Poet in New York
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but a creature with its chest devoured.
My love!
Now they sing, scream, moan: Face. Your face! Face.
The apples are one,
the dahlias are identical,
the light has a flavor of finished metal,
and the whole of five years will fit on the cheek of a coin.
But your face covers the skies over the banquet.
Already they sing! Scream! Moan!
Cover! Climb! Frighten!
It’s necessary to walk, but quickly through waves, up branches,
down the empty streets of the Middle Ages that descend to the
river,
past the leather shops and the sound of a wounded cow’s horn,
up the ladders, unafraid, up the ladders.
There’s a discolored man bathing in the sea,
so tender that searchlights ate his heart in
play.
Y en el Perú viven mil mujeres, ¡oh insectos!, que noche
y día
hacen nocturnos y desfiles entrecruzando sus propias venas.
Un diminuto guante corrosivo me detiene. ¡Basta!
En mi pañuelo he sentido el tris
de la primera vena que se rompe.
Cuida tus pies, amor mío, ¡tus manos!,
ya que yo tengo que entregar mi rostro,
mi rostro, ¡mi rostro!, ¡ay, mi comido rostro!
Este fuego casto para mi deseo,
esta confusión por anhelo de equilibrio,
este inocente dolor de pólvora en mis ojos,
aliviará la angustia de otro corazón
devorado por las nebulosas.
No nos salva la gente de las zapaterías,
ni los paisajes que se hacen música al encontrar las llaves
oxidadas.
Son mentira los aires. Solo existe
una cunita en el desván
que recuerda todas las cosas.
Y la luna.
Pero no la luna.
Los insectos,
los insectos solos,
crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados,
y la luna
con un guante de humo sentada en la puerta de sus derribos.
¡¡La luna!!
New York, 4 de enero de 1930
And in Peru one thousand women live, O insects, who night
and day
make nocturnes and parades braiding their own veins.
A tiny corrosive glove detains me. Enough!
In my handkerchief I have felt the crack
of the first vein breaking.
Take care with your feet, my love, your hands,
since I have to give away my face,
oh, my face, my eaten face!
These chaste flames for my desire,
this confusion longing for balance,
this innocent sorrow of gunpowder in my eyes,
will ease the anguish of another heart
devoured by nebulae.
The people in the shoe stores do not save us,
or the landscapes that become music when they find the rusted
keys.
The airs are lies. Only a small cradle
in the attic exists
and it remembers everything.
And the moon.
But not the moon.
The insects,
the insects alone,
cracking, biting, shaken, swarming,
and the moon
with a glove of smoke seated at the door of its ruins.
The moon!
New York, January 4, 1930
VII
Vuelta a la ciudad
Para Antonio Hernández Soriano
VII
Return to the City
For Antonio Hernández Soriano
NEW YORK
Oficina y Denuncia
A Fernando Vela
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
NEW YORK
Office and Denunciation
To Fernando Vela
Under the multiplications
there is a drop of duck’s blood.
Under the divisions
there is a drop of sailor’s blood.
Under the sums, a river of tender blood;
a river that sings its way
through outlying bedrooms,
and it is silver, cement or breeze
in the false dawn of New York.
The mountains exist, I know it.
And eyeglasses for wisdom,
I know. But I haven’t come to see the sky.
I have come to see the muddled blood
that sends machines to the waterfall
and the spirit to the cobra’s tongue.
Every day in New York they slaughter
four million ducks,
five million pigs,
two thousand doves for the pleasure of the dying,
a million cows,
a million lambs,
and two million roosters
that leave the sky in splinters.
Better to weep sharpening the blade
or murder the dogs in the hallucinating hunts
than resist at dawn
the endless trains of milk,
the endless trains of blood,
the trains packed with roses handcuffed
by the perfume merchants.
Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza,
como los niños de las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el c
orazón de muchas niñas.
Óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
The ducks and the doves
and the pigs and the lambs
lay their drops of blood
under the multiplications;
and the terrible cries of crushed cows
fill the valley with sorrow
where the Hudson gets drunk on oil.
I denounce all of the people
who ignore the other half,
the unredeemable half,
who raise their mountains of cement
over the still-beating hearts
of small forsaken animals
and where we are headed
in the final feast of jackhammers.
I spit on your faces.
The other half listens to me,
devouring, urinating, flying in its innocence,
like the boys in the doorways
who place fragile sticks
into holes where the antennae
of insects rust.
This isn’t hell, it’s the street.
This isn’t death, it’s the fruit store.
There is a world of broken rivers
and infinite distances
in the cat’s leg crushed by a car,
and I hear the worm’s song
in the heart of many girls.
Rust, ferment, shaken earth.
Earth yourself swimming
through the numbers in the offices.
What can I do, bring order to the landscape?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Bring order to the many loves
who will, in time, turn to photographs
and then pieces of wood and mouthfuls of blood?
No, no. I denounce.
I denounce the conspiracy
of those deserted offices
swept clean of agony
that erase the designs of the forest,
and I offer myself to be eaten by the crushed cows
when their screams fill the valley
where the Hudson gets drunk on oil.
CEMENTERIO JUDÍO
Las alegres fiebres huyeron a las maromas de los barcos
y el judío empujó la verja con el pudor helado del interior
de la lechuga.
Los niños de Cristo dormían,
y el agua era una paloma,
y la madera era una garza,
y el plomo era un colibrí,
y aun las vivas prisiones de fuego
estaban consoladas por el salto de la langosta.
Los niños de Cristo bogaban y los judíos llenaban los muros
con un solo corazón de paloma
por el que todos querían escapar.
Las niñas de Cristo cantaban y las judías miraban la muerte
con un solo ojo de faisán,
vidriado por la angustia de un millón de paisajes.
Los médicos ponen en el níquel sus tijeras y guantes de goma
cuando los cadáveres sienten en los pies
la terrible claridad de otra luna enterrada.
Pequeños dolores ilesos se acercan a los hospitales
y los muertos se van quitando un traje de sangre cada día.
Las arquitecturas de escarcha,
las liras y gemidos que se escapan de las hojas diminutas
en otoño, mojando las últimas vertientes,
se apagaban en el negro de los sombreros de copa.
La hierba celeste y sola de la que huye con miedo el rocío
y las blancas entradas de mármol que conducen al aire duro
mostraban su silencio roto por las huellas dormidas de los
zapatos.
JEWISH CEMETERY
The happy fevers fled to the cable of the boats
and with the icy shyness inside the lettuce
the Jew pushed the gate.
The children of Christ were sleeping
and the water was a dove,
the wood a heron,
the lead a hummingbird,
and even the living prisons of fire
were consoled by the lobster’s leap.
The boys of Christ rowed and the Jews filled the walls
with a single heart of dove
through which all wanted to escape.
The girls of Christ sang and the Jewish women looked at death
with a single eye of pheasant,
glazed by the anguish of a million landscapes.
The doctors place into nickel their scissors and rubber gloves
when the cadavers feel in their feet
the terrible clarity of another buried moon.
Small unhurt sorrows approach the hospitals
and every day the dead take off a suit of blood.
The architectures of frost,
the lyres and moans that escape the tiny leaves
in autumn, soaking the final slopes,
died out in the blackness of felt hats.
The lone heavenly herb the dew flees in fear,
and the white entries of marble leading to the hard air
showed their silence broken by the sleeping prints of shoes.
El judío empujó la verja;
pero el judío no era un puerto,
y las barcas de nieve se agolparon
por las escalerillas de su corazón:
las barcas de nieve que acechan
un hombre de agua que las ahogue,
las barcas de los cementerios
que a veces dejan ciegos a los visitantes.
Los niños de Cristo dormían
y el judío ocupó su litera.
Tres mil judíos lloraban en el espanto de las galerías
porque reunían entre todos con esfuerzo media paloma,
porque uno tenía la rueda de un reloj
y otro un botín con orugas parlantes
y otro una lluvia nocturna cargada de cadenas
y otro la uña de un ruiseñor que estaba vivo;
y porque la media paloma gemía
derramando una sangre que no era la suya.
Las alegres fiebres bailaban por las cúpulas humedecidas
y la luna copiaba en su mármol
nombres viejos y cintas ajadas.
Llegó la gente que come por detrás de las yertas columnas
y los asnos de blancos dientes
con los especialistas de las articulaciones.
Verdes girasoles temblaban
por los páramos del crepúsculo
y todo el cementerio era una queja
de bocas de cartón y trapo seco.
Ya los niños de Cristo se dormían
cuando el judío, apretando los ojos,
se cortó las manos en silencio
al escuchar los primeros gemidos.
New York, 18 de enero de 1930
The Jew pushed the gate;
but the Jew was not a port
and the boats of snow struck
the gangways of his heart:
the boats of snow that stalk
a man of water who might drown them,
the boats of cemeteries
that sometimes leave the visitors blind.
The children of Christ slept
and the Jew was in his bunk.
Despite all their efforts, three thousand Jews had half a dove
because one had the wheel of a clock
and another a boot with talking c
aterpillars
and another a nocturnal rain weighted by chains
and another a still living nightingale’s claw;
and because the half dove moaned,
spilling blood not its own,
in dread of the galleries, the three thousand Jews wept.
The happy fevers danced on the humid domes
and the moon inscribed in its marble
old names and crumpled ribbons.
Then came the people who eat behind the ruined columns
carrying the asses of white teeth
with the doctors of articulations.
Green sunflowers trembled
in the wilderness of dusk
and the whole cemetery was a complaint
of cardboard mouths and dry rags.
While the children of Christ were already sleeping,
the Jew, squeezing shut his eyes,
cut his hands in silence
when he heard the first moans.
New York, January 18, 1930
PEQUEÑO POEMA INFINITO
Para Luis Cardoza y Aragón
Equivocar el camino
es llegar a la nieve
y llegar a la nieve
es pacer durante varios siglos las hierbas de los cementerios.
Equivocar el camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme la luz,
la mujer que mata dos gallos en un segundo,
la luz que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.
Pero si la nieve se equivoca de corazón
puede llegar el viento Austro
y como el aire no hace caso de los gemidos
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.
Yo vi dos dolorosas espigas de cera
que enterraban un paisaje de volcanes
y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un
asesino.
Pero el dos no ha sido nunca un número
porque es una angustia y su sombra,
porque es la guitarra donde el amor se desespera,
porque es la demostración de otro infinito que no es suyo
y es las murallas del muerto
y el castigo de la nueva resurrección sin finales.
SMALL INFINITE POEM
For Luis Cardoza y Aragón
To mistake the road
is to arrive at snow
and to arrive at snow
is to graze for twenty centuries on cemetery grasses.
To mistake the road
is to arrive at woman,
woman unafraid of light,
woman who murders two roosters in a second,
light unafraid of roosters
and roosters that don’t know how to sing over snow.
But if the snow mistakes the heart
the south wind can come