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Hollywood Station

Page 34

by Joseph Wambaugh


  Wesley corrió a la parte trasera para evitar huidas. No había anochecido del todo y no le hacía falta la linterna. Se apostó a esperar detrás del garaje. Viktor tomó la iniciativa y llamó a la puerta, con Nate a su izquierda.

  Samuel R. Culhane no estaba tan delgado como Farley, pero sí pasaba por las últimas etapas de la adicción a la metanfetamina. Tenía pústulas en la cara y un tic nervioso constante en la comisura del ojo izquierdo. Era unos años mayor que Farley y se estaba quedando calvo, pero se malcubría la calva con el cabello de los laterales. Aunque no veía a Hollywood Nate, situado al lado del tipo que había llamado a la puerta, supo al instante que Viktor era poli.

  – ¿Sí? -dijo con cautela.

  – Tenemos que hablar con usted -dijo Viktor enseñándole la placa.

  – Vuelvan con una orden -dijo Samuel Culhane, e intentó cerrar la puerta, pero Viktor se lo impidió con el pie y Nate empujó la puerta y entró tocándose la placa que llevaba prendida en la camisa.

  – Esto es un pase universal, tronco.

  Entonces, Nate fue hasta el fondo y abrió la puerta de atrás, silbó y entró Wesley, que vio al anfetamínico sentado ya en el sofá del salón con aire sombrío. Viktor le leía formalmente sus derechos, escritos en una tarjeta que todos los policías, Viktor incluido, se sabían de memoria.

  – Pásalo por la base de datos, Wesley -dijo Nate a su compañero entregándole el carnet de conducir de Samuel Culhane.

  – ¿No se alegra de vernos? -preguntó Viktor al insatisfecho propietario de la casa después de leerle sus derechos.

  – Mire -dijo Samuel Culhane-, no van a registrar mi casa sin una orden, pero hablaré con ustedes el tiempo suficiente para enterarme de qué es lo que pasa aquí.

  – Tenemos que saber dónde estaba usted cierta noche.

  – ¿Qué noche?

  – Hace tres semanas. Iba usted en su Pinto con una señorita amiga, ¿no?

  – ¡Ja! -dijo Samuel Culhane-. ¿En mi coche con una señorita amiga? ¡No, tronco! ¡Soy gay! Más gay que la primavera. Se han equivocado de tío.

  – Iban ustedes por Gower, lado sur de Hollywood Boulevard, hacia las ocho de la noche.

  – ¿Y quién se lo ha dicho?

  – Los vieron.

  – Tonterías. No tengo ningún motivo para ir por Gower a esas horas. La verdad es que no salgo hasta las diez de la noche o más. Soy un ave nocturna, tío.

  – Iba una mujer en su coche -dijo Viktor.

  – ¡Ya le he dicho que soy gay! ¿Tengo que mamársela para demostrarlo? Un momento, ¿qué delito se supone que cometí?

  – Lo vieron junto a un buzón de correos.

  – ¿Un buzón de correos? -dijo, y de pronto-: ¡Ah, vale! ¡Ahora lo entiendo! Quieren endilgarme un robo de correo.

  En ese momento entró Wesley con una ficha, que entregó a Viktor, en la que había anotado algunos datos del historial delictivo de Culhane.

  – Lo han detenido por fraude… -empezó a leer Viktor- una, dos veces. Una por falsificación. Como se suele decir, esto encaja con el hurto de correspondencia estadounidense en buzones de correo público.

  – De acuerdo, me cago en todo -dijo Samuel Culhane-. No voy a pasar una noche en la trena esperando que aten cabos y deduzcan de una puta vez que no soy el que buscan, así que, si se largan y me dejan en paz, voy directo al grano y les cuento lo que quieren saber.

  – Proceda -dijo Viktor.

  – Presté el Pinto una semana a un conocido mío. Tengo dos coches. Ese tipo vive cerca de Gower con otra anfetamínica majadera que se llama a sí misma su mujer, pero no están casados. Les advertí a los dos que no hicieran el gilipollas ni anduvieran trapicheando con mi Pinto. Pero no me hicieron caso, ¿verdad? Les diré dónde vive. Se llama Farley Ramsdale.

  Hollywood Nate y Wesley Drubb se miraron.

  – ¡Farley! -dijeron los dos a la vez, y con tal ímpetu que sobresaltaron no sólo a Samuel Culhane, sino también a Viktor Chernenko.

  «Maldita Olive, nunca deja las cosas en su sitio», pensaba Farley, todavía en tiempo presente, aunque en el fondo sabía que ella ya pertenecía al pasado. Tenía que reconocer que iba a echar de menos algunas cosas. Ella era como las beduinas que cruzan los campos de minas delante del viejo, que va en burro detrás de ellas, siguiéndoles los pasos a cincuenta metros. Siempre obediente. Hasta ahora.

  Por fin encontró las llaves electrónicas en el último cajón de la cocina, con un temporizador que nunca usaba y una sartén requemada que sí usaba. Eran las mejores tarjetas que habían robado en su vida y siempre se las habían pagado bien. Tenían el tamaño y el color exactos y la banda magnética perfecta para pasar por carnets de conducir californianos auténticos, sólo les faltaba añadirles la copia falsa en la parte de delante. Tendría que buscarse otra compañera que rondara por ese hotel en particular, para no quedarse sin suministro de llaves. Quizá una mujer con un poco de clase que no despertara sospechas. Pensó en cuántas mujeres con un poco de clase conocía, pero lo dejó inmediatamente.

  Naturalmente, sabía que la cita en el desguace era muy peligrosa, que podía ser una trampa de Cosmo para matarlos, pero como a Cosmo no le importó saber que Olive se había largado y quiso seguir adelante con lo de las tarjetas a pesar de todo, le pareció que seguramente no le ocurriría nada. Ese armenio de mierda no se atrevería a matarlo si Olive andaba por ahí con posibilidades de denunciar su desaparición, si pasaba algo, ¿verdad?

  O quizá sí. Nunca había tratado con un tío tan violento como Cosmo, y por eso ideó un plan. Desde luego, iba a ir en coche a ese desguace solitario de esa carretera solitaria de Los Ángeles Este por la que no rondaría de noche ningún blanco en su sano juicio. Pero no sacaría un pie del coche, eso desde luego. Llegaría allí, se acercaría a la cancela en contra dirección y cogería la bolsa de papel sin salir del coche. Si el dinero estaba dentro, entraría en el solar, haría un cambio de sentido, tocaría el claxon hasta que Gregori saliera, le tiraría la bolsa de papel con las tarjetas y saldría pitando de allí en dirección a territorio blanco otra vez. Si es que Hollywood podía considerarse territorio blanco, últimamente.

  Y si no había trampa y Gregori se ofendía por el procedimiento de entrega y lo amenazaba con no volver a hacer tratos con él, qué se le iba a hacer. Gregori no tendría que tratar con armenios armados como Cosmo. Sí, pensó Farley con creciente seguridad, mientras fantaseaba sobre el crystal que se fumaría por la noche, ese plan no tenía fallos.

  De pronto, tanto pensar le dio hambre, pero no soportaba la idea de un sándwich de queso. Le apetecían unos donuts, de Ruby's, concretamente, dos de los grandes, rellenos de crema y cubiertos de chocolate. Fue a buscar el billete de veinte dólares de emergencia que guardaba en el cajón de la ropa interior, donde Olive jamás buscaría, encajó la puerta de atrás como mejor pudo y se fue a Ruby's. Ruby's Donuts, igual que Pablo's Tacos y el cibercafé, era una de las últimas paradas de la línea de Villanfeta.

  Vio a un par de anfetamínicos conocidos en el aparcamiento, parecían hambrientos, pero no de donuts. Ahora que lo pensaba, era la primera vez en su vida que iba a Ruby's a buscar algo que llevarse al estómago. Las noches de Hollywood cada vez se le hacían más raras, más marcianas y temibles, y no parecía que él pudiera evitarlo.

  En realidad, no hacía falta que Samuel R. Culhane los acompañara a casa de Farley. Con una llamada lo solucionaron. Había bastante información sobre Farley Ramsdale y Olive O. Ramsdale, y la dirección correcta figuraba en el carnet de conducir de Farley. Como a otros anfetamínicos, los detenían continuamente, los interrogaban y les hacían ficha, pero Viktor fingió que la presencia de Culhane era necesaria sólo para asegurarse de que, si lo dejaban solo, no se arrepentiría y avisaría a Farley enseguida por teléfono.

  Samuel R. Culhane hizo lo que le dijeron y fue en el Pinto a casa de Farley, guiando al 6 X 72 y a Viktor Chernenko; al acercarse aminoró y les señaló la casa con el intermitente de la izquierda. Luego se marchó en dirección a su casa mientras los policías aparcaban, salían del blanco y negro y se acercaban a la ca
sa con las linternas apagadas.

  Igual que la otra vez, Wesley fue a cubrir la puerta de atrás y la encontró entreabierta, con un gozne suelto, sujeta con una silla de cocina. Nadie respondió a la llamada de Nate y Viktor y no había luz en el interior. Wesley miró en el garaje, donde tampoco había nadie.

  – Es un anfetamínico típico -dijo Nate a Viktor-. Ha salido a pillar crystal. Cuando lo encuentre, volverá a casa.

  – Tengo que organizar una operación de vigilancia -dijo Viktor-. Siento con mucha fuerza que este Farley Ramsdale robó la carta del buzón que desembocó en el asalto a la joyería. Pero es sólo lo que siento. Sin embargo, estoy seguro de que los ladrones de las joyas son los asesinos del cajero automático. Será el más grande caso de mi carrera si puedo demostrar que es cierto.

  – Podría ser un caso para las noticias de la televisión y el L.A. Times -dijo Hollywood Nate.

  – Es más que posible -dijo Viktor.

  Hollywood Nate hizo una pausa y sólo se le ocurrió una palabra: publicidad. Se imaginó entrando en una agencia de casting con el Times bajo el brazo, con su foto en el periódico, quizá.

  – Viktor -dijo-, puesto que hemos estado juntos en esto, hasta el momento, ¿nos avisará, si aparece el tío? Le haríamos el transporte encantados, le ayudaríamos a buscar pruebas o lo que sea necesario. Estuvimos cuando lo de la granada; este caso es también un poco nuestro.

  – Investigador -añadió Wesley-, esto es lo más importante que he hecho en mi vida. Por favor, llámenos.

  – Pueden estar seguros de que los llamaré personalmente -dijo Viktor-. No voy a casa esta noche hasta que hable con el señor Farley Ramsdale y su amiga que se llama a sí misma Olive O. Ramsdale. Y si lo desean, pueden ir ahora a buscarlos a los tugurios de anfetamínicos. Quizá no tengamos bastante para relacionarlos con los crímenes, pero no podemos quedarnos tan tranquilos con los brazos en cruz.

  Ilya aleccionaba a Cosmo como si fuera un niño, y él, con un cigarrillo entre los dedos, teñidos de nicotina, la escuchaba de buen grado, como hombre que se había quedado sin ideas.

  – Entiende lo que digo, Cosmo, y confía. Olive se ha ido y Farley no saldrá de su coche en el desguace de Gregori. No, no saldrá por ti. No creas que todo el mundo es tan tonto como… -Se detuvo ahí-. Tienes que matarlo en el coche, fuera del desguace.

  – Ilya, no encuentra sitio para esconder fuera. Es carretera abierta, no hay coches aparcados en la calle de noche. ¿Dónde puedo escondo?

  – Piensa bien -dijo Ilya-, utiliza el cerebro. Cuando lo matas, lo llevas a otro sitio en su coche. Aparcas a dos kilómetros, lo dejas, vuelves al desguace y coges tu coche.

  – ¿Cómo vuelvo al desguace? ¿Llamo un taxi?

  – ¡No! -dijo ella-. ¡No llamas un taxi! ¿Quieres que la policía sabe que un taxi lleva a un hombre del lugar con cadáver al desguace de Gregori? ¡Maldita sea, Cosmo!

  – De acuerdo, Ilya, perdona. Voy a pie.

  – Luego, tú y yo vamos a ver a Dmitri en coche. Tienes unos diamantes en el bolsillo, no muchos. Das los diamantes a Dmitri. Su hombre examina los diamantes. Tú dices que por favor lleva dinero abajo, al club, y se lo da a Ilya. Yo estaré sentada en bar. El me da el dinero, yo voy al servicio y saco los demás diamantes del sitio escondido y seguro. Habrá mucha gente en club nocturno, estaremos seguros.

  – Pero Ilya -dijo Dmitri-, olvidas el dinero del cajero automático.

  – No, no lo olvido. Tienes que contar a Dmitri casi toda verdad.

  – ¡Ilya! ¡Me matará!

  – No, él quiere el dinero cajero automático. Tú dices a Dmitri que sabes dónde está Olive. Dices que mañana la buscarás. Cuando tenemos el dinero, la matamos. Llevamos la mitad del dinero a Dmitri, como es el trato.

  – Se enfadará mucho -dijo Cosmo con desesperación-. Me matará.

  – ¿Dmitri quiere matar alguien? ¡Dile que mata su maldito georgiano que nos dio un coche de mierda que no funciona!

  – Entonces, ¿qué hacemos mañana? Si no encontramos a Olive, no podemos tenemos el dinero para Dmitri.

  – Aquí hay un dicho, Cosmo. No sé muy bien qué significan todas las palabras, pero entiendo la idea. Mañana nos largamos de Dodge echando mixtos.

  El Oráculo tenía una mala noche. El teniente no estaba y él era el comandante del turno, así que tuvo que responder a la llamada del enfurecido abogado Anthony Butler.

  – Señor Butler -le dijo-, los investigadores se han ido a casa, llame usted mañana, por favor.

  – ¡Llevo todo el día esperando a sus investigadores! -respondió el abogado-. O mejor dicho, mi hija. ¿Sabe que le administraron una droga en un sitio llamado Omar's Lounge?

  – Sí, he sacado el informe y lo he repasado, tal como usted me pidió, pero yo no soy investigador.

  – Hace veinte minutos hablé con su investigador de noche. Ese hombre es un idiota.

  El Oráculo no le contradijo en eso.

  – Me ocuparé personalmente de que el comandante de investigación tenga constancia de su llamada, él le enviará a alguien a su oficina mañana.

  – Ese tal Andrei que intentó drogar a mi hija sabe que ella se equivocó de coche. Seguramente sepa que se llamó a la policía. ¿Cómo podemos saber que no es amigo de los iraníes? Quizá pueda identificados. ¿Y si se trataba de un plan sucio entre Andrei y esos cerdos iraníes? Me escandaliza que no haya ido nadie al Gulag a identificar al tal Andrei, al menos.

  – Si de verdad es el encargado del Gulag -dijo el Oráculo-, tiene un buen trabajo y no se irá a ninguna parte. Estará allí mañana. Y, como abogado, usted entenderá que sería imposible demostrar que a su hija le administraron una droga anoche.

  – Quiero saber -insistió el abogado- si ese hombre tiene antecedentes de esta clase de cosas. Sargento, Sara es mi hija, mi única hija. Un agente de seguridad de mi compañía nos acompañará a mi hija y a mí esta noche al Gulag, y ella me dirá quién fue, si lo ve allí. Le tomaremos el nombre y la dirección. Quiero que ese miserable sea desgraciado de por vida, con ayuda de los investigadores de la comisaría Hollywood o sin ella.

  – No, no, señor Butler -dijo el Oráculo-. No vaya al Gulag a remover las cosas, sería complicarlo todo y no sacaríamos nada en limpio. Escúcheme, iré allí yo mismo esta noche, hablaré con el tipo en cuestión y le sacaré la información necesaria para que los investigadores actúen. ¿Qué le parece?

  – ¿Me lo garantiza personalmente, sargento?

  – Sí, se lo garantizo -contestó el Oráculo.

  Después de colgar, el sargento pidió a la patrulla 6 X 76 que se presentara en comisaría y, entre tanto, leyó el informe completo. Eran esas pequeñas miserias lo que lo desgastaba más que nada, lo que le hacía sentirse viejo.

  Cuando le preguntaban por la edad que tenía, él siempre decía: «Soy de la quinta de Robert Redford, Jack Nicholson, Jane Fonda, Warren Beatty y Dustin Hoffman». Suponía que la imagen atemporal de las estrellas de Hollywood mitigaría lo que el espejo le enseñaba: surcos irregulares en las mejillas y en el cuello, la mandíbula floja, arrugas profundas entre los ojos castaños.

  Pero el truco ya no funcionaba, porque muchos policías jóvenes preguntaban quién era Warren Beatty o en qué película había trabajado Jane Fonda en su vida, o comentaban que Jack Nicholson era el viejo gordote que iba a ver jugar a los Lakers. Abrió el cajón de la mesa y se tomó una dosis de líquido antiácido directamente del frasco.

  Cuando la patrulla 6 X 76 entró en el despacho del comandante de turno, el Oráculo les dijo:

  – Ese supuesto rapto del Omar's Lounge es un montaje, ¿no?

  – Huele mal, sargento -dijo Budgie-. La mujer se empeñó en denunciar un rapto. Ha amenazado con juicios. Avisó a un equipo de noticias de televisión, pero no he oído nada sobre el caso, de modo que supongo que a ellos también les ha parecido un montaje. Su viejo es un abogado con influencias políticas, según ella.

  – Acaba de llamarnos.

  – Ella es actriz -dijo Fausto, argumento que, en la comisaría Hollywood, explicaba mucho. El Oráculo asintió.
/>   – Sólo por mantener la paz -dijo-, iré al Gulag esta noche y tomaré el nombre y la dirección a ese tal Andrei; así cuando el papaíto vuelva a llamar, los investigadores podrán tranquilizarlo. No queremos más quejas personales por aquí.

  – ¿A qué hora piensas ir? -le preguntó Fausto.

  – Dentro de un par de horas.

  – Nos encontramos allí y te llevamos a Marina's.

  – ¿Qué es eso?

  – Un restaurante mexicano nuevo de Melrose.

  – Melrose no está al alcance de mi bolsillo.

  – No, es un restaurante familiar, pequeño. Pago yo.

  – Tendría que quitarme de la adicción a los mexicanos. Tengo ardor de estómago permanente.

  – Lo que tú digas.

  – ¿Tortillas caseras? -dijo el Oráculo tras pensarlo un momento- ¿Y salsa fresca?

  – Me han hablado muy bien de ese sitio -dijo Fausto.

  – De acuerdo, cuando llegue al Gulag, os llamo -dijo el Oráculo.

  – Te alcanzo en cinco minutos, Fausto -dijo Budgie que, evidentemente, tenía que pasar por el cuarto de baño.

  – Estoy asignando coches para el próximo cuadrante -dijo el Oráculo cuando Budgie se hubo ido-. ¿Qué tal te va con Budgie?

  – ¿A qué te refieres?

  – No querías trabajar con mujeres y me hiciste un favor. No quiero pedirte dos favores seguidos, si sigues opinando lo mismo.

  Fausto no contestó inmediatamente, miró al techo y suspiró como si la decisión fuera difícil de tomar.

  – Bueno, Merv, si estás apurado otra vez y necesitas que te eche un cable…

  – Andamos tan cortos de personal que hacer el cuadrante es dificilísimo, últimamente -dijo el Oráculo-. Me facilitarías las cosas.

  – No está mal, para ser una poli joven -dijo Fausto-, y, a mi entender, le vendría bien tener a un viejo perro guardián un poco más de tiempo.

  – Me alegro de que lo veas así, Fausto -dijo el Oráculo-. Gracias por el cable.

 

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