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Poet in New York

Page 9

by Frederico Garcia Lorca

but a creature with its chest devoured.

  My love!

  Now they sing, scream, moan: Face. Your face! Face.

  The apples are one,

  the dahlias are identical,

  the light has a flavor of finished metal,

  and the whole of five years will fit on the cheek of a coin.

  But your face covers the skies over the banquet.

  Already they sing! Scream! Moan!

  Cover! Climb! Frighten!

  It’s necessary to walk, but quickly through waves, up branches,

  down the empty streets of the Middle Ages that descend to the

  river,

  past the leather shops and the sound of a wounded cow’s horn,

  up the ladders, unafraid, up the ladders.

  There’s a discolored man bathing in the sea,

  so tender that searchlights ate his heart in

  play.

  Y en el Perú viven mil mujeres, ¡oh insectos!, que noche

  y día

  hacen nocturnos y desfiles entrecruzando sus propias venas.

  Un diminuto guante corrosivo me detiene. ¡Basta!

  En mi pañuelo he sentido el tris

  de la primera vena que se rompe.

  Cuida tus pies, amor mío, ¡tus manos!,

  ya que yo tengo que entregar mi rostro,

  mi rostro, ¡mi rostro!, ¡ay, mi comido rostro!

  Este fuego casto para mi deseo,

  esta confusión por anhelo de equilibrio,

  este inocente dolor de pólvora en mis ojos,

  aliviará la angustia de otro corazón

  devorado por las nebulosas.

  No nos salva la gente de las zapaterías,

  ni los paisajes que se hacen música al encontrar las llaves

  oxidadas.

  Son mentira los aires. Solo existe

  una cunita en el desván

  que recuerda todas las cosas.

  Y la luna.

  Pero no la luna.

  Los insectos,

  los insectos solos,

  crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados,

  y la luna

  con un guante de humo sentada en la puerta de sus derribos.

  ¡¡La luna!!

  New York, 4 de enero de 1930

  And in Peru one thousand women live, O insects, who night

  and day

  make nocturnes and parades braiding their own veins.

  A tiny corrosive glove detains me. Enough!

  In my handkerchief I have felt the crack

  of the first vein breaking.

  Take care with your feet, my love, your hands,

  since I have to give away my face,

  oh, my face, my eaten face!

  These chaste flames for my desire,

  this confusion longing for balance,

  this innocent sorrow of gunpowder in my eyes,

  will ease the anguish of another heart

  devoured by nebulae.

  The people in the shoe stores do not save us,

  or the landscapes that become music when they find the rusted

  keys.

  The airs are lies. Only a small cradle

  in the attic exists

  and it remembers everything.

  And the moon.

  But not the moon.

  The insects,

  the insects alone,

  cracking, biting, shaken, swarming,

  and the moon

  with a glove of smoke seated at the door of its ruins.

  The moon!

  New York, January 4, 1930

  VII

  Vuelta a la ciudad

  Para Antonio Hernández Soriano

  VII

  Return to the City

  For Antonio Hernández Soriano

  NEW YORK

  Oficina y Denuncia

  A Fernando Vela

  Debajo de las multiplicaciones

  hay una gota de sangre de pato.

  Debajo de las divisiones

  hay una gota de sangre de marinero.

  Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;

  un río que viene cantando

  por los dormitorios de los arrabales,

  y es plata, cemento o brisa

  en el alba mentida de New York.

  Existen las montañas, lo sé.

  Y los anteojos para la sabiduría,

  lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.

  He venido para ver la turbia sangre,

  la sangre que lleva las máquinas a las cataratas

  y el espíritu a la lengua de la cobra.

  Todos los días se matan en New York

  cuatro millones de patos,

  cinco millones de cerdos,

  dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,

  un millón de vacas,

  un millón de corderos

  y dos millones de gallos,

  que dejan los cielos hechos añicos.

  Más vale sollozar afilando la navaja

  o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías,

  que resistir en la madrugada

  los interminables trenes de leche,

  los interminables trenes de sangre

  y los trenes de rosas maniatadas

  por los comerciantes de perfumes.

  NEW YORK

  Office and Denunciation

  To Fernando Vela

  Under the multiplications

  there is a drop of duck’s blood.

  Under the divisions

  there is a drop of sailor’s blood.

  Under the sums, a river of tender blood;

  a river that sings its way

  through outlying bedrooms,

  and it is silver, cement or breeze

  in the false dawn of New York.

  The mountains exist, I know it.

  And eyeglasses for wisdom,

  I know. But I haven’t come to see the sky.

  I have come to see the muddled blood

  that sends machines to the waterfall

  and the spirit to the cobra’s tongue.

  Every day in New York they slaughter

  four million ducks,

  five million pigs,

  two thousand doves for the pleasure of the dying,

  a million cows,

  a million lambs,

  and two million roosters

  that leave the sky in splinters.

  Better to weep sharpening the blade

  or murder the dogs in the hallucinating hunts

  than resist at dawn

  the endless trains of milk,

  the endless trains of blood,

  the trains packed with roses handcuffed

  by the perfume merchants.

  Los patos y las palomas,

  y los cerdos y los corderos

  ponen sus gotas de sangre

  debajo de las multiplicaciones,

  y los terribles alaridos de las vacas estrujadas

  llenan de dolor el valle

  donde el Hudson se emborracha con aceite.

  Yo denuncio a toda la gente

  que ignora la otra mitad,

  la mitad irredimible

  que levanta sus montes de cemento

  donde laten los corazones

  de los animalitos que se olvidan

  y donde caeremos todos

  en la última fiesta de los taladros.

  Os escupo en la cara.

  La otra mitad me escucha

  devorando, cantando, volando en su pureza,

  como los niños de las porterías

  que llevan frágiles palitos

  a los huecos donde se oxidan

  las antenas de los insectos.

  No es el infierno, es la calle.

  No es la muerte, es la tienda de frutas.

  Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles

  en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,

  y yo oigo el canto de la lombriz

  en el c
orazón de muchas niñas.

  Óxido, fermento, tierra estremecida.

  Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.

  ¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?

  The ducks and the doves

  and the pigs and the lambs

  lay their drops of blood

  under the multiplications;

  and the terrible cries of crushed cows

  fill the valley with sorrow

  where the Hudson gets drunk on oil.

  I denounce all of the people

  who ignore the other half,

  the unredeemable half,

  who raise their mountains of cement

  over the still-beating hearts

  of small forsaken animals

  and where we are headed

  in the final feast of jackhammers.

  I spit on your faces.

  The other half listens to me,

  devouring, urinating, flying in its innocence,

  like the boys in the doorways

  who place fragile sticks

  into holes where the antennae

  of insects rust.

  This isn’t hell, it’s the street.

  This isn’t death, it’s the fruit store.

  There is a world of broken rivers

  and infinite distances

  in the cat’s leg crushed by a car,

  and I hear the worm’s song

  in the heart of many girls.

  Rust, ferment, shaken earth.

  Earth yourself swimming

  through the numbers in the offices.

  What can I do, bring order to the landscape?

  ¿Ordenar los amores que luego son fotografías,

  que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?

  No, no; yo denuncio.

  Yo denuncio la conjura

  de estas desiertas oficinas

  que no radian las agonías,

  que borran los programas de la selva,

  y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas

  cuando sus gritos llenan el valle

  donde el Hudson se emborracha con aceite.

  Bring order to the many loves

  who will, in time, turn to photographs

  and then pieces of wood and mouthfuls of blood?

  No, no. I denounce.

  I denounce the conspiracy

  of those deserted offices

  swept clean of agony

  that erase the designs of the forest,

  and I offer myself to be eaten by the crushed cows

  when their screams fill the valley

  where the Hudson gets drunk on oil.

  CEMENTERIO JUDÍO

  Las alegres fiebres huyeron a las maromas de los barcos

  y el judío empujó la verja con el pudor helado del interior

  de la lechuga.

  Los niños de Cristo dormían,

  y el agua era una paloma,

  y la madera era una garza,

  y el plomo era un colibrí,

  y aun las vivas prisiones de fuego

  estaban consoladas por el salto de la langosta.

  Los niños de Cristo bogaban y los judíos llenaban los muros

  con un solo corazón de paloma

  por el que todos querían escapar.

  Las niñas de Cristo cantaban y las judías miraban la muerte

  con un solo ojo de faisán,

  vidriado por la angustia de un millón de paisajes.

  Los médicos ponen en el níquel sus tijeras y guantes de goma

  cuando los cadáveres sienten en los pies

  la terrible claridad de otra luna enterrada.

  Pequeños dolores ilesos se acercan a los hospitales

  y los muertos se van quitando un traje de sangre cada día.

  Las arquitecturas de escarcha,

  las liras y gemidos que se escapan de las hojas diminutas

  en otoño, mojando las últimas vertientes,

  se apagaban en el negro de los sombreros de copa.

  La hierba celeste y sola de la que huye con miedo el rocío

  y las blancas entradas de mármol que conducen al aire duro

  mostraban su silencio roto por las huellas dormidas de los

  zapatos.

  JEWISH CEMETERY

  The happy fevers fled to the cable of the boats

  and with the icy shyness inside the lettuce

  the Jew pushed the gate.

  The children of Christ were sleeping

  and the water was a dove,

  the wood a heron,

  the lead a hummingbird,

  and even the living prisons of fire

  were consoled by the lobster’s leap.

  The boys of Christ rowed and the Jews filled the walls

  with a single heart of dove

  through which all wanted to escape.

  The girls of Christ sang and the Jewish women looked at death

  with a single eye of pheasant,

  glazed by the anguish of a million landscapes.

  The doctors place into nickel their scissors and rubber gloves

  when the cadavers feel in their feet

  the terrible clarity of another buried moon.

  Small unhurt sorrows approach the hospitals

  and every day the dead take off a suit of blood.

  The architectures of frost,

  the lyres and moans that escape the tiny leaves

  in autumn, soaking the final slopes,

  died out in the blackness of felt hats.

  The lone heavenly herb the dew flees in fear,

  and the white entries of marble leading to the hard air

  showed their silence broken by the sleeping prints of shoes.

  El judío empujó la verja;

  pero el judío no era un puerto,

  y las barcas de nieve se agolparon

  por las escalerillas de su corazón:

  las barcas de nieve que acechan

  un hombre de agua que las ahogue,

  las barcas de los cementerios

  que a veces dejan ciegos a los visitantes.

  Los niños de Cristo dormían

  y el judío ocupó su litera.

  Tres mil judíos lloraban en el espanto de las galerías

  porque reunían entre todos con esfuerzo media paloma,

  porque uno tenía la rueda de un reloj

  y otro un botín con orugas parlantes

  y otro una lluvia nocturna cargada de cadenas

  y otro la uña de un ruiseñor que estaba vivo;

  y porque la media paloma gemía

  derramando una sangre que no era la suya.

  Las alegres fiebres bailaban por las cúpulas humedecidas

  y la luna copiaba en su mármol

  nombres viejos y cintas ajadas.

  Llegó la gente que come por detrás de las yertas columnas

  y los asnos de blancos dientes

  con los especialistas de las articulaciones.

  Verdes girasoles temblaban

  por los páramos del crepúsculo

  y todo el cementerio era una queja

  de bocas de cartón y trapo seco.

  Ya los niños de Cristo se dormían

  cuando el judío, apretando los ojos,

  se cortó las manos en silencio

  al escuchar los primeros gemidos.

  New York, 18 de enero de 1930

  The Jew pushed the gate;

  but the Jew was not a port

  and the boats of snow struck

  the gangways of his heart:

  the boats of snow that stalk

  a man of water who might drown them,

  the boats of cemeteries

  that sometimes leave the visitors blind.

  The children of Christ slept

  and the Jew was in his bunk.

  Despite all their efforts, three thousand Jews had half a dove

  because one had the wheel of a clock

  and another a boot with talking c
aterpillars

  and another a nocturnal rain weighted by chains

  and another a still living nightingale’s claw;

  and because the half dove moaned,

  spilling blood not its own,

  in dread of the galleries, the three thousand Jews wept.

  The happy fevers danced on the humid domes

  and the moon inscribed in its marble

  old names and crumpled ribbons.

  Then came the people who eat behind the ruined columns

  carrying the asses of white teeth

  with the doctors of articulations.

  Green sunflowers trembled

  in the wilderness of dusk

  and the whole cemetery was a complaint

  of cardboard mouths and dry rags.

  While the children of Christ were already sleeping,

  the Jew, squeezing shut his eyes,

  cut his hands in silence

  when he heard the first moans.

  New York, January 18, 1930

  PEQUEÑO POEMA INFINITO

  Para Luis Cardoza y Aragón

  Equivocar el camino

  es llegar a la nieve

  y llegar a la nieve

  es pacer durante varios siglos las hierbas de los cementerios.

  Equivocar el camino

  es llegar a la mujer,

  la mujer que no teme la luz,

  la mujer que mata dos gallos en un segundo,

  la luz que no teme a los gallos

  y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.

  Pero si la nieve se equivoca de corazón

  puede llegar el viento Austro

  y como el aire no hace caso de los gemidos

  tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.

  Yo vi dos dolorosas espigas de cera

  que enterraban un paisaje de volcanes

  y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un

  asesino.

  Pero el dos no ha sido nunca un número

  porque es una angustia y su sombra,

  porque es la guitarra donde el amor se desespera,

  porque es la demostración de otro infinito que no es suyo

  y es las murallas del muerto

  y el castigo de la nueva resurrección sin finales.

  SMALL INFINITE POEM

  For Luis Cardoza y Aragón

  To mistake the road

  is to arrive at snow

  and to arrive at snow

  is to graze for twenty centuries on cemetery grasses.

  To mistake the road

  is to arrive at woman,

  woman unafraid of light,

  woman who murders two roosters in a second,

  light unafraid of roosters

  and roosters that don’t know how to sing over snow.

  But if the snow mistakes the heart

  the south wind can come

 

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