los despidos en Trion cuando tengo a un espía en el puto despacho del presidente?

  – Yo no…

  – ¿Qué pasó con lo que puso en el despacho del director de servicios financieros? -Su rostro demasiado bronceado se había vuelto más oscuro que de costumbre, los ojos se le llenaron de sangre. El rocío de su saliva me llegaba a la cara.

  – Tuve que quitarlo.

  – ¿Quitarlo? -dijo, incrédulo-. ¿Por qué?

  – Seguridad encontró el que puse en Recursos Humanos, y han comenzado a buscar en todas partes. Tengo que ser cuidadoso. Hubiera podido ponerlo todo en peligro.

  – ¿Cuánto tiempo estuvo el aparato en el despacho del jefe de servicios financieros?

  – Poco más de un día.

  – Un día puede darnos toneladas de información.

  – No, la cosa… debió de funcionar mal -mentí-. No sé qué ha ocurrido.

  Francamente, no sabía muy bien por qué escondía esa información. Pero el aparato revelaba que había sido Camilletti el soplón del Wall Street Journal, y no quería que Wyatt lo supiera todo acerca de los asuntos privados de Goddard. Tal vez era eso. No había reflexionado al respecto, a decir verdad.

  – ¿Funcionar mal? No sé por qué, pero tengo mis dudas. Quiero que ese aparato esté sobre el escritorio de Arnie Meacham mañana mismo, antes del final de la tarde. Sus técnicos lo examinarán. Y créame, si trata de dañarlo o de alterarlo, se darán cuenta inmediatamente. O si no lo llegó a poner en el despacho del jefe de servicios financieros. Y si me doy cuenta de que me miente, dese por muerto.

  – Adam -dijo Judith-, es esencial que seamos completamente abiertos y honestos entre nosotros. No nos oculte nada. Hay demasiadas cosas que pueden fallar, y usted no puede pensar en todas a la vez.

  Negué con la cabeza.

  – No lo tengo -dije-. He tenido que deshacerme de él.

  – ¿Deshacerse de él? -dijo Wyatt.

  – Me vi… me vi en dificultades, los guardias de Seguridad estaban buscando en los despachos, y pensé que sería mejor sacarlo y tirarlo en un contenedor que hay a un par de calles. No quería que la operación entera se estropeara por culpa de un simple aparato.

  Wyatt me miró fijamente durante unos segundos.

  – Nunca nos oculte nada, ¿comprende? Nunca. Ahora escúcheme. Fuentes muy fiables nos han dicho que la gente de Goddard ha programado una rueda de prensa en las oficinas de Trion para dentro de un par de semanas. Una rueda de prensa importante con noticias importantes. Los intercambios de correos electrónicos que me ha entregado sugieren que Trion está a punto de hacer público lo del chip óptico.

  – Pero no lo anunciarán si no han conseguido todas las patentes, ¿correcto? -dije. Había investigado un poco por Internet-. Y supongo que sus subalternos tienen bajo control todas las solicitudes de Trion existentes en la Oficina de Patentes de Estados Unidos -le dije.

  – ¿Qué, ha estado estudiando Derecho en su tiempo libre? -dijo Wyatt con una sonrisa leve-. Mire, gilipollas, uno solicita la patente a última hora para evitar revelaciones prematuras o violaciones de los derechos. Trion no hará la solicitud hasta poco antes de la rueda de prensa. Hasta ese momento,
la propiedad intelectual se mantiene como secreto comercial. Lo cual quiere decir que hasta que se presente la solicitud, y eso puede ocurrir en cualquier momento de las próximas dos semanas, las especificaciones de diseño son un objetivo legítimo. El tiempo pasa. No quiero que duerma, no quiero que descanse ni un minuto hasta que haya conseguido cada maldito detalle del chip óptico, ¿está claro?

  Asentí con resentimiento.

  – Ahora, si nos disculpa, nos gustaría pedir nuestra cena.

  Me levanté y fui al lavabo antes de irme. Al salir del reservado, me crucé con un tipo que me miró de pasada. Entré en pánico.

  Me di media vuelta y volví a pasar por el reservado para salir al parking.

  En ese momento no estuve del todo seguro, pero el tipo con el que me había cruzado se parecía mucho a Paul Camilletti.

  Capítulo 62

  Había gente en mi despacho.

  Cuando llegué al trabajo a la mañana siguiente, los vi desde lejos -dos hombres, uno joven, el otro más viejo- y quedé paralizado.

  Eran las siete y media de la mañana, y por alguna razón Jocelyn no estaba en su escritorio. En un segundo mi mente repasó un menú de posibilidades, cada una peor que la anterior: los de Seguridad habían encontrado algo en mi despacho. O me habían despedido y estaban limpiando mi escritorio. O iban a detenerme.

  Me acerqué al despacho y traté de disimular el pánico. Como si fueran amigos que hubieran pasado de visita, dije en tono jovial:

  – ¿Qué sucede?

  El mayor tomaba notas sobre una carpeta con sujetapapeles, y el más joven se había inclinado sobre mi ordenador. El mayor (pelo gris, bigote de morsa, gafas sin montura) dijo:

  – Seguridad, señor. Su secretaria, la señorita Chang, nos ha hecho pasar.

 

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